Mi casa está siempre en construcción
y en eso se parece a mí.
Cada día me sorprende con algo por hacer.
Inacabada es una palabra sonriente. A veces, promisoria.
En los rincones de la infancia
ya escuchaba el latido de lo que aún
quedaba por hacer. En la adolescencia,
atravesada por las mil inquietudes que esa edad depara,
dibujaba planos.
Hurgaba en los sentidos que estaban aherrojados en los códigos familiares,
en la cartografía de concatenaciones y sombras tutelares.
Luminosa, la palabra en rebeldía, derrumbaba muros,
demolía rituales, buscaba el intersticio por donde fluir.
Y era su forma y su
sonido una filigrana, una delicada trama de abismos,
de nudos asfixiantes, de intrincados hilos…
En los planos esa textura se extendía, y pudiendo tomar
distancia,
observaba el papel como
un tablero donde tenía lugar
una suerte de partida de ajedrez.
La imaginación saltaba el vértigo de lo posible y sin que
nadie lo supiera,
ni yo misma, tendía vigas y techos, basamentos y orificios
para ventilación.
apilaba ladrillos y los unía con la argamasa del sueño.
La juventud se abrió como una flor,
mientras escribía en silencio y con sigilo. Y fue entonces
cuando conocí
las formas externas de una travesía que aún me mantiene en
vilo.
Aviones violetas, azules o amarillos. Del color del espacio
emocional donde aterrizaran.
Ríos provocadores, playas enigmáticas, planicies y
escarpadas cumbres.
No era parejo el camino. Nunca lo es.
Caer de bruces, con el rostro borrado por el barro, merodear
ciénagas,
caminar como una sonámbula por cornisas o bordes
inesperados.
Tallar palabras requiere de algún filo.
Hoy abro la puerta de mi casa encantada y la encuentro
siempre a medias.
Todo cambia a cada instante. Todo es incompletud.
Por eso brilla. Por eso encanta.
Y, en el fondo, hay música de pájaros y voces de follaje.
Y hay un cielo celeste y otro gris
para que, llevada por la inercia, no me instale en efímeras felicidades,
ni me acostumbre a las tormentas repentinas.
Rincón de la Poesía, 2013.