viernes, 12 de junio de 2015

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE: El movimiento Poesía Buenos Aires

VIOLENCIA DE LA POESÍA

Vamos a proclamar que el poeta es un ser humano, habitante del mundo.
Vamos a proclamar  que la poesía es el hombre. Vamos a terminar con  la significación literaria de la palabra poesía, con la significación inerme, tranquila, indeterminada, escrita, de la palabra poesía.
Los poetas de hoy deben escribir en el aire, limpiar el aire. Ésta es su tarea inmediata, su tarea más difícil.
No se trata ya de versos o de imágenes. Ellos son siempre un excedente, un sencillo desecho que servirá para construir las ciudades nuevas.
Se escribe solo una parte de la poesía. La parte mayor, la parte principal, esencial, está en el espacio. Ella sostiene las señales, los caminos , las brújulas.
Basta ya de papeles y de disquisiciones circulares. La mano del poeta no es diferente ni heroica. Es la mano de una persona de confianza.
Basta de insultos a la sombra del mundo. Construir sobre el alba, allí donde cada herida avanzará hacia la indiferencia.
No haremos poesía en el espacio donde toda palabra es inútil. La poesía por la que trabajamos tendrá siempre una inexorable acción sobre las relaciones humanas. La poesía, a través de los que identifican con su vida ese hacer, ha de llegar también a los que no comprenden el escrito, ha de llegar en acto y  en presencia. Y las criaturas sin fidelidad a sus ojos, los continuos saqueados, serán así defendidos.  El poeta hará posible la comunicación, los bellos gestos, la continuación de la vida. (Viejo perro sin amo, habrá gustado el curso de vuestras palabras, acelerado por su presencia.) El más bello ademán matará al último de los canallas.
Los poetas dicen la verdad con sus siete colores: hay entre esos colores un amarillo ingenuo y un violeta con trágica experiencia, hay un niño y un viejísimo dios, una ciudad despierta por un grito, y un cofre de maravillas. (Un cofre de tierra preciosa, porque ellos son dueños de la piedra antifilosofal, que transforma el oro en plomo.)
La poesía será una forma de caminar, o de habitar el mundo. Cada poema es un accidente, una circunstancia.
Hablemos de caminar, de comprender, hablemos de la indignación de los testigos y de los que tienen que ganar su hambre. Hablemos de la única manera de estar entre los otros. Hablemos de las soluciones universales y del tesoro único de cada hombre.
Y el poeta debe responder por todos los hombres, puesto que los representa y significa.
La poesía ya no es un frasco de agua de olor, sino la música donde sucede cada movimiento de las fibras musculares.
Niño, no mates a tus poetas, porque ellos vienen a devolverte la vida.
El poeta viene a unificar vuestras mejores experiencias, vuestros momentos cruciales, y a devolveros su fuerza.
La gran memoria sostiene los ojos que justifican el mundo.
El poeta es el único que puede comprender. Él decidirá en última instancia sobre las relaciones entre la lógica y la vida, entre la mecánica, los mitos, la planificación y la vida.
Es necesario que la realidad, antes de existir, sea soñada. Nada se materializa más fácilmente que un verdadero sueño.
Vosotros venceréis siempre a las máquinas de calcular, porque la fuerza del que ve claro lleva mil siglos de ventaja. Ver a través de vuestros dolores, ver a través de vuestros sueños, ver a través de vuestra inocencia.
La poesía deviene, violentamente, antipoesía. Ella se instala ahora en vuestros cuerpos, habita vuestras casas y combate por vuestra dignidad en todos los frentes.
A vivir por vosotros.
Solo así el poeta tiene derecho, a veces, a entregarnos algunas imágenes, algunas sugestiones, a devolvernos doble por sencillo.


Fuente: El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960). Selección prólogo y notas de Raúl Gustavo Aguirre, Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1979. El texto pertenece al volumen VII de la revista Poesía Buenos Aires.

jueves, 28 de mayo de 2015

MIS POEMAS: ¿Una noticia puede convertirse en poema?

Noticia que al ser leída se transforma en… ¿poema?
La lengua desentierra. En esta ocasión: un abrazo.
Ellos han estado por más de cincuenta años abrazados.
En principio arropándose, compartiendo el aliento.
La suave exhalación que emana de la boca del recién nacido.
El hálito vital; ese viento ligero, levísimo
que los frutos empujan hacia la arborescencia.
Con los brazos entregados y los cuerpos henchidos de estupor,
habrán imaginado que uno sería para el otro una manta,
un cobertor piadoso.
Y luego habrán atravesado
la palabra esteparia,
la médula del silencio.
Y deslizándose el uno en el otro
se habrán encontrado en el extravío.
Toda la vida, más allá de las  elevadas cumbres,
del otro lado de riscosas laderas.
Ajena, ya. De otros. Del pasado.
Del vértigo que ha llegado a su fin.
Descenso.
Hacia la oscuridad de lo que ni siquiera es requerido.
Nadie supo de ellos.
Nadie alcanzó a encontrarlos.
El uno junto al otro fueron toda la humanidad que les quedaba.
Un alud hizo girar a ese trompo sin vida
hacia el hondón del abrazo.
El tutelar abrazo de dos seres que a cada instante iban perdiendo la luz.
Las heladas construyeron un túmulo.

Después de más de cincuenta años
sus huesos trizados por vendavales y tinieblas
despiertan en la memoria de los hombres
una imagen que es casi una señal. El abrazo que todos nos debemos.
La confraternidad ante  la niebla o la nevisca.
O ante el frío prosaico
con el que nos expulsan los barrancos,
las fortuitas tenazas de las cimas,
la caída fatal e inescrutable.
La soledad que nos estrecha y latido a latido
nos devuelve a la unidad que fuimos – y seremos-
en la altura invencible de la  Nada.




El poema está basado en una noticia aparecida el 05-03-2015, la cual se refiere al hallazgo de los cuerpos de  dos montañistas desaparecidos el 2 de noviembre de 1959 en la ladera oeste del Citlaltepetl, pico más alto de Orizaba-México (5270 m.).


 
  





sábado, 23 de mayo de 2015

LA VISIÓN Y LA MISIÓN DE LOS INTELECTUALES

El diccionario de la RAE da tres acepciones para el término intelectual: 1) Perteneciente o relativo al entendimiento. 2) Espiritual o sin cuerpo. 3) Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias o las letras. El título de esta nota refiere a la acepción sustantivada, o sea a la persona que hace trabajar su intelecto y tiene por objetivo movilizar el entendimiento del prójimo. Pero también, por insoslayable correspondencia,  a los otros dos significados.
Al intelectual le compete leer e interpretar signos. Signos que componen la trama textual de libros, pero también de cualquier manifestación de la cultura y la sociedad que los produce. La suya es una tarea que implica un esfuerzo de reflexión y también un ejercicio de responsabilidad. El intelectual puede o no tener una posición de prestigio dentro del engranaje que moviliza a la comunidad. Esto depende de muchos  factores. Factores que   se  relacionan con su propio accionar o  que derivan de  circunstancias ajenas a él.  
Siempre he   considerado que la inteligencia es un don valioso y que los actos que provienen de ella deberían responder a la mayor libertad posible, interior y exterior y también al  empeño constante e intenso   con que se la usa. Las capacidades intelectuales, lamentablemente, no son un bien masivo. Por un lado, no todos nacemos con una mente brillante. Por otro,  todas las mentes necesitan de estímulos. Los que hemos pasado por la docencia sabemos que la posibilidad de acceso a una real educación (no a  un simulacro de ella) es el medio más efectivo para el desarrollo intelectual de cualquier persona. También lo es una buena alimentación y un entorno que favorezca las capacidades de cada individuo. Por lo tanto,  la persona que goza de la    facultad de leer comprensivamente, de un ámbito apropiado para el ejercicio reflexivo y del respaldo monetario para acceder a los medios de conocimiento, puede considerase un ser privilegiado. Su posicionamiento social es bien diferente del posicionamiento de quienes carecen de tales favores del destino. Algunos intelectuales ostentan ese privilegio y sacan partido de él sin reparar en que  ese bien está expuesto a los mismos avatares que cualquier otro bien terrenal, y sin la responsable gratitud que debieran demostrar por  poder usufructuar de un don  con el que no cuentan muchos de sus conciudadanos.

En todas las épocas y países ha habido intelectuales, que se han puesto al servicio de un régimen, partido o movimiento político. Tener ideología e incluso mostrar una preferencia política es inevitable para un intelectual. Precisamente porque su trabajo le exige lecturas constantes e incisivas no solo de libros sino también de postulados científicos y  del conjunto del hacer social. Pero ello no implica estar al servicio de.  Su capacidad intelectual y la influencia que con ella alcanzan no pueden estar sujetas a más designios que la honestidad de sus principios. Y la expresión honestidad no solo apunta a una  abstracción ética, sino al hecho concreto  de que ésta provenga de una suerte de debate interno y no a una imposición dogmática. Al respecto me parece interesante lo que dice Santiago Kovadloff en su ensayo Un tiempo de dilemas: “Quisiera, finalmente, referirme al que considero uno de los deberes primordiales del intelectual  en un marco sociopolítico como el latinoamericano. Creo que una de la enfermedades espirituales que sigue padeciendo la vida política continental es el autoritarismo, la arraigada intolerancia al debate, la repugnancia y el horror ante el valor relativo que pudieran revestir nuestras convicciones y, en consecuencia, la necesidad de concebir toda instancia alternativa a la nuestra como una hostilidad, un peligro, una amenaza mortal.”
Sabido es que la influencia de un intelectual en las mentes indoctas no es directa. Nadie accede a un determinado tipo de lecturas por obra y gracia del azar. Y muy pocos tienen la posibilidad de cotejar diferentes fuentes. “La auténticas preguntas, tan inusuales como decisivas, son aquellas que se desvelan por dar vida a lo que todavía no la tiene; aquellas que aspiran a aferrar lo que por el momento es inasible; aquellas que se inquietan por construir el conocimiento en lugar de adquirirlo hecho.”, apunta Kovadloff en otro de los ensayos del mismo libro,[1] titulado Qué significa preguntar.
De allí emana la exigencia de responsabilidad que cabe a todo trabajador del intelecto. Abrir el pensamiento a diferentes perspectivas, favorecer el diálogo cultural y permitir que cada ser humano, de acuerdo a sus propias perspectivas, elija libremente cómo ponerse de pie frente al mundo, es la tarea más enaltecedora que puede realizar un intelectual. Y es la devolución que  debiera hacer a una sociedad, que con todas sus desigualdades e irregularidades, le permitió a él,  mimado erudito, alcanzar un estatus de conocimiento que supera al de la media de la población y está, supuestamente, muy por encima de quienes mínimamente deben luchar cada día por la subsistencia.


[1] Kovadloff, Santiago, La nueva ignorancia, Buenos Aires, Emecé Editores, 2001.

sábado, 9 de mayo de 2015

GEORG TRAKL: sensibilidad cautivada por los poderes nocturnos

HUMANIDAD

Humanidad formada ante volcanes,
redoble del tambor, oscuras frentes de guerreros,
pasos entre vahos de sangre, el negro hierro suena.
Desesperación, la noche en afligidas mentes:
aquí la sombra de Eva, la caza y el rojo dinero.
Nubes, la luz irrumpe, la Última Cena.
En pan y vino mora un dulce silencio.
Y doce es el número de aquellos reunidos.
De noche gritan en sueños bajo los olivos;
Santo Tomás hunde la mano en el sagrado estigma.

LA NOCHE

A ti te canto, salvaje abismo
en la tormenta de la noche
de montañas apiladas;
torres grises
desbordantes de gestos infernales,
fogosos animales,
ásperos helechos, pinos,
cristalinas flores.
Tormento infinito,
que tú atraparas
el manso espíritu de Dios,
gimiendo en la cascada.
En ondulantes pinos.

Áureas arden las hogueras
alrededor de los pueblos.
Sobre riscos negruscos
ebrio de muerte se precipita
el ardiente huracán,
la onda azul
del ventisquero,
y resuena
poderosa en el valle de la campana:
llamas, blasfemias
y los oscuros
juegos de la lujuria.
Asalta el cielo
una cabeza de piedra.

Fuente: Trakl, Georg, Obra poética, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992. Traducción: Rodolfo Modern. El poema Humanidad pertenece al libro: De profundis. El poema La noche pertenece al libro: Canción del solitario.


martes, 28 de abril de 2015

AGUSTÍN TAVITIAN: La palabra invicta

Hace pocos días se recordó el genocidio armenio. Pasó un siglo desde entonces, ya que tuvo su inicio el 24 de abril de 1915 cuando las fuerzas del Imperio Otomano impusieron la violenta deportación del pueblo armenio. La marcha forzada que comenzó en Estambul provocó casi dos millones de muertes. Una fecha luctuosa no solo para los que la sufrieron en carne propia sino también para quienes  creemos que los derechos humanos son, además de  intransferibles, un bien que pertenece a la humanidad en su conjunto.
La fecha me trajo el  recuerdo del poeta Agustín Tavitián quien expresó en algunos de sus versos ese drama vivido por sus antepasados.
Lo conocí, hace ya tiempo, en la antigua Radio Nacional (de Ayacucho y Santa Fe). En esa emisora  conducía un programa de poesía. Un par de veces lo visité. Era un hombre muy amable y cordial, que abría su espacio a las distintas  voces poéticas que por esos años  andaban empeñadas en hacerse oír.
El libro que tengo entre mis manos se titula: La palabra invicta. Así también se llamaba su  convocante programa.
En su memoria y en la del pueblo que le dio origen, el poema XII, de la  segunda  sección del libro, homónima del título:

Un día estallará mi corazón
y se desparramarán los versos que no he escrito.
Mientras tanto buscaré, almacenaré
y echaré al viento,
los códigos de lo innombrable
que guarda el corazón del hombre.
De los seres auténticos,
develados en el idioma viril de la confianza
y en la tierna ilusión del sentimiento.
Incorporaré a mi asombro el lenguaje desgarrado
de quienes extraen formas y atrapan una imagen
en la caída abismal de sus angustias.
Esos ángeles mortales, hombres y poetas
que acechan la verdad entre infiernos y absurdos
y celebran bellezas ante tanto cansancio cotidiano.
Fusionaré mi simpleza de ser, mi expresión limitada,
en quienes conquistan trascendencias en su idioma
con sacrificios, olvidos y terquedad de sueños
pegados al vuelo de sus dispersas memorias fantasmales.

Un día estallará mi corazón
y se desparramarán los versos que no he escrito,
pero quedará esta confianza, esta fe en los hombres,
en los ángeles caídos del silencio, de la oscuridad,
la soledad, la indiferencia, que están gestando heroicamente
la triunfadora, invencible, inconquistable palabra invicta
que nos sustenta a todos…


Fuente: Tavitian, Agustín, La palabra invicta, Ediciones AKIAN, Buenos Aires, 1988.

martes, 14 de abril de 2015

EDUARDO GALEANO: En sus palabras, la vida continúa...

1935, Buenos Aires: Alfonsina

   A la mujer que piensa se le secan los ovarios. Nace la mujer para producir leche y lágrimas, no ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla desde las ventanas a medio cerrar. Mil veces se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca lo creyó. Sus versos más difundidos protestan contra el macho enjaulador.
   Cuando, hace años, llegó a Buenos Aires desde provincias, Alfonsina traía unos viejos zapatos de tacones torcidos y en el vientre un hijo sin padre legal. En esta ciudad trabajó en lo que hubiera; y robaba formularios del telégrafo para escribir sus tristezas. Mientras pulía las palabras, verso a verso, noche a noche, cruzaba los dedos y besaba las barajas que anunciaban viajes y herencias y amores.
   El tiempo ha pasado, casi un cuarto de siglo; y nada le regaló la suerte. Pero peleando a brazo partido Alfonsina ha sido capaz de abrirse paso en el masculino mundo. Su cara de ratona traviesa nunca falta en las fotos que congregan a los escritores argentinos más ilustres.
   Este año, en el verano, supo que tenía cáncer. Desde entonces escribe poemas que hablan del abrazo de la mar y de la casa que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas.


Fuente: Galeano, Eduardo, Mujeres, Madrid,  Alianza Editorial, 1995.

Vista del crepúsculo, al fin de siglo

Está envenenada la tierra que nos entierra o destierra.
Ya no hay aire, sino desaire.
Ya no hay lluvia, sino lluvia ácida.
Ya no hay parques, sino parkings.
Ya no hay sociedades, sino sociedades anónimas.
Empresas en lugar de naciones.
Consumidores en lugar de ciudadanos.
Aglomeraciones en lugar de ciudades.
No hay personas, sino públicos.
No hay realidades, sino publicidades.
No hay visiones, sino televisiones.
Para elogiar una flor, se dice: “Parece de plástico”.

Fuente: Galeano, Eduardo, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Buenos Aires, Editorial Catálogos, 2001.

Eduardo Galeano nació en Montevideo en 1940 y falleció en esa misma ciudad el 13 de abril de 2015.


jueves, 9 de abril de 2015

ODISSEAS ELYTIS. El verbo transformado en luz: Dignum est

Mis cimientos en las montañas
y las montañas las levantan los pueblos sobre los hombros
y sobre ellos arde la memoria
zarza que no se consume.
Memoria de mi pueblo, te llaman Pindos y te llaman Athos[1].
Se enturbia el tiempo
y por los pies cuelga los días
vaciando con estrépito los huesos de los humillados.
¿Quiénes, cómo, cuándo escalaron el abismo?
¿Cuáles, de quiénes, cuántos los ejércitos?
El rostro del cielo se vuelve y mis enemigos se han dispersado.
Memoria de mi pueblo te llaman Pindos y te llaman Athos.
Solamente tú por los talones reconoces al hombre
solamente tú hablas por el filo de la piedra.
¡Tú afilas el semblante de los santos
y tú arrastras hasta la orilla de las aguas eternas
la lila de la Resurrección!

Me tocas la mente y se duele la criatura de la Primavera!
¡Me castigas la mano y se emblanquece  en las tinieblas!
Siempre atraviesas el fuego para alcanzar el fulgor.
Siempre el fulgor atraviesas
para alcanzar la cima de las montañas gloria de nieve.
Pero ¿qué las montañas? ¿Quién y qué en las  montañas?
Mis cimientos en las montañas
y las montañas las levantan  los pueblos sobre los hombros
y sobre ellos arde la memoria
zarza que no se consume.

Fuente: Odisséas Elytis, Dignum est (TO AXION ESTI), Madrid, Hyspamérica Ediciones, 1983. Traducción: Cristián Carandell. El fragmento pertenece a la  sección  de este largo poema, titulada: La pasión.




[1] Pindos y Athos son dos macizos montañosos situados al norte de Grecia.