ODA A LOS VIEJOS Y GRANDES RÍOS
De pie, alejado y sin beber, miro los grandes ríos de mi
país,
salir con sus enormes lenguas oscuras hacia el mar.
Los ríos abiertos, angustiadores, abrasados por el sol y la
soledad sombría,
llegan al sur con sus dulces bocas melancólicas,
con sus continentes de flores;
con sus generosas venas apoyadas en el cieno.
Yo los he visto en las altas madrugadas acercarse como
pájaros solitarios,
y tocar la llanura, espantados, bebiendo sus lágrimas y
enterrando sus laúdes.
La planicie aplaca la voz y enceniza la piel de los labios,
y arde al corazón alegre con su fuerza y sus vientos
infinitos
-perdidos-
debajo de sus incansables cielos que llegan hasta el llanto.
Los ríos vienen con sus bañadas espadas, con sus rotos
albornoces amarillos,
con sus innumerables pueblos para arrojarse en el mar.
Yo permanecí todo un día, alguna vez, mirándolos y sentí
cómo el sol se ponía detrás de mi espalda
y anochecía por una parte de mi cara, y no pude detener
las lágrimas.
Los ríos grandes bajan hacia el sur cargados
de lluvias, enloquecidos de verano,
de los insectos, de sus enormes flores pesadas que crecen
en la noche
y lucen sobre la corriente fragante: sobre el harpa suave.
Llegan apretados a unir sus antiguas cabezas –los guardados
cabellos-
y a mover sus cuerpos desnudos –la deleitosa frente- en
el agua salada.
¡El mar desierto recoge nuestras soledades continuadas!
¡Oh, dulce Paraná!, flor río, padre de islas y largas
costas,
enaltecido por los ancianos de mi país;
ciego en tu eternidad, acaricias tus ciudades
como a una inmensa piel abandonada. Ellas te miran pasar
por debajo de hermosos árboles,
sobrio , con tu canasta de raíces y flores azules.
Tras de ti el aire, la luna, las tierras altas,
los ligeros caballos, el viento caluroso,
los pájaros, el manguruyú y los pequeños ríos
donde moja la furiosa lengua
el ocelote.
Te vuelves hacia el mar, sin huida, con los amarillos ojos
cerrados, corpulento,
y sin sumisión golpeas con los abiertos brazos
las islas, las rabiosas ramas: los muros últimos de la
tierra.
¡Solo!
El Uruguay arrastra sus piedras, sus caracoles, y sus
hinchadas nubes por el naciente;
los fortunados cuerpos y las rotas amapolas.
¡Oh ríos, fuentes de la memoria!
Fuente: Molinari, Ricardo, Las
sombras del pájaro tostado- obra poética (1923-1973), Buenos Aires, Ed. El
Mangrullo, 1974. El poema pertenece al libro: El alejado, 1943.
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