VENERATIO VITAE[1]
Hombres como el “Gran Doctor”[2]
tornan menos sombría la condición humana.
De mí y de ti, de dos cualquiera en esta extraña tierra, puede nacer un
Alberto Schweitzer y redimir la
pluralidad de nuestros errores.
Tales seres también tornan
más miserable nuestra condición: nos libran de todo esfuerzo.
Un Schweitzer, en Gabón, da
nuestra medida última, asume la completa responsabilidad.
Nos sentimos empequeñecidos
frente a él. Nuestra mala conciencia se esponja en la cama del insomnio: ese
hombre hace lo que teníamos ganas de hacer y nunca nos atrevimos. Ya no
precisamos atrevernos. Y ponemos en el tocadiscos el Magnificat de Bach.
Recordamos la glosa musical
de Schweitzer, mientras él cura la disentería, la tuberculosis y la lepra en
Africa y recibe la cornada del antílope
al que iba a llevar la ración de
mandioca.
Sabemos que no basta con oír
a Bach, para elevar el espíritu.
No basta con estudiar
Filosofía para comprender la vida.
Ni es suficiente el diploma
de Medicina para cuidar a los enfermos del Instituto.
Más aún, es preciso colocar
la música, la filosofía y la medicina en la valija y partir para donde el
mestizo, el indio, el paria viven su muerte a la espera de la muerte
definitiva, y vivir y morir con ellos.
Sin romanticismo. La solución
de Schweitzer no es romántica, es el misticismo convertido en minucias, inserto
en la realidad más desnuda, misticismo que se despoja de contenido abstracto.
Con las ganancias de los
recitales de órgano en Europa, construir un hospital en la selva africana.
Hospital que comienza en el gallinero y no acaba nunca.
Y la música haciendo. Arte
tendido sobre el piso de tierra, elevándose entre el barullo de los monos,
ofreciendo su faz terrestre y llena de misericordia.
El pensamiento sutil, los
motetes sublimes, los conciertos para clave y violín se prosternan delante de
la vida – pues es la vida que se rescata en lo mayor y en lo menor, en lo que
sufre, en lo que es capaz de sufrir y, por lo tanto, de existir.
Contemplamos, perturbados, la
muerte de este hombre que no debía morir – así como lo pretendía nuestro
egoísmo y nuestra paz de espíritu.
Lo mejor de nosotros cumplió su tarea, y tenemos que descubrir a otro que
nos dispense de ser buenos. Mientras preparamos el viaje a la Luna.
Para tratar de comunicarnos con otros mundos, dado que no hemos aprendido lo que él
practicó diariamente del mismo modo en
que a diario nos afeitamos: la
comunicación directa con la humanidad.
Fuente: Drummond, seleta em prosa e verso, Rio,
Livraria José Olympio Editora, 1973. Crónica perteneciente al libro: Cadeira de balanço.
Traducción: María Cristina Arostegui
[1] En latín: homenaje a la vida.
[2]
Alberto Schweitzer (1875-1965), médico, filósofo, musicólogo, misionero y teólogo
protestante alemán que, en 1952 recibió el Premio Nobel de la Paz y que dedicó su vida a un
leprosario en Africa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario