Mi recuerdo más vivo y constante
no es el de las personas, sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía con
mis abuelos. Es un sueño recurrente que todavía persiste. Más aún: todos los
días de mi vida despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que
estoy en esa casa. No que he vuelto a ella, sino que estoy allí, sin edad y sin ningún motivo especial, como
si nunca hubiera salido de esa casa vieja y enorme. Sin embargo, aun en el
sueño, persiste el que fue mi sentimiento predominante durante toda aquella
época: la zozobra nocturna. Era una sensación irremediable que empezaba siempre
al atardecer, y que me inquietaba aun durante el sueño hasta que volvía a ver
por las hendijas de las puertas la luz del nuevo día. No logro definirlo muy
bien, pero me parece que aquella zozobra tenía un origen concreto, y es que en
la noche se materializaban todas las fantasías, presagios y evocaciones de mi
abuela. Esa era mi relación con ella: una especie de
cordón invisible mediante el cual nos comunicábamos ambos con un universo
sobrenatural. De día, el mundo mágico de la abuela me resultaba fascinante,
vivía dentro de él, era mi mundo propio. Pero en la noche me causaba terror.
Todavía hoy, a veces, cuando estoy durmiendo solo en un hotel de cualquier
lugar del mundo, despierto de pronto agitado por ese miedo horrible de estar
solo en las tinieblas, y necesito siempre unos minutos para racionalizarlo y
volverme a dormir.
(…)
- Quizás, como te lo dije ya, la
pista (de Cien años de soledad) me la dieron los relatos de mi abuela. Para
ella los mitos, las leyendas, las creencias de la gente, formaban parte, y de
una manera muy natural, de su vida cotidiana. Pensando en ella, me di cuenta de
pronto que no estaba inventando nada, sino simplemente captando y refiriendo un
mundo de presagios, de terapias, de premoniciones, de supersticiones, si tú
quieres, que era muy nuestro, muy latinoamericano. Recuerda, por ejemplo,
aquellos hombres que en nuestro país consiguen sacarle de la oreja los gusanos
a una vaca rezándole oraciones. Toda nuestra vida diaria en América Latina,
está llena de casos como éste.
(…)
- (La inspiración) Es una palabra
desprestigiada por los románticos. Yo no la concibo como un estado de gracia,
ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de
tenacidad y dominio. Cuando se quiere escribir algo, se establece una especie
de tensión recíproca entre uno y el tema, de modo que uno atiza el tema y el
tema lo atiza a uno. Hay un momento en que los obstáculos se derrumban, todos
los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado y
entonces no hay en la vida nada mejor que escribir. Eso es lo que yo llamaría
inspiración.
Fuente: García Márquez, Gabriel, El olor de la Guayaba ,
conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1994.
Gabriel García Márquez nació en
Aracataca, Colombia, en 1927 y falleció en la ciudad de México el 17 de abril
de 2014. En 1982 obtuvo el Premio Nobel.
Nota: Plinio Apuleyo Mendoza es
un escritor y periodista colombiano, nacido en 1932. En Francia tuvo a su cargo
la revista Libre que agrupó a los
escritores del llamado "boom latinoamericano".
muy bien seleccionados los textos. Me gustó mucho el primero, sobre todo. Gracias. Ofe
ResponderEliminarGracias, Ofe, por tu comentario, por tu interés. A mí también me gustó esta referencia a la infancia porque siento que en ella están muchos de los fundamentos de la imaginación. Y el final es ese regreso a un principìo del cual surgimos como prueba de lo que puede la Creación.
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