Viene la gélida tierra de nadie, hacia
las cinco de la madrugada, el vacío incoloro
en que la cabeza despierta destruye
confuso caos de sulfúreos sueños e incógnitas
lunares que, soñadas, parecen hondas,
prepárase a enfrentarse con la creación
alerta de sillas, mesas y sábanas arrugadas.
Éste es reino de inciertas apariciones,
fantasma oracular que oscila sobre flacas piernas
ante un bulto de ropa sucia, lás sólitas sábanas
enhiestas, mano simbolizando adiós.
En este punto entre dos mundos, dos modos de tiempo
incompatibles, es la materia prima
de nuestros pensamientos rutinarios quien captura
el halo présago de ambrosía. Y vase.
Silla y mesa: jeroglíficos de frases
divinas, que nosotros, al despertar,
desoímos: y estas sábanas nos hablan en un idioma mudo
de un mundo, y luego se deshilachan,
un mundo que perdimos despertándonos.
Sus harapos le traicionan en el extremo
de la visión humana, este fantasma levanta
la mano en alto, adiós, adiós, no desciende
al buche rocoso y hondo de la tierra
sino a una región donde nuestra atmósfera densa
cede y Dios sabe lo que en ella palpita.
Una admiración delimita este cielo
en naranja sonoro como estelar zanahoria.
Su sonoro período, verde y lueñe,
ciérnese junto al primer punto, el punto inicial
del Edén, junto a la curva luna nueva.
Véte, fantasma de mis padres, fantasma nuestro, de
nuestros sueños primeros, en estas sábanas
que claman nuestro origen y nuestro fin
a la tierra de nunca, de multicolores ruedas
de alfabetos prístinos y de mugientes
vacas que lindan lunas tan nuevas como la cúspide
capital hacia donde va nuestro viaje.
Adiós, adiós, buen día, hasta más ver,
oh guardián del Grial profano, del soñador cráneo.
Fuente: Plath, Sylvia, Antología, Madrid, Ed. Visor Libros, 2003.
Sylvia Plath nació en Boston el 27 de octubre de 1932 y murió, por propia voluntad, en Londres, el 11 de febrero de 1963.
No sé si cabe. Un comentario, digo. A través de su lectura encontré las luces y las sombras de una vida que conoció de cerca el dolor y también la exultante alegría de buscar en las palabras, en la imágenes sonoras, salvajes, plenas de lucidez y de oscuros presagios, la desafiante energía que hace falta para decir en un poema aquí estoy con mi carga de pesadumbre a cuestas, pero también con la certeza de mi vocación, más allá de cualquier designio, de cualquier marca lacerante. Una voz con la característica fulmínea del rayo, que restalla e ilumina. Padeció estados depresivos, internaciones psiquiátricas, inclinaciones suicidas. En su poesía se halla la más cabal razón de pervivencia, el fulgor de una creación absolutamente personal, perturbadora e ineludible.