Desde lo más hondo de las raíces se alzan los
brazos de la primavera.
Y la primavera mueve todos los pájaros.
Mueve todos sus pétalos.
Mueve todas sus hojas.
Y una malla de cenizas rubias, de piel de mariposas,
ciñe los muslos del día que se levanta como un
Arco Iris
y asoma sus pies descalzos sobre la timidez de los
pastos;
en las campanas; sobre los trigos, o sobre las aguas.
¿Dónde nace el grito que hace que el corazón se
regocije y cante
-girando como los astros, como las peonzas
violentas-,
y hace que yo me acerque a vosotros y os ofrezca mi
sueño
que sube por mis palabras como la primavera por
las raíces?
¿Qué viento es el que, suave como los musgos,
y desprendido de los horizontes, o de alguna turbina
eléctrica
me trae este grito que se rodea de puntas de sol
ardiendo
que me subleva la voz como el filo de un arado la
pulpa de la tierra,
y que me penetra –como una voz de mando-
hurgándome las carnes?
Hay pureza de sexo virgen en la tierra que se
ofrece como una doncella.
Hay levadura de harina
limpia que nos dilata los
ojos y las sienes.
Oh, camaradas
¡qué lindo sería poseer a las muchachas sobre la
tierra
Y ensuciarles la boca con zumo de pasto y las
mejillas con zumo de pétalos!
Envenenarles la sopa a los millonarios que duermen.
Violar los cerrojos de los conventos para besar a las
monjas.
Subirnos a los rascacielos
y mear los escudos del
congreso eucarístico
con el beneplácito de Jesús y la venia de los ángeles;
bajo la vigilancia de las nubes y el corazón
de Dios que arde en el cielo.
Llenar las valijas de los turistas católicos con
dinamita.
E irnos desnudos por los caminos del mundo.
Desnudos y alegres como el hombre que vio la
primera luna,
o la mujer que nació al deseo junto a las raíces y
las bestias.
Oh, camaradas,
y estamos aquí, inmóviles, en la esquina del día que
arde como una bandera.
Con los hombros caídos.
Con los brazos inútiles.
Mientras la primavera vibra como una red de peces
de colores.
Y un torbellino de angustia enturbia los ojos de
Buenos Aires.
Y una turba de rufianes “angélicos” inutilizan
nuestra ciudad.
Se me llena la boca de gritos.
Se me llenan las manos de puños.
Se me llenan los ojos de rabia:
porque te veo inmóvil Buenos Aires, sumisa e inmóvil.
Inmóvil en la esquina del día que arde como
una bandera.
Y hay bocas con hambre que gimen contra los
muros.
Y hay sueños con hélices que giran contra las
estrellas.
Y hay la primavera que se desviste sobre los árboles.
Mientras nosotros vamos a sepultarnos como los
Mientras nosotros vamos a sepultarnos como los
difuntos
en las usinas, las fábricas y los talleres:
pisando colas de serpientes vivas.
Anillos de gusanos muertos.
Y crucifijos llenos de telarañas.
¡Y en los jardines silenciosos de los millonarios
que duermen
baila la primavera desnuda sobre las hierbas!
Fuente: La poesía del
cuarenta (Selección de Claudia Baumgart, Bárbara C. de Arnaud y Telma
Luzzani Bystrowicz), Buenos Aires, CEAL, 1981. El poema pertenece al libro Tumulto,
1935.
Nota: José Portogalo es el
seudónimo de José Ananía, nacido en Italia, en 1904 y fallecido en Buenos Aires
en 1973. Obtuvo el Premio Municipal por su libro Tumulto.
¡Feliz Primavera para todos los lectores!