“La poesía es un
arma cargada de futuro” es el título con que Gabriel Celaya coronó un bellísimo
y hondo poema.
Hoy he releído este sencillo texto mío: El diario de Zlata, que escribí hace ya dieciocho años, y debo reconocer, a la luz del tiempo pasado y con él a la experiencia de vida y de escritura, que es solo eso: un texto sin grandes pretensiones. Podría haberlo reescrito, darle otra forma, corregir desaciertos, lugares comunes, imágenes un tanto candorosas. Pero preferí no hacerlo, como diría el enigmático escribiente de Melville. Tal vez porque lo importante de este texto reside en su historia. O porque me estaría plagiando a mí misma y con ello desvirtuando lo que el tiempo y la circunstancia dicen en cada etapa de nuestras vidas. Borges lo ha expresado claramente en su extraordinario cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Nadie puede escribir lo que otro ya ha escrito, aunque copie palabra por palabra. Ni siquiera uno mismo. Yo ya no soy la de ayer, ni mi circunstancia es la misma. A cada instante somos otros, aunque permanezcan nuestros rasgos esenciales. Asimismo el presente se diluye en el continuo tránsito y la actualidad no es más que un eslabón de una larga cadena.
Hoy he releído este sencillo texto mío: El diario de Zlata, que escribí hace ya dieciocho años, y debo reconocer, a la luz del tiempo pasado y con él a la experiencia de vida y de escritura, que es solo eso: un texto sin grandes pretensiones. Podría haberlo reescrito, darle otra forma, corregir desaciertos, lugares comunes, imágenes un tanto candorosas. Pero preferí no hacerlo, como diría el enigmático escribiente de Melville. Tal vez porque lo importante de este texto reside en su historia. O porque me estaría plagiando a mí misma y con ello desvirtuando lo que el tiempo y la circunstancia dicen en cada etapa de nuestras vidas. Borges lo ha expresado claramente en su extraordinario cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Nadie puede escribir lo que otro ya ha escrito, aunque copie palabra por palabra. Ni siquiera uno mismo. Yo ya no soy la de ayer, ni mi circunstancia es la misma. A cada instante somos otros, aunque permanezcan nuestros rasgos esenciales. Asimismo el presente se diluye en el continuo tránsito y la actualidad no es más que un eslabón de una larga cadena.
Una nota del
diario La Nación
me inspiró, en su momento, la escritura
de este poema. Se trataba de una historia de salvación a través de la palabra. Conmovedora,
como tantas otras en que la infancia increpa al mundo de los adultos, a la
incoherencia, a la crueldad, a la intolerancia. El ejercicio de la docencia me
permitió constatarlo. La escritura es un canal altamente eficaz para poner
afuera lo que nos duele, lo que nos detiene, lo que nos perturba o simplemente
nos pasa. La escritura es en algunos momentos un refugio; en otros, un espejo
donde se refleja nuestra interioridad y también el mundo que nos rodea, sus
trabazones, sus clarososcuros, sus misteriosas máscaras. Puede ser también un
gran desierto o un mar embravecido. Nuestro revés y nuestro derecho. De pronto,
la página en blanco nos devuelve esos trazos que afloran desde quién sabe qué
lugar de nuestro instinto, de nuestras encrucijadas, o del torbellino en que
nuestro pensamiento y nuestras sensaciones se ven envueltos. Lo he vivido en
carne propia. Cuando la alegría me
desbordaba, o cuando la melancolía, la
incomprensión o la pena me hacían perder pie. En esos momentos la soledad,
pródiga y acogedora al fin de cuentas, conducía mi mano sobre el papel. Si comencé
esta reflexión con la referencia al poema de Celaya fue porque sé
que la palabra, toda palabra, tiene su carga poética. Aún las más concretas, las más llanas, familiares o toscas. Lo que
les otorga poeticidad es su empleo transformador, la exploración de su potencial, su poder renovador, en fin, su
calidad de piedra en bruto apta para el tallado.
La experiencia vivida por Zlata ya ha sido
olvidada. El tiempo no solo borró su huella sino las de tantos otros que han
sufrido el drama de una guerra. De aquella o de tantas otras que a diario
inflaman la corteza terrestre. ¿Seguirá escribiendo? ¿Habrá encontrado en su
cuaderno las marcas que la condujeran hacia una vocación? Nada he sabido al
respecto. Pero su historia, pequeña o grande, es maravillosa. Y convocante.
Escritura en estado puro: grafismo de la esperanza.
DIARIO DE ZLATA
Ella escribe en su diario. Abre su
gran pregunta
mientras las balas viajan por la
noche.
Hoy mamá sintió miedo y desapareció
debajo de las flores
del jardín. Los hermanos se
abrazaron en silencio
al hilo telefónico. Papá atravesó
los ruidos
como un fantasma y no pudo hablar
más.
En tanto esto ocurría Zlata
imaginaba los contornos
de una palabra ausente y escribía
en su diario.
Las letras como hormigas
amontonaban hojas,
páginas arrancadas al dolor. Pero
ella no huía
ni se apresuraba a fingir. Tal vez
porque era niña
y llevaba en su vientre un inmenso
racimo de frutos ignorados.
Zlata le ponía nombre a cada cosa y
cada cosa
le ponía nombre a su esperanza.
En el museo había visto los cascos
y armaduras
los sables y ballestas y aunque
ahora todo fuera
de un modo diferente ella supo que
el alma es un enigma
adonde a veces la imaginación
sangra y se desconcierta.
Zlata en su cuaderno interroga a la
voracidad
del universo. A diferencia de las
princesas
de los cuentos de hadas que miran
los espejos
para hallar su belleza, Zlata mira
al mundo y el mundo
se refleja. La fealdad acaso tenga
su propio espejo.
Una niña que escribe con la muerte
a su espalda.
Publicado en el
cuadernillo: Acebal “Capital Provincial
de la Poesía ”.
Treinta poemas. Segundo premio del certamen de poesía convocado por la Asociación
de Arte y Cultura de Acebal- Santa Fe-1994.
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