El padre juega con
sus criaturas.
La cara vuelta contra
la pared
y el brazo levantado
hasta los ojos,
está contando como si
llorara.
Y mientras cuenta sus
criaturas crecen,
van por el mundo,
suben escaleras,
se enamoran o estudian
geometría.
Cuando termina de
contar, el padre
entra en los cuartos
y revisa muebles.
Apenas ve. ¿Quién
apagó las luces?
Su voz, que ha
enronquecido, los invita
a dejar de una vez
sus escondites.
Y los hijos regresan,
jubilosos.
¡Cómo han crecido! Son
casi tan altos
como los sueños que
en su juventud
solían desvelarlo
dulcemente.
¡A contar! ¡A contar
–exclama el padre-
(los grandes siempre
vuelven a ser niños).
Y los hijos se apoyan
contra el muro,
hunden la frente
entre los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan
–once, doce, trece…-
el padre se va
haciendo pequeñito.
Cuando terminan de
contar lo buscan.
Lo buscan pero el
padre no aparece.
Se ha escondido
debajo de la tierra.
Fuente: Poesía Argentina del Siglo XX
(selección de Miryam E. Gover de Nasatsky, Buenos Aires, Ed. Huemul, 1981.
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