jueves, 7 de junio de 2012

RAY BRADBURY: Poeta de la ciencia ficción


Escribió Jorge Luis Borges en el prólogo de Crónicas marcianas:

Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado –el dark bakward and abysm of Time del verso de Shakespeare. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura
( me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad,  como los puso Sinclair Lewis en Main Street.

CALIDOSCOPIO
Fragmento

Tantos adioses. Las breves despedidas. El enorme cerebro, suelto ahora, se estaba desintegrando. Las partes del cerebro que habían funcionado con tanta perfección y eficiencia en el cráneo metálico del cohete, habían sido lanzadas a través del espacio, y estaban muriendo, una a una. El sentido de aquella vida en común estaba deshaciéndose. Y así como muere un cuerpo, cuando el cerebro deja de funcionar, así el espíritu de la nave y los largos días de unión y las relaciones entre los hombres, estaban muriendo también. Applegate era solo un dedo arrancado al cuerpo paterno. No había ya motivos para despreciarlo o perseguirlo. El cerebro había estallado en pedazos y los fragmentos insensatos e inútiles se desparramaban a lo lejos. Las voces se habían desvanecido. Nada se oía en el espacio.
Hollis estaba solo, cayendo.
Todos estaban solos. Las voces habían muerto como los ecos de unas estremecidas palabras de Dios en el abismo estrellado. Allá, el capitán, hacia la Luna; allá Stone, con el enjambre de meteoros; allá Stimpson; allá Applegate, hacia Plutón; allá Smith y Turner y Underwood, y todos los demás. Los trozos del calidoscopio, que habían formado una sensata figura, huían apartándose.
¿Y yo?, pensó Hollis ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer para compensar una existencia vacía y horrible? Si pudiese hacer algo para compensar la maldad que fui reuniendo durante todos estos años, y que llevaba conmigo inconscientemente. Pero no hay nadie aquí. Estoy solo. ¿Y qué bien se puede hacer cuando uno está solo? Ninguno. Mañana a la noche chocaré con la atmósfera de la Tierra.
Arderé, pensó, y mis cenizas se desparramarán por todos los continentes. Seré útil. Solo un poco; pero las cenizas son cenizas y formarán parte del suelo.
Hollis caía rápidamente, como una bala, como una piedra, como una pesa de metal, tranquilo. Tranquilo siempre, ni triste ni alegre, con un único deseo, el de servir para algo ahora que todo había concluido, para algo que solo él conocería.
Cuando choque con la atmósfera arderé como un meteoro.
-         ¿Me verá alguien? - se preguntó Hollis.


El niño del sendero miró hacia arriba y lanzó un grito:
-         ¡Mira, mamá, mira! ¡Una estrella fugaz!

La brillante estrella blanca recorrió el cielo polvoriento de Illinois.
-         Desea algo – le dijo su madre -. Desea algo.

Ray Bradbury nació en Waukegan, Illinois, en 1920, y murió en Los Ángeles, California, el 5 de junio de 2012.

Fuentes: Bradbury, Ray, Crónicas marcianas, Buenos Aires, Ediciones Minotauro, 1987. Con prólogo de Jorge Luis Borges.
           Bradbury, Ray, El hombre ilustrado, Buenos Aires, Ediciones Minotauro, 1955. El fragmento pertenece al cuento Calisdoscopio.



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