domingo, 26 de junio de 2016

MIS POEMAS: Un modo de decir...

El viento mueve el aire. Y me lleva y me trae.
Barca librada al ritmo de ríos interiores.
Ayer hubo un estuario donde el ojo se hizo diente,
y mordiendo las sombras,
ancló en palabras que me dieron nombre.
Hoy, en cambio, el resplandor de  agosto que se va
me empuja hacía esta intimidad de hormiga costurera.
Coso una hoja y otra, remiendo los agujeros
por donde brama el ventarrón del tiempo.
Por mi ventana entra la secuencia del día:
la claridad opaca del despertar,
el ígneo aguijón del sol,
la aletargada siesta con puntillas de miel,
el ocaso con su filtro de acuarelas borrosas.

 
Las grandes urbes  son en potencia escandalosas.
Locuaces, estridentes, plenas de novedad.
Pero viejas en sus rumores y en su extravagancia.
Marchitas en acero y en apilamiento de materiales  indeseables
en herrumbre y en humos  opresivos.
El retazo de campo trae además de oxígeno
voces y formas
colores y cadencias,
vibraciones sutiles y,
fundamentalmente, la percepción del movimiento.
Ni rápido, ni demasiado  tardo.
Justo. Casi diría austero.

Abandono el encierro. Los aplausos ocasionales.
La aprobación que paraliza.
La vengativa luz del flash, el calco de otros verbos.
Y entonces me reflejo en.
El balanceo de las nubes o el trémulo equilibrio del colibrí.
La silueta de una flor o la chispa alzando su lengua cimbreante.
 Los terrones que hablan y la molicie que acalla.

Mis palabras son hijas de un   contorno.
Se deshacen- rehacen. Deshiladas se entremezclan con la gramilla.
Ligeras como la  raíz aérea.
Terrestres-territoriales-terrenales.
¿Y por qué no? Desterradas.
Transferidas a un paisaje en silencio.
Al tono más difuso y, por   lo incierto, más primario en su forma de evocar…

de RINCÓN DE POESÍA



jueves, 16 de junio de 2016

OLGA OROZCO: la palabra necesaria

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de
no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan;
el milagro al revés, la comunión tan solo de lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que
vuelven desde
la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
Un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.


Fuente: Orozco, Olga, Obra poética, Buenos Aires, Ed. Corregidor, 1979. El poema pertenece al libro: Mutaciones de la realidad, 1979.

sábado, 4 de junio de 2016

LITERATURA VASCA: "La herbolera" de Toti Martínez de Lezea

Para quienes gusten de la novela histórica, La herbolera es un buen ejemplo de  esa  variante narrativa que se caracteriza por    construir   una anécdota  y a la par describir un lugar y su gente, en un momento  preciso. En este caso la zona de Vizcaya que se extiende entre Durango y Arrazola, incluida la sierra de Anboto, hacia el siglo XVI.
La historia de Catalina de Goiena, una joven partera y  herbolera,   atrapada entre en un amor no bien correspondido y  el despecho de un viejo funcionario, que al  no  poder desfogar su apetencia sensual hacia ella, la  expone a los tormentos de los tribunales inquisitoriales. La novela recrea las  costumbres, el  trasfondo político-social y las  creencias vascuences en esos años. Respecto de esto último resalta la tradición ancestral del matriarcado, representado en la figura de Mari (Madre Tierra), y reencarnado en   estampas femeninas fuertes y aguerridas.
A continuación, algunas  consideraciones de la autora en relación con la temática de la obra.

LA “CAZA DE BRUJAS” EN EL SIGLO XVI

La brujería vasca ha dejado una huella tan profunda en nuestra tierra que nuestra toponimia designa claramente la presencia de brujas en incontables lugares: sorginerreka, río de brujas; sorginiturri, fuente de la bruja; sorginleze, sima de la bruja; sorginetxe, casa de la bruja.
[…]
…conocemos lugares de reuniones de los brujos y brujas como Akelarre, en Zugarramundi
[…]
Algunos de estos lugares son cuevas cuya habitabilidad en tiempos prehistóricos ha quedado demostrada y otros son dólmenes o crónlechs erigidos por motivos religiosos, funerarios u otros que desconocemos y que testimonian la antigüedad de las creencias del pueblo vasco.
[…]
Podrían escribirse libros enteros sobre la brujería, pero nunca llegaríamos a saber exactamente qué fue lo que provocó la histeria colectiva que en Europa occidental desembocó en la “caza de brujas” que entre 1500 y 1700 llevó a la hoguera a más de cien mil personas inocentes, en su mayoría mujeres.
A partir de la publicación de la Encíclica Sumis Desiderantes de Inocencio VIII, en 1484 y de la aparición en 1486 del libro Malles Maleficarum (Martillo de brujas), escrito por dos frailes dominicos alemanes, Institoris y Sprenger, la caza de brujas se extendió como un reguero de pólvora.
La caza de brujas siguió a la caza de herejes, especialmente cátaros y valdenses en el Mediodía francés, cuyas doctrinas habían hecho tambalearse el monopolio de la Iglesia católica de Europa. Una vez eliminados los herejes, las instituciones creadas para perseguirlos tuvieron que buscar nuevas funciones para justificar su existencia. Curiosamente el famoso Canon Epicospi, redactado en el siglo X, documento respetado y guía de actuación de la Iglesia católica, aseguraba que la creencia en las brujas era  una herejía propia de paganos y no de buenos cristianos. Para justificar el cambio de mentalidad, teólogos e inquisidores adujeron que los brujos y brujas que ellos perseguían eran otros  que no existían en la época de redacción del famoso documento. […]
Está claro que acabar con las antiguas prácticas paganas que aún se mantenían vivas y con las sectas religiosas que ponían en solfa la actuación de la Iglesia católica fue una de las razones de la caza de brujas. Posteriormente los países protestantes también mostraron un celo parecido. Igualmente sirvió como medio para eliminar movimientos subversivos contra los poderes establecidos y opositores políticamente incorrectos.
Recientes estudios han demostrado que la clase médica tuvo, asimismo, algo que ver en la psicosis brujeril, puesto que comadronas y curanderas fueron el blanco de los ataques en la mayoría de los casos. El hecho de que la mitad de la población, es decir, las mujeres, prefirieran acudir a ellas menguaba de manera importante los ingresos económicos de los galenos provistos de sendos diplomas universitarios. Finalmente, la sociedad en su conjunto, tampoco veía con buenos ojos que estas mujeres fueran capaces de bastarse a sí mismas  -hubo un gran número de viudas y solteras entre ellas- sin necesidad de contar con el apoyo del hombre (léase un marido, un padre o un hermano).
En el País Vasco los hombres y las mujeres acusados y ejecutados por prácticas de brujería pertenecían a las clases más humildes, artesanos y labradores. Eran herederos de costumbres ancestrales relacionadas con la devoción de Mari, reminiscencia de la era matriarcal y personificación de la tierra, en palabras de don José Miguel de Barandiaran.
Hoy, cuando cualquier aniversario es excusa para conmemorar las grandes gestas de la humanidad, cuando se habla de reconciliaciones ecuménicas y se rehabilita a personajes importantes injustamente condenados, aún no se ha reivindicado la inocencia de miles de personas quemadas vivas legalmente gracias a las mentiras, prejuicios y obsesiones de las clases políticas y religiosas. La palabra “bruja” sigue siendo sinónimo de maldad, de mujer vieja y fea y hemos olvidado que muchas de aquellas víctimas eran niñas que aún no habían cumplido los diez años, que otras eran jóvenes en la flor de la vida y que la mayoría eran mujeres que únicamente intentaban ganarse el sustento.


Fuente: Martínez de Lezea, Toti, La herbolera, Madrid, Ediciones Embolsillo, 2000. Los fragmentos citados pertenecen al Apéndice de la novela.

jueves, 26 de mayo de 2016

NOEMÍ ULLA: narradora y ensayista

ULLA, NARRADORA

Estoy con una mujer con la que hablamos de un trabajo por hacer. Poco a poco nos vamos metiendo en el futuro y cada una apunta lo que le parece de mayor interés o lo más original. No es el primer trabajo que hacemos juntas y esa historia compartida, de a ratos nos alucina. Un hombre mayor está sentado a una mesa cercana y me mira con insistencia. Me doy cuenta de que he visto caminar a ese hombre en otro lugar y en otra ciudad, entrar o salir de un de un sitio relacionado con los libros o la enseñanza. Todo esto pasa con mucha rapidez por mi memoria, que tampoco acierta a retener el instante en que el hombre entra o sale, el lugar en que se da esa escena, la ciudad en que eso sucede. Entre las palabras de mi compañera van y vienen en mí diversos hombres que son el mismo, una misma actitud de saludo y una galería muy grande. Entonces me decido y lo saludo allí, sabiendo que he tomado yo la iniciativa y sintiéndome ligeramente incómoda por lo mismo: por los hábitos de gente mayor que, ese hombre con seguridad arrastra, eso y el prejuicio respecto del saludo a desconocidos. Pero ya está hecho y pienso que he visto a ese hombre en otra ciudad, que debe ser el mismo que este gobierno ha nombrado en un cargo importante, ya que en las cercanías de donde mi compañera trabaja, y que es la zona donde estamos ahora, hay un edificio oficial.
Vuelven otras imágenes, siguen los proyectos con mi compañera. Ella se entusiasma y quiere que empecemos a trabajar cuanto antes. El hombre se levanta y viene hasta nuestra mesa, pero en ese momento mi compañera también se levanta y quedo sola. Él me dice “cómo le va”, ya antes de que yo, busque su cara en el pasado, agrega: “Nos conocemos de la José Mármol". Lo demás intercambios de rutina, porque nos conocíamos de vista, de cruzarnos en la biblioteca que él ahora mencionaba. Un encuentro burocrático y un hombre derrumbado: ni de otra ciudad ni de alto cargo. Hombre descubierto que degradó la memoria. Otra magdalena, y otra metáfora que por él juntó dos ciudades y la misma obstinación que ambos habíamos compartido en una biblioteca de esta ciudad.

Fuente: Ulla, Noemí, Nereidas al desnudo, Francia, Edición bilingüe de la   Maison de Écrivans Étrangers et des Traducteurs de Saint Nazaire, 2006. El fragmento pertenece al cuento: Otra Viena-II.

ULLA, ENSAYISTA

En la narrativa de los años sesenta, Manuel Puig introduce un nuevo discurso literario: el de los medios radiales y cinematográficos. El énfasis de su escritura paródica descansa y se dinamiza en ellos. Si Silvina Ocampo y Julio Cortázar continuaban una tradición en la escritura rioplatense a través del discurso paródico del habla, Manuel Puig lleva la parodia a su mayor mediación: no es lenguaje que se habla en forma directa (y por lo tanto se oye en forma directa, ya no son los vecinos de Cortázar o la incursión en la casa de las modistas  de Silvina Ocampo), sino el de su mayor artificio: el lenguaje prolongado en la sonoridad de la radio.
Boquitas pintadas tiene como referente la cultura de masas y sus efectos en los sectores sociales que de ella dependen, con los diversos modelos de la masculinidad y la femineidad transmitidos en la década del cuarenta. Precisamente el carácter convencional de estos lenguajes contribuye al despliegue de un discurso alienado a ese convencionalismo, al despliegue de un discurso de fórmulas, notorio en Nené o Juan Carlos, en Celina o Mabel, en la Raba o el Pancho. En este texto, el narrador no trata de borrar su  presencia, con un protagonista sobre cuyo discurso transparente impone cada tanto su opacidad (como en El hombre de la esquina rosada de Jorge Luis Borges, Torito de Cortázar o Las fotografías de Silvina Ocampo) en Boquitas pintadas el narrador borra totalmente su voz ante una pluralidad de discursos que se entrecruzan, ante una polifonía.  Parecería que el autor construye una novela de citas donde el exceso es el lugar común; éste opera como encubridor de un no dicho que mueve la tragedia de esas vidas. La novela hecha de citas, encubre la condición trágica de los personajes, llamando a la recepción del lector: éste debe interpretar más allá de la cita, la ironía que el autor ejerce al citar.
Nuevo lector para el Puig de Boquitas pintadas, el “lector culto” de Harald Weinrich o el “lector modelo” de Umberto Eco, lector del que se descuenta su cooperación textual. De otra manera que Cortázar, Manuel Puig logra con la parodia un efecto irónico más acentuado. En los discursos paródicos de los cuentos de Cortázar, la función ideológica de la parodia nos orienta persuasivamente a participar de la burla y la ironía. En Boquitas pintadas ninguna intervención directa del narrador advierte al lector que se cita a alguien, que se parodia,  pero tampoco es posible dejar de lado la ironía que acompaña al texto  por un marco fundamental: la cronología. La fecha en que las citas discurren, los años en que los hechos suceden, son un indicio para el lector y su colaboración. El sentido trágico aparece más tarde, cuando el ruido de esos discursos entrecruzados se apaga; pero en tanto la novela sucede, la lejanía de las noticias, las modas –tan vulnerables-, las reflexiones y su convención, aseguran el efecto irónico.

Fuente: Ulla, Noemí, Los años sesenta: Puig y Rozenmacher [fragmento]. En Hipótesis y discusiones Nº 5, UNBA, 1995.

Noemí Ulla nació en Santa Fe- Argentina, en 1940 y falleció en Buenos Aires, el 23 de abril de 2016. Dra en Letras (UNBA), narradora y ensayista, fue nombrada académica de número el 22 de julio de 2010.  


jueves, 12 de mayo de 2016

RAYMOND CARVER: Hilando luz en medio de la sórdida cotidianeidad

HECHIZO

Entre las cinco
y las siete de la tarde
unido a este mundo por la esperanza
nada más, floté en los cauces
profundos del sueño.
Mi cuerpo agobiado giró
en una corriente de imágenes oscuras.
Mientras me retorcía
en el vacío de las aguas inexplicables
las condiciones meteorológicas
cambiaron radicalmente,
enloquecieron.

En mi estado
no lo podía resistir,
ese clima, sus consecuencias
eran lo último que deseaba del universo.
Por lo tanto, reuniendo todas mis energías
decidí empujar el mal tiempo
hacia un río muy lejano que conozco.
Ese río controlaría
las variables climáticas.
¿Y si el río debe buscar terrenos
más altos?
¿Tiene importancia?
Soy un hombre paciente.
El agua hallará su camino.

Todo volverá a la normalidad
lo juro, esta experiencia
será solo un mal recuerdo,
quizás ni siquiera eso.
La próxima semana
ya no podré recordar las palabras,
los sentimientos que las dictan.
Habré olvidado que una tarde dormí mal,
que tuve ciertas pesadillas,
que desperté a las siete de la tarde,
que el cielo tormentoso me asombró,
que después de estas emociones
pude recuperar mi aliento.
Pienso detenidamente en mis deseos,
aquellos que puedo borrar de mi cabeza,
los que caerán en el olvido;
pensarlo y hacerlo, sí,
utilizando palabras, signos,
y muchas palabras.

Fuente: Carver, Raymond, Vos no sabés qué es el amor- una tarde con Charles Bukowski-, Buenos Aires, Ediciones de la Aguja, 1991. Versiones de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore.


viernes, 15 de abril de 2016

NARRACIONES MÍNIMAS: El agravio

Como una flecha salió de su boca. Y como una flecha tenía un objetivo preciso. Pero además de la afrenta verbal teledirigida hubo otras señas. Gestuales, de puesta en escena, de enfoque, de planos visuales, de movimiento de piezas. Un fenómeno complejo. Cabían dos o más  posibilidades: reenviar la flecha, esquivarla candorosamente, desentenderse, sonreír como si tal cosa, responder abruptamente, desequilibrase, desorientarse…
Otra posibilidad, imprevisible tal vez: correrse y dejar que la flecha pasara de largo. Vaya a saber a dónde iría a parar. Podría  herir a un tercero o a más de uno, podría resquebrajar la escenografía, podría quedar detenida en el aire, flotando como un absurdo banderín, podría regresar como un boomerang. El personaje de este breve relato eligió esta opción. Y se sentó a esperar. Y mientras  aguardaba se sintió cansado, abatido y hasta receloso. Pero igual mantuvo su decisión. Y los años pasaron y se volvió viejo. Entretanto la flecha andaba dando vueltas enloquecida. Aguijoneando a unos y otros, a los tumbos, inmisericorde.    Desviada de su objetivo primero, fue sufriendo también ella un proceso de desintegración. El que  se suponía agravio se transformó en patético artefacto o  simple herrumbre.
El personaje se sentó bajo un árbol ¿el de la vida? Ya poco podía esperar porque era viejo. Y sin embargo pudo asistir al amanecer y al ocaso. Así, con la rapidez de una saeta. El sol en lo alto y su resplandor sobre la oscuridad de la tierra.  Y entonces contempló sus manos, que estaban limpias, y con ellas trenzó una luz silenciosa.




jueves, 31 de marzo de 2016

LA VOLUNTAD DE ACCIÓN

Que un hombre es de un modo y no de otro, es lo que el conjunto de sus acciones le enseña y de ello se siente responsable. En el esse (el ser en acto) se encuentra el sitio  al cual llega el aguijón de la conciencia. Porque la conciencia no es más que el conocimiento cada vez más íntimo que nuestra manera de obrar nos da del propio yo. Por eso, la conciencia, con ocasión de nuestros actos, acusa a nuestra naturaleza moral.[*]

Agradezco a la vida el haberme otorgado la voluntad de acción. Gracias a ese don precioso pude  encontrarme con gratificaciones, que no abundan, pero estimulan y también  enfrentarme a las ingratitudes, que son muchas y difíciles de enumerar porque, a veces, se entremezclan. La voluntad de acción me puso en el camino del conocimiento, que es muy amplio por cierto, pero infaliblemente lleva al conocimiento de uno mismo. Y debí discernir entre lo que quería y lo que podía, entre mis aspiraciones y mis limitaciones. Y ese discernimiento me llevó a comprender que aún en la experiencia más personal siempre hay alguien más que el “sí mismo”. Siempre hay un prójimo. Para marcarnos el límite, para escucharnos, para abrazarnos o denigrarnos.
Cuando uno reconoce que en el juego existencial hay un  Otro (u otros) es posible crecer. No de tamaño, no a lo alto o a lo ancho, sino en profundidad. Y entonces ya no basta con lo que recibimos por imposición de la circunstancia. Silenciosamente comenzamos a hurgar en nuestro entorno. ¿Soy una parte inseparable de él? ¿O soy parte de él y también parte de otros posibles entornos? Surge  a la sazón otra fuerza, que es vital e inherente a la voluntad de acción:  el impulso hacia el trabajo. El trabajo representa siempre un esfuerzo. Físico y anímico. En él se pone el cuerpo y el alma. Hay que luchar por un puesto en el escalafón laboral y por los derechos que nos amparan en la condición de trabajadores, limar las asperezas a que nos exponen las obligaciones, defendernos de las  ofensas y  corresponder a las gentilezas de quienes nos promueven. Pero todo ese trajín no es en vano ya que con él seguimos creciendo en nuestra capacidad de ser personas. Y gracias a ese denodado  afán podemos reconocer por cuál puerta se entra a la dignidad y por cuál no.
En muchos casos, la voluntad de acción se inclina también por el estudio. Descubrir una vocación, sopesar los pro y los contra, luchar para acceder al mundo de  la ciencia, de  la técnica o del arte, doblegar la impaciencia, dominar la circunstancial predisposición al abandono, doblar la cabeza sobre el libro hasta que las letras, en  ese ida y vuelta del desciframiento, enciendan   alguna lamparita medio reticente dentro del  complejo cerebro. Pero este rigor también da sus frutos. La mente se nutre y al nutrirse se expande.  Como una lámpara perpetuamente encendida difunde su luz por todos los espacios. Los interiores y los exteriores. Podemos ver el mundo ya no desde una óptica estrecha y circunscripta a las encrucijadas o malas pasadas de las cuales somos hijos, sino desde una perspectiva abarcadora. Podemos independizarnos del mandato, de  cualquier restrictivo condicionamiento, de la manipulación que nos convertiría en indignas marionetas.
Es cierto que las facilidades tornan más agradable nuestra vida, pero también muchas veces nos comprimen, y a la larga siempre serán un modo velado de opresión.
Cada vez que salgo a mi jardín, que podría decir que  casi es un   espacio imaginario, porque lo soñé alguna vez como un lugar utópico, y sin que debiera echar mano de ninguna astucia o nefasta estratagema se convirtió en real, me digo y me repito que debo cuidar de cada pimpollo y cada brizna, de  cada tallo y de cada hoja porque hay en todos ellos   tal ímpetu que ningún abatimiento o desgano podrían desdecir.  Esa es la  secreta energía  con que se manifiesta el esplendor de la Creación.
Si en lugar de regar mis plantas y de acariciar con mis ojos   cada página de mis libros, pisoteara con ferocidad el terreno sembrado o el territorio en el que germinan los saberes no sería yo. Para ser Yo debí agradecer previamente la voluntad de acción y luego darle un  motivo  para actuar  dentro de mis deseos. Acceder a lo que nos falta implica saltar la valla de nuestro propio e inmóvil  reflejo narcisista  para hallar,  ante la paridad y  ante la divergencia   que   significa nuestro prójimo, un modo de afirmación y de  emancipación.
La voluntad de acción se cultiva, se tonifica diariamente. Quien se refugia en la queja, en el repetitivo regodeo en la penuria, o lisa y llanamente en la haraganería, pierde de vista toda fuerza motriz innovadora. Y como  todo   proceso siempre  es lento, se  pierde la paciencia. Y se  pierde  el recato y la prudencia.
En el espejo de nuestros días se ve mucho de eso. Lamentablemente.




Schopenhauer, Arthur, La libertad, Buenos Aires, Editorial Tor, S/f.