En la actualidad la imagen ha
cobrado una importancia desmesurada. Pero, como todo lo que pertenece a la creación social, su omnipresencia tiene un
por qué, un cómo y un para que. La gente cuida su imagen, va al gimnasio, hace
dieta, se esmera en el vestir (siguiendo la moda al pie de la letra, y sobre
todo, eligiendo lo que es de marca, y si es posible tiene un logo que acredite los sellos que están en el top
de la novedad). Consumir se ha convertido en sinónimo de devorar y , al mismo
tiempo, de ser devorado. Algunos/as no
satisfechos con esos superficiales
cuidados, echan mano de cirugías y otros artilugios promovidos por la medicina estética (que se ha transformado en un pingüe negocio). Este es un
aspecto de la imagen, pero hay otros a considerar: las imágenes que impactan en
la visión del desprevenido transeúnte son, en su mayoría, imágenes en
movimiento. En cualquier parte: estaciones de subte, bares, sala de espera de
centros médicos, peluquerías, salones de eventos, hay televisores que disparan, a toda hora del
día, imágenes cargadas de aceleración y, consecuentemente, de sinsentido.
Fluyen como una catarata, sin la trabazón e ilación que es necesaria para el
discernimiento o el estímulo intelectivo. Por otra parte, y eso se ve
claramente en el ámbito de la política,
la imagen, armada y retocada de mil
maneras, sirve para captar adeptos, acicatear litigios, forjar nubes de humo,
manipular conciencias, monopolizar o dividir, acercar o alejar. Y la última
extravagancia que ha visto la luz en materia fotográfica es la selfie. Claro que no es
una rareza o un prodigio de originalidad. En un mundo donde todo pasa rápido y
sin ser realmente visto a pesar de la superabundancia de imágenes, en el cual la comunicación se reduce a una
bizarra chorrera de voces que no se escuchan y donde a cada quien no le importa
demasiado del otro, la autofoto no es más que una nueva muestra del gran
disparate orquestado en el teatro del mundo. De esta nueva civilización de seres-islas
emerge la punta de un iceberg que señala el colmo del narcisismo. Alguien
mira a una cámara, como si mirara un espejo, y se imagina que ve lo mejor de
sí, o lo que lo aureola de gracia o lo muestra divertido y sonriente, a pesar
de…
Todas estas son formas que
adquiere la representación, o sea la producción imaginaria de un sentido que es el que la mecánica de la
época impone. Imágenes que desdicen el acierto que en su calidad signos pueden contener gracias a su poder visual, a su capacidad de sugerencia, de connotación
y de asociación. Y viene a mi memoria ese notable cuento de Julio Cortázar titulado Las babas del diablo, en el cual puede advertirse cómo a través del
revelado puede revelarse -valga la redundancia- todo aquello que a simple
vista no se ve. O todo lo que podría instar a rebelarse en el caso de haber sido percibido a tiempo. “Entre las
muchas maneras de combatir la nada, -dice el narrador- una de las mejores es
sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños
pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros.”
La fotografía artística es,
además de una muestra elocuente de pasión creadora, un excelente medio de
enaltecer la imagen, de otorgarle fuerza expresiva, de iluminar aquello que las veladuras opacan o ensombrecen, de darle
voz a lo silenciado. Quien practica la fotografía como un arte sabe a cuánta
distancia debe estar el foco, cuáles son las conveniencias de tal o cual encuadre, cómo incide la luz, de qué modo
destacar el plano, cómo entran en juego fondo y forma, qué aspecto del objeto o
ser representado responde a su predisposición estética y ética. El fotógrafo,
que aparentemente está afuera de la imagen, de hecho está presente con el ojo
que ve y con el ojo que siente y presiente.
A continuación, una muestra pequeña pero
ejemplar de lo que una disciplina
artística basada en la quietud y la instantaneidad, puede llegar a decir. Aun
desde el silencio más rotundo. Porque dice lo que las palabras callan y el
ruido exterior se afana en confinar.
Madre emigrante, EEUU. Dorothea Lange, 1936. |
Refugiados en un tren, Alemania. Henri Cartier Bresson, 1945. |
Madre pidiendo limosna, Bombay-India. Steve MacCurry,1993. |