martes, 27 de marzo de 2012

ANTONIO TABUCCHI: Sueño de Arthur Rimbaud, poeta y vagabundo


El sueño no es un producto de la vida despierta. Es el estado subjetivo fundamental.

                                                                                                       Gastón Bachelard




   La noche de veintitrés de junio de 1891, en el hospital de Marsella, Arthur Rimbaud, poeta y vagabundo, tuvo un sueño. Soñó que estaba cruzando las Ardenas. Llevaba su pierna amputada bajo el brazo y se apoyaba en una muleta. La pierna amputada estaba envuelta en papel de periódico, en el cual,  en titulares de gran tamaño, estaba impresa una de sus poesías.
   Era casi medianoche y había luna llena. Los prados eran de plata, y Arthur cantaba. Llegó hasta las cercanías de un caserío en el que se veía una luz encendida a través de la ventana. Se tumbó en la hierba bajo un enorme  almendro, y siguió cantando. Cantaba una canción revolucionaria y errabunda que hablaba de una mujer y de un fusil. Al poco rato, la puerta se abrió y salió una mujer que avanzó hacia él. Era una mujer joven, y llevaba el pelo suelto. Si quieres un fusil como el de tu canción, yo puedo dártelo, dijo la mujer, lo tengo en el granero.
   Rimbaud se aferró a su pierna amputada y rió. Voy a la Comuna de París, dijo, y necesito un fusil.
   La mujer lo guió hasta el granero. Era una construcción de dos plantas. En el piso de abajo había ovejas, y en el piso de arriba, al que se subía por una escalera de travesaños, estaba el granero. No puedo subir hasta ahí arriba, te esperaré aquí, entre las ovejas. Se tumbó  sobre la paja, y se quitó los pantalones. Cuando la mujer bajó, lo encontró preparado para hacer el amor. Si quieres una mujer como la de tu canción, dijo la mujer, yo puedo dártela. Rimbaud la abrazó y le preguntó: ¿Cómo se llama esa mujer? Se llama Aurelia, dijo la mujer, porque es una mujer de sueño. Y se desabrochó el vestido.
   Se amaron entre las ovejas, y Rimbaud mantenía siempre cerca su pierna amputada. Cuando se hubieron amado, la mujer dijo: Quédate. No puedo, respondió Rimbaud, tengo que marcharme, sal fuera conmigo, para ver cómo nace el alba. Salieron a la explanada mientras empezaba a clarear. Tú no oyes esos gritos, dijo Rimbaud, pero yo los oigo, vienen de París y me llaman, es la libertad, es la llamada de la lejanía.
   La mujer seguía desnuda, bajo el almendro. Te dejo mi pierna, dijo Rimbaud, cuida de ella.
   Y se dirigió hacia la carretera principal. Qué maravilla, ahora ya no cojeaba. Caminaba como si tuviera dos piernas. Y bajo sus zuecos, la carretera resonaba. El alba era roja por el horizonte. Y él cantaba, y era feliz.

Fuente: Tabucchi, Antonio, Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Barcelona, Editorial Anagrama, 1996.

Tabucchi expresa en la nota inicial de este libro:

A menudo me ha asaltado el deseo de conocer los sueños de los artistas a los que he admirado. Por desgracia, aquellos de los que hablo en este libro no nos han dejado las travesías nocturnas de su espíritu. La tentación de remediarlo de algún modo es grande, convocando a la literatura  para que supla aquello que se ha perdido. Y, sin embargo, me doy cuenta de que estas narraciones vicarias, que un nostálgico de sueños ignotos ha intentado imaginar, son tan solo pobres suposiciones, pálidas ilusiones, inútiles prótesis. Que como tales sean leídas, y que las almas de mis personajes, que ahora estarán soñando en la Otra Orilla, sean indulgentes con su pobre sucesor.

Antonio Tabucchi nació Vecchiamo -Italia- el 24 de septiembre de 1943 y murió en Lisboa el 25 de marzo del 2012.

martes, 20 de marzo de 2012

ENRIQUE MOLINA: La vida prenatal


Era el corazón de mi madre
Aquel tan-tan de las tinieblas
Aquel tambor sobre mi cráneo
En las membranas de la tierra

(La lenta piragua materna
Un ritmo de espumas en viaje
Una seda de grandes aguas
Donde un suave trópico late)

Día y noche su ceremonia
-No había día ni había noche-
Solo un hondo país de esponjas
Toda una tribu de tambores

El corazón de un sol orgánico
Un ronco sueño de tejidos
Yo era la magia y era el ídolo
En el fondo de las montañas

Aquel tambor donde golpeaban
Las galaxias y las mareas
Aquella sangre germinada
Por el vino de la Odisea

Vivir en un huevo de llamas
Mezclando la tierra y el cielo
Vivir en el centro del mundo
Sin rostro sin odio ni tiempo

Crecía antiguo en la dulzura
Con astrales ojos de musgo
Yo era un germen lleno de estrellas
Un poder oscuro y terrible

Tu corazón -¡oh madre mía!-
Resonaba como el océano
Batía sus alas salvajes
Su insaciable tambor de fuego

Yo te besaba en las entrañas
Yo me dormía entre tus sueños
En un país de rojas plumas
Era tu carne y tu destierro

El paraíso de tu sangre
La gran promesa de tus brazos
Oía al sol en su corriente:
Tu corazón lleno de pájaros

Aquel tambor de la aventura
Aquel tambor de luna viva
La tierra ardiendo con su grito
Una vida desconocida

Afuera todo era enemigo
Las uñas las voces el frío
Los días las rosas las uvas
El viento la luz el olvido.

Fuente: Molina Enrique, Hotel pájaro, antología, Buenos Aires, CEDAL, 1981.

Una gaviota desafiando al océano.







jueves, 8 de marzo de 2012

MUJERES EN EL REINO


El ámbito literario parece, a pesar de la revolución feminista, un dominio de hombres. Sólo las mujeres muy talentosas y de agallas logran destacarse por sí mismas dentro de ese reino de exclusividad. Sin embargo abundan los hombres mediocres que se mueven a sus anchas en él y hasta con el tiempo logran recubrirse  con un  barniz de celebridad que los  acerca al centro de la escena. Hay muchas mujeres que entran al reino por la puerta de servicio: algunas son hábiles cortesanas, otras son las que van de relleno cuando falla alguna figura  de interés, otras forman parte de sectas de distinta laya, otras viven a la sombra de maridos,  amantes, padres o  parientes, que tienen algún tipo de sartén por el mango.  Situación lamentable que, en cierta medida, supedita su talento personal y  empalidece  el mérito propio. Sin embargo, siempre hubo y habrá mujeres que no perteneciendo a ninguno de los grupos mencionados escriben con pasión, por el placer de hacerlo. Sin más reconocimiento que la alegría inmensa de dar cuerda a sus  deseos de crear.
Simone de Beauvoir ha dicho: “No se nace mujer: se llega a serlo” (El segundo sexo). Doble trabajo tenemos las que construimos y cuidamos nuestra femineidad y paralelamente pretendemos ser obreras y activistas de un gremio en el cual no llevamos las de ganar. No creo que el talento sea una marca de género ni admito que la condición de procreadoras modifique ni a favor ni en contra nuestra posibilidad de ser creadoras. Me siento compañera y complementaria del hombre en la vida y en el arte y orgullosa, al fin, de engendrar hijos de papel.