Ella mira pasar desde su lejanía de vanas estaciones,
el ademán ligero con que idénticos días se despiden
dejando solo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marea de su corazón.
De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos
gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a
un
sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las
cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la
sangre.
Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las posibles ruinas,
a su tierna paciencia,
al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde solo resuenan las pisadas de
los
antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra
entre-
abierta.
Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.
Fuente: Orozco,
Olga, Veintinueve poemas, Caracas, Monte Ávila Editores C. A., 1975. El
poema pertenece al libro Desde lejos.
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