Muchas veces se está en deuda respecto de las buenas lecturas. Siempre hay algo que
nos falta. Y este es el caso de la novela Un
mundo feliz de Aldous Huxley. Haberla leído después de tantos años de su
publicación (1932) fue una experiencia por demás interesante. Las creaciones
futuristas tienen a menudo la
efectividad de señalarnos que los parámetros temporales son meras convenciones
y que la historia nos brinda, con más
frecuencia de la esperada, motivos para pensar que las vueltas sobre lo mismo
son inherentes a la condición humana. Algo del presente se reencarna en lo que
imaginariamente se gestó en el pasado.
La novela se divide en dos
partes: una donde se muestra ese mundo
feliz determinado desde laboratorios
donde se crea gente en serie, que luego será condicionada por la educación
hipnopédica, una forma de lavado de cerebro con fines adaptativos al modelo, y
una segunda parte que describe las formas
de vida en una reserva salvaje de Nuevo
México (Malpaís) y refiere algunas vivencias de Lenina y Bernard (protagonistas) en contacto con los pobladores
y, finalmente, el traslado de dos de
ellos al mundo feliz.
Antes de adentrarnos en su
contenido y en las posibles conjeturas que de él se extraigan, Huxley nos da algunas pistas en el prólogo: “Un
estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos
todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de
esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto
amarían su servidumbre”. Los habitantes
de ese nuevo mundo no nacen por procreación natural –el sexo solo se admite
como entretenimiento- son clones que están
divididos en castas: los Alfa, superiores tanto física como intelectualmente, y
los Beta, Gamma, Delta y Epsilon, estratos inferiores al servicio de una
Comunidad que responde a un proyecto de estabilidad social basado en las
identidades predeterminadas, el
condicionamiento sistemático, la sumisión y la anulación de todo tipo de vínculo emocional
o pasional.
Los nombres de algunos personajes
aportan su cuota de sarcasmo en referencia a momentos históricos y
experiencias definidas: Lenina y Bernad Marx son un ejemplo. También hay otras menciones: Engels, Trostky, por un
lado; Ford , Rotschild, Darwin Bonaparte, por el otro. Es más: Ford
parece ser el creador omnipotente de ese proyecto, a tal punto que el tiempo se
divide en: a. Ford y d. Ford. Las premisas que sustentan el nuevo
mundo se denominan fordianas y cuando la
gente se ve perturbada se hace la señal
de la T (marcas del
dogma). “Nuestro Ford –o nuestro Freud, como, por alguna razón inescrutable,
decidió llamarse él mismo cuando hablaba de cuestiones psicológicas-, fue el
primero en revelar los terribles peligros inherentes a la vida familiar. El mundo estaba lleno de padres y,
por consiguiente, lleno de miseria; lleno de madres y, por consiguiente, de
todas las formas de perversión, desde el sadismo hasta la castidad; lleno de
hermanos, hermanas, tíos y tías y por ende, lleno de locura y suicidios.”, esta
cita y la anterior son elocuentes respecto de los objetivos a que apunta su visión crítica.
Es evidente que Huxley arremete
contra la noción de utopía. Ese lugar
ideal, que es en realidad un no-lugar. El título original: Brave new word, cuya
traducción literal sería: Bizarro nuevo
mundo corresponde, sin lugar a
dudas, a un nivel de ironía corrosiva. Pensar en una sociedad igualitaria,
basada en el respeto y el trabajo por el bien común no es más que una
ensoñación porque el ser humano está marcado por sus ansias de poder y a la
larga ejercerá su fatídico dominio quebrando toda norma de convivencia. El
único atenuante para tan infausta predestinación sería la búsqueda denodada,
aunque utópica del límite que
significa la conciencia moral.
Lo más interesante de la novela
surge del cotejo, que al promediar libro, se establece entre el mundo nuevo, donde no existe la fe, ni el arte, ni la ciencia, ni
la filosofía y el antiguo mundo “incivilizado”.
El nuevo mundo es estable y
artificialmente feliz. Ante cualquier perspectiva de inquietud recurren al soma,
especie de narcótico, que reemplazando al antiguo esfuerzo moral, les permite
tomarse “ unas vacaciones de la realidad” . “El cristianismo sin lágrimas: esto
es el soma” , aclara Mustafá Mond, uno
de los directivos del nuevo sistema.
La insatisfacción de ese alfa
llamado sugestivamente Marx, que decide
visitar la reserva, su gestión para que dos
habitantes de Malpaís se trasladen al
nuevo mundo y las consecuencias aciagas que este traslado provoca revelan las
fallas de un experimento antinatural, desapasionado, falsificado, donde la libertad ha sido
reemplazada por una felicidad que, por ser
inmutable carece de toda grandeza.
La segunda parte aporta
dramatismo a la narración. Una mujer que viajó a Malpaís con uno de los jefes
sufre un accidente y su amigo la pierde
de vista. Ocurre algo inconcebible en el nuevo mundo: Linda ha quedado encinta
de su compañero de aventuras. Y en la reserva nace su hijo: John. Ellos son los
que regresan con Bernard Marx, quien desea lucirse ante sus jefes que ya han
pensado en confinarlo en un lugar lejano debido a su inadaptación al nuevo sistema.
Huxley no se queda en el simple
cuestionamiento de esa tenebrosa
proyección del futuro. Va más allá: a las profundidades del alma humana
y a las creaciones que de ella surgen. El mundo salvaje tampoco es un ámbito ideal.
Existe la violencia, el desprecio, la discriminación, el sufrimiento, la
suciedad y la precariedad extrema. El cotejo entre uno y otro mundo, entre la
tecnificación puesta al servicio de la dominación y el primitivismo idolátrico,
cautivo de tabúes y expuesto a la furia tribal es la materia de reflexión. La
pervivencia de un estado intermedio está
representada por el libro de Shakespeare que John lee a hurtadillas.
Tanto en un mundo como en el otro no caben esas palabras, que son las que han
inspirado al autor de la novela, y que simbolizan la creación, el pensamiento, la cultura en su
grado más elevado, como forma de superación espiritual y esfuerzo ético.
Leído en momentos en que algunas “utopías”
se han degradado, demostrando que muchas
falencias acechan los propósitos humanos, y en momentos en que el
mundo evidencia globalmente una crisis
de los sistemas sociales, políticos y económicos, el texto de Huxley deviene en
videncia desgarradora. Muchas de las condiciones de ese nuevo mundo han entrado a formar parte de la escena actual. La
gestación in vitro, la congelación de embriones, el erotismo convertido en
simple desfogue sexual, el escape de la
realidad logrado a través de alucinógenos o estupefacientes,
la búsqueda de la eterna juventud, la felicidad fácil, la manipulación
ideológica, la hipnosis mediática son algunas de las estribaciones de una
tecnología y concepto del progreso sin sustentos emocionales ni morales. A ello
se suman regímenes desembozadamente dictatoriales o subrepticiamente dictatoriales
que bajo la apariencia de una estabilidad inquebrantable someten conciencias,
anulan libertades y prometen una felicidad de cartón pintado. El emergente de
tales artificios es la violencia tribal, la anomia, la autoflagelación y el
terror larvado.
Las dos puntas del cotejo que Huxley propone llegan a unirse
inevitablemente. Como un espejo de lo peor de nuestra condición humana.
Fuente: Huxley, Aldous, Un
mundo feliz, Barcelona, Editorial Plaza y Janes, 1998.