MIENTRAS ESCRIBO
a Basilio Uribe
Es de noche. He dejado unas palabras
solas, sobre la página,
y me aletargo en el rumor que ellas levantan:
la colmena de ríspido silencio,
el desierto que avanza
y comienza a rielar.
Nada hay, mas cuánto ardor turba el decir,
lo neutro de lo que apago
como un hierro en el agua.
Vuelvo al papel:
Hay una lumbre
mojada, murmurante como fuego
en un mortero. Y, más allá de las llamas
de la sangre, por el aire unos ramos
de cimbreante claridad:
la desesperación del tacto y los olores,
la aspereza tonal de lo terrestre…
Sigo. Traigo a mi mente un pino, desvanecido,
y el sepia de unas hojas
parecidas a las plumas
que encontré bajo el agua;
el sol como una piedra amarillenta,
tibia, opaca, sumergida.
El color de lo muerto,
esa córnea de mármol,
se pronuncia.
(Lo que yo escucho se parece a un hueso,
al corral de piedra y palo
donde muge una vaquilla.)
Su silencio, por una grieta, cae y desaparece;
va posándose en la sombra de mi mano
como la plata de la luna en la oquedad.
Fuente: Herrera, Ricardo, Sobre
un día terrestre, Buenos Aires, El Imaginero Ediciones, 1986.
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