viernes, 23 de noviembre de 2012

ALDO PALAZZESCHI: LIBERTÀ


LIBERTAD

Condenada en teoría
durante el ventenio de la era fascista
hacía lo que podía para existir
en la práctica de la vida cotidiana
y lo lograba perfectamente viviendo clandestina,
puesto que en un país habituado a la tiranía
la restricción provoca solidaridad entre los ciudadanos,
un arte finísima para superarla.
Concluida la era fascista
y proclamada a los cuatro vientos la libertad,
exaltada como la única regla de vida,
poco a poco la vemos desaparecer
en la práctica de la vida cotidiana
creando una zona oscura
de la que cada cual teme y desconfía,
enancada
por una insignia luminosa:
Libertad.
El hombre vivido largamente en la tiranía
lleva la tiranía en la sangre
y en la médula de los huesos,
y una vez devuelto a un clima de libertad
la primera libertad que se arroga
es la de quitar la libertad a los otros.
¿Somos entonces un cañón que dispara por la culata?


Aldo Palazzeschi es el seudónimo empleado por el poeta, narrador y ensayista Aldo Giurlani, nacido en Florencia, 1885 y fallecido en Roma, 1974. Formó parte del grupo futurista liderado por Filippo Marinetti. A esta época, bastante prolífica,  pertenecen sus libros: Il cavalli bianchi (1905), Lanterna (1907), Poemi (1909) L’Incendiario (1910) y su novela Il códice de Perelá (1911). Sin embargo nunca se sintió suficientemente identificado con el grupo y al comenzar la Primera Guerra Mundial, de la cual fue opositor,  se separó de él.
El poema Libertà es una sincera composición, que lejos de todo lirismo alambicado, nos propone una honda y realista  reflexión sobre el alcance del valor de la libertad y las terribles marcas que la tiranía imprime sobre las personalidades de los ciudadanos. También nos advierte  sobre prácticas  que, desde las penumbras, resurgen, de tanto en tanto,  para menoscabarla.

Fuente: Poesía italiana en el tiempo, selección y traducción de Antonio Aliberti, Buenos Aires, Atuel Poesía,1999.

lunes, 19 de noviembre de 2012

POESÍA ARGENTINA: SILVINA OCAMPO


CANTO

¡Ah, nada, nada es mío!
Ni el tono de mi voz, ni mis ausentes manos,
ni mis brazos lejanos.
Todo lo he recibido. Ah, nada, nada es mío.
Soy como los reflejos de un lago tenebroso
o el eco de las voces en el fondo de un pozo
azul cuando ha llovido.
Todo lo he recibido:
como el agua o el cristal
que se transforma en cualquier cosa,
en humo, en espiral,
en edificio, en pez, en piedra, en rosa.
Soy diferente a mí, tan diferente,
como algunas personas cuando están entre gente.
Soy todos los lugares que en mi vida he amado.
Soy la mujer que más he detestado
y ese perfume que me hirió una noche
con los decretos de un destino incierto.
Soy las sombras que entraban en un coche,
la luminosidad de un puerto,
los secretos abrazos ocultos en los ojos.
Soy de los celos, el cuchillo,
Y los dolores con heridas, rojos.
De las miradas ávidas y largas soy el brillo.
Soy la voz que escuché detrás de las persianas,
la luz, el aire sobre las lambercianas.
Soy todas las palabras que adoré,
en los labios y libros que admiré.
Soy el lebrel que huyó en la lejanía,
La rama solitaria entre las ramas.
Soy la felicidad de un día,
el rumor de las llamas.
Soy la pobreza de los pies desnudos,
con niños que se alejan, mudos.
Soy lo que no me han dicho y he sabido.
¡Ah, quise yo que todo fuera mío!
Soy todo lo que ya he perdido.
Mas todo es inasible como el viento y el río,
como las flores de oro en los veranos
que mueren en las manos.
Soy todo, pero nada, nada es mío,
ni el dolor, ni la dicha, ni el espanto
ni las palabras de mi canto.

Fuente: Ocampo, Silvina, Poemas de amor desesperado, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949.



sábado, 3 de noviembre de 2012

OLGA OROZCO: La abuela


Ella mira pasar desde su lejanía de vanas estaciones,
el ademán ligero con que idénticos días se despiden
dejando solo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marea de su corazón.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un
      sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.

Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las posibles ruinas,
a  su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde solo resuenan las pisadas de los
antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra entre-
abierta.

Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.


Fuente: Orozco, Olga, Veintinueve poemas,  Caracas, Monte Ávila Editores C. A., 1975. El poema pertenece al libro Desde lejos.