El
ámbito literario parece, a pesar de la revolución feminista, un dominio de
hombres. Sólo las mujeres muy talentosas y de agallas logran destacarse por sí
mismas dentro de ese reino de exclusividad. Sin embargo abundan los hombres
mediocres que se mueven a sus anchas en él y hasta con el tiempo logran
recubrirse con un barniz de celebridad que los acerca al centro de la escena. Hay muchas
mujeres que entran al reino por la puerta de servicio: algunas son hábiles
cortesanas, otras son las que van de relleno cuando falla alguna figura de interés, otras forman parte de sectas de
distinta laya, otras viven a la sombra de maridos, amantes, padres o parientes, que tienen algún tipo de sartén
por el mango. Situación lamentable que, en
cierta medida, supedita su talento personal y empalidece el mérito propio. Sin embargo, siempre hubo y
habrá mujeres que no perteneciendo a ninguno de los grupos mencionados escriben
con pasión, por el placer de hacerlo. Sin más reconocimiento que la alegría
inmensa de dar cuerda a sus deseos de
crear.
Simone
de Beauvoir ha dicho: “No se nace mujer: se llega a serlo” (El
segundo sexo). Doble trabajo tenemos las que construimos y cuidamos
nuestra femineidad y paralelamente pretendemos ser obreras y activistas de un
gremio en el cual no llevamos las de ganar. No creo que el talento sea una
marca de género ni admito que la condición de procreadoras modifique ni a favor
ni en contra nuestra posibilidad de ser creadoras. Me siento compañera y
complementaria del hombre en la vida y en el arte y orgullosa, al fin, de
engendrar hijos de papel.
Me encantó tu publicación. Me quedo con las palabras de Simone de Beauvoir, muy inspiradoras.
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