SARMIENTO
No lo abruman el
mármol y la gloria.
Nuestra asidua
retórica no lima
su áspera realidad.
Las aclamadas
fechas de centenarios
y de fastos
no hacen que este
hombre solitario sea
menos que un hombre.
No es un eco antiguo
que la cóncava fama
multiplica
o, como éste o aquél,
un blanco símbolo
que pueden manejar
las dictaduras.
Es él. Es el testigo
de la patria,
el que ve nuestra
infamia y nuestra gloria,
la luz de Mayo y el
horror de Rosas
y el otro horror y
los secretos días
del minucioso
porvenir. Es alguien
que sigue odiando,
amando y combatiendo.
Sé que en aquellas
albas de septiembre
que nadie olvidará y
que nadie puede
contar, lo hemos
sentido. Su obstinado
amor quiere
salvarnos. Noche y día
camina entre los hombres,
que le pagan
(porque no ha muerto)
su jornal de injurias
o de veneraciones.
Abstraído
en su larga visión
como en un mágico
cristal que a un
tiempo encierra las tres caras
del tiempo que es
después, antes, ahora,
Sarmiento, el
soñador, sigue soñándonos.
Jorge Luis Borges
Fuente: Borges,
Jorge Luis, Obra poética, Buenos
Aires, Emecé Editores, 1986. El poema pertenece al libro: El otro, el mismo (1964).
v
Esta nota no pretende ser un
comentario crítico ni mucho menos. La autoridad de Borges en materia de escritura
no admite agregados irrelevantes. Su texto es elocuente. Sin embargo, y como
siempre hay quien tiene sus reparos y también quien tiene su tendencia a ideologizar, he tratado
de interpretarlo bajo la luz que a mí,
como docente con larga experiencia en el aula, me aportó la lectura de la obra
sarmientina y la aproximación al estudio de su circunstancia histórica.
“Nuestra asidua retórica no lima/
su áspera realidad” dice Borges. Y me
hace pensar en el uso abusivo de la palabra, muchas veces sacada de contexto, y
rearmada argumentativamente al servicio
de maneras cristalizadas y reiterativas de ver la realidad. En nuestro país el mito
parece querer reemplazar en forma constante a la compleja y rica entidad que conforma cada sujeto. La
mitología es una forma de relato que sacraliza, en algunos casos, lo que de
hecho está sujeto a diversas lecturas
por pertenecer al ámbito de lo histórico. Es así, como a través del doblez
discursivo se recrean causas y consecuencias con el fin de ver la trama de un
solo lado.
“Las aclamadas fechas de fastos/
no hacen que este hombre solitario sea/menos que un hombre”: Borges subraya la humanidad de Sarmiento, con todo lo
alentador o lo cuestionable que ello
supone. Los fastos y las celebraciones tienden a privar a la persona de sus
condiciones intrínsecas y de las alternativas en las que se vio envuelto a la hora de interactuar con su entorno. La
hora de Sarmiento no es la nuestra, aunque la nuestra guarde de aquélla algunos
signos perturbadores.
“…el que ve nuestra infamia y
nuestra gloria”, Sarmiento vio con claridad -ya en 1845, en Facundo, lo expone-
la estructura feudal de nuestro país, que lamentablemente aún sigue en pie.
Estructura que atenta contra su desarrollo armónico y dota al caudillo de una
fuerza avasalladora que opera sobre un pueblo inerme. El subtítulo del
mencionado libro: civilización y
barbarie, dio pie a una hipótesis suya
que ha sido muchas veces cuestionada. Un poco, por ser sacada de
contexto y otro poco por no prestarse a la prédica demagógica. Bárbaro es para Sarmiento
quien por carecer de los estímulos que profundizan el discernimiento y la reflexión autónoma, no puede admitir la
contención del límite moral y, en consecuencia, actúa con la prepotencia de la
manada. Sabido es que a esta altura mucho tendríamos para debatir respecto de
la civilización. En aras del “progreso” se han consumado los mayores desatinos
y crueldades. Y, sin embargo, no podemos negar el progreso, así como no podemos
negar nuestra edad. La civilización, acompañada de los sustentos antes mencionados: discernimiento,
reflexión autónoma, valores éticos, es mejoradora.
“camina entre los hombres que le
pagan (…)/ su jornal de injurias/o de veneraciones”, Borges lo muestra en
marcha. Porque él sentó las bases del fundamental motor del desarrollo justo de
una nación: la educación, que nos
iguala en posibilidades de acceso al saber, y en consecuencia, al trabajo
y a la dignidad. Ese principio de equidad, doloroso es decirlo, no
resulta conveniente para quienes pretenden, con retóricas desgastadas, mantener
en vilo y en zozobra a la población en su conjunto y muy especialmente a los que
carecen de voz y, por qué no decirlo, hasta de voto. Los que lo veneran lo
deshumanizan. Venerar es un término casi diría terrible: no es estima ni
admiración. Es el mármol o el bronce contrarios a la agitación de la vida. Los que lo injurian son los que desearían acallar en su nombre cualquier tipo
de lucha en pos de una ciudadanía consciente y dueña de su destino.
“Abstraído en su larga visión (…)
Sarmiento, el soñador, sigue soñándonos”, concluye. La visión de Sarmiento fue
indudablemente abarcadora. Tendía hacia un futuro promisorio y soñaba con un
país pujante (bien conectado a través de vías férreas y redes fluviales, y
soberano en el manejo de su potencial energético), insertado
dentro de la región y del mundo, un país dotado de un sistema educativo que promoviera el acceso al trabajo y a los
bienes culturales y territoriales, un país que no estimulara la fuga de
cerebros , ni el exilio físico o emocional de los que piensan y actúan con
independencia del statu quo. En síntesis: un país que cuide el porvenir de
sus descendientes.
Sarmiento sigue y seguirá
soñándonos mientras los habitantes de la República seamos conscientes de que lo que nos
engrandece no es dejarnos hipnotizar por espejismos, sino la intensa fuerza con que nos abracemos al conocimiento liberador y a los principios que rigen una sana convivencia.
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