La primavera enloqueció. No en el
plano metafórico
sino en el más estricto sentido.
Pasó del calor al frío sin previo aviso.
Sin escalas intermedias. La locura climática se presentó,
en forma larvada,
en el invierno. Y hacia el final
del mismo irrumpió un frío desolador.
De un día para otro. Y la
naturaleza, no pudiendo soportar tamaña
extravagancia
se rebeló. La única flor blanca del
ciruelo cayó derrotada.
Y las otras flores que estaban
escondidas en la planta
a la espera de la tibieza y la
claridad propicia, no se animaron a nacer.
En diciembre no hubo frutos y el
follaje, de un verde rabioso,
proliferó con ansias de que algún
prodigio le diera algún sentido a su
sombra.
Y entonces vino el casal de
zorzales y construyó su nido.
Y en el nido, el huevito se
convirtió en pichón. Y fue por la época de Navidad.
Un niño pájaro asomó su rostro
hinchado, de ojos amorfos y mirada vacía.
Los padres iban y venían
desgranando su canto celestial.
Un gorjeo bien modulado, con notas
agudas, una síncopa, y otra pequeña frase musical.
Desde los árboles cercanos
custodiaban al hijo, mientras
iban y venían en busca de alimento.
El niño-pájaro esperaba con su pico
bien abierto.
Con ese silencio inocente
capaz de enmudecer el ruido y el trajín
de las calles del miedo...
capaz de enmudecer el ruido y el trajín
de las calles del miedo...
El refulgente sol que se cuela por
entre las hojas
alumbra el mínimo pesebre
que los Magos adoran.
Aunque nadie los vea, ellos están
sentados
sobre el arco melódico
con que la vida estalla
como un fruto pendiente de la
estación más promisoria del calendario.
La más variable y, tal vez, la más
loca.
Suena el din-don del llamador de
ángeles mientras el pichón
empluma e hincha su gola.
Un día de estos iniciará su vuelo
en procura de la luz prometida.
Y ese día será un pequeño dios
atravesando el puente que une la tierra con el cielo.
De: Rincón de poesía.
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