jueves, 30 de agosto de 2012

POESÍA ARGENTINA ACTUAL: Poemas de Adriana Barrandeguy


MARCA EN EL ORILLO

somos
la bolsa o la vida, dijo,
                                    un pequeño
género humano
                                                como flor de oscuro peso
                             o parva sobre un río
                                                yunta
                                          pasto deleitoso al germen
                                                 de un desecho
brindis que los días úrdanse de males
                                   por faenar
                           puente y dioses
                                un filón / la entraña
                                       donde otro sí
segado bajo su escombro
tuviera regocijo
                                                abriendo
                                   paulatino trasmundo
sin hebra mansa
                                leche
                                        ni brizna da calor
                                        a rebaño minúsculo:
                          bichos de cantería
                                   que tan de veras
                            pujan
rota
puerta del paraíso


OTOÑO

Rocío de este mundo…Sí sin duda
Y entretanto…
Haiku de Issa

el término de un árbol
                                             descarga la minucia:
                    hojas
con un espasmo antiguo

                                        a tan corto día
¿no habrá de darle el viento
igual matiz?
: se vive / se muere
y –agrega la fiera de los sueños-
                                   ningún lugar
                            ni rastro tuyo
(amenazas

:nada más que ese rocío
                             croquis ligero
                                          hilachas
                                                        desorbitadas
molduras drenando en la pista de un circo
                          ocre
portón o herrumbre que se azota
                             entonces
hay un vértigo

Fuente: Barrandeguy, Adriana, En el orillo, Buenos Aires, Ediciones Último Reino, 1993.

sábado, 25 de agosto de 2012

24 de agosto: BORGES Y EL DÍA DEL LECTOR


LECTORES

De aquel hidalgo de cetrina y seca
tez y de heroico afán se conjetura
que, en víspera perpetua de aventura,
no salió nunca de su biblioteca.
La crónica puntual que sus empeños
narra y sus tragicómicos desplantes
fue soñada por él, no por Cervantes,
y no es más que una crónica de sueños.
Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
inmortal y esencial que he sepultado
en esa biblioteca del pasado
en que leí la historia del hidalgo.
Las lentas hojas vuelve un niño y grave
sueña con vagas cosas que no sabe.


La ley 26.754, sancionada el 27 de junio del 2012 y promulgada por el Congreso Nacional el 25 de julio del 2012, instituye el 24 de agosto, día del natalicio de Jorge Luis Borges, como “Día del Lector”.
Cabe la duda de si a Borges le hubiera gustado que una afición tan particular como la lectura fuera reglamentada.
Lector infatigable de libros y lector de las innúmeras experiencias que la existencia propone o impone,  comparó a la biblioteca con el mundo, con su proteica fuerza. En el final de su cuento la Biblioteca de Babel afirma:

La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden. El Orden).

En el poema Lectores retoma una idea barroca, que se repite en muchos de sus textos: la que desplaza el límite entre el soñar y el vivir, la que nos pone a todos los lectores frente a los enigmas con que la percepción, la ilusión y la invención  nos crean y recrean ad infinitum. Borges supo que más allá de las palabras que un libro contiene, hay una comarca de sombras e intuiciones, que desearíamos tal vez  delimitar, sin darnos cuenta  de que su condición es lo inaprensible. La lectura es una apertura a lo insondable, a lo que no puede tener más peso ni medida que la vaga  circunstancia del soñador que lee en la escritura el sueño de otro soñador que, a su vez,  lo está soñando.
Mucho nos ha enseñado sobre la lectura quien transformara el  acto de escribir en predisposición  por el desciframiento.

Fuente: Borges, Jorge Luis. Obra poética, Buenos Aires, Emecé Editores, 1977. El poema Lectores pertenece al libro: El otro, el mismo (1964).

martes, 14 de agosto de 2012

CLARICE LISPECTOR: La pasión según G.H.


La materia narrativa consiste, en la novelística tradicional y aún en la no tradicional, en la sucesión y encadenamiento de sucesos o  episodios que dan sustento a la trama y que conforman el punto de partida de la intriga novelesca. Esa materia de la fabulación está ausente en La pasión según G.H. (1964). Si nos atenemos al único   hecho anecdótico de la novela lo podríamos sintetizar de  la siguiente forma: la protagonista y narradora entra al cuarto de la mucama  que ha sido despedida y, al revisarlo, encuentra una cucaracha, a la que terminará devorando. Pero, evidentemente, esas acciones por sí mismas no podrían ser el centro de interés de ningún relato, ni el punto de partida de ninguna intriga, dentro del multifacético muestrario de narraciones convencionales.
¿Cómo surge una novela a partir de tan desconcertante propuesta? Surge del sorprendente poder imaginario de una escritora que además de renovar la perspectiva de un género, tiene mucho para decir, y una extraña y prodigiosa intensidad para decirlo. He aquí el modo tan singular con que describe a esa simbólica cucaracha: “Era una cucaracha tan vieja como salamandras y quimeras y grifos y leviatanes. Era antigua como una leyenda. Miré su boca: allí estaba la boca real.” Comerla es incorporarla, ser parte de la sustancia inmunda y repulsiva con que se manifiesta en cierta medida la realidad. Descender hacia lo inhumano, hacia el asco que provoca lo inconcebible: “frente a la cucaracha viva, el peor descubrimiento fue que el mundo no es humano y que no somos humanos.”
La pasión según G.H. es un viaje hacia la interioridad, un viaje que ahonda en lo físico y en lo metafísico y un viaje que atraviesa el lenguaje y encuentra en él, en sus contrastes, en su riqueza imaginaria, en su fulgor y en  su estremecimiento, la razón de ser de lo que cobra sentido a medida que es contado, de lo que se revela y  se torna revelación  a los ojos de los lectores. “…sabía que mi alegría era el sufrimiento, me preguntaba si estaba huyendo hacia Dios por no soportar mi humanidad”, afirma mientras asume su apasionada caída en procura de un más hondo sentido de la existencia.
Poco se conoce acerca de la vida práctica de la protagonista. Pero, hay dos datos significativos: en primer lugar, que es escultora, y en segundo, que importan más las iniciales del nombre grabadas en una valija que el nombre mismo. La actividad de esculpir tiene una relación directa con la forma en que a lo largo de su contar va moldeando la palabra, como si fuera un material maleable, de gran ductilidad, que se va transformando y adquiriendo tonos de una profusión inquietante y vislumbres inesperadas: “De la escultura , supongo, recibí mi manera de pensar solo a la hora de pensar, pues aprendí a pensar solo con las manos y solo cuando las usaba.” Las iniciales en la valija revelan que lo importante de su identidad está puesto en la travesía: “¿Qué quería esa mujer que soy? ¿qué le pasaba a G.H. del cuero de la valija?”
A lo largo del monólogo narrativo se distinguen puntos clave: lo neutro, lo inexpresivo, la “cosidad”, el reflejo divino. Puntos   de entrada y salida, hendijas quizás,   en esa suerte de ascesis que implica la narración: “…en los intersticios de la materia primordial está la línea de misterio y fuego que es la respiración del mundo, y la respiración continua del mundo es aquello que escuchamos y llamamos silencio.”
El objetivo de  su itinerario es el conocimiento, de sí misma y del mundo que la rodea. Conocimiento al que sólo es posible acceder a través del lenguaje. La poeticidad alcanza una potencia inusitada ya que, despojada de todo ropaje retórico, de toda posible filigrana verbal  se manifiesta  como estallido, como lucha, como socavón provocativo. Cito un ejemplo: “Mi mundo hoy está crudo. Es un mundo de una gran dificultad vital. Pues más que un astro, hoy quiero la gruesa raíz de los astros, quiero la fuente que siempre parece sucia, y es sucia, y que siempre es incomprensible.”
Con frecuencia la narradora-protagonista se dirige a una segunda persona: “Dame tu mano.
Te voy a contar cómo entré en lo inexpresivo que siempre fue mi búsqueda ciega y secreta.” Ese Otro desconocido e innombrado  podría interpretarse como invocación  que religa ese estado subyacente al yo, desde el que narra, con  la exterioridad donde su indagación verbal se transforma en texto.
 La búsqueda de despojamiento, la desnudez de las sensaciones, el método –si correspondiera llamarlo así- con que esta larga reflexión va alcanzando lo primigenio, lo ilimitado por denominaciones o determinaciones, el germen del existir, se va dando como en oleadas. Tal vez por eso cada capítulo termina con la misma frase que empieza el siguiente y  en ese in crescendo  la palabra  alcanza   su mayor violencia y luminosidad. De allí la pasión a que alude el título. La pasión que es pérdida y es hallazgo, la pasión que desciende para ascender, la pasión que es desolada, que es intemperie tendida para el nacimiento de lo que  no está signado. Un Vía Crucis (este término da título a otro de los libros de Clarice) con diferentes estaciones de lo inacabado: “Falta solo el golpe de gracia  -que se llama pasión.”, dirá casi al final de este  viaje de “despersonalización”, “de desheroización de mí misma”, según atisba -   porque lo suyo es atisbar, no afirmar-  para, finalmente, arribar al punto máximo de tensión: “la condición humana es la pasión de Cristo.”
Llegar al silencio  le devuelve la confianza. Nunca está todo dicho, ni lo que se dice está acabado en sí mismo y hasta el centro voluntario de la personalidad  es una suerte de convulsión acechante: “el yo es solo uno de los espasmos instantáneos del mundo.”
La pasión según G.H. no es una novela  destinada a cualquier lector. La misma autora lo aclara en su dedicatoria:
Este es un libro como cualquier otro. Pero me sentiría contenta  si fuese leído por personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente –atravesando incluso  lo contrario de aquello hacia lo cual nos aproximamos.
Una advertencia necesaria, ya que muchas veces, se confunde la peripecia, que es repentina y accidental, con la potencia del acto, complejo  y, en   gran   medida, indescifrable.
Un bello y enigmático texto. Celebración perturbadora  de los secretos del verbo.

Fuente: Lispector, Clarice, La pasión según G.H., Buenos Aires, Editorial El cuenco de plata, 2010. Traducción: Mario Cámara.

martes, 7 de agosto de 2012

HÉCTOR TIZÓN: Una voz del NOA con resonancias universales

Yala, Jujuy.




La Argentina es un país ficticio, remoto. Todos nos estamos yendo, siempre; así como todos estamos volviendo para aquí. [1]


[1] Frase extraída del cuento El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar, perteneciente al libro El jactancioso y la bella, 1972.


SOTA DE BASTOS, CABALLO DE ESPADAS (1975)
Fragmento

En una tarde oscura de agosto marcha en retirada hacia el sur una muchedumbre de desarropados; entre la muchedumbre también hay gente principal –la única que verdaderamente siente y sufre el éxodo - y es la que teme más a los soldados propios que al enemigo que viene pisándole los talones. Entre esa muchedumbre, de pie o montada, se desparraman las tropas improvisadas, las reses que mueren de sed o caen para no levantarse y son rematadas a golpes por sus arrieros o a tiros por los soldados. Algunos no pueden contener el llanto o dan de alaridos, incluso hay quienes pretenden regresar, escapando, pero entonces son perseguidos y fusilados antes de que ninguno de los dos sacerdotes que marchan confundidos con el pueblo y la tropa en retirada pueda acudir.
Pronto, a las cinco o seis leguas, llega la noche, pero se ordena no encender fuegos y proseguir. Atrás quedó la tierra deshabitada, la villa con sus viviendas vacías, las puertas y postigos batiéndose con el viento que ha empezado a soplar. Solo unos gatos merodean entre los pocos muebles de algunas casas y en las calles. Todos los perros se han marchado detrás de sus dueños.
Una lechuza pesada y vieja cruza, va y viene desde la cúpula de la iglesia matriz hasta uno de los torreones del Cabildo. Y esta lechuza será la misma que muchos años después siga sobrevolando el mismo espacio, contemplando el mismo cielo, cuando todo haya cambiado o vuelto a empezar.
La vanguardia real llegó a la villa dividida en dos columnas, una abierta de la otra a la altura de Los molinos, tomó por el este, cruzó el río grande, de poco caudal en invierno, cerca del cementerio indio, y la otra avanzó por el camino real para caer a la ciudad desde los altos de Quintana. Ambas columnas avanzaron entonces para converger sobre el centro y de galope recorrieron las calles, echando al aire una salva de disparos en la plaza.
Alguien, que vagabundeaba por la villa desierta los vio pasar; parado bajo el soportal de una fonda contempló a los soldados nerviosos y cubiertos de polvo, al trote de sus cabalgaduras, sable en mano, dando voces, hostigando a las yuntas de mulas que arrastraban los cañones, y escuchó los clarines y vozarrones de mando. Pero, aunque pasaron a su lado, nadie pareció verlo. Muy viejo pero ágil como muchacho, de un salto estuvo en la calle y comenzó a deambular otra vez con un zurrón de piel muy abultado, que le colgaba de un hombro. Caminando nuevamente por el centro de la calle, rumbo al norte, el vagabundo cree reconocer a su paso las casas principales, con los cuartos delanteros en su mayoría utilizados para el expendio de aguardiente, ahora también abandonados, las puertas destrozadas balanceándose en pedazos  sobre sus goznes, y ese espectáculo parece divertirlo; a veces se detiene unos instantes, pero sigue su camino sin entrar. No es bueno –piensa- habitar bajo el mismo techo con las golondrinas. Al cabo de cuatro o cinco manzanas comienzan las quintas, divididas unas de otras por líneas de sauces y tapiales; frente a una de ellas, un perro oscuro le sale al paso, pero a corta distancia se detiene, encrespa el lomo y huye, gimiendo.
Al atardecer del día siguiente, el mismo hombre está en Yala, merodeando entre las ruinas de la casa. Atraviesa uno de los patios por debajo de un arco en cuya cumbre hay una cruz de hierro torcida. Entra en un recinto  semidestechado, vuelve a salir a otro patio interior con un aljibe cuya boca despide olor a podrido, y entonces llama a una puerta con suaves golpes, seguro y cauteloso, como quien tiene cita concertada.


Nota: La narración gira en torno al tema de El Éxodo Jujeño, hecho histórico que tuvo lugar el 23 de agosto de 1812. El Ejército del Norte, al mando del General Manuel Belgrano, ante el avance de las tropas realistas, provenientes del Alto Perú, debe emprender la retirada hacia Tucumán, por orden del Triunvirato. Los pobladores de la  ciudad de San Salvador de Jujuy, ubicada al sur de la Quebrada de Humahuaca,  debieron abandonar el poblado e inmediaciones. Derrotado en Huaqui, Belgrano desoye las órdenes de regresar a Córdoba y combate victoriosamente contra los realistas en Tucumán y Salta.

Héctor Tizón nació en Yala, Jujuy- Argentina,  el 21 de octubre de 1929 y falleció en Jujuy el 30 de julio de 2012. Hacia 1940 integró el grupo regional del NOA La Carpa y fue  uno de los promotores de la revista Tarja.

Fuente: Tizón, Héctor, Sota de bastos, caballo de espadas (novela), Buenos Aires, CEAL, 1981.