Hace pocos días se recordó el
genocidio armenio. Pasó un siglo desde entonces, ya que tuvo su inicio el 24 de
abril de 1915 cuando las fuerzas del Imperio Otomano impusieron la violenta
deportación del pueblo armenio. La marcha forzada que comenzó en Estambul
provocó casi dos millones de muertes. Una fecha luctuosa no solo para los que
la sufrieron en carne propia sino también para quienes creemos que los derechos humanos son, además
de intransferibles, un bien que
pertenece a la humanidad en su conjunto.
La fecha me trajo el recuerdo del poeta Agustín Tavitián quien
expresó en algunos de sus versos ese drama vivido por sus antepasados.
Lo conocí, hace ya tiempo, en la antigua Radio
Nacional (de Ayacucho y Santa Fe). En esa emisora conducía un programa de poesía. Un par de
veces lo visité. Era un hombre muy amable y cordial, que abría su espacio a las
distintas voces poéticas que por esos
años andaban empeñadas en hacerse oír.
El libro que tengo entre mis
manos se titula: La palabra invicta.
Así también se llamaba su convocante programa.
En su memoria y en la del pueblo
que le dio origen, el poema XII, de la segunda sección del libro, homónima del título:
Un día estallará mi
corazón
y se desparramarán
los versos que no he escrito.
Mientras tanto buscaré,
almacenaré
y echaré al viento,
los códigos de lo
innombrable
que guarda el corazón
del hombre.
De los seres auténticos,
develados en el
idioma viril de la confianza
y en la tierna ilusión
del sentimiento.
Incorporaré a mi
asombro el lenguaje desgarrado
de quienes extraen
formas y atrapan una imagen
en la caída abismal
de sus angustias.
Esos ángeles
mortales, hombres y poetas
que acechan la verdad
entre infiernos y absurdos
y celebran bellezas
ante tanto cansancio cotidiano.
Fusionaré mi simpleza
de ser, mi expresión limitada,
en quienes conquistan
trascendencias en su idioma
con sacrificios,
olvidos y terquedad de sueños
pegados al vuelo de
sus dispersas memorias fantasmales.
Un día estallará mi
corazón
y se desparramarán
los versos que no he escrito,
pero quedará esta
confianza, esta fe en los hombres,
en los ángeles caídos
del silencio, de la oscuridad,
la soledad, la
indiferencia, que están gestando heroicamente
la triunfadora,
invencible, inconquistable palabra invicta
que nos sustenta a
todos…
Fuente: Tavitian, Agustín, La
palabra invicta, Ediciones AKIAN, Buenos Aires, 1988.
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