En
general, los temas de la narrativa provienen de la realidad, pero si se cuentan
como una realidad, el texto pierde el carácter ficcional que hace de él una creación propia y
original. Hay que buscar el modo de apartarlo de ese excesivo realismo que lo
acercaría a una crónica. He ahí uno de los tantos trabajos a que debe
enfrentarse el cuentista. Nada fácil. En medio de ese esfuerzo, la mente parece
estancarse. Va y viene sobre el asunto y quizás por mucho tiempo se tiene la
impresión de que la cosa no va a salir de donde está, que nada va a cambiar ese
rumbo que no nos convence. Pero, es que si no nos convence es porque juzgamos
imprescindible un cambio. Y cuesta mucho descubrir cuál será el cambio.
Descubrir algo que está en nuestro propio pensamiento porque por más que la
solución provenga del exterior, el que la adapta a la circunstancia es nuestro
intelecto. Imaginar es como desenterrar. Una especie de oficio de arqueólogo.
Un huesito por acá, un huesito por allá hasta que logramos armar el monstruo
prehistórico.
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