martes, 25 de junio de 2013

MAROSA DI GIORGIO: erotismo de la naturaleza

Una mañana de primavera, cerca del mediodía, mientras la madre se iba por los rosales, ella sacó de sí, de la blusa, un…¡colibrí! que voló enseguida y se puso sobre su cabeza, pero sin posarse, y  así iban.
Ella con el pajarillo arriba quedaba como un santo. Le dio por andar algo, con eso dorado y verde, arriba. Hasta cruzó las callejuelas.
Y la vio un hombre y se preguntó: -¿Y esta muchacha bajo un picaflor? Ven que te abrazo. Espanto al pájaro aunque sea bellísimo.
Así se hizo; ella también lo abrazó.
Él empezó a hacer una casa al parecer, un cantero, un lecho, plantó alhelíes, porque ella los nombró una vez.
Ella no sabía si corrían años, o cinco minutos breves, larguísimos.
Él le pidió: -Ven adentro y baja toda esa ropa.
Caía por fin la pálida ropa blanca al piso.
En eso por una hendedura que allá arriba había quedado abierta, entró el colibrí.
Ella estaba ahí, tendida y desnuda.
El colibrí buscó el pecho, el ombligo, el sexo. Y temblaba y libaba allí.

Fuente: Di Giorgio, Marosa, Camino de las pedrerías, Buenos Aires, Ed. El cuenco de plata, 2011.
   

Camino de las pedrerías tiene como subtítulo la denominación: relatos eróticos. Podría hablarse en este caso de un panerotismo, ya que toda la naturaleza, festiva y reluciente, está traspasada por el Eros. Su imaginación fluyente y pródiga otorga  esa pulsión a todos los seres (humanos, plantas, animales y aún minerales) que conforman sus escenas. La vida en toda su plenitud vibra en imágenes sorprendentes.
El libro trasunta libertad. No hay límites. No hay referencias convencionales. Nada es lo usual, ni lo previsible. La palabra es una materia dúctil que arracima sensaciones extrañas, asombrosas,  que se crean y recrean, movidas por un constante impulso  de transformación.
Marosa di Giorgio nació en Salto- Uruguay, en 1932 y falleció en Montevideo, en 2004.



sábado, 15 de junio de 2013

ANTONIO REQUENI: Piedra libre

El padre juega con sus criaturas.
La cara vuelta contra la pared
y el brazo levantado hasta los ojos,
está contando como si llorara.
Y mientras cuenta sus criaturas crecen,
van por el mundo, suben escaleras,
se enamoran o estudian geometría.
Cuando termina de contar, el padre
entra en los cuartos y revisa muebles.
Apenas ve. ¿Quién apagó las luces?
Su voz, que ha enronquecido, los invita
a dejar de una vez sus escondites.
Y los hijos regresan, jubilosos.
¡Cómo han crecido! Son casi tan altos
como los sueños que en su juventud
solían desvelarlo dulcemente.
¡A contar! ¡A contar –exclama el padre-
(los grandes siempre vuelven a ser niños).
Y los hijos se apoyan contra el muro,
hunden la frente entre los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan –once, doce, trece…-
el padre se va haciendo pequeñito.
Cuando terminan de contar lo buscan.
Lo buscan pero el padre no aparece.
Se ha escondido debajo de la tierra.


Fuente: Poesía Argentina del Siglo XX (selección de Miryam E. Gover de Nasatsky, Buenos Aires, Ed. Huemul, 1981.

jueves, 6 de junio de 2013

FILISBERTO HERNÁNDEZ: El "inventor" de una escritura extrañamente atrayente.

 EXPLICACIÓN FALSA DE MIS CUENTOS 

   Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer ni cuidar su crecimiento: solo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.
   Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.

Fuente: Hernández Filisberto, Las Hortensias y otros relatos, Buenos Aires, Ed. El cuenco de Plata, 2010.






Filisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964). Quizás este raro ejemplar arbóreo tenga algo en común con sus cuentos.