lunes, 28 de diciembre de 2015

En las puertas del 2016, un poema de ROBERTO JUARROZ

Fin de año. Tiempo de celebración. Un ciclo ha concluido. Con la última hoja del calendario desfilan en aparente retirada los días ya marchitos. Y con ellos las palabras  filosas y las voces melladas. Todo lo que fue y lo que no fue. Las heridas y las letanías. El fuego y las cenizas. La borrasca y el sol. Y sin embargo el tiempo está allí, como una red donde quedan atrapadas esas hilachas infinitesimales donde ahora y siempre, ayer y hoy, mañana y nunca, entonces y aún, cuando y mientras tanto entretejen su prosa.
Fin de año. Tiempo de expectativas. O de disyuntivas. Dar vuelta la página. Pero, ¿cómo? Lo por venir dibuja un interrogante. En realidad, aunque se tenga cierta  comprensión del pasado y cierta presunción del presente y en base a ellas se pueda arriesgar alguna conjetura, el futuro representa  invariablemente un enigma.
En el año a punto de expirar se escuchó con bastante frecuencia la palabra grieta. Tal vez se haya impuesto a partir del  parloteo mediático y por repercusión auditiva luego se extendió  hacia otras áreas.¿Cuándo y cómo se produce una grieta? En geología por efectos de contracción del suelo o de un  movimiento de   tracción que supera la fuerza mecánica  de los materiales. En el organismo humano y animal las grietas  son una consecuencia de la rigidez  y falta de flexibilidad de la piel reseca. Y en una    estructura edilicia pueden deberse simplemente a las contracciones y dilataciones que la  cinética terrestre impone a los materiales, o a factores constructivos o catástrofes naturales. El término tiene también una dimensión simbólica: se dice que un argumento presenta grietas cuando se lo puede rebatir por vía de la lógica.
La grieta implica una fractura. La presencia de grietas en la trama social es inevitable. Siempre las hubo y las habrá. Y en alguna medida hasta se  podría decir que algunas  hendijas son saludables. Por una hendija se puede observar lo que está escondido, lo que a simple vista no se advierte, lo que subyace. Pero  la grieta a la que me refiero, si bien presenta resquicios por donde vislumbrar   escondrijos, no es precisamente una hendija sino  un abismo entre el yo y el tú (él,ella, ellos). Entre mi existencia y tu inexistencia. Entre mi palabra y tu silencio. Entre mi primera persona y las otras personas. Entre mi dogma y tu incredulidad. Y también es algo más: una herida. Hay heridas físicas y heridas del alma. Aunque ambas son dolorosas, las primeras debilitan el cuerpo social y las segundas corroen su médula y con ella los hilos conductores de la sensibilidad, las emociones y los límites éticos.
Personalmente tomo con pinzas los  datos provenientes de esa mezcolanza   en que se entrevera lo mediático y la  desorientación ciudadana. Mi experiencia de lectora me permite advertir que lo que dice un texto (por ejemplo, un relato) tiene distintas formas de lectura ( en relación con el contexto, con el emisor, con el receptor, con la sintaxis, etc).  Pero, la  fractura existe. No es un   producto de mentes afiebradas. Los materiales han cedido a la presión de la circunstancia. Cuando un precipicio nos separa es difícil conversar. La distancia impide que hasta los gritos se escuchen. Las palabras se diluyen en el vacío. Se habla sin escuchar. La fisura  frena todo posible diálogo. Y en su hondonada lo fáctico desbarra.
La voraz y tenebrosa  hendedura se ha instalado en las calles, en los lugares de trabajo y entretenimiento, en las redes sociales, en las mesas amistosas y familiares.
El 2016 se aproxima, medio desangelado el pobre, o tan cargado de expectativas que se dobla como un árbol expuesto a un huracán. Pero aún así debe haber lugar para la celebración. De la vida. De la esperanza. De la imperfecta, pero perfectible Democracia.

En las puertas del nuevo año, la indomesticable poesía:

Celebrar lo que no existe.
¿Hay otro camino para celebrar lo que existe?

Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar lo posible?

Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de celebrar la palabra?

Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para celebrar el amor?

Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de celebrar el derecho?

Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para celebrar lo que vive?

El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz.

El poema es siempre celebración,
aunque en sus bordes se refleje el infierno,
aunque el tiempo se crispe como un órgano herido,
aunque el funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus volteretas y sus guiños.

Nada puede ocultar a lo infinito.
Su gesto es más amplio que la historia,
su paso es más largo que la vida.

                                    Roberto Juarroz


Fuente: Juarroz, Roberto, Poesía vertical 1983/1993, Buenos Aires, Emecé Editores, 1993. El poema corresponde al número 3 de la Novena Poesía Vertical [1987].

sábado, 28 de noviembre de 2015

LISBON REVISITED 2015 (com licença do Sr. Fernando Pessoa )





El tiempo se esponja. Y luego sobreviene la tormenta. Recuerdos e impresiones se convierten en nubes, en nubarrones, en sedas y percales. El reloj que ha cambiado su hora entre ayer y hoy –y eso ya es bastante para descompaginar cronologías-, se hunde en la marea de las sensaciones y, de improviso,  agita sus agujas alocadamente. En el mapa todo parecía hasta tal punto  claro y vívido  que veinticinco años prometían caber en un instante. Y sin embargo, fue comenzar a andar y sentir que los nombres y las puntualizaciones geográficas emergían de la  evocación como islas en medio de un mar de  incertidumbre o como esos hilos sueltos que  el tejido del sueño deja sobre la almohada, al despertar. A cada paso, Lisboa se   convertía en laberinto;     resultaba, sin duda, inquietante entrar y salir por sus misteriosos pasajes sin encontrar alguna señal de partida o llegada. Y  era esa otra cartografía, silenciosa e inextricable, que la memoria cree guardar y resguardar, la que se  disipaba. Pues  el alma es ayer y hoy. 
 La antigua  urbe, convertida en enigma,  confrontaba opacidad imaginaria  y raciocinio. El desasosiego que me invadió a poco de llegar aumentó al día siguiente ya que, para colmo de males, se desató una verdadera  tempestad. La  contingencia climática enturbiaba aún más  mis expectativas.  Llovía a cántaros y el viento tironeaba de nuestros brazos y de nuestras piernas con dirección al Tajo. Un sinfín de gaviotas oscuras y   trémulas se agitaba  sobre   orillas desleídas  por la bruma. El Cais de Sodré, borroso tras el chubasco, escondía sus amarraderos y parecía que de buenas a primeras íbamos a salir volando. Pero, hacia el mediodía amainó  el aguacero y el ventarrón, y un sol tímido comenzó a guiar nuestros pasos. Chorreante aún pero luminosa apareció la praça do Comércio, y de allí en más:   la rua Augusta, el elevador de Santa Justa, Chiado y Rossio, y  a continuación la elegante rua de Garrett. El trayecto se  iba tornado familiar, cercano. Y sin embargo faltaba esa quietud de  aquellos momentos lejanos  en los que la  había recorrido por primera vez.. Lisboa era entonces una ciudad tan ensimismada como sus moradores. Gente de pocas palabras y de tono cortante. De los que hablan para adentro y pronuncian como con un filo entre los dientes. Mi primer encuentro con la lengua portuguesa tuvo lugar en esas calles y entre esa gente. Años después frecuenté el portugués de Brasil, tan diferente en su tono, en algunas de sus voces y en el transfondo cultural de un país que siendo hijo de Portugal, poco se le parece. Aprendí portugués para poder leer a Pessoa en su idioma. De  ese modo –casi diría sesgado  que impone la poesía- fui hilvanando mis primeras frases y decodificando los  diversos sentidos, que dentro y fuera de la trama de signos, toda lengua convoca.
A pesar de que ya reconocía los sitios por donde transitábamos, todos ellos   se veían iluminados por una luz distinta. Aquella ciudad del pasado tenía un tinte brumoso y un recogimiento, matizado de tanto en tanto, por  esa pátina legendaria que le otorgaba la reminiscencia. Saudade, al fin de cuentas,  de la  prístina Olissipo. El 25 de abril estaba cerca, aún, y la sombría  imagen de Salazar atizaba controversias y debates. Por entonces yo asistía, como becaria del ICALP a cursos de lengua y cultura en la universidad de Lisboa. Y a la par  me abocaba a  la búsqueda de materiales que me permitieran abordar la interesante pero ardua obra de Fernando Pessoa. A decir verdad, en cada rincón me parecía escuchar el eco de las distintas voces con que el poeta simuló ser él mismo. En  diversos momentos de mi vida gocé y sufrí  de apasionamiento por la obra de algún poeta. Pero en el caso de Pessoa había algo diferente: no me apasionaba tanto su poesía como su juego de construcción creadora. Esa especie de teatralidad presente en los desdoblamientos, las máscaras, el fingimiento, la re-presentación. E intuyo que Lisboa habrá sido , un escenario propicio para un planteo que excede en gran medida el hacer poético, y que tiene sus raíces en la historia y en el torbellino de ideas que generó el fin del siglo XIX y el comienzo del XX. Ese escenario de callejas intrincadas, de paços, becos, travessas, escalinatas, pendientes, miradores, alturas y hundimientos es, sin duda, un espacio para perderse y encontrarse. La complejidad urbanística implica un orden diverso del de aquellas ciudades lineales y planas donde cada paso que se da parece lo esperable. Allí cada  avance representa un encuentro con la encrucijada y, por ello logra descolocarnos de la rutina y también de la tantas veces precaria visión objetiva.  Al perder el sentido de una exterioridad previsible, el ser humano tiende, según creo, a buscar y bucear en su intimidad, tratando de hallar en aquello más propio y entrañable  una conexión con otras intimidades, las ajenas, las de otros, que  a su vez lo reflejan y  le permiten reflejarse  en la alteridad.
Mientras caminábamos, un poco a la deriva, que es casi la mejor manera de ver hacia fuera y hacia adentro, volvían a mi memoria las veladas en el Club de Jazz de la praça de Alecrim, los coloquios deshilachados,  frutos de la pluralidad lingüística  del grupo de condiscípulos con que me reunía en la Casa do vinho do Porto, las noches de fado en algún extravagante local de la Alfama, mis tardes de estudio y lectura en el parque Eduardo VII, las escapadas a Belem  y el infaltable pastel de nata con un tazón de chocolate caliente, las crujientes castañas, recién asadas en el fogón de una esquina, la casa del barrio de Anjos donde alquilaba un cuarto a un matrimonio de ancianos encantadores, el teatro São Luiz, los conciertos en la Fundación Gulbenkian, el transbordador cruzando el Tajo…

Sé (iglesia catedral)
 
Monumento a Luiz Vaz de Camões
Eléctrico 28.
Vivir durante un tiempo en una ciudad no es lo mismo que visitarla de paso. En la cotidianeidad se encuentran los matices, las peculiaridades, la variedad costumbrista, los contrastes, las marcas de identidad de un pueblo. La visita rápida  tiene algo de curioseo. Todo se ve  a vuelo de pájaro y, si se agrega que uno ya conoce el lugar y vuelve después de muchos años,  sobreviene una especie de estupor, lógicamente provocado por el salto  temporal. En mi caso Lisboa ha tenido una doble cara: cuando estuve por primera vez allí estaba pasando un mal momento personal  y su recogimiento y “provincianía”  significó para mí, un cobijo. Aunque parezca raro, en medio de la tristeza encontré la alegría. El buen trato que me prodigaron mis hospederos, la  solidaridad y  afecto de la “pandilla lisboeta”, que se formó entre los asistentes a los cursos, el carácter austero de los portugueses, esa sensibilidad que logré advertir en la expresión de  algunos escritores, su predilección por la  sugerencia  y la  insinuación  antes que  por el término  potente o crudo, despertaron en mí un gozo perdurable. A tal punto que su atmósfera fue entrando durante todos estos años en mi melancolía hasta transformarla en esta  sencilla serenidad que  hoy me acompaña. La visita fugaz me reveló cambios y me dejó intuir ciertos resquemores por parte de los lugareños. Se ha transformado en un polo turístico fenomenal – basta con ver los tan “engraçados” eléctricos abarrotados de gente y murmullos  que los transforman en babeles ambulantes. A Belem se viaja en el 15, que hoy en día es un moderno   vehículo de doble cuerpo,  con fuelle. Pero aún sigue circulando el tradicional 28, que da toda la vuelta por Lisboa, desde Martín Moniz, pasando por Alfama y la Sé, Estrela y fin del recorrido en el cementerio de Prazeres. En él llegamos a la Fundación Casa de F. Pessoa, que data de 1993. Un bien acondicionado lugar  de información e intercambio sobre su vida y obra y de resguardo de algunas de sus pertenencias.
 Las plazas están iluminadas hasta tarde, las calles pobladas de paseantes, y en muchas esquinas músicos o grupos musicales que difunden los sonidos cavoverdianos, o jazz u otras variantes rítmicas. Nos alojamos en un hotel en el bairro alto, frente a la praça do Príncipe Real, en cuyo centro hay un bistró, con mesas diseminadas entre los árboles y un quiosco en cada extremo donde desde la mañana a la noche se bebe buen café (y barato para nuestro cambio), cerveza o cualquier otra libación. Hay un movimiento general en la ciudad que no puede dejar de resultar llamativo para quienes conocimos el sitio en otras épocas. Pero además del ajetreo de peatones y  de la variada oferta gastronómica y de entretenimiento, se advierte ese otro movimiento, casi diría subterráneo, que 
El 8 de marzo de 1914, el poeta
escribió sobre esta cómoda
O guardador de rebaños.
Y nació el Maestro Caeiro.
resulta del reciclado de lo antiguo y de los nuevos aires y tendencias de consumo y ornamentación. A ello se suma el auge constructivo. En aquella época había solo dos barcitos bastante  despojados, en la vera del Tajo. Han desaparecido y en su lugar las vallas y aparataje anuncian un plan de obras para una estructura portuaria más ambiciosa que cuente  con los  infaltables centros comerciales, de ocio y de consumo alimentario. Algo me dice que a muchos portugueses esta onda expansiva no les cae del todo bien. Pero, a la larga y como todos los habitantes del nuevo orden o desorden –nunca se sabe- planetario deberán adaptarse al  engranaje del   devenir.

Museo Arqueológico.
El ascenso en el elevador de Santa Justa nos permitió apreciar una vista panorámica de la ciudad. Hacia un lado, las ruinas del Convento do Carmo, una de las tantas pérdidas ocasionadas por el terremoto de 1755. Actualmente, funciona, en  el sector que se ha podido restaurar, el Museo Arqueológico. A la distancia, tejados rojos, y sobre otra elevación del terreno las torres del Castelo de São Jorge, la Sé (iglesia catedral) y, de frente, el Terreiro do paço y la desembocadura  del río más largo  que cruza la península Ibérica y nace en las sierra de Albarracín (Teruel-España).
Ruinas del Convento do Carmo.
La avenida de la Liberdade continúa  siendo una arteria  que maneja el pulso ciudadano y en un extremo, el marqués de Pombal, vigilante desde los tiempos de la Ilustración, mantiene su aire grave y su mirada     imperiosa. Don Luiz Vaz de Camões, encarna en su gigante figura de seis metros el esplendor que su lira otorgó al canto de gesta. La torre de Belem, enfrentada al oleaje y representando las hazañas náuticas de otrora no condice con la cursilería del cartel de lentejuelas rojas y plateadas que, a su lado,  proclama I love y sirve de marco para esas fotos donde rostros  con facciones multinacionales  fijarán su singular instante en tierra lusitana. El monasterio de los Jerónimos, esa maravilla arquitectónica del arte manuelino guarda aún los signos de  magnificencia de un pretérito que  el vértigo de lo actual encripta  y resigna  a la oscuridad de  un mausoleo.

Castelo de São Jorge.





Monasterio de los Jerõnimos.
El día anterior a la partida, quise volver a la Estufa fría,   un invernadero con múltiples senderos ascendentes y descendentes entre plantas exóticas.  Remedo del trópico que, con certeza, habrá deslumbrado a los aventureros navegantes. Había una exposición de orquídeas que era todo un símbolo. La rara belleza de  selvas y pantanos, diversificada en colores y formas despertaba codicia. Sin duda, un lujo. Por su precio y por esa aureola de   magnetismo con que la moda las ha convertido en joyas naturales.
Torre de Belem.
Inevitable el recorrido por las librerías. Hay vidrieras que tientan con antiguallas,  locales pequeños en calles alejadas del bullicio,  reductos con nombre propio dentro de la industria editorial lusitana, escondrijos fragantes de   olor a tinta. Pero la FNAC es una cadena que ( por lo que vi) pisa fuerte en toda la península Ibérica.


Nunca viajo sin traer un libro.  Una manía con la que no perjudico a nadie y que tal vez me beneficia:  el vapuleo neuronal, según dicen, es saludable. Y abrir los ojos y oídos al  ideario de  pensadores y creadores, también. Compré dos libros de Pessoa que no tenía y cuyos títulos me parecieron  bastante significativos: A estrada do esquecimento e outros contos y Como organizar Portugal. 
 
Mãquina de escribir de Pessoa.
El poeta que me había conducido a Lisboa por primera vez permanece pensativo, en su silla de bronce  a la  entrada del café A Brasileira. Muchos se sientan junto a él con el fin de sacarse la consabida foto. Probablemente no lo hayan leído, pero resulta tan simpático, sobre todo para quienes no conocen pormenores de su conmovedora y  tortuosa existencia. La poesía resiste todos los embates. Aun los del tiempo y la frivolidad.



 


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sábado, 21 de noviembre de 2015

NARRACIONES MÍNIMAS: Microclimax

Casi todos los días el empleado X llegaba tarde. Pero el jefe se  hacía el desentendido a pesar de que   la tolerancia no era su fuerte. Claro que había algunas razones: varias veces X lo había  sorprendido in fraganti. Modelo de esposo y padre de familia, perdía su compostura tentado por la lujuriosa empleada nueva. La joven no  daba muestras de demasiada eficiencia en el trabajo, pero  estaba dotada de una sensualidad felina. Un dato no menor:  la “novata” había ingresado, de buenas a primeras por obra y gracia de  intrincadas componendas a las que se veía obligado el jefe y que nadie sabía bien por qué. El empleado Z se quedaba a menudo con algún vuelto que compartía subrepticiamente con X a fin de que éste, que evidentemente gozaba de la buena predisposición del jefe, no lo delatara. La empleada Y, ejemplo superlativo de obsecuencia, se sentía desplazada por la “novata”.  No obstante, esperaba con cautela y siempre al acecho el momento propicio para reivindicar su mancillada autoestima. El empleado M se  consideraba en superioridad de condiciones respecto del jefe; de hecho no perdía ocasión de  agitar el título que había obtenido, a los tumbos, en una de las tantas universidades que los  otorgan a cambio de pagar una jugosa cuota, y hacía lo indecible para que los “ de arriba” repararan en el sobrevaluado pergamino que suponía  le permitiría dar el gran salto. El empleado R intuía muchas de estas tramas secretas, pero  su propensión al sudor y lágrimas le  enturbiaba la vista y, por si esto fuera poco, su sangre no aglutinaba  células de  rebelión. Y los empleados J y B  se la pasaban elaborando planes en conjunto para hacer saltar la banca en algún casino,  aferrados al  ardoroso sueño de  hacerse millonarios y liberarse, de una vez  por todas, del yugo laboral.   El cadete iba y venía por la ciudad llevando y trayendo papeles incendiarios que le venían bien para encender esos porros que lo transportaban en un viaje sin escalas hacia  un   prodigioso Nirvana. El ordenanza aprovechaba el horario en que todos emprendían la retirada para echar mano de resmas de papel, yerba, café y azúcar que vendía fuera de la oficina para paliar las angustias a que lo sometía su magro salario. El Jefe del jefe aparecía muy de tarde en tarde. Compromisos en el extranjero lo mantenían fuera de las mezquindades del aquí y ahora, pero no de otras.
La oficina semejaba una pecera. Paneles vidriados contenían el movimiento de unos y otros. Desde afuera se los podía ver. De adentro, no.

Texto de mi autoría.



sábado, 14 de noviembre de 2015

MIS POEMAS: Acerca de las creencias

Cuando era niña en la iglesia me enseñaron.
Dios es todopoderoso y eterno.
Solo hay que sentir temor de Dios.
Cuando era  adolescente me pregunté.
¿Dónde está?
Cuando era una adulta joven me negué a ir a la iglesia.
Me aburría la liturgia.
Cuando fui mayor aún, volví a entrar en las iglesias.
Conocí muchas. De mi ciudad y de otros lugares del mundo.
Las distintas variantes de ritual cristiano y también
sinagogas  y mezquitas.
Lentamente había ido aflorando mi curiosidad arquitectónica y sociológica.
Pero en ninguna de ellas encontré a Dios. Porque era invisible.
También la música es invisible.
Y sublime.
Al escucharla me transporto hacia alturas celestiales.
Pero no es todopoderosa y eterna.
La música se parece a las flores, a los pájaros
que   picotean la tierra de mi jardín.
Y se parece al viento, a las nubes, a la llovizna.
El cosmos estalla a cada minuto en imperfecciones.
En conmovedoras incertezas.

¿Dónde está Dios en este mundo en el  que se mata por la fe?
Si su palabra es la de la omnipotencia
entonces ha  rebajado su condición de signo,
desviada en  furia ciega, en fuego crepuscular,
interponiendo entre significante y significado
un filo que decapita
una piedra que lapida,
una explosión que  siega los campos y las manos que labran.

Libros hay en que el poder sobrehumano
tiene distintos nombres.
Y en ellos también Dios es invisible.
Ilegible.
Inaudible.
Porque son leídos como una tempestad.
Y entendidos
como un arma de exterminio.

La vida  se revela intensa en sus matices.
Todo y Nada danzan como     incesante  oleaje.
Si el Cielo de los hombres nos pulveriza
ya no seremos más que migajas de la penumbra.
Invisibles, ilegibles,  inaudibles.
Agónicos resplandores de un Dios
que hemos    ideado a la medida de nosotros mismos...

De: Rincón de Poesía.






jueves, 24 de septiembre de 2015

EDOARDO SANGUINETI: Una particular visión de la Primavera

PER UNA ROSA

per Sandro Pertini

chi ha resistito, gli è fiorito il cuore,
rosa dei rossi fuochi partigiani:
questo è il colore per le nostre aurore,
è il caldo sole nel giusto domani:
sbocciato è il giorno, e la notte era nera
ma se rigido fu l’inverno, prima
fiori di rose rosse primavera,
e la rosa risplende sulla cima

PARA UNA ROSA

a quien resistió, le floreció el corazón,
rosa de rojos fuegos partisanos:
este es el color para nuestras auroras,
es el cálido sol en  el mañana justo:
brotó el día, y negra era la noche,
mas si riguroso fue el invierno, antes
floreció de rosas rojas primavera,
y brilla la rosa allá en la cima

Edoardo Sanguineti (Italia, 1930-2010).


Fuente: La poesía italiana en el tiempo (selección, traducción e introducción: Antonio Aliberti), Buenos Aires, Editorial Atuel, 1990.


viernes, 11 de septiembre de 2015

11 de septiembre: DÍA DEL MAESTRO-Ernesto Sábato nos invita a reflexionar

POSTULADOS PARA UNA EDUCACIÓN DE NUESTRO TIEMPO

No es pues descabellado ni utópico sostener que aún dentro de esta misma civilización en crisis pueden irse forjando los instrumentos que permitan reemplazarla por una sociedad mejor. Desde luego, en los países democráticos; y siempre que algunos jactanciosos miopes no desencadenen la hecatombe nuclear. La nueva escuela debería ser el microcosmos en el que el niño se preparase para una auténtica comunidad, la que supere esa antítesis en que hasta hoy nos debatimos: o un individualismo que ignora a la sociedad o un comunismo que ignora al hombre. De este postulado básico surge una serie de principios que deben regir la nueva educación, principios que clarividentes pensadores vienen proponiendo desde el siglo pasado y que intrépidos pedagogos han llevado adelante contra todos los obstáculos. ¿Cuáles principios?
Una escuela que favorezca el equilibrio entre la iniciativa individual y el trabajo en equipo, que condene ese feroz individualismo que parece ser la preparación para el sombrío Leviatán de Hobbes. El trabajo comunitario favorece el desarrollo de la persona sobre los instintos egoístas, despliega el esencial principio del diálogo, permite la confrontación de hipótesis y teorías, promueve la solidaridad para el bien común. El ideal de persona, así enseñado y practicado en la nueva escuela, supone el rechazo de toda maquinaria social organizada con esclavos y ciberántropos; y no solo es compatible con el desarrollo técnico, sino que por eso mismo es mas necesaria, si es que hemos de salvarnos de la total alienación que lleva este mundo a la catástrofe.
Así como hay un egoísmo individual, existe un egoísmo de los pueblos, que con frecuencia se confunde con el patriotismo. Y así como el individuo puede acceder a la suprema categoría de persona venciendo sus insaciables apetitos, los países pueden alcanzar esa categoría de nación que implica y respeta la categoría de humanidad; no de una humanidad en abstracto, como postulaba cierto género de humanismo racionalista, sino la constituida por naciones de diferente color, credo y condición; no la abstracta identidad, sino su dialéctica integración, del mismo modo que los instrumentos forman una orquesta porque son distintos. Y es en la escuela donde debe prepararse al niño para esa difícil pero no imposible doctrina, enseñando a ver no solo nuestras virtudes, sino nuestros defectos, y a advertir no únicamente las precariedades de los otros pueblos sino también sus grandezas. Por los mismos motivos debe enseñarse a valorar y preservar las diversidades dentro del país, como son en la Argentina las culturas guaraní, quechua, aymará, y hasta los humildes restos de la gran Araucania. La escuela y hasta la universidad deben atender a las necesidades físicas y espirituales de cada una de las regiones, pues el hombre que se pretende rescatar en esta deshumanización que en nuestro tiempo ha provocado la ciencia generalizadora, es el hombre concreto, el de carne y hueso, que no vive en un universo matemático sino en un rincón del mundo con sus atributos, su cielo, sus vientos, sus canciones, sus costumbres; el rincón en que ha nacido, amado y sufrido, en que se han amasado sus ilusiones y sus destinos.
En fin, habrá que reintegrar la ciencia y la sabiduría, lo que implica una humanización de la técnica, una valorización de la ética de sus adquisiciones y una condena de la profanación de la naturaleza, que ahora culmina en la sombría posibilidad de fabricar monstruos o genios mediante la ingeniería genética. Parafraseando a Clemenceau habría que decir: “La sciencie est une chose trop grave pour la confier à des scientifiques”.
Habrá que encontrar, en suma, la síntesis  de las tres clases de saber que señaló Max Scheler: ni ese puro saber de salvación que en la India permite la muerte  por hambre de millones de niños al lado de santones que meditan; ni ese puro saber culto que en la China posibilitó la existencia de refinados mandarines entre inmensas masas de desheredados; ni este saber técnico de Occidente que nos ha conducido a los más insoportables extremos de angustia y enajenación.
Es la síntesis de la cultura que debería dar la escuela de nuestro tiempo. O el mundo se derrumbará en sangrientos y calcinados escombros.

Fuente: Sábato, Ernesto, Apologías y rechazos, Buenos Aires, Editorial Planeta- edición autorizada para el diario La Nación, 2011.

v      

Estas palabras escritas por Ernesto Sábato en 1979 resultan en alguna medida proféticas. Si bien él, como hombre que proviene del ámbito de las ciencias exactas ( ¿duras?), apunta con rigor a la deshumanización que provocan algunos excesos de la ciencia y la tecnología, anticipa  también ciertos errores o carencias, en lo que a educación se refiere, que exceden ese marco.
A más de treinta años de su  inquietante reflexión, las  circunstancias, lejos de mejorar  han empeorado. Los conflictos socio-políticos a nivel mundial, la crisis de valores, la proliferación de medios que en gran medida atenta contra la autonomía subjetiva son algunos de los factores que, como anticipa Sábato,  nos ponen en el límite de la enajenación. En el ámbito nacional, las mediciones internacionales (pruebas Pisa)  han puesto al descubierto los bajos resultados educativos, que sin duda derivan de un sistema con múltiples fallas. Desaciertos que pueden deberse a impericia o mala fe  y sobre los cuales cualquier persona pensante y bienintencionada   podría sacar conclusiones. Cuando se habla de inclusión se echa mano de un brutal engaño. Nivelando hacia abajo todos los educandos  se  equiparan en algo: el no saber, el aburrimiento,  la falacia de obtener títulos pero no capacidades o de avanzar retrocediendo. A ello se suma que, a pesar de la   alardeada inclusión, grandes sectores no acceden ni siquiera a esa pobre enseñanza que se imparte. En muchas zonas de nuestro país hay quienes  carecen de los medios mínimos de higiene, trabajo,  alimentación o servicios elementales (agua,  energía eléctrica, gas). ¿De qué modo podrían sentirse incluidos? La brecha entre ricos y pobres se ahonda. Quienes  acceden a bienes materiales también pueden gozar del privilegio de  los bienes culturales, mientras hay tantos connacionales que no acceden ni a unos ni a otros.
Por otra parte pueden advertirse síntomas de degradación social que  tampoco han surgido por obra y gracia del azar. Los maestros son desautorizados, dentro de la escuela,  mediante la imposición de  medidas y lineamientos arbitrarios y también, son desautorizados y mortificados, a veces con violencia,  por alumnos y padres. Se habla de bullyng, como tratando de disimular mediante esta suerte de “eufemismo idiomático” lo que en buen español se llama: acoso, maltrato, agresión. Niños y adolescentes descargan sobre quienes debieran ser amigables compañeros de estudio y de juego una crueldad, cuya desmesura los excede. En un medio social saludable donde impere el respeto por el prójimo, el diálogo, la aceptación de la diversidad, la dignidad y la  tolerante convivencia sería difícil que estas muestras de barbarie  estuvieran tan arraigadas y se manifestaran de manera tan extendida.

Como docente puedo decir que la relación de enseñanza-aprendizaje es uno de los vínculos más potentes. El alumno aprende y el maestro aprende también. El niño y  el joven abren sus ojos al conocimiento que es múltiple y abarcador. Porque es el saber, pero también el hacer. Es la ciencia, pero también es la ética. Asimismo, el maestro aprende a enseñar, a escuchar, a empatizar.
La primera frase del texto de Sábato es la que debiera golpear en nuestros oídos hasta despertarnos.

martes, 8 de septiembre de 2015

IMAGEN Y PALABRAS...

Entro en una tonalidad. Intensa es la línea del horizonte. 
Planos desiguales. Claro y oscuro.  Cielo y mar, abrazados.Trazo festivo de la luz.  Oleaje detenido. Las nubes imprimen un movimiento lento. Y penden. Como racimos. Insinuantes.El resplandor ha  esculpido su circularidad, la variación inconstante de su forma. 
Entro en una tonalidad, y con mi pico de gaviota marco apenas un surco.
El de las palabras...
Después viene el silencio.
¿Hay, acaso un  reflejo azul  de lo sensible?

martes, 1 de septiembre de 2015

VOCES INTERIORES- POESÍA DEL NOA: Manuel J. Castilla

EL GOZANTE

 a Ricardo Molinari

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mí nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego llorando con rocío.

Sé que en este momento, dentro mío,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

Miro los cachos de banano,
veo arañar sus dulces dedos de oro
y en las sandías
los genitales verdes del verano llenan mi corazón de poblaciones.
Siento que estoy tapado por luciérnagas
y que en mi pelo crece la niñez del relámpago.

Lo que pisa mi piel igual que arena lo traga para siempre.
La sombra de los pájaros es como un agua negra que acaricia mi nuca,
una hormiga me deja su ají breve en la boca
y me voy a los tumbos en la noche
por el agujereado camino de los sapos.

¿Quién me arrima la paz de la tortuga?
¿Quién desempoza el tiempo de su cáscara?

Soy el que por la piedra lechosa del quirquincho
bebe en miel las abejas
como el rocío maduro de la música.
¿A dónde irán mis ojos llenos de hojas?
¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose?

Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo,
lo estoy haciendo despaciosamente.

De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.

Miren mis ojos cuando yo estoy pensando a ver si es que les miento.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas,
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

Junio, 1970.


Fuente: Castilla, Manuel J., Cantos del gozante, San Salvador de Jujuy, Edición de José Francisco  de Paula Ortiz “Gutemberg”- colección Buenamontaña, 1972.

martes, 18 de agosto de 2015

CÓMO SE ESCRIBE

En realidad, mientras se vive se va escribiendo una historia: la propia. Esa escritura podría decirse que es, en cierta forma, colectiva porque siempre hay alguien que nos lee y que agrega su cuota de intriga, de aventura, de  dramatismo o divertimento. Algunas palabras se borran con el tiempo, con el olvido, con la indiferencia o con la simple voluntad de sacarlas de circulación para poder seguir  adelante sin tanta carga. Hay otras que quedan resonando como el timbre de un despertador automático de esos que no paran ni aunque una los estrelle contra la pared. Muchas de esas palabras son luminosas,  algunas, un poco opacas o descoloridas, otras se parecen al alquitrán por lo negras, lo  pringosas e impermeabilizantes. Todas entran en la coctelera y de vez en cuando sale un trago largo. Si se apuran varios de esos tragos se puede agarrar una borrachera fenomenal. Y una vez que uno adquiere el hábito no es fácil  librarse de él. Con hielo se diluye un poco el efecto pero no la causa.
La etílica comparación me lleva al  caso concreto, no metafórico de adicción que suele acompañar a algunos escritores y no escritores. Y todo me incita a pensar que la cosa no empieza con el primer trago. Tampoco la escritura comienza  con  el primer trazo. Y entonces me pregunto:  ¿cuál es la medida para no adquirir   la costumbre de embriagarse y terminar en un delirium tremens o una cirrosis fatal? Imposible determinarlo. Así también es imposible determinar el principio y el fin de cada historia personal y las múltiples causas que   promueven las formas de expresión de un sujeto.  
Hace años conocí en el café Gijón a un poeta que, por estar alcoholizado, me causó cierto rechazo. Ya se sabe, los borrachos suelen ponerse un tanto pegajosos. En otra oportunidad lo vi por la calle tambaleándose y sentí pena. Su poesía hace referencia a ese  hábito que lo denigraba como persona y, sin embargo, es bella y potente. Quizás la belleza de su obra no haya sido ajena a la oscuridad que lo arrojó a ese  precipicio de autodestrucción.
Así se escribe: con todo lo terrible y lo brutal que uno lleva adentro. Con ira, con espanto, con sufrimiento. Pero lo que se escribe logra ser, en algunos  casos, una potente luz, un faro encendido en medio de las tormentas  que agitan a tantos otros que van por la vida  cargando con sobriedad la pesada condena de estar de paso.
De: Intantáneas.



viernes, 7 de agosto de 2015

MIS POEMAS: Fotopoema

Llega la noche y
con ella el papel estrujado.
El bollo que ha  quedado sobre  la mesa y
comienza a desperezarse.
Lentamente inicia su desenvoltura y
las letras asoman entre pliegues.
La cadena se  quiebra y
oscurece, a un  mismo tiempo.
No se sabe… el fuego de los signos deslumbra y
a la vez, desampara.
Entre  dobleces, la palabra  se vuelve silencio y
el misterio tiende  su red.
Es el final del día y
una araña entreteje portales y cerrojos.
Tiempo de vigilia opaca en que el papel se  rebela y
entre una y otra rugosidad libera sombras.
Las letras se alinean y
las sílabas crujen.
Se abre, flor nocturna. Y
enardecida brama la tinta.
Pero no es ella sino… el acaso y
¿cómo?...
Lo que antes fuera un envoltorio informe y
después plegamiento.
Ahora es una línea borrosa que pende de un hilo y
entrechoca significaciones.
Juega a ahuyentar y
sin embargo convoca.
¿A quién? A la voz y
a  ese   atisbo de sinfonía que  deambula por   callejones de pesadilla.
Cuando el papel estira sus puntas y
solo  permanece  ese algo próximo al decir.
Porque todo está en ciernes y
la letra suspensa gira en sentido contrario de sí misma.
En tropel, las frases que resbalan y
ruedan por el suelo.
Casi marchitas, con una especie de fragor exánime y
entonces toda concatenación apedrea.
Y  junto a tanto guijarro llega el sueño.
Entre las sábanas, adheridas al ventarrón del olvido y
al  anzuelo de la  memoria
irán entrando las palabras, en el   inconmensurable desierto
de los resplandores.





domingo, 26 de julio de 2015

POESÍA DE SICILIA: Salvatore Quasimodo

Y de pronto es la noche

Cada uno está solo sobre el corazón de la
tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de pronto es la noche.

Otoño

Manso otoño, me poseo y me inclino
sobre tus aguas para beber el cielo,
fuga suave de árboles y abismos.

Áspera pena de nacer
ligado a ti me encuentra;
y en ti me quiebro y recupero:

pobre cosa caída
que la tierra recoge.

Ríe la urraca, negra sobre los naranjos

Tal vez sea un signo verdadero de la vida:
a mi alrededor, en el prado de la iglesia,
con leves movimientos de cabeza, unos niños
danzan un juego de voces
y cadencias. Piedad de la tarde, sombras
encendidas nuevamente sobre la hierba verde.
¡Bellísimas en el fuego de la luna!
La memoria os concede un breve sueño;
ahora despertad. He aquí que el pozo ruge
por la primera marea. Esta es la hora:
y ya no es mía, ardientes, remotos simulacros.
Y tú, viento del sur, con tu olor profundo de jazmines,
empuja la luna hacia los niños
que duermen desnudos, fuerza al potro sobre los campos
y sus huellas húmedas de yeguas, abre
el mar, alza las nubes sobre los árboles:
la garza avanza ya hacia las aguas
y husmea lentamente el barro en las espinas,
ríe la urraca, negra sobre los naranjos.


Fuente: Quasimodo, Salvatore, Carta a la madre y otros poemas, Buenos Aires, CEAL, 1988. Traducción: Eugenio y Gianni Siccardi.

martes, 21 de julio de 2015

NOTIFICACIÓN PARA LOS LECTORES DEL BLOG

A todos los lectores del blog les pido encarecidamente que si quieren enviarme un mensaje lo hagan directamente al blog o a la dirección de mail que figura en Contactos. No respondo a mensajes que se canalizan por Facebook. 
Gracias.

viernes, 17 de julio de 2015

JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO: LA VOZ Y LA PALABRA

José Agustín Goytisolo nació en Barcelona en 1928 y falleció en esa misma ciudad el 19 de marzo de 1999.
Una triste experiencia marcó su vida y quizás su modo de escribir. Su madre, Julia Gay, falleció en 1938, víctima de un bombardeo de las fuerzas franquistas.

Perteneció a la llamada generación del 50. José Luis Cano  se refiere a la misma del siguiente modo: “Lo que distingue a la nueva poesía española es, pues, la entrañable relación entre vida temporal y poesía: su temporalidad e historicidad, siguiendo en ello a Antonio Machado. Solo esa relación da a la poesía un valor testimonial, y refleja la vida total del hombre situado en un tiempo y un espacio históricos.”[1]

Las siguientes palabras de Goytisolo definen su postura: “En las actuales circunstancias del mundo y de la sociedad en que vivo, no considero honesta una postura de evasión ante la realidad. Creo que mi deber como escritor es, además de procurar escribir lo mejor posible, dar testimonio de lo que sucede, de lo que veo y pienso, de lo que ven y piensan hombres como yo, de lo que desean y por lo que luchan y mueren muchos hombres. Yo quisiera que la poesía sirviese de aliento y fuera sentida por la mayoría de la sociedad.”[2]

El poema musicalizado por Paco Ibañez  fue dedicado por Goytisolo a su hija Julia y pertenece al libro Palabras para Julia (1979).




[1] Cfr. Prólogo de Lírica española de hoy, Madrid, Ed. Cátedra, 1979.

[2] Citado por Ana María Echevarría en Grupo poético del 50- Antología de poesía española, Buenos Aires, Ed. Colihue,1992.

jueves, 9 de julio de 2015

POESÍA GALLEGA: Rosalía de Castro

CANTARES GALLEGOS (1872)

III

Lugar más hermoso
no hubo en la tierra
que aquel que yo miro,
que aquel que me hiciera.

Lugar más hermoso
en el mundo no hallara
como aquel de Galicia.
¡Galicia encantada!

¡Galicia florida!
Como ella ninguna,
de flores cubierta,
cubierta de espumas.

De espumas que el mar
con perlas devuelve;
de flores que nacen
al pie de la fuentes.

De valles tan hondos,
tan verdes, tan frescos
que las penas se calman
con tan solo verlos.

Que en ellos los ángeles
dormidos se  quedan,
ya en forma de aves,
ya en forma de niebla.

FOLLAS NOVAS (1880)

III

Como las nubes
que empuja el viento
que ahora oscurecen, y luego alegran
los espacios inmensos del cielo,
así las ideas
locas que yo tengo,
las imágenes de múltiples formas,
de extrañas hechuras, de colores inciertos,
ahora asombran,
ahora aclaran
el fondo sin fondo de mi pensamiento.

¡TERRA A NOSA![*]

I

Bajo la plácida sombra del castaño
de nuestro buen país;
bajo aquellos frondosos robledales
que endulzan el vivir;
bajo la higuera del hogar paterno,
que años cuenta sin fin,
¡qué cuentos placenteros, qué amorosos
diálogos se dicen allí!
¡Qué risas se oyen en las serenas tardes
del cariñoso abril!
Y también ¡qué tristísimos adioses
se acostumbran a oír!

Fuente: de Castro, Rosalía, Antología poética, Buenos Aires, Editorial Losada. Prólogo, traducción y notas de Graciana Vázquez Villanueva.






[*] “¡Terra a nosa!,  es un viejo grito de libertad e independencia (N de T.)

sábado, 20 de junio de 2015

VICENTE ALEIXANDRE: Sombra del Paraíso

PADRE MÍO

                                                            A mi hermana

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura
tomé vida, y aquel fulgor sereno
se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.

Bajo la frente poderosa, mundo entero de vida,
mente completa que un humano alcanzara,
sentí la sombra que protegió mi infancia. Leve, leve,
resbaló así la niñez como un alígero pie sobre una yerba noble,
y si besé a los pájaros, si pude posar mis labios
sobre tantas alas fugaces que una aurora empujara,
fue por ti, por tus benévolos ojos que presidieron mi
nacimiento
y fueron como brazos que por encima de mi testa cernían
la luz, la luz tranquila, no heridora a mis ojos de niño.

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que  pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y  besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como  la luz que pasa por las crestas radiantes
donde  reina el azul de los cielos purísimos.

Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad,
que tocaba
luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergía
de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti, porque tú fuiste padre
diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo
la yerba misma intacta: pisé leve, estrené brisas,
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, tú solo.

Hasta la orilla del mar condujiste mi mano.
Benévolo y potente tú como un bosque en la orilla,
yo sentí mis espaldas guardadas contra el viento estrellado.
Pude sumergir mi cuerpo reciente cada aurora en la
espuma,
y besar a la mar candorosa en el día,
siempre olvidada, siempre, de su noche de lutos.

Padre, tú me besaste con labios de azul sereno.
Limpios de nubes veía yo tus ojos,
aunque a veces un velo de tristeza eclipsaba a mi frente
esa luz que sin duda de los cielos tomabas.
Oh padre altísimo, oh tierno padre gigantesco
que así, en los brazos, desvalido, me hubiste.

Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una
yerba triste,
heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso
de una sombra amorosa,
por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.

Oh padre mío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte
tú vives y me amas. Que un vigor poderoso,
un latir, aun revienta en la tierra.
Y que unas ondas de pronto, desde un fondo, sacuden
a la tierra y la ondulan, y a mis pies se estremece.

Pero yo soy la carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy,
solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin
verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente
 te imitan.

Fuente: Aleixandre, Vicente, Sombra del Paraíso, Buenos Aires, Editorial Losada, 1977.

El mismo año de 1977, Vicente Aleixandre obtuvo el Premio Nobel.