viernes, 1 de junio de 2012

ESCRITURA EN ESTADO PURO: GRAFISMO DE LA ESPERANZA


“La poesía es un arma cargada de futuro” es el título con que Gabriel Celaya coronó un bellísimo y hondo poema.
Hoy he releído este sencillo  texto mío:  El diario de Zlata, que escribí hace ya dieciocho años, y debo reconocer, a la luz del tiempo pasado y con él a la experiencia de vida y de escritura, que es solo eso: un texto sin grandes pretensiones. Podría haberlo reescrito, darle otra forma,  corregir desaciertos, lugares comunes, imágenes un tanto candorosas. Pero preferí no hacerlo, como diría el enigmático escribiente de Melville. Tal vez porque lo importante de este texto reside en su historia. O porque me estaría plagiando a mí misma y con ello desvirtuando lo que el tiempo y la circunstancia dicen en cada etapa de nuestras vidas. Borges lo ha  expresado claramente en su extraordinario cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Nadie puede escribir  lo que otro ya  ha escrito, aunque copie palabra por palabra. Ni siquiera uno mismo. Yo ya no soy la de ayer, ni mi circunstancia es la misma. A cada instante somos otros, aunque permanezcan nuestros rasgos esenciales. Asimismo  el presente se diluye en el continuo tránsito y   la actualidad no es más que un eslabón de una larga cadena.
Una nota del diario La Nación me inspiró, en su momento,  la escritura de este poema. Se trataba de una historia de salvación a través de la palabra. Conmovedora, como tantas otras en que la infancia increpa al mundo de los adultos, a la incoherencia, a la crueldad, a la intolerancia. El ejercicio de la docencia me permitió constatarlo. La escritura es un canal altamente eficaz para poner afuera lo que nos duele, lo que nos detiene, lo que nos perturba o simplemente nos pasa. La escritura es en algunos momentos un refugio; en otros, un espejo donde se refleja nuestra interioridad y también el mundo que nos rodea, sus trabazones, sus clarososcuros, sus misteriosas máscaras. Puede ser también un gran desierto o un mar embravecido. Nuestro revés y nuestro derecho. De pronto, la página en blanco nos devuelve esos trazos que afloran desde quién sabe qué lugar de nuestro instinto, de nuestras encrucijadas, o del torbellino en que nuestro pensamiento y nuestras sensaciones se ven envueltos. Lo he vivido en carne propia.  Cuando la alegría me desbordaba, o cuando la  melancolía, la incomprensión o la pena me hacían perder pie. En esos momentos la soledad, pródiga y acogedora al fin de cuentas, conducía mi mano sobre el papel. Si comencé esta reflexión con   la referencia al poema de Celaya fue porque sé que la palabra, toda palabra, tiene su carga poética. Aún las más concretas,  las más llanas, familiares o toscas. Lo que les otorga poeticidad  es su  empleo transformador, la exploración de su  potencial, su poder renovador, en fin, su calidad de piedra en bruto  apta para el tallado.
La  experiencia vivida por Zlata ya ha sido olvidada. El tiempo no solo borró su huella sino las de tantos otros que han sufrido el drama de una guerra. De aquella o de tantas otras que a diario inflaman la corteza terrestre.   ¿Seguirá escribiendo? ¿Habrá encontrado en su cuaderno las marcas que la condujeran hacia una vocación? Nada he sabido al respecto. Pero su historia, pequeña o grande, es maravillosa. Y convocante. Escritura en estado puro: grafismo de la esperanza.

DIARIO DE ZLATA

Ella escribe en su diario. Abre su gran pregunta
mientras las balas viajan por la noche.

Hoy mamá sintió miedo y desapareció debajo de las flores
del jardín. Los hermanos se abrazaron en silencio
al hilo telefónico. Papá atravesó los ruidos
como un fantasma y no pudo hablar más.
En tanto esto ocurría Zlata imaginaba los contornos
de una palabra ausente y escribía en su diario.
Las letras como hormigas amontonaban  hojas,
páginas arrancadas al dolor. Pero ella no huía
ni se apresuraba a fingir. Tal vez porque era niña
y llevaba en su vientre un inmenso racimo de frutos ignorados.
Zlata le ponía nombre a cada cosa y cada cosa
le ponía nombre a su esperanza.
En el museo había visto los cascos y armaduras
los sables y ballestas y aunque ahora todo fuera
de un modo diferente ella supo que el alma es un enigma
adonde a veces la imaginación sangra y se desconcierta.

Zlata en su cuaderno interroga a la voracidad
del universo. A diferencia de las princesas
de los cuentos de hadas que miran los espejos
para hallar su belleza, Zlata mira al mundo y el mundo
se refleja. La fealdad acaso tenga su propio espejo.
Una niña que escribe con la muerte a su espalda.

Publicado en el cuadernillo: Acebal “Capital Provincial de la Poesía”. Treinta poemas. Segundo premio del certamen de poesía convocado por la Asociación
de Arte y Cultura de Acebal- Santa Fe-1994.




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