El
piano suena a mis espaldas. Sus teclas pulsan
el teclado de mi máquina. Detrás de la luz blanca que ilumina el papel
se insinúa la música. Vibra en mis manos. Asciende por mis dedos hasta el
cuello, hasta la espalda. Hace unos momentos, en la pileta fui incapaz de hacer
la plancha. Mi cuerpo deseaba soltarse, pero mi mente imponía su rigurosa rigidez. Con las notas brotando en el espacio,
entre las letras, salpicando la pantalla, pude soltar mis pies, descalzarme y
sentir el roce fresco de las baldosas, estirar mis brazos, echarme hacia atrás
en la silla, tomar una cierta distancia de flotación con respecto a mi texto y
hacer la plancha, suelta y feliz, acompasada por el piano, por la melodía que
ha fluido a través del tiempo y el espacio, como un agua que acuna, un líquido
amniótico del universo.
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