Los fines de año propician
brindis, salutaciones y renovación de buenos deseos dirigidos al prójimo y
también a nuestra propia existencia.
Hace ya casi dos años que vengo
publicando el blog y muchas veces me pregunto: ¿por qué lo hago? ¿tiene sentido
hacerlo?
Es innegable que la inquietud y el malestar social existen.
Ningún intelectual honesto, trabajador
de la cultura o ciudadano pensante puede dejar de advertirlo. Y el malestar
tiene muchas causas, y de peso. Quizás algunas de esas causas vengan de lejos y
comprometan a diferentes sectores de la
población. El individualismo, que parece ser una de las marcas de fábrica de
los argentinos, se ha agravado con el correr del tiempo. Todos hablamos a la
vez y nos cuesta trabajo escuchar al otro. Todos, o al menos una gran mayoría,
somos un inmenso y petulante yo-sin tú (o vos – si nos adecuamos a la variante
lingüística regional-). Lo más triste es que esto afecta cualquier posibilidad de diálogo y, muy
especialmente, de diálogo cultural. Ante
esta perspectiva ¿cómo no dudar ante un
emprendimiento que tiene como meta la
comunicación? Sin embargo, persisto en mi empeño y recibo visitas. Y me alegra
que así sea.
El centro
vital del blog es la palabra.
Y es de ella de la que quiero hablar en este fin de año.
El diccionario de la RAE la define así: Sonido o conjunto de sonidos articulados
que expresan una idea. Representación gráfica de esos sonidos. La
concisión característica del diccionario impide ver, o al menos vislumbrar, tantos otros matices. Los
que dependen de en qué contexto se dice, quién la dice, quiénes serán sus
receptores, cómo se dice, por qué se dice, o se calla, en qué momento se dice, en
relación a qué otras palabras…
La ficción asociada a ella puede
ser altamente conmovedora, en el empleo
que le dé un novelista, o puede ser falaz en boca de un canalla. La carga sentimental que contiene puede elevarnos al
éxtasis o a la más intensa emoción en el verso de un poeta, o puede ser una
pegajosa tela de araña en boca de quien pretenda embaucarnos. Empeñar la palabra es comprometerse a algo, y dar la
palabra es permitir al interlocutor que nos devuelva dialécticamente su parecer. La verborragia es
un vicio de conducta que pretende acorralar al receptor. Quien monologa solo se
escucha a sí mismo, y seguramente, tampoco le interese demasiado la respuesta
del prójimo. Está encerrado en la
burbuja de su propio lenguaje, en la órbita fantasmal de su relato.
En su polisemia radica, quizás,
su luminosidad. Toda palabra es luz. Atraviesa el hondón del pensamiento, se
desliza subrepticiamente por los pasadizos del inconsciente, se arremansa o
estalla; designa, asigna y consigna. Pero también es tinieblas: puede encubrir,
postergar, tergiversar, amenazar…
Las palabras, aun en su forma gráfica,
apuntan a un sonido, y ese sonido es el que otorga ritmo al texto o discurso.
El ritmo de cada persona es intransferible y dice mucho acerca de su movimiento íntimo, de ese sutil vaivén entre fantasía y realidad que mece y estremece su interioridad. Su contrapartida, el
silencio, también contiene rasgos de
signo. Como en la partitura musical: los silencios hablan. Y a veces más
intensamente que las palabras. La gestualidad y los visajes aportan también datos que resultan significativos en el momento de la interpretación de un
mensaje.
Gracias al lenguaje somos seres
sociales. Y también gracias a él podemos acceder al cosmos, a ese permanente
enigma energético que nos sobrecoge y maravilla
a cada instante. Con las palabras nombramos los destellos del universo que
atisban nuestras percepciones, expresamos nuestros estados de ánimo, y, por su
intermedio, nos tornamos proclives al
cambio y al intercambio.
Hay derivaciones desventuradas:
palabrería, por ejemplo, palabreja, es
otra; palabrón/ona, palabrota, palabreo. Casi todas apuntan a un uso
improcedente del don de emitir palabras, pero tienen un nombre porque no todo
en el ámbito de lo humano es perfecto, ni muchísimo menos, y por suerte. Sus
variaciones muestran toda la riqueza que puede extraerse de un código, que
siempre estará sujeto a transformaciones.
La palabra no es patrimonio de
nadie en particular pero es patrimonio de
la humanidad en su conjunto. La innúmera cantidad de lenguajes que pueblan la Tierra dan cuenta de las diversas culturas, de formas de pensamiento a veces
antagónicas, de la apertura a la pluralidad
de las ideas. Babel es una torre de voces que se entrecruzan y es una inmensa
biblioteca (como la imaginó Borges) que encierra los múltiples sentidos del
universo.
El analfabetismo y el déficit
educativo privan a las personas del dominio de las palabras. La voz de los
sectores que sufren estas carencias se apaga y generalmente quedan tapados por
ese oscuro telón de boca de la invisibilidad.
El derecho a expresarse va a parar al mismo
lodazal en que sucumben tantos otros derechos: el derecho al trabajo, a
la alimentación, a la vivienda digna, a la salud, al mínimo bienestar. No hay
castigo más cruel que la ignorancia y la desesperanza.
Ningún cerrojo o forma de
aislamiento nos puede despojar del don de la palabra y con ella de
la capacidad de pensamiento. Nada hay más personal y propio que la forma en que
interpretamos la realidad, y aún la irrealidad. La libertad de expresión debe
ser un pilar dentro de una sociedad que se precie de ser igualitaria. Esta proposición que parece muy simple, no lo es, ya
que muchas veces nuestro pensamiento está sujeto a las influencias del medio, a
las imposiciones subliminales, a la seducción que provocan discursos que suenan
como la flauta de un encantador… Es
preciso tener claros los objetivos para que no nos subyuguen con melodías
enajenantes.
No basta con pregonar la libertad
sino que hay que estar dispuesto a
ejercerla, con toda la responsabilidad que esto supone. La repetida frase: “Nuestra libertad termina donde
comienza la del prójimo” suena muy bien, pero, por lo visto, es una música
difícil de ejecutar. La palabra es libre en tanto y en cuanto lo sea quien la
pronuncia.
A menudo se habla de la
mediocridad que ha ganado terreno en la
época actual y, es innegable que el mundo de la palabra también está inmerso en
ese estado de cosas. El lenguaje se ha empobrecido, a veces reducido a su
mínima expresión, cumpliendo solo una función fática, a veces adoptando formas
confusas, impropias, engañosas, y hasta lisa y llanamente chabacanas. Y esto puede advertirse en el vocabulario empleado por emisores con escasa formación, pero también en quienes son
transmisores de la cultura, en los medios de comunicación y aún en los funcionarios que nos
representan. Lo viejo y desgastado alterna con la terminología más ramplona en
pos de una popularización mal entendida.
A poco de haber nacido, la
palabra nos dio una forma de reconocimiento. Las primeras palabras que
pronunciamos seguramente sirvieron para nombrar a quienes nos dieron vida y
también para diferenciarnos de ellos. Para decir: aquí estoy yo. Y si bien con
el tiempo y los desafortunados aprendizajes fuimos perdiendo esa soltura con
que la voluntad pretende imponerse ante lo que le es ajeno, recordar ese
momento de independencia íntima es provechoso en los momentos en que nos
sentimos próximos a los abismos del sinsentido.
Por todas estas razones, y muchas
más, que por una cuestión de síntesis he dejado afuera de este mensaje, considero
que la palabra es un valioso legado que recibimos con la implícita condición de
traspasarlo al futuro, a sabiendas de todo lo bueno y lo malo, lo prodigioso y
lo peligroso que él encierra.
Y ahora vuelvo a mis preguntas del principio:
¿por qué el blog? ¿tiene sentido publicarlo? Si algún sentido tiene deberé
buscarlo en el intenso placer que
me provoca el trabajo con el lenguaje, en esa tentadora necesidad de retomar el juego
que alegró mi infancia, en la maravilla que significa el hallazgo de los
significados, o en cualquier puerta, ventana o mirilla a través de la cual pueda acceder al conocimiento y a la
comunicación.
¡Brindemos en este fin de año por
la proteica palabra, por el verbo que estalla en pedazos, y luego se renueva, que repta y alza vuelo,
que es nuestro espejo y también los múltiples reflejos de otras voces lejanas
que irrumpen en nuestras vidas con su
modulación!