domingo, 14 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO-NUEVOS OJOS

Otra vez estamos a fin de año. La frase se repite una y mil veces. Como si el cambio en el calendario  nos tomara por sorpresa. Como si el tiempo nos embistiera o acorralara. Pero  el fin de  ciclo no es distinto del resto. Sus días, eso sí, están sujetos al ajetreo de las despedidas, las compras de regalitos, los brindis, las promesas. En síntesis al ritual. Pero la vida sigue, y en esencia no es  ni más ni menos prometedora que la que dejamos atrás. Cada día del año ha sido diferente. Nos puso por delante alegrías y penas, pérdidas y ganancias, sorpresas gratas e ingratas. Y no nos dimos cuenta porque estábamos concentrados en nuestra propia lucha por la subsistencia, en las preocupaciones cotidianas o los desafíos que la circunstancia de estar vivos nos imponía.
Al clima generalizado de disimulada  angustia y de inquietud que provoca la fecha se suma el malestar que,  dentro del ámbito nacional, se ha ido acumulando durante los trescientos sesenta y cuatro días previos. Los argentinos tenemos, no sé si en nuestro ADN o en lo que se denomina inconsciente colectivo, una especial predisposición por el  autoengaño. Nos atrae la mitología, los paternalismos, las formas de salvación mágica. Y tendemos a sorprendernos con todo aquello que si hubiéramos tenido el tino de leer francamente la realidad, de haber asumido con responsabilidad y rigor o de haber observado con criterio, no nos encontraría desprevenidos. El fin de ciclo nos abruma con novedades que no   habrían sido tales, si hubiéramos prestado atención al  proceso histórico.  No obstante, nos juntaremos nuevamente, como cada diciembre para levantar la copa y desear que todo sea un poco mejor en el futuro. En un futuro intangible, lejano y brumoso, del que ,  tantas veces, nos negamos a hacernos cargo.
Pero  tampoco es cuestión de llenar esta página de quejas o resentimientos. Sobre todo porque en ella la creación pretende tener un rol protagónico. Y para crear hay que estar dispuesto a mirar con nuevos ojos. Tomar cierta distancia, cambiar la perspectiva, mirar hacia adentro y hacia fuera, escuchar los mensajes de nuestro corazón y de tantos otros que laten con un compás diverso, de atravesar el tiempo y las cronologías, las luces y las sombras,  tratando de renovar en cada intento la esperanza que creemos  marchita. No es fácil. Pero peor sería entregarnos al desánimo.
Durante muchos años me desempeñé como docente y  con frecuencia pude ver transformaciones  casi diría extraordinarias y también  otras, desgraciadas. Fue maravilloso observar el cambio producido en un pequeño que lograba armar, por primera vez, las frases y leer su sentido. También escuchar y alentar a un adolescente que intentaba iniciarse en la aventura poética. En los últimos años de ejercicio de la docencia en pocas ocasiones sentí que mi misión de guía intelectual se cumplía. Los tiempos habían  arrebatado a ese prodigioso acto de ida y vuelta, que es la educación, el placer que implica la adquisición del conocimiento a través de un vínculo  de afecto recíproco.

Roberto Benigni nos devuelve a esa  suerte de comunión espiritual que puede darse en un aula. Especialmente durante una clase de literatura. Especialmente cuando se trata de poetizar…



Ah... Feliz Año Nuevo!!!

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