Año nuevo, vida nueva. Así se solía decir cuando yo era chica. Una salutación que ha perdido vigencia. Hoy a nadie se le ocurriría pronunciarla por temor de ser etiquetado como dinosaurio.
Aunque, pensándolo bien, ¿tendría algún sentido? Con cada paso que damos, con cada segundo acechando desde el reloj, la vida es nueva y vieja al mismo tiempo. Plena de luz y de proyectos o marchita en la reincidencia de errores, en la desmemoria o la vacuidad. Nada cambia de un día para otro, nada deja de ser difícil, complicado, áspero para pasar a ser venturoso, sencillo y fácil a partir de una simple mudanza del calendario.
En este fin de año tan conmovedor para mí, por razones personales, y tan crítico para el resto del mundo vienen a mi memoria los poetas del Barroco. Ellos, con su postura reflexiva frente a las antitesis existenciales, su conciencia de la precariedad y de la pérdida, con su lúcida constatación del inexorable transcurso temporal fueron maestros de clarividencia. Los hombres y mujeres del Barroco, indagaron en los enigmas metafísicos y también en los enigmas de lo físico y corrieron el velo que separa la realidad de la apariencia.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
Estas palabras que Calderón pone en boca de Segismundo nos interrogan desde el pasado y abren una dolorosa grieta en este presente donde lo efímero es dueño y señor de lo concreto y lo abstracto, de la acción y del pensamiento, del deseo y la práctica.
A veces nos sentimos poderosos e imbatibles. Un éxito laboral o profesional, un amor correspondido, un buen negocio, cierto ascendiente sobre el prójimo, una vida de placer pueden ser el punto de partida de un envanecimiento que no es más que eso. Un vacío que se llena con estopa. El golpe de dados que no abolirá el azar.
Quevedo lo expresa, con el vigor que lo caracteriza, en un soneto:
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Éste es también un fin de año difícil para el país. No nos podemos hacer los distraídos respecto de las encrucijadas que nos plantea. Momento de movilizaciones e incertezas. Y, sin embargo, el ritual nos impone que levantemos la copa en un brindis. Y no está mal que lo hagamos porque nos queda la esperanza, que no es una palabra vacía ni un término ocasional. El valor de esta palabra es que cada uno puede llenarla, libremente, con todo lo mejor que haya sabido atesorar con vistas al futuro. La esperanza nos guía e ilumina en medio de cualquier noche.
En mi caso he vuelto mi mirada nada menos que al siglo XVII, a los grandes maestros del pensamiento para encontrar en ellos algunas respuestas a las preguntas que el mundo actual esquiva por múltiples razones y sinrazones. Encuentro en ellos la fe en la reflexión siempre necesaria para encarar lo que está por venir. La vertiginosa circunstancia actual rehuye el dolor que significa asumir el aislamiento en una torre, en algo parecida a la que encierra al Segismundo calderoniano. La torre del individualismo y la claudicación.
Fuentes: Calderón de la Barca , Pedro, La vida es sueño, Zaragoza, Editorial Ebro,
1959.
De Quevedo, Francisco, Sonetos líricos, Buenos Aires, Editorial Huemul,
1969.
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