En
realidad, mientras se vive se va escribiendo una historia: la propia. Esa escritura
podría decirse que es, en cierta forma, colectiva porque siempre hay alguien
que nos lee y que agrega su cuota de intriga, de aventura, de dramatismo o divertimento. Algunas palabras se
borran con el tiempo, con el olvido, con la indiferencia o con la simple
voluntad de sacarlas de circulación para poder seguir adelante sin tanta carga. Hay otras que quedan
resonando como el timbre de un despertador automático de esos que no paran ni
aunque una los estrelle contra la pared. Muchas de esas palabras son luminosas, algunas, un poco opacas o descoloridas, otras
se parecen al alquitrán por lo negras, lo pringosas e impermeabilizantes. Todas entran
en la coctelera y de vez en cuando sale un trago largo. Si se apuran varios de
esos tragos se puede agarrar una borrachera fenomenal. Y una vez que uno
adquiere el hábito no es fácil librarse de
él. Con hielo se diluye un poco el efecto pero no la causa.
La etílica comparación me lleva al caso concreto, no metafórico de adicción que suele acompañar a algunos escritores y no escritores. Y todo me incita a pensar que la cosa no empieza con el primer trago. Tampoco la escritura comienza con el primer trazo. Y entonces me pregunto: ¿cuál es la medida
para no adquirir la costumbre de embriagarse y terminar en un
delirium tremens o una cirrosis fatal? Imposible determinarlo. Así también es imposible determinar el principio y el fin de cada historia personal y las múltiples causas que promueven las formas de expresión de un sujeto.
Hace
años conocí en el café Gijón a un poeta que, por estar alcoholizado, me causó
cierto rechazo. Ya se sabe, los borrachos suelen ponerse un tanto pegajosos. En
otra oportunidad lo vi por la calle tambaleándose y sentí pena. Su poesía hace
referencia a ese hábito que lo denigraba
como persona y, sin embargo, es bella y potente. Quizás la belleza de su obra no haya
sido ajena a la oscuridad que lo arrojó a ese precipicio de autodestrucción.
Así
se escribe: con todo lo terrible y lo brutal que uno lleva adentro. Con ira,
con espanto, con sufrimiento. Pero lo que se escribe logra ser, en algunos casos, una potente luz, un faro encendido en
medio de las tormentas que agitan a tantos
otros que van por la vida cargando con
sobriedad la pesada condena de estar de paso.
De: Intantáneas.