viernes, 7 de octubre de 2016

LEONARDO FRÓES: Koisas da polítika



KOSAS DE LA POLÍTIKA

Marcar la hora de las visiones equilibristas que desfiguran castillos                                      
 de introducirse para comprobar por sí mismo la oscuridad que un  mechero rasga olvidado distraidamente mientras las piedras se ruborizan como si en el interior de aquel horrendo castillo con puente levadizo y almenas góticas realmente habitaran los fantasmas más temerosos que a esa hora caminaban pegados al pasamanos de la escalinata central por donde su majestad subía llevando el cetro y el cáliz de veneno, digo, la copa de vermut que en determinado momento  debía ser sorbida en la alcoba por otro personaje circunspecto que allí penetraría en la bóveda de la noche encendida por la luminosidad lunar que recordaba  un cuadro francés de Watteau tal vez con niñas con volados balanceando en el parque y allá adentro del castillo  el exterminio tal vez y el sacerdote  tieso embriagado (por el vino) encima del baúl  del tesoro empeñado con el sello imperial y todo lo demás que el conde desvió para la amada
 y los conspiradores querían tomar de cualquier manera también pues constaba que había algunos barriles del bueno ocultos para el invasor en algunos puntos y un almohadón a la luz de las antorchas mostraba las piernas de un piano y el trasero de una cortesana pues su alteza continuaba dando sus festines y no  contaba con la ira desmedida de la plebe mal retribuida que entraba por las grietas del cuadro mientras la termita de aquel tiempo iba comiendo la moldura colocada sobre el mueble tipo bufete en el cual había un pequeño espejo para  el triunfante fluir y   disfrutar a su vez las delicias del castillo 
del   descuartizado poder simbolizado por el espacio solemne y el río divisorio que los piratas transponían  como auténticos muñecos de la dinastía siguiente.

Fuente: Fróes, Leonardo, Vertigens- obra reunida 1968-1998, Río de Janeiro, Rocco Editora, 1998. El texto pertenece al libro: Sibilitz- 1981.
Traducción para esta página: María Cristina Arostegui.

Nota: El escritor, traductor, periodista y naturalista, Leonardo Fróes nació en Itaperuna- Brasil, en 1941. Ejerció el periodismo en los diarios: Journal do Brasil y O Globo. 






miércoles, 21 de septiembre de 2016

PRIMAVERA-JARDÍN-KARTUN


Hace cerca de tres años que me mudé a donde vivo. Una casa con jardín. Nunca en mi  vida -que ya ha pasado el medio siglo- había gozado de una proximidad  con la naturaleza como la que me brinda mi actual hogar.
Anuncio.
Con solo abrir una ventana veo el cielo, el verdor del follaje, el vuelo de los pájaros, el colorido de las flores. Y si camino unos pocos metros con los pies descalzos me interno en la crujiente y mullida grama. Y si giro para un lado y otro, observo los brotes que asoman, los nidos que se arman sobre la horqueta de una rama, las hormigas en fila india, los  brillos estelares. Y si hurgo en la tierra, descubro su oscuridad, la húmeda entraña donde se enroscan fervorosas lombrices. Y si apresto mis oídos, escucho la musical disonancia del murmullo de esa urdimbre de seres surgidos por obra y gracia de la fecundidad.
En mi caso, tener un jardín no solo representa un amable entretenimiento. No contamos con jardinero (somos de una modesta clase media  y no esquivamos –a pesar de la edad- el trabajo-), así que para que ese vergel no se transforme en una intrincada selva, en un lodazal o un baldío, debemos disponer de  nuestras fuerzas físicas y anímicas para cuidarlo. El trabajo con la tierra es duro y requiere de  constante atención. Una labor, en apariencia áspera, que demanda de un tiempo y una mano propensa al cultivo. Pero la energía puesta en ella retorna hacia nuestra interioridad transformada en asombro y armonía. Los momentos que le dedicamos no restan, sino suman. Aún en el plano  de los afectos, de la reflexión o la creatividad.
Desde que alterno escritura y jardinería he comprobado que mis palabras no son las mismas. Y es lógico que así sea, porque la mente se acostumbra a otros ritmos. La naturaleza marca un tiempo distinto: el del sol a pleno que convoca al  ensueño y la molicie, el del estremecedor  sacudón que provoca la furia de las tormentas, el de  la opacidad  visual  con que nos anega el  aguacero. El lento compás  con que se suceden destrucción y renacimiento, el trasiego de la incidencia de los rayos solares, la mudanza de las estaciones con sus peculiares  variantes y sus provocadores   cambios de tonos y de formas.
Un día encontré  en la página de un diario un texto que me gustó mucho[*]. Y como suelo hacer con los textos que me agradan, lo recorté y guardé. En él, Mauricio Kartun, con la sencillez y  simpatía que amerita la temática, expresa: “Para ser feliz un rato, emborracharse. Para ser feliz una semana, hacer un viaje. Para ser feliz un año, casarse. Para serlo toda la vida, cuidar un jardín. Así dicen los chinos, tan proverbiales siempre los tipos.
Grandes los chinos. Una verdad grande como un ombú: de nada disfruto tanto como de la jardinería. Y nada le va mejor, estoy convencido, al trabajo del escritor. Le siguen, cerquita, los gatos, pero quedan segundos ahí: jardín y escritura son el par maestro. Y analógico: crear una pequeña utopía y habitarla. Recorrerla día a día metiendo mano aquí y allá. Sembrar. Componer. Podar. Sacar hojarasca. No hay nada de lo que hago con las manos en tierra que no encuentre su semejante con las manos en tinta. Y encima se alternan en secuencia deliciosa. Dejar el papel para ir a la tierra y volver al papel”. Sin lugar a dudas,  las palabras del dramaturgo aúnan  la   ternura y  el gozo.
Flores y frutos...
La primavera asoma y ha quedado atrás el invierno. Luego vendrán los días en que el fogoso verano nos abrase y seguidamente, las hojas se transformarán en láminas de oro pálido y cubrirán como una alfombra amarillenta, primero y después ocre, el suelo sobre el cual se tiendan nuestras pisadas. Y mientras tanto, la poesía estará allí en lo hondo del subsuelo o enredada entre los rayos de luz que  agiten nuestros sentidos.
Poiesis es el nombre de la Creación. Y crear no es un modo cualquiera de “plantarse” – valga la  homofonía- ante  la vida. Crear es recrear lo que la energía del cosmos nos entrega  en forma gratuita pero con la implícita condición de cultivarlo respetando sus leyes y/o caprichos.
Como acertadamente nos sugiere Kartun: un trabajo a la par –a la par de lo que nace y muere-, un modo de  expresar al unísono –sonoridad y silencio-, un ensamble de  grafismos y significaciones que, como  fluyente savia, dé entidad a lo que vibra en el territorio de las pasiones y en la raíz de nuestra sensibilidad.
Siempre he pensado que escritura y vida van de la mano. El lugar de la escritura no puede ser, al menos para mí, un reducto, un sitio alejado del plural latido de todo lo que existe: mis semejantes, de una u otra  condición, de una u otra edad, de una u otra raza, de uno u otro sector social. Del mismo modo tampoco puede estar ajena al medio ambiente que rodea y contiene a esas diversas versiones de la  humanidad. Desde mi jardín salgo al mundo y hacia mi jardín regreso  después de  “viajar” por las páginas de los libros  que leo y, también, cuando  me reencuentro en las que escribo.
Al fin de cuentas, en la vida y en el texto, ¡todo es  ramas y hojas!!!



[*] Fragmento del texto: Mauricio Kartum, en el jardín. Diario:  La Nación.















sábado, 10 de septiembre de 2016

La figura del maestro en "El primer hombre" de Albert Camus

Hace unos meses leí El primer hombre[*]. La novela que estaba escribiendo Albert Camus por los días en que un accidente automovilístico segó su vida (el 4 de enero de 1960, en las cercanías de Le Petit-Villevin). El texto inconcluso tiene características autobiográficas. En líneas generales, la narración se ajusta a su biografía, y algunas menciones (el nombre de la madre, su firma como Vda. Camus, el nombre del profesor Germain, etc…) coinciden  también con  los datos de su entorno familiar y escolar.
Camus, nacido en Mondovi-Argelia en 1913, había recibido el premio Nobel de Literatura tres años antes de su deceso.
En el capítulo 6 bis del mencionado libro nos brinda un acabado retrato de su maestro del último año de la escuela primaria, a quien llama por momentos Bernard y por momentos Germain. Un maestro que “vigilaba  [a sus alumnos] con buen humor y con severidad”. Louis Germain era, según la  semblanza que nos brinda Camus, un modelo de docente. Abrazaba con pasión su trabajo. Jacques Cormery- nombre detrás del cual se adivina a Albert-niño- se sentía atraído  por su forma vívida y divertida de enseñar. De su armario sacaba, como de un cofre fantástico, lleno de riquezas, mapas, colecciones de minerales, herbarios e insectarios y libros…  a través cuyas páginas, el escritor-niño toma su primer contacto con el imaginario de ficción.   Germain era el único de la escuela que contaba con una linterna mágica (aparato precursor del proyector de diapositivas), con la cual hacía proyecciones de historia natural y geografía. Estimulaba con juegos y competencias el cálculo. Empleaba manuales procedentes de la Metrópolis, que presentaban, ante el asombro de esos niños, nuevos horizontes, y situaciones  muy diferentes de las de la   reducida y áspera circunstancia que los rodeaba. Con ello, despertaba el “hambre de descubrimiento”, tan importante para el desarrollo intelectual y emocional de los escolares. No solo se atenía a enseñar lo estipulado en el programa sino que “los acogía con simplicidad en su vida personal, la vivía con ellos, contándoles su infancia y la de otros niños que había conocido, les exponía sus propios puntos de vista, no sus ideas…” Por considerar a esto último una intromisión en la libertad de pensamiento y creencias de sus discípulos. Y sin embargo, no era un maestro propenso a la laxitud ni la falta de límites. Es más, empleaba el castigo corporal (en ese momento ya prohibido) para enmendar cualquier mal hábito que asomara en su alumnado. Para él el robo, la delación, la falta de delicadeza y la suciedad eran inadmisibles. Respecto del  correctivo sin embargo, nadie se quejaba. Casi todos los niños estaban acostumbrados a las  penurias ya que  provenían de hogares humildes, en los cuales a la ignorancia y precariedad,   que ya de por sí constituían  un castigo, se sumaban las enérgicas  reprimendas de sus mayores.
Finalmente,  el narrador relata una serie de  hechos que resumo en presente, por ser ése el tiempo del ser en acción, y porque este ser en accción determinó de un  modo contundente el futuro del pequeño Camus. Al concluir el año escolar el maestro elige a cuatro de sus más destacados alumnos,  huérfanos de guerra, con el fin de gestionarles una beca para que concurran al Liceo. Entre esos cuatro se encontraba Albert. El pequeño había perdido a su padre al año de nacer, en la guerra del 14. Vivía con su madre, que era sorda, y trabajaba como empleada doméstica en casas de la vecindad, su hermano, algunos tíos y una abuela que gobernaba con mano férrea el hogar. Prácticamente todos sus parientes eran analfabetos. Cuando Albert comunica la buena nueva a su familia, la abuela se opone con firmeza al proyecto del maestro. Son extremadamente pobres y el niño de nueve años debe trabajar para ayudar con los gastos del hogar. El pequeño regresa abatido a la escuela y le transmite al maestro la decisión impuesta por la abuela. Entonces, el señor Germain, quien  vislumbra no solo  la inteligencia   de ese niño (al que llamaba cariñosamente “mosquito”) sino también las  potencialidades que podrían  iluminar su existencia, lo  acompaña a su casa, habla con la abuela y la convence de que debe ingresar al liceo. Dedica horas extras de trabajo, sin paga, para preparar a los postulantes. Y los acompaña en el momento de rendir su examen de admisión. Este es el   punto clave que define a un verdadero maestro.
Albert Camus fue un notable pensador, un luchador por los derechos humanos y un escritor política y moralmente comprometido con su circunstancia,  dotado, por otra parte, de esa honradez intelectual que insta a la autocrítica y a la crítica de posiciones ideológicas a las que se ha adscripto.   Como escritor se destacó por la hondura de las temáticas abordadas y la intensidad con que las expresó. Sin embargo, pudo no haber sido lo que fue en su vida adulta. Pudo ser parte de ese silencio atroz y desgarrador en el que quedaron  entrampados tantos “primeros hombres”, como su padre. Pero gracias a la intervención de ese maestro que signó su existencia, tuvo la oportunidad de  abrir las compuertas de su espíritu y enfocar su mirada hacia un porvenir en el cual su voz individual se transformó en esa voz multitudinaria   que distingue al mundo de las Letras.
Sus logros no lo envanecieron ni le permitieron dejar de lado  la circunstancia de donde provenía. Tampoco pudo olvidar a aquel maestro que tan apasionadamente le  señaló las llaves  apropiadas para destrabar el cerrojo de la revelación.
Al recibir el premio Nobel, Albert envió una carta al señor Germain. He aquí su texto:



Como docente y como lectora me he sentido profundamente conmovida por este  fragmento de vida  que, además de resaltar  la importancia  de la Educación en sí misma, destaca el valor personal de  todos aquellos que ejercen la  voluntad de enseñar como   medio de transformación. O sea, de todos aquellos que de manera armónica promueven la cultura y la esperanza.
Por otra parte, sé que  aprecio el hecho de este  modo porque no lo descontextualizo. Práctica muy común en los últimos tiempos, al menos en Argentina. Si lo descontextualizara, transportándolo imaginariamente a la sociedad actual, escucharía muchas voces enjuiciando duramente al maestro. Dirían que era represor, ya que echaba mano de castigos. Dirían que no les  brindaba a todos los niños la misma posibilidad. Dirían que era autoritario pues decidía  de acuerdo a un criterio propio el destino de otros. Pero, como en  la historia cada hecho es irrepetible y depende de un contexto también irrepetible, extrapolar datos que corresponden a una circunstancia precisa solo sirve para sembrar la duda y la confusión.
Por otro lado me pregunto con respecto a una actualidad que presume de ser inclusiva y ecuánime: ¿la falta de límites y  correctivos  conviene a la formación personal  de los educandos? ¿La equiparación es sinónimo de igualdad? ¿El vaciamiento de contenidos o la simplificación de los mismos  resultan estimulantes? ¿La falta de rigor a la hora de las evaluaciones prepara psicológicamente al alumno para enfrentar una sociedad altamente competitiva?¿El maestro debe ser un cómplice del deterioro del sistema o dentro de sus responsabilidades cabe una actitud crítica frente al mismo? Y por último: ¿tiene un padre escasamente educado, e inclusive confundido por los parámetros de una trama social carente de valores y ejemplaridades, más derecho sobre su hijo que la institución educativa?
 Son preguntas que creo corresponde formularse no solo el Día del Maestro sino todos y cada uno de los días.





[*] Camus, Albert, El primer hombre, Buenos Aires, Tusquets Editores, 2013. Traducción: Aurora Bernárdez.

jueves, 25 de agosto de 2016

WILLIAM BUTLER YEATS: Voz poética de Irlanda

LAS VOCES ETERNAS

¡Oh, dulces voces eternas, quédense calladas;
acudan a los guardias del redil celestial
y ordénenles vagar para obedecer su voluntad,
llama bajo llama, hasta que el tiempo ya no exista!
¿No han oído que nuestros corazones están viejos,
y por eso los pájaros llaman en el viento, sobre la montaña,
en las ramas sacudidas, o en la marea, sobre la orilla?
¡Oh, dulces voces eternas, quédense calladas!

                               El viento entre los juncos, 1899

EL ALBA

Querría ser tan ignorante como el alba
que ha despreciado
a esa vieja reina que una ciudad delimitaba
con el alfiler de un prendedor,
o los arrugados hombres que miraban
desde su pedante Babilonia
los negligentes planetas en su curso,
desvanecerse las estrellas cuando sube la luna,
y sus tablillas tomaban para hacer sus sumas.
Querría ser ignorante como el alba
que solo allí estaba, meciendo la carroza relumbrante
sobre el lomo nebuloso de las cabalgaduras.
Así querría ser –pues ningún saber vale nada-:
ignorante e insensible como el alba.

                              Los cisnes salvajes de Coole, 1919.

IGLESIA Y ESTADO

Aquí hay un tema nuevo, poeta,
un tema para encontrar en la vejez;
el poder de la Iglesia y el Estado,
la plebe pone bajo sus pies.
Pero el corazón del vino correrá puro,
el pan del espíritu dulce crecerá.

Si ése fuera un cobarde canto
no vagues por los sueños ya más;
¿qué si la Iglesia y el Estado
fuese la plebe  que ante la puerta clama?
El vino espeso correrá hasta el final,
el pan amargo nos sabrá.

                     Luna llena en marzo. 1933.


Fuente: Yeats, William Butler, Antología poética, Buenos Aires, Editorial Losada, 2010. Selección y traducción: Delia Pasini.

sábado, 13 de agosto de 2016

Un poema de HANNAH ARENDT

La tristeza es como una luz en el corazón encendida,
la oscuridad es como un resplandor que sondea la noche.
Solo tenemos que encender la pequeña luz del duelo
para, atravesando la larga y vasta noche, como sombras
/volver a encontrarnos en casa.
El bosque está iluminado, la ciudad, la ruta y el árbol.
Afortunado el que no tiene patria: la ve todavía en sueños.

1946, inédito, papeles personales, NY.


Fuente: Revista La pecera, Nº 15-2016. Traducción: Susana Murguía. 

lunes, 1 de agosto de 2016

ANTÓNIO LOBO ANTUNES: Ayer no te vi en Babilonia

En su crónica Receta para leerme[*], Lobo Antunes nos advierte: “las personas tienen que renunciar a su propia llave, la que todos tenemos para abrir la vida, la nuestra y la ajena, y utilizar la llave que el texto les ofrece.” Tratando de  atenerme a su recomendación, en primer lugar porque forma parte del ideario del autor, pero también porque no he encontrado otro  modo de entrar en   este texto complejamente  atractivo, comienzo por la llave que me ofrecen  el principio y el final. El título proviene de un fragmento  que  se remonta a los     vestigios más antiguos de escritura: los pictogramas  grabados en tablillas de arcilla húmeda, 3.000 años a. C.,  mediante un tallo vegetal con forma de cuña (de allí el nombre cuneiforme). La frase ayer no te vi en Babilonia resulta, sin duda,  sugerente. Dirigida a la segunda persona –tú- podría   estar destinada a un  receptor implícito en el circuito comunicacional del libro, tal vez el lector o  tal vez otro destinatario del enunciado, cuya identificación quede pendiente. La referencia a Babilonia, centro político, religioso y cultural de un vasto imperio, también da pie a ciertas asociaciones: un pretérito muy lejano, grafismos de una lengua aglutinante poco propicia para la transmisión de abstracciones y sujeta al “armado” de los signos gráficos con el fin de expresar un concepto. Por otra parte, en esa antigua capital hubo una torre, la de Babel , cuyo simbolismo en relación al lenguaje es bien conocido. La palabra ayer también   propicia cierta  imprecisión respecto del tiempo: puede ser el día anterior al que estamos y también puede  referirse a “el ayer”, un pasado cercano o remoto. Asimismo, la negación del verbo  connota: ceguera, distracción o incapacidad de fijar la mirada en un plano u objetivo determinado. Bien podría vincularse este “no ver” con la  dificultad perceptiva que supone el no alcanzar el otro lado de la trama. Y en tal sentido la expresión del principio quedaría explicitada, después de la ardua tarea de abordar las más de cuatrocientas páginas, en la frase que cierra el libro:  “porque lo que escribo puede leerse en la oscuridad”. Y aquí vuelvo a atenerme a las  sugerencias de la  mencionada crónica: “La verdadera aventura que propongo es aquella que el narrador y el lector emprenden juntos hacia la negrura del inconsciente, hacia la raíz de la naturaleza humana”.
El libro se divide en seis partes: medianoche y otros cinco capítulos que se corresponden con las cinco primeras horas de la madrugada. Cada uno de esos capítulos se subdivide, a su vez, en cuatro monólogos interiores. Estos  exteriorizan el estado entre la vigilia y el sueño, entre la lucidez y el aletargamiento  de tres personajes asediados por el insomnio y por los recuerdos que regresan desde “un lugar tan movedizo en el pasado” (expresión varias veces repetida por uno de  esos seres que padecen el  desvelo): un policía, casado, que vive en Évora, y que mantiene un vínculo extramatrimonial con una mujer de Lisboa;   otra mujer llamada Alice, que vive también en Évora y es enfermera y   una  segunda mujer llamada Ana Emilia, cuya hija adolescente se suicidó.  El cuarto monólogo comprendido en cada uno de los capítulos es alternativo, ya que a él se integran otros personajes –digamos secundarios- que componen la trama: el viejo hacendado autoritario que está muriendo de un cáncer de próstata, la hermana del policía, que vive en Estremoz, Lurdes, otra enfermera o algunas otras  voces, cuya identificación, ya  hacia final del libro, se diluye o  se torna cada vez más enigmática.
 Cabría pensar que el policía, a la caza de “fantasmales” enemigos del gobierno (obrero, cargador del puerto o mendigo, da lo mismo), la mujer de Évora y la que ha perdido una hija forman un triángulo. Pero nada en el texto lo asegura. La narración  genera una ambigüedad que aporta su cuota de intriga. Y  esa intriga sustenta los diferentes planos de lectura.
Otra  referencia que  se arquea como un signo de pregunta sobre la maleabilidad significativa es la mención del travestismo: un hombre se disfraza de mujer;  podría ser el policía, algún otro personaje y aun el narrador. Travestir significa vestir a alguien con  el ropaje del sexo contrario. Y, por extensión: cualquier forma que bajo una determinada apariencia implique ambivalencia.    Otro indicio de ambigüedad que se desliza en el terreno  resbaladizo del lenguaje. En definitiva nada es lo que parece. Nada se ve en forma objetiva porque  el insomnio  actúa como intermediario de la elusión.
El modo expresivo es fragmentario y en apariencia desarticulado, como corresponde al monólogo interior. Sin embargo, a medida que se avanza en la  intrincada lectura, se advierte que el autor ha ido sembrando pistas para atar cabos: los nombres, los indicios circunstanciales (surtidor de gasolina- menciones geográficas-hospital- cómoda con patos-perros-gitanos…), las vueltas sobre una misma acción, los retazos de diálogo, las referencias temporales.
Un elemento altamente significativo en esta prosa es la participación activa de los personajes en la escritura. Cito algunos ejemplos: “…qué es esto una novela” -se pregunta uno de ellos. “No sé hablar como hablan los demás en el libro”-dice otro.  Y más: “… de dónde vienes, por qué me inquietas en el libro?” “…llegó el momento de decir la hora, pero no voy a decirla, dígala usted si quiere, es su libro…” “…y ahora me pregunto qué será de mí cuando acabado este capítulo dejen de oírme.” “sabiendo que os pierdo a medida que las páginas avanzan me pregunto si lo he inventado todo o estarán inventándome escribiendo a duras penas…” “…tal vez una persona más inteligente, más capaz, debería terminar este relato por mí…”. Indudablemente la relación escritura-vida signa a este relato plural y polisémico. Al libro lo escriben los personajes, el autor, que aparece cuando comienza a asomar la claridad del día (capítulo 6: Cinco de la mañana-pg. 420): “(me llamo António Lobo Antunes, nací en São Sebastião da Pedreira y estoy escribiendo un libro)”, y también los lectores, previo   trabajo de deconstrucción.
La fluencia discursiva impregnada de imágenes poéticas recrea ese modo asociativo con que la conciencia, en este caso  sitiada por el insomnio, busca en lo onírico una suerte de traducción. Cito algunos fragmentos: “…las tórtolas que le manchaban el toldo con el alicate de los sonidos…”, “… un halcón peregrino al que despertó la luna y los dientes en la almohada mordiéndose a sí mismos…”, “… y al abrir los cajones el otoño entre el lugar del silencio  y el amarillo tiñéndonos…”, “… a ella en medio de las inquietudes de octubre cuando la luna y las mareas…”, “…y los pozos y los escalones de vuelta, pensaba que excepto en el caso de los ciegos aparecían solo para engullirnos…”.
La obra se niega como totalidad,   como si el conjunto significativo hubiera estallado en miles de astillas que reflejan el ir y venir de los recuerdos hacia adentro, hacia el sentido de cada vida y también hacia afuera, hacia el encuentro con esas otras  murmuraciones en que la noche se abisma. La plasticidad del lenguaje disemina esas historias íntimas en la historia mayor que las contiene. Pues debajo de tanto desvelo late la angustia, el desasosiego, la oscuridad en sordina de un país doblegado, durante 48 años, por la opresión de un régimen autoritario, conservador y corporativista. Salazar, quien asumió el mando de ese Estado Novo y lo gobernó con mano férrea entre 1932-1974, en que fue derrocado por la Revolución de los Claveles,   está en el trasfondo de esa trama deshilvanada. Subrepticiamente aflora en esas voces de trasnoche: “… obrero de la barba mal cortada conspirando consigo mismo contra la Iglesia y el Estado…”, “…los enemigos de la Iglesia y el Estado… periódicos impresos al revés…”, “…la fotografía de Salazar más grande que un crucifijo…” , “negros que habían de mezclarse con nosotros y robarles el trabajo a quienes lo necesitan…”. Y la historia narrada entre dientes se expande hacia el resto de la península, donde otro caudillo de raíz política similar a la de  Salazar, aunque no muy confiable a la hora de  reconocer fronteras, provocaba similares agonías en nombre de un poder que él  asimilaba a lo divino: “… después de tantos años de miedo a que fuera España, trabajé en una ocasión o dos con la policía de ellos, nos entregaban el preso ya esposado y amansado, firmábamos los papelitos con el papel de calco en medio…”
Ayer no te vi en Babilonia es como una pieza de relojería,  un libro complejo y minucioso, que revela un pulso delicado y agudeza para atravesar la   neblinosa comarca que  condiciona la mecánica del  pensamiento. Casi podría decirse un viaje desde  el anacronismo a la sincronía, desde el no-tiempo a la hora exacta.

Fuente: Lobo Antunes, António, Ayer no te vi en Babilonia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana-Mondadori, 2007. Traducción: Mario Merlino.








[*] Lobo Antunes, António, Segundo libro de crónicas, Barcelona, Grupo Editorial Random House Mondadori, 2004. Traducción. Mario Merlino.

martes, 19 de julio de 2016

JOSÉ MARTÍ: La rosa blanca

Casa de José Martí- La Habana.


Cultivo una rosa blanca

en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo una rosa blanca.


Fuente: Martí, José, Versos sencillos, poema XXXIX, 1871.

jueves, 7 de julio de 2016

ANTÓNIO RAMOS ROSA: A pedra

A pedra
basta encontrá-la
para saber
que não há mais nada

É nada apenas
mas para sempre
Não e sequer uma imagem
não é música

Está ali modelada pelo imenso
sem boca
sem vestígios azuis
para convencer que a terra
tem um coração escuro

v      

Alonga-te
com as nuvens
Só nas suas páginas
poderás diluir
essa exasperada pedra
que não sabe estar

v      

Espero a sombra
(não quero desenhá-la)
com os seus cordeiros de musgo
as suas jarras arcaicas
onde nem una gota treme

Espero a sombra
sobre as pálpebras
con os seus campos longínquos
com a sua coroa
de silêncio

No fundo dela
está o ovo
que tem o aroma
de uma ilha no meio do mundo

Un pouco mais
até que a luz perca o seu rastro
e a imóvel sombra
condense todo o mistério
terrestre
no seu ouvido de estrela.




La piedra
basta encontrarla
para saber
que no hay nada más

Es nada apenas
pero para siempre
No es siquiera una imagen
no es música

Está allí modelada por lo inmenso
sin boca
 sin vestigios azules
para convencer
que la tierra
 tiene un corazón oscuro
v       
Extiéndete
con las nubes
Solo en sus páginas
podrás diluir
esa exasperada piedra
que no sabe estar
v       
Espero  la sombra
( no quiero dibujarla)
con sus corderos de musgo
sus jarras arcaicas
donde ni una gota tiembla

Espero la sombra
sobre los párpados
con sus campos lejanos
con su corona de silencio

En el fondo de ella
está el huevo
que tiene el aroma
de una isla en medio del mundo

Un poco más
hasta que la luz pierda su rastro
y la inmóvil sombra
condense todo el misterio
terrestre
en su oído de estrella




Fuente: Catorze poemas inéditos de António Ramos Rosa. En: Journal de Artes & Letras, Lisboa, 13/11/90.

Traducción para esta página: María Cristina Arostegui.
Nota: António Ramos Rosa es un poeta portugués, nacido en Faro,1924 y fallecido en Lisboa, 2013.

domingo, 26 de junio de 2016

MIS POEMAS: Un modo de decir...

El viento mueve el aire. Y me lleva y me trae.
Barca librada al ritmo de ríos interiores.
Ayer hubo un estuario donde el ojo se hizo diente,
y mordiendo las sombras,
ancló en palabras que me dieron nombre.
Hoy, en cambio, el resplandor de  agosto que se va
me empuja hacía esta intimidad de hormiga costurera.
Coso una hoja y otra, remiendo los agujeros
por donde brama el ventarrón del tiempo.
Por mi ventana entra la secuencia del día:
la claridad opaca del despertar,
el ígneo aguijón del sol,
la aletargada siesta con puntillas de miel,
el ocaso con su filtro de acuarelas borrosas.

 
Las grandes urbes  son en potencia escandalosas.
Locuaces, estridentes, plenas de novedad.
Pero viejas en sus rumores y en su extravagancia.
Marchitas en acero y en apilamiento de materiales  indeseables
en herrumbre y en humos  opresivos.
El retazo de campo trae además de oxígeno
voces y formas
colores y cadencias,
vibraciones sutiles y,
fundamentalmente, la percepción del movimiento.
Ni rápido, ni demasiado  tardo.
Justo. Casi diría austero.

Abandono el encierro. Los aplausos ocasionales.
La aprobación que paraliza.
La vengativa luz del flash, el calco de otros verbos.
Y entonces me reflejo en.
El balanceo de las nubes o el trémulo equilibrio del colibrí.
La silueta de una flor o la chispa alzando su lengua cimbreante.
 Los terrones que hablan y la molicie que acalla.

Mis palabras son hijas de un   contorno.
Se deshacen- rehacen. Deshiladas se entremezclan con la gramilla.
Ligeras como la  raíz aérea.
Terrestres-territoriales-terrenales.
¿Y por qué no? Desterradas.
Transferidas a un paisaje en silencio.
Al tono más difuso y, por   lo incierto, más primario en su forma de evocar…

de RINCÓN DE POESÍA



jueves, 16 de junio de 2016

OLGA OROZCO: la palabra necesaria

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de
no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan;
el milagro al revés, la comunión tan solo de lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que
vuelven desde
la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
Un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.


Fuente: Orozco, Olga, Obra poética, Buenos Aires, Ed. Corregidor, 1979. El poema pertenece al libro: Mutaciones de la realidad, 1979.

sábado, 4 de junio de 2016

LITERATURA VASCA: "La herbolera" de Toti Martínez de Lezea

Para quienes gusten de la novela histórica, La herbolera es un buen ejemplo de  esa  variante narrativa que se caracteriza por    construir   una anécdota  y a la par describir un lugar y su gente, en un momento  preciso. En este caso la zona de Vizcaya que se extiende entre Durango y Arrazola, incluida la sierra de Anboto, hacia el siglo XVI.
La historia de Catalina de Goiena, una joven partera y  herbolera,   atrapada entre en un amor no bien correspondido y  el despecho de un viejo funcionario, que al  no  poder desfogar su apetencia sensual hacia ella, la  expone a los tormentos de los tribunales inquisitoriales. La novela recrea las  costumbres, el  trasfondo político-social y las  creencias vascuences en esos años. Respecto de esto último resalta la tradición ancestral del matriarcado, representado en la figura de Mari (Madre Tierra), y reencarnado en   estampas femeninas fuertes y aguerridas.
A continuación, algunas  consideraciones de la autora en relación con la temática de la obra.

LA “CAZA DE BRUJAS” EN EL SIGLO XVI

La brujería vasca ha dejado una huella tan profunda en nuestra tierra que nuestra toponimia designa claramente la presencia de brujas en incontables lugares: sorginerreka, río de brujas; sorginiturri, fuente de la bruja; sorginleze, sima de la bruja; sorginetxe, casa de la bruja.
[…]
…conocemos lugares de reuniones de los brujos y brujas como Akelarre, en Zugarramundi
[…]
Algunos de estos lugares son cuevas cuya habitabilidad en tiempos prehistóricos ha quedado demostrada y otros son dólmenes o crónlechs erigidos por motivos religiosos, funerarios u otros que desconocemos y que testimonian la antigüedad de las creencias del pueblo vasco.
[…]
Podrían escribirse libros enteros sobre la brujería, pero nunca llegaríamos a saber exactamente qué fue lo que provocó la histeria colectiva que en Europa occidental desembocó en la “caza de brujas” que entre 1500 y 1700 llevó a la hoguera a más de cien mil personas inocentes, en su mayoría mujeres.
A partir de la publicación de la Encíclica Sumis Desiderantes de Inocencio VIII, en 1484 y de la aparición en 1486 del libro Malles Maleficarum (Martillo de brujas), escrito por dos frailes dominicos alemanes, Institoris y Sprenger, la caza de brujas se extendió como un reguero de pólvora.
La caza de brujas siguió a la caza de herejes, especialmente cátaros y valdenses en el Mediodía francés, cuyas doctrinas habían hecho tambalearse el monopolio de la Iglesia católica de Europa. Una vez eliminados los herejes, las instituciones creadas para perseguirlos tuvieron que buscar nuevas funciones para justificar su existencia. Curiosamente el famoso Canon Epicospi, redactado en el siglo X, documento respetado y guía de actuación de la Iglesia católica, aseguraba que la creencia en las brujas era  una herejía propia de paganos y no de buenos cristianos. Para justificar el cambio de mentalidad, teólogos e inquisidores adujeron que los brujos y brujas que ellos perseguían eran otros  que no existían en la época de redacción del famoso documento. […]
Está claro que acabar con las antiguas prácticas paganas que aún se mantenían vivas y con las sectas religiosas que ponían en solfa la actuación de la Iglesia católica fue una de las razones de la caza de brujas. Posteriormente los países protestantes también mostraron un celo parecido. Igualmente sirvió como medio para eliminar movimientos subversivos contra los poderes establecidos y opositores políticamente incorrectos.
Recientes estudios han demostrado que la clase médica tuvo, asimismo, algo que ver en la psicosis brujeril, puesto que comadronas y curanderas fueron el blanco de los ataques en la mayoría de los casos. El hecho de que la mitad de la población, es decir, las mujeres, prefirieran acudir a ellas menguaba de manera importante los ingresos económicos de los galenos provistos de sendos diplomas universitarios. Finalmente, la sociedad en su conjunto, tampoco veía con buenos ojos que estas mujeres fueran capaces de bastarse a sí mismas  -hubo un gran número de viudas y solteras entre ellas- sin necesidad de contar con el apoyo del hombre (léase un marido, un padre o un hermano).
En el País Vasco los hombres y las mujeres acusados y ejecutados por prácticas de brujería pertenecían a las clases más humildes, artesanos y labradores. Eran herederos de costumbres ancestrales relacionadas con la devoción de Mari, reminiscencia de la era matriarcal y personificación de la tierra, en palabras de don José Miguel de Barandiaran.
Hoy, cuando cualquier aniversario es excusa para conmemorar las grandes gestas de la humanidad, cuando se habla de reconciliaciones ecuménicas y se rehabilita a personajes importantes injustamente condenados, aún no se ha reivindicado la inocencia de miles de personas quemadas vivas legalmente gracias a las mentiras, prejuicios y obsesiones de las clases políticas y religiosas. La palabra “bruja” sigue siendo sinónimo de maldad, de mujer vieja y fea y hemos olvidado que muchas de aquellas víctimas eran niñas que aún no habían cumplido los diez años, que otras eran jóvenes en la flor de la vida y que la mayoría eran mujeres que únicamente intentaban ganarse el sustento.


Fuente: Martínez de Lezea, Toti, La herbolera, Madrid, Ediciones Embolsillo, 2000. Los fragmentos citados pertenecen al Apéndice de la novela.

jueves, 26 de mayo de 2016

NOEMÍ ULLA: narradora y ensayista

ULLA, NARRADORA

Estoy con una mujer con la que hablamos de un trabajo por hacer. Poco a poco nos vamos metiendo en el futuro y cada una apunta lo que le parece de mayor interés o lo más original. No es el primer trabajo que hacemos juntas y esa historia compartida, de a ratos nos alucina. Un hombre mayor está sentado a una mesa cercana y me mira con insistencia. Me doy cuenta de que he visto caminar a ese hombre en otro lugar y en otra ciudad, entrar o salir de un de un sitio relacionado con los libros o la enseñanza. Todo esto pasa con mucha rapidez por mi memoria, que tampoco acierta a retener el instante en que el hombre entra o sale, el lugar en que se da esa escena, la ciudad en que eso sucede. Entre las palabras de mi compañera van y vienen en mí diversos hombres que son el mismo, una misma actitud de saludo y una galería muy grande. Entonces me decido y lo saludo allí, sabiendo que he tomado yo la iniciativa y sintiéndome ligeramente incómoda por lo mismo: por los hábitos de gente mayor que, ese hombre con seguridad arrastra, eso y el prejuicio respecto del saludo a desconocidos. Pero ya está hecho y pienso que he visto a ese hombre en otra ciudad, que debe ser el mismo que este gobierno ha nombrado en un cargo importante, ya que en las cercanías de donde mi compañera trabaja, y que es la zona donde estamos ahora, hay un edificio oficial.
Vuelven otras imágenes, siguen los proyectos con mi compañera. Ella se entusiasma y quiere que empecemos a trabajar cuanto antes. El hombre se levanta y viene hasta nuestra mesa, pero en ese momento mi compañera también se levanta y quedo sola. Él me dice “cómo le va”, ya antes de que yo, busque su cara en el pasado, agrega: “Nos conocemos de la José Mármol". Lo demás intercambios de rutina, porque nos conocíamos de vista, de cruzarnos en la biblioteca que él ahora mencionaba. Un encuentro burocrático y un hombre derrumbado: ni de otra ciudad ni de alto cargo. Hombre descubierto que degradó la memoria. Otra magdalena, y otra metáfora que por él juntó dos ciudades y la misma obstinación que ambos habíamos compartido en una biblioteca de esta ciudad.

Fuente: Ulla, Noemí, Nereidas al desnudo, Francia, Edición bilingüe de la   Maison de Écrivans Étrangers et des Traducteurs de Saint Nazaire, 2006. El fragmento pertenece al cuento: Otra Viena-II.

ULLA, ENSAYISTA

En la narrativa de los años sesenta, Manuel Puig introduce un nuevo discurso literario: el de los medios radiales y cinematográficos. El énfasis de su escritura paródica descansa y se dinamiza en ellos. Si Silvina Ocampo y Julio Cortázar continuaban una tradición en la escritura rioplatense a través del discurso paródico del habla, Manuel Puig lleva la parodia a su mayor mediación: no es lenguaje que se habla en forma directa (y por lo tanto se oye en forma directa, ya no son los vecinos de Cortázar o la incursión en la casa de las modistas  de Silvina Ocampo), sino el de su mayor artificio: el lenguaje prolongado en la sonoridad de la radio.
Boquitas pintadas tiene como referente la cultura de masas y sus efectos en los sectores sociales que de ella dependen, con los diversos modelos de la masculinidad y la femineidad transmitidos en la década del cuarenta. Precisamente el carácter convencional de estos lenguajes contribuye al despliegue de un discurso alienado a ese convencionalismo, al despliegue de un discurso de fórmulas, notorio en Nené o Juan Carlos, en Celina o Mabel, en la Raba o el Pancho. En este texto, el narrador no trata de borrar su  presencia, con un protagonista sobre cuyo discurso transparente impone cada tanto su opacidad (como en El hombre de la esquina rosada de Jorge Luis Borges, Torito de Cortázar o Las fotografías de Silvina Ocampo) en Boquitas pintadas el narrador borra totalmente su voz ante una pluralidad de discursos que se entrecruzan, ante una polifonía.  Parecería que el autor construye una novela de citas donde el exceso es el lugar común; éste opera como encubridor de un no dicho que mueve la tragedia de esas vidas. La novela hecha de citas, encubre la condición trágica de los personajes, llamando a la recepción del lector: éste debe interpretar más allá de la cita, la ironía que el autor ejerce al citar.
Nuevo lector para el Puig de Boquitas pintadas, el “lector culto” de Harald Weinrich o el “lector modelo” de Umberto Eco, lector del que se descuenta su cooperación textual. De otra manera que Cortázar, Manuel Puig logra con la parodia un efecto irónico más acentuado. En los discursos paródicos de los cuentos de Cortázar, la función ideológica de la parodia nos orienta persuasivamente a participar de la burla y la ironía. En Boquitas pintadas ninguna intervención directa del narrador advierte al lector que se cita a alguien, que se parodia,  pero tampoco es posible dejar de lado la ironía que acompaña al texto  por un marco fundamental: la cronología. La fecha en que las citas discurren, los años en que los hechos suceden, son un indicio para el lector y su colaboración. El sentido trágico aparece más tarde, cuando el ruido de esos discursos entrecruzados se apaga; pero en tanto la novela sucede, la lejanía de las noticias, las modas –tan vulnerables-, las reflexiones y su convención, aseguran el efecto irónico.

Fuente: Ulla, Noemí, Los años sesenta: Puig y Rozenmacher [fragmento]. En Hipótesis y discusiones Nº 5, UNBA, 1995.

Noemí Ulla nació en Santa Fe- Argentina, en 1940 y falleció en Buenos Aires, el 23 de abril de 2016. Dra en Letras (UNBA), narradora y ensayista, fue nombrada académica de número el 22 de julio de 2010.  


jueves, 12 de mayo de 2016

RAYMOND CARVER: Hilando luz en medio de la sórdida cotidianeidad

HECHIZO

Entre las cinco
y las siete de la tarde
unido a este mundo por la esperanza
nada más, floté en los cauces
profundos del sueño.
Mi cuerpo agobiado giró
en una corriente de imágenes oscuras.
Mientras me retorcía
en el vacío de las aguas inexplicables
las condiciones meteorológicas
cambiaron radicalmente,
enloquecieron.

En mi estado
no lo podía resistir,
ese clima, sus consecuencias
eran lo último que deseaba del universo.
Por lo tanto, reuniendo todas mis energías
decidí empujar el mal tiempo
hacia un río muy lejano que conozco.
Ese río controlaría
las variables climáticas.
¿Y si el río debe buscar terrenos
más altos?
¿Tiene importancia?
Soy un hombre paciente.
El agua hallará su camino.

Todo volverá a la normalidad
lo juro, esta experiencia
será solo un mal recuerdo,
quizás ni siquiera eso.
La próxima semana
ya no podré recordar las palabras,
los sentimientos que las dictan.
Habré olvidado que una tarde dormí mal,
que tuve ciertas pesadillas,
que desperté a las siete de la tarde,
que el cielo tormentoso me asombró,
que después de estas emociones
pude recuperar mi aliento.
Pienso detenidamente en mis deseos,
aquellos que puedo borrar de mi cabeza,
los que caerán en el olvido;
pensarlo y hacerlo, sí,
utilizando palabras, signos,
y muchas palabras.

Fuente: Carver, Raymond, Vos no sabés qué es el amor- una tarde con Charles Bukowski-, Buenos Aires, Ediciones de la Aguja, 1991. Versiones de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore.


viernes, 15 de abril de 2016

NARRACIONES MÍNIMAS: El agravio

Como una flecha salió de su boca. Y como una flecha tenía un objetivo preciso. Pero además de la afrenta verbal teledirigida hubo otras señas. Gestuales, de puesta en escena, de enfoque, de planos visuales, de movimiento de piezas. Un fenómeno complejo. Cabían dos o más  posibilidades: reenviar la flecha, esquivarla candorosamente, desentenderse, sonreír como si tal cosa, responder abruptamente, desequilibrase, desorientarse…
Otra posibilidad, imprevisible tal vez: correrse y dejar que la flecha pasara de largo. Vaya a saber a dónde iría a parar. Podría  herir a un tercero o a más de uno, podría resquebrajar la escenografía, podría quedar detenida en el aire, flotando como un absurdo banderín, podría regresar como un boomerang. El personaje de este breve relato eligió esta opción. Y se sentó a esperar. Y mientras  aguardaba se sintió cansado, abatido y hasta receloso. Pero igual mantuvo su decisión. Y los años pasaron y se volvió viejo. Entretanto la flecha andaba dando vueltas enloquecida. Aguijoneando a unos y otros, a los tumbos, inmisericorde.    Desviada de su objetivo primero, fue sufriendo también ella un proceso de desintegración. El que  se suponía agravio se transformó en patético artefacto o  simple herrumbre.
El personaje se sentó bajo un árbol ¿el de la vida? Ya poco podía esperar porque era viejo. Y sin embargo pudo asistir al amanecer y al ocaso. Así, con la rapidez de una saeta. El sol en lo alto y su resplandor sobre la oscuridad de la tierra.  Y entonces contempló sus manos, que estaban limpias, y con ellas trenzó una luz silenciosa.




jueves, 31 de marzo de 2016

LA VOLUNTAD DE ACCIÓN

Que un hombre es de un modo y no de otro, es lo que el conjunto de sus acciones le enseña y de ello se siente responsable. En el esse (el ser en acto) se encuentra el sitio  al cual llega el aguijón de la conciencia. Porque la conciencia no es más que el conocimiento cada vez más íntimo que nuestra manera de obrar nos da del propio yo. Por eso, la conciencia, con ocasión de nuestros actos, acusa a nuestra naturaleza moral.[*]

Agradezco a la vida el haberme otorgado la voluntad de acción. Gracias a ese don precioso pude  encontrarme con gratificaciones, que no abundan, pero estimulan y también  enfrentarme a las ingratitudes, que son muchas y difíciles de enumerar porque, a veces, se entremezclan. La voluntad de acción me puso en el camino del conocimiento, que es muy amplio por cierto, pero infaliblemente lleva al conocimiento de uno mismo. Y debí discernir entre lo que quería y lo que podía, entre mis aspiraciones y mis limitaciones. Y ese discernimiento me llevó a comprender que aún en la experiencia más personal siempre hay alguien más que el “sí mismo”. Siempre hay un prójimo. Para marcarnos el límite, para escucharnos, para abrazarnos o denigrarnos.
Cuando uno reconoce que en el juego existencial hay un  Otro (u otros) es posible crecer. No de tamaño, no a lo alto o a lo ancho, sino en profundidad. Y entonces ya no basta con lo que recibimos por imposición de la circunstancia. Silenciosamente comenzamos a hurgar en nuestro entorno. ¿Soy una parte inseparable de él? ¿O soy parte de él y también parte de otros posibles entornos? Surge  a la sazón otra fuerza, que es vital e inherente a la voluntad de acción:  el impulso hacia el trabajo. El trabajo representa siempre un esfuerzo. Físico y anímico. En él se pone el cuerpo y el alma. Hay que luchar por un puesto en el escalafón laboral y por los derechos que nos amparan en la condición de trabajadores, limar las asperezas a que nos exponen las obligaciones, defendernos de las  ofensas y  corresponder a las gentilezas de quienes nos promueven. Pero todo ese trajín no es en vano ya que con él seguimos creciendo en nuestra capacidad de ser personas. Y gracias a ese denodado  afán podemos reconocer por cuál puerta se entra a la dignidad y por cuál no.
En muchos casos, la voluntad de acción se inclina también por el estudio. Descubrir una vocación, sopesar los pro y los contra, luchar para acceder al mundo de  la ciencia, de  la técnica o del arte, doblegar la impaciencia, dominar la circunstancial predisposición al abandono, doblar la cabeza sobre el libro hasta que las letras, en  ese ida y vuelta del desciframiento, enciendan   alguna lamparita medio reticente dentro del  complejo cerebro. Pero este rigor también da sus frutos. La mente se nutre y al nutrirse se expande.  Como una lámpara perpetuamente encendida difunde su luz por todos los espacios. Los interiores y los exteriores. Podemos ver el mundo ya no desde una óptica estrecha y circunscripta a las encrucijadas o malas pasadas de las cuales somos hijos, sino desde una perspectiva abarcadora. Podemos independizarnos del mandato, de  cualquier restrictivo condicionamiento, de la manipulación que nos convertiría en indignas marionetas.
Es cierto que las facilidades tornan más agradable nuestra vida, pero también muchas veces nos comprimen, y a la larga siempre serán un modo velado de opresión.
Cada vez que salgo a mi jardín, que podría decir que  casi es un   espacio imaginario, porque lo soñé alguna vez como un lugar utópico, y sin que debiera echar mano de ninguna astucia o nefasta estratagema se convirtió en real, me digo y me repito que debo cuidar de cada pimpollo y cada brizna, de  cada tallo y de cada hoja porque hay en todos ellos   tal ímpetu que ningún abatimiento o desgano podrían desdecir.  Esa es la  secreta energía  con que se manifiesta el esplendor de la Creación.
Si en lugar de regar mis plantas y de acariciar con mis ojos   cada página de mis libros, pisoteara con ferocidad el terreno sembrado o el territorio en el que germinan los saberes no sería yo. Para ser Yo debí agradecer previamente la voluntad de acción y luego darle un  motivo  para actuar  dentro de mis deseos. Acceder a lo que nos falta implica saltar la valla de nuestro propio e inmóvil  reflejo narcisista  para hallar,  ante la paridad y  ante la divergencia   que   significa nuestro prójimo, un modo de afirmación y de  emancipación.
La voluntad de acción se cultiva, se tonifica diariamente. Quien se refugia en la queja, en el repetitivo regodeo en la penuria, o lisa y llanamente en la haraganería, pierde de vista toda fuerza motriz innovadora. Y como  todo   proceso siempre  es lento, se  pierde la paciencia. Y se  pierde  el recato y la prudencia.
En el espejo de nuestros días se ve mucho de eso. Lamentablemente.




Schopenhauer, Arthur, La libertad, Buenos Aires, Editorial Tor, S/f.

jueves, 17 de marzo de 2016

FRANCISCO DE MADARIAGA: Voz en vilo

LA SELVA LIVIANA

El sonido de un tren que se ahoga en la catarata
de las hojas.
Al fondo de la selva liviana y los cocoteros se
hunde el nivel de llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso entero del saco del perfume de la gracia.
Estoy entre la espada del paisaje y el ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando el aullido de mi candor: mi nueva
fiesta.

EL VERDADERO PAÍS

¿Es otra la alegría?
Por las veredas ardientes de pronto me estremezco
de mi armonía en ese instante.
¿Qué atentado lúgubre arroja al equilibrio
de  su claro destino?
¿Qué mecánica de orden inclemente y perfecto
sonido,
qué irrupción metálica de golpe nos devuelve
a la sombra de las canallas herencias del sol
negro?
Tiembla el asilo de la vida.
Virtuoso bebedor del agua de diamante, tiéndete
a bramar contra el enorme globo rojo de la idea.
Ese tambor de sangre es tu país.


Fuente: De Sola, Graciela, Proyecciones del surrealismo en la literatura argentina, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1967. Los poemas pertenecen al libro: El pequeño patíbulo-1954.