Fin de año. Tiempo de
celebración. Un ciclo ha concluido. Con la última hoja del calendario desfilan
en aparente retirada los días ya marchitos. Y con ellos las palabras filosas y las voces melladas. Todo lo que fue
y lo que no fue. Las heridas y las letanías. El fuego y las cenizas. La
borrasca y el sol. Y sin embargo el tiempo está allí, como una red donde quedan
atrapadas esas hilachas infinitesimales donde ahora y siempre, ayer y hoy,
mañana y nunca, entonces y aún, cuando y mientras tanto entretejen su prosa.
Fin de año. Tiempo de
expectativas. O de disyuntivas. Dar vuelta la página. Pero , ¿cómo?
Lo por venir dibuja un interrogante. En realidad, aunque se tenga cierta comprensión del pasado y cierta presunción
del presente y en base a ellas se pueda arriesgar alguna conjetura, el futuro
representa invariablemente un enigma.
En el año a punto de expirar se
escuchó con bastante frecuencia la palabra grieta.
Tal vez se haya impuesto a partir del parloteo mediático y por repercusión auditiva
luego se extendió hacia otras áreas.¿Cuándo
y cómo se produce una grieta? En geología por efectos de contracción del suelo
o de un movimiento de tracción que supera la fuerza mecánica de los materiales. En el organismo humano y
animal las grietas son una consecuencia
de la rigidez y falta de flexibilidad de
la piel reseca. Y en una estructura edilicia pueden deberse simplemente
a las contracciones y dilataciones que la cinética terrestre impone a los materiales, o
a factores constructivos o catástrofes naturales. El término tiene también una
dimensión simbólica: se dice que un argumento presenta grietas cuando se lo
puede rebatir por vía de la lógica.
La grieta implica una fractura.
La presencia de grietas en la trama social es inevitable. Siempre las hubo y
las habrá. Y en alguna medida hasta se podría decir que algunas hendijas son saludables. Por una hendija se
puede observar lo que está escondido, lo que a simple vista no se advierte, lo
que subyace. Pero la grieta a la que me
refiero, si bien presenta resquicios por donde vislumbrar escondrijos, no es precisamente una hendija sino
un abismo entre el yo y el tú (él,ella,
ellos). Entre mi existencia y tu
inexistencia. Entre mi palabra y tu silencio.
Entre mi primera persona y las otras
personas. Entre mi dogma y tu
incredulidad. Y también es algo más: una herida. Hay heridas físicas y heridas
del alma. Aunque ambas son dolorosas, las primeras debilitan el cuerpo social y
las segundas corroen su médula y con ella los hilos conductores de la
sensibilidad, las emociones y los límites éticos.
Personalmente tomo con pinzas los
datos provenientes de esa mezcolanza en que se entrevera lo mediático y la desorientación ciudadana. Mi experiencia de
lectora me permite advertir que lo que dice un texto (por ejemplo, un relato)
tiene distintas formas de lectura ( en relación con el contexto, con el emisor,
con el receptor, con la sintaxis, etc). Pero,
la fractura existe. No es un producto de mentes afiebradas. Los materiales
han cedido a la presión de la circunstancia. Cuando un precipicio nos separa es
difícil conversar. La distancia impide que hasta los gritos se escuchen. Las
palabras se diluyen en el vacío. Se habla sin escuchar. La fisura frena todo posible diálogo. Y en su hondonada lo
fáctico desbarra.
La voraz y tenebrosa hendedura se ha instalado en las calles, en
los lugares de trabajo y entretenimiento, en las redes sociales, en las mesas
amistosas y familiares.
El 2016 se aproxima, medio
desangelado el pobre, o tan cargado de expectativas que se dobla como un árbol
expuesto a un huracán. Pero aún así debe haber lugar para la celebración. De la
vida. De la esperanza. De
la imperfecta, pero perfectible Democracia.
En las puertas del
nuevo año, la indomesticable poesía:
Celebrar lo que no
existe.
¿Hay otro camino para
celebrar lo que existe?
Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar
lo posible?
Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de
celebrar la palabra?
Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para
celebrar el amor?
Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de
celebrar el derecho?
Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para
celebrar lo que vive?
El poema es siempre
celebración
porque es siempre el
extremo
de la intensidad de
un pedazo del mundo,
su espalda de fervor
restituido,
su puño de desenvarado
entusiasmo,
su más justa
pronunciación, la más firme,
como si estuviera
floreciendo la voz.
El poema es siempre
celebración,
aunque en sus bordes
se refleje el infierno,
aunque el tiempo se
crispe como un órgano herido,
aunque el
funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus
volteretas y sus guiños.
Nada puede ocultar a
lo infinito.
Su gesto es más
amplio que la historia,
su paso es más largo que
la vida.
Roberto
Juarroz
Fuente: Juarroz,
Roberto, Poesía vertical 1983/1993,
Buenos Aires, Emecé Editores, 1993. El poema corresponde al número 3 de la Novena Poesía
Vertical [1987].
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