lunes, 25 de junio de 2012

HECTOR BIANCIOTTI: Esa aventura de escribir...


EL PASO TAN LENTO DEL AMOR
Fragmento (comienzo y final de la novela)


   Conviene no saber demasiado del mañana; verlo claramente es más terrible que la oscuridad. Por lo demás, para mantenerse en pie es preciso aprender a caer. Adquirí muy pronto esta certeza; y también que eso es lo único que nos incumbe, nuestra sola contribución al destino.
   Como las plantas obedecen a la luna,  y la modesta luna de nuestros sueños al universo, así cada uno de nosotros.
   No recuerdo haber reflexionado, verdaderamente, antes de ejecutar tales o cuales designios que en lo sucesivo otorgan a la vida, siempre en zigzag, la apariencia de una serie de recomienzos premeditados. Nunca tuve la impresión de tomar partido, de descartar por propia iniciativa una elección cualquiera: elevándome o hundiéndome según mis inclinaciones, he actuado para salvar mi alma –el alma que, lenta, pero con obstinación y en silencio, madura su proyecto y, concediéndonos el creer que somos los amos, nos permite, por intermitencias, entreverlo.

(…)

   ¿El tiempo? Trepé a sus pirámides de arena, tantos escalones hacia arriba por una faz, como hacia abajo por la otra. De acuerdo, el cuerpo se puso a hablar más alto que el espíritu; lo he paseado de aquí para allá por las sendas de las quimeras; usado, gozado, gastado; y heme aquí en acecho, atento a él, desde ahora solo una máquina de suspirar -¿hasta la nueva esperanza y el nuevo comienzo?
   No quedará el ser, sino la imagen; ni siquiera la imagen, sino su reflejo; el reflejo de esa cerilla que un transeúnte enciende en la noche. Tan solo las osamentas llegan al país de los muertos, donde todos los hombres son igualmente interesantes, donde bajo no importa qué lápida duerme y se disuelve, sílaba a sílaba, la memoria del mundo.
   La vida se ha disipado demasiado, para el paso tan lento del amor; se hace tarde; y no tengo ninguna Ítaca.

Fuente: Bianciotti, Héctor, El paso tan lento del amor, Barcelona, Tusquets Editores, 1996.

Héctor Bianciotti nació en Luque, Córdoba- Argentina, el 18 de mayo de 1930 y falleció en París, Francia,  el 11 de junio de 2012. Vivió desde 1961 en París y escribió gran parte de su obra en francés. En 1981 obtuvo la ciudadanía francesa y en 1996 fue electo miembro de la Academia Francesa.

domingo, 17 de junio de 2012

MANUEL MUJICA LAINEZ: Elegancia


El  título pertenece a uno de los cuentos del libro Un novelista en el Museo del Prado (1984). Libro singular, en el que Mujica Lainez demuestra una vez más su maestría narrativa, a la que suma, en este caso,  excelentes dotes de observador de las expresiones plásticas, erudición y un inesperado sesgo humorístico.
El Prado es un museo maravilloso. Durante mis estadías en  Madrid creo que llegué a visitarlo más de quince veces. Además de  tener una  colección muy   grande y bien  expuesta, el tránsito por sus salas envuelve a los visitantes  en  una atmósfera   casi mágica.  Y es que el  observador experimenta la sensación de atravesar la historia,  mientras   transita por esa especie de vecindario en el que se  entretejen los más variados abordajes estéticos.
Me pregunto cuántas veces debió asistir Mujica Lainez  y cuántas horas habrá dedicado al estudio de las piezas de su pinacoteca para lograr una trama narrativa insólita por la sutileza y la gracia, y exquisita, por la erudición.
Ese muestrario de piezas, cobra, al correr de su pluma, una  vida inusual, la que solo puede generarse  a través del  diálogo  entre lo real e histórico y lo imaginario.  Generalmente se considera al museo como un lugar estático. Mujica Lainez logra convencernos de lo contrario. La acción y las bullentes peripecias que animan cada uno de los cuentos constituyen un dechado de inventiva. 
Para muchos lectores actuales – no quisiera pecar de prejuiciosa, pero a veces la equívoca  consideración de lo popular, lleva a desgraciados malentendidos – el   discurso de Mujica, pulido y   culto, en el vocabulario, y muy  elaborado en las formas, podría resultar aristocratizante (una marca de clase, podrán decir).   La frase de Flaubert: “Madame Bovary c’est moi” explicita lo que  está en el trasfondo de toda escritura. Cada texto es, en algún modo, su autor. Mujica Lainez no podría haberlo hecho de otro modo. Y si juzgamos por el resultado en este libro, cuyo  original proyecto no hubiera sido  accesible para muchos otros escritores,  debemos  afirmar que su habilidad narrativa es incuestionable.
El cuento Elegancia describe las alternativas de un concurso organizado por los inanimados (¿?) personajes de  los cuadros, con el fin de seleccionar al exponente de la elegancia dentro del estrellato pictórico. Un tema  relativamente actual y hasta popular. Más allá de los certámenes literarios, de pintura, escultura, cine  o fotografía, que tienen una connotación – a veces es solo una connotación – más culta, hay concursos de belleza, de simpatía; también están los que premian algún modo de producción: la cerveza, la vitivinicultura,  etc. Y los que estimulan a  los nuevos valores del canto o del baile.
El concurso de retratados plantea varias exigencias de organización: primero, qué pintores intervendrán; segundo, quiénes serán los encargados de designar un jurado; tercero, quiénes podrán ser jueces. El primer punto se soluciona con la inscripción de los concursantes en “hojas hurtadas a la Dirección”. El segundo punto se confía al enano y bufones de la serie velazqueña, quienes dando muestras de “su lúcido sentido de la jerarquía y del equilibrio de su criterio” informan que el jurado se compondrá exclusivamente con dioses del Olimpo.
Otra de las características que se adjudica a los museos, sobre todo a aquellos que tienen una tradicional posición en la Historia de la    Cultura, es que son solemnes. Mujica Lainez libera al Prado de semejante estigma, elaborando escenas francamente  burlescas. Las disputas entre los dioses del jurado por cuestiones de talla u otros  melindres, las alusiones al tráfico de influencias (los electores del jurado y algunos de sus miembros pertenecen a una misma serie pictórica, por lo tanto son parientes) el hecho de que quienes elijan al supremo tribunal sean enanos y bufones y que los dioses de las pinturas velazqueñas no  son sino “otros tantos mocetones labradores, de fuertes músculos y piel curtida, que hacen de dioses como pueden”, el desfile de los jurados desnudando actitudes pacatas o hipócritas: “Venus, habituada al exhibicionismo, coloca, por tradición y aspaviento, las entreabiertas manos en las partes consabidas”, dan cuenta de ello.  El escritor humaniza con ironía.  Las mañas de los “consagrados”, ya sean artistas del pasado,  dioses o seres actuales, de carne y hueso, puestos en una circunstancia similar, son, en realidad, las mismas.   La solemnidad del acto, encarnado nada menos que en las nobles obras de arte y enmarcado  escenográficamente en un lugar prestigioso, resulta una cáscara que el novelista logra resquebrajar. Las obras de arte son, en definitiva,  muy humanas,  tanto en lo que se refiere a la  estirpe y trayectoria  histórica del retratado como a  las de quien lo retrató.
Llegado el día del. Fallo, por la galería avanza el jurado de dioses olímpicos y luego, uno a uno, van desfilando los pintores y sus obras. A medida que esto ocurre, el anónimo narrador en tercera persona deja paso al novelista-crítico. Las observaciones   de los  actores de esta  parodia, son hilarantes.  Así el efebo Diadumeno  señala “la oportuna extravagancia de la moda masculina del Renacimiento, que exigía la exhibida exageración del viril atributo, como encarnado y pronto a embestir”. O las que pone en boca de los mismos dioses. Respecto del retrato del Conde San Segundo y una Madonna de Mazzola dirán: “Sin duda son elegantes, pero su aire es de tal manera ficticio que se los diría disfrazados…” En otros casos la observación proviene del mismísimo novelista-crítico: “Pero estos portentosos señores – dirá respecto de los Reyes Magos  de Memling – tan poco tienen que ver con los que en Belén  adoraron al Niño, como la hija del Faraón de Paolo Veronese con la que en Egipto rescató de las aguas a Moisés. Son tres grandes, grandísimos monarcas de leyenda medieval.” Este tipo de acotaciones abunda.
Finalmente Apolo pregona el nombre de  los retratos y autores preseleccionados. Son ocho, empezando por el Felipe II de Tiziano y terminando con la Reina Isabel de Velázquez. Todos,  gente de  encumbrada prosapia. Mientras tanto los jueces no dejan de proclamar con fanatismo sus preferencias.  “ Con ello – concluirá el novelista-crítico – se corrobora la débil condición humana de los divinos jueces”.
Cuando están en las decisiones finales aparece un nuevo caso a considerar. Se trata de un caballero al cual no entienden bien, por hablar en una lengua foránea. Por fin,  en medio de un silencio  expectante se acerca Durero y presenta  su Adán y Eva, pintado en 1507. “He aquí – apunta el novelista- crítico – la fiesta de la pureza intacta en plenitud, el dulce prodigio del cuerpo humano, triunfo del ideal de la proporción. Los dioses son conscientes de esa trascendencia.” Y por lo tanto es éste el cuadro que se impone como ganador.
Muchos claman, como suele ocurrir  también en parecidos casos    de  la vida real, contra la iniquidad e inmoralidad de la resolución. “Pero Zeus les replica que la elegancia esencial reside en la arquitectura  del esqueleto y en la calidad  y medida de lo que tapiza exteriormente, además, claro está, de la plástica disciplina con que esos elementos se manejan.” Razones que conocen muy bien los griegos.
Con suprema elegancia Mujica Lainez  ha   creado un relato con el que homenajea a los progenitores comunes y con ellos a la belleza y la perfección con que un artista ha logrado plasmar el valor de la vida y de  la primigenia desnudez de la  naturaleza.
El arte sacralizado se transforma en sus manos en materia dúctil y juguetona.  Con humor trastoca las  expectativas que impone el  grave   ceremonial de la Cultura   con mayúsculas, y nos devuelve a esa    simplicidad primordial con que el ingenio ilumina hasta sus manifestaciones  más  complejas.

Fuente: Mujica Lainez, Manuel, Un novelista en el Museo del Prado, Bs.As. Editorial Sudamericana-Debolsillo, 2010.

Puertas de "El Paraíso", casona de Mujica Lainez en Cruz Chica-Córdoba.

martes, 12 de junio de 2012

EL BLOG PASÓ LAS 2.000 VISITAS


Cuando me propuse armar este blog lo hice como un juego. Me ayudó en la configuración mi sobrino Rodrigo, el actor. Yo no entendía nada de nuevas tecnologías y entonces supe que tenía que recurrir a los más jóvenes. Ellos, en esas y en otras materias nos pueden ayudar y darnos  un poco de  su flexibilidad, su inquietud, en fin, de sus bríos juveniles.
Con el correr del tiempo me fui dando cuenta  de que el emprendimiento, que llevo a cabo a pulmón, robando horas a otras ocupaciones,  era algo más que un juego. En él me reencuentro con mi pasión por la lectura y la producción. Es una suerte de ventana al exterior de mi taller de escritura personal. Pero también, y sobre todo, es un lugar para pensar.
Siempre supe que la amistad con los libros es uno de los mejores dones de la vida. Entrar en contacto con una página escrita es acercarnos a la intimidad creadora, a los sueños propios y ajenos, a la fantasía, y también a la comprensión racional, a la posibilidad de pensar  la realidad  que nos rodea desde diferentes ángulos.
La ignorancia cierra muchas puertas. Deja a las personas expuestas al dominio inescrupuloso, a la cortedad de miras, a los miedos con que, muchas veces, los discursos del poder pretenden cercenar nuestras capacidades y nuestra libertad personal.
Como dije al principio, el blog  me puso en la  obligación de recurrir a los que tienen menos años que yo. A saber que los necesito. Pero a medida que iba avanzando en mi tarea fui comprendiendo, la comprensión es lenta, lleva su tiempo y su esfuerzo, como todo lo que vale, que las nuevas generaciones también necesitaban de las palabras de los que somos mayores que ellos. Y aún de los que ya no se cuentan entre los vivos. Los que desde otros siglos nos hablan y nos invitan pensar.
Siendo un arma actual, un engendro del ciberespacio, el blog intenta ser un lugar de reunión sin límites de edad y  sin fronteras ideológicas – siempre y cuando  no se trate de convicciones menoscabadoras del sujeto o autoritarias -.
En estos días, ha pasado las 2.000  visitas,  provenientes de muy distintos y distantes puntos del   mundo. Cuando lo inicié, confieso que pensé que  a nadie o a muy pocos les iba a interesar y, sin embargo, la presencia invisible de los lectores me fue animando. La grata sorpresa de esa presencia que está lejos, del otro lado de unos misteriosos cables bradburyanos, pero cerca en la atención y el seguimiento, me hizo sentir muy bien. Dejando de lado la falsa modestia, pienso que he hecho algo por mí misma, y también  por los demás. Por todos aquellos que comparten mis lecturas, por todos los que valoran las formas de creación, por los que encuentran en él una suerte de guía, por los  que pueden aprovechar, de uno u otro modo, su contenido.
Siempre estoy pensando en incorporar alguna novedad, en el formato, en la selección de textos, en las propuestas. Porque, si bien mientras se escribe uno está como clavado en la silla, toda escritura y, por ende, todo pensamiento, es una invitación al cambio, a la búsqueda, al movimiento. Gracias, Rodrigo, por haberme ayudado a generar este proyecto, y gracias a los  lectores, por estar del otro lado de la pantalla.

jueves, 7 de junio de 2012

RAY BRADBURY: Poeta de la ciencia ficción


Escribió Jorge Luis Borges en el prólogo de Crónicas marcianas:

Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado –el dark bakward and abysm of Time del verso de Shakespeare. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura
( me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad,  como los puso Sinclair Lewis en Main Street.

CALIDOSCOPIO
Fragmento

Tantos adioses. Las breves despedidas. El enorme cerebro, suelto ahora, se estaba desintegrando. Las partes del cerebro que habían funcionado con tanta perfección y eficiencia en el cráneo metálico del cohete, habían sido lanzadas a través del espacio, y estaban muriendo, una a una. El sentido de aquella vida en común estaba deshaciéndose. Y así como muere un cuerpo, cuando el cerebro deja de funcionar, así el espíritu de la nave y los largos días de unión y las relaciones entre los hombres, estaban muriendo también. Applegate era solo un dedo arrancado al cuerpo paterno. No había ya motivos para despreciarlo o perseguirlo. El cerebro había estallado en pedazos y los fragmentos insensatos e inútiles se desparramaban a lo lejos. Las voces se habían desvanecido. Nada se oía en el espacio.
Hollis estaba solo, cayendo.
Todos estaban solos. Las voces habían muerto como los ecos de unas estremecidas palabras de Dios en el abismo estrellado. Allá, el capitán, hacia la Luna; allá Stone, con el enjambre de meteoros; allá Stimpson; allá Applegate, hacia Plutón; allá Smith y Turner y Underwood, y todos los demás. Los trozos del calidoscopio, que habían formado una sensata figura, huían apartándose.
¿Y yo?, pensó Hollis ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer para compensar una existencia vacía y horrible? Si pudiese hacer algo para compensar la maldad que fui reuniendo durante todos estos años, y que llevaba conmigo inconscientemente. Pero no hay nadie aquí. Estoy solo. ¿Y qué bien se puede hacer cuando uno está solo? Ninguno. Mañana a la noche chocaré con la atmósfera de la Tierra.
Arderé, pensó, y mis cenizas se desparramarán por todos los continentes. Seré útil. Solo un poco; pero las cenizas son cenizas y formarán parte del suelo.
Hollis caía rápidamente, como una bala, como una piedra, como una pesa de metal, tranquilo. Tranquilo siempre, ni triste ni alegre, con un único deseo, el de servir para algo ahora que todo había concluido, para algo que solo él conocería.
Cuando choque con la atmósfera arderé como un meteoro.
-         ¿Me verá alguien? - se preguntó Hollis.


El niño del sendero miró hacia arriba y lanzó un grito:
-         ¡Mira, mamá, mira! ¡Una estrella fugaz!

La brillante estrella blanca recorrió el cielo polvoriento de Illinois.
-         Desea algo – le dijo su madre -. Desea algo.

Ray Bradbury nació en Waukegan, Illinois, en 1920, y murió en Los Ángeles, California, el 5 de junio de 2012.

Fuentes: Bradbury, Ray, Crónicas marcianas, Buenos Aires, Ediciones Minotauro, 1987. Con prólogo de Jorge Luis Borges.
           Bradbury, Ray, El hombre ilustrado, Buenos Aires, Ediciones Minotauro, 1955. El fragmento pertenece al cuento Calisdoscopio.



viernes, 1 de junio de 2012

ESCRITURA EN ESTADO PURO: GRAFISMO DE LA ESPERANZA


“La poesía es un arma cargada de futuro” es el título con que Gabriel Celaya coronó un bellísimo y hondo poema.
Hoy he releído este sencillo  texto mío:  El diario de Zlata, que escribí hace ya dieciocho años, y debo reconocer, a la luz del tiempo pasado y con él a la experiencia de vida y de escritura, que es solo eso: un texto sin grandes pretensiones. Podría haberlo reescrito, darle otra forma,  corregir desaciertos, lugares comunes, imágenes un tanto candorosas. Pero preferí no hacerlo, como diría el enigmático escribiente de Melville. Tal vez porque lo importante de este texto reside en su historia. O porque me estaría plagiando a mí misma y con ello desvirtuando lo que el tiempo y la circunstancia dicen en cada etapa de nuestras vidas. Borges lo ha  expresado claramente en su extraordinario cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Nadie puede escribir  lo que otro ya  ha escrito, aunque copie palabra por palabra. Ni siquiera uno mismo. Yo ya no soy la de ayer, ni mi circunstancia es la misma. A cada instante somos otros, aunque permanezcan nuestros rasgos esenciales. Asimismo  el presente se diluye en el continuo tránsito y   la actualidad no es más que un eslabón de una larga cadena.
Una nota del diario La Nación me inspiró, en su momento,  la escritura de este poema. Se trataba de una historia de salvación a través de la palabra. Conmovedora, como tantas otras en que la infancia increpa al mundo de los adultos, a la incoherencia, a la crueldad, a la intolerancia. El ejercicio de la docencia me permitió constatarlo. La escritura es un canal altamente eficaz para poner afuera lo que nos duele, lo que nos detiene, lo que nos perturba o simplemente nos pasa. La escritura es en algunos momentos un refugio; en otros, un espejo donde se refleja nuestra interioridad y también el mundo que nos rodea, sus trabazones, sus clarososcuros, sus misteriosas máscaras. Puede ser también un gran desierto o un mar embravecido. Nuestro revés y nuestro derecho. De pronto, la página en blanco nos devuelve esos trazos que afloran desde quién sabe qué lugar de nuestro instinto, de nuestras encrucijadas, o del torbellino en que nuestro pensamiento y nuestras sensaciones se ven envueltos. Lo he vivido en carne propia.  Cuando la alegría me desbordaba, o cuando la  melancolía, la incomprensión o la pena me hacían perder pie. En esos momentos la soledad, pródiga y acogedora al fin de cuentas, conducía mi mano sobre el papel. Si comencé esta reflexión con   la referencia al poema de Celaya fue porque sé que la palabra, toda palabra, tiene su carga poética. Aún las más concretas,  las más llanas, familiares o toscas. Lo que les otorga poeticidad  es su  empleo transformador, la exploración de su  potencial, su poder renovador, en fin, su calidad de piedra en bruto  apta para el tallado.
La  experiencia vivida por Zlata ya ha sido olvidada. El tiempo no solo borró su huella sino las de tantos otros que han sufrido el drama de una guerra. De aquella o de tantas otras que a diario inflaman la corteza terrestre.   ¿Seguirá escribiendo? ¿Habrá encontrado en su cuaderno las marcas que la condujeran hacia una vocación? Nada he sabido al respecto. Pero su historia, pequeña o grande, es maravillosa. Y convocante. Escritura en estado puro: grafismo de la esperanza.

DIARIO DE ZLATA

Ella escribe en su diario. Abre su gran pregunta
mientras las balas viajan por la noche.

Hoy mamá sintió miedo y desapareció debajo de las flores
del jardín. Los hermanos se abrazaron en silencio
al hilo telefónico. Papá atravesó los ruidos
como un fantasma y no pudo hablar más.
En tanto esto ocurría Zlata imaginaba los contornos
de una palabra ausente y escribía en su diario.
Las letras como hormigas amontonaban  hojas,
páginas arrancadas al dolor. Pero ella no huía
ni se apresuraba a fingir. Tal vez porque era niña
y llevaba en su vientre un inmenso racimo de frutos ignorados.
Zlata le ponía nombre a cada cosa y cada cosa
le ponía nombre a su esperanza.
En el museo había visto los cascos y armaduras
los sables y ballestas y aunque ahora todo fuera
de un modo diferente ella supo que el alma es un enigma
adonde a veces la imaginación sangra y se desconcierta.

Zlata en su cuaderno interroga a la voracidad
del universo. A diferencia de las princesas
de los cuentos de hadas que miran los espejos
para hallar su belleza, Zlata mira al mundo y el mundo
se refleja. La fealdad acaso tenga su propio espejo.
Una niña que escribe con la muerte a su espalda.

Publicado en el cuadernillo: Acebal “Capital Provincial de la Poesía”. Treinta poemas. Segundo premio del certamen de poesía convocado por la Asociación
de Arte y Cultura de Acebal- Santa Fe-1994.