martes, 18 de agosto de 2015

CÓMO SE ESCRIBE

En realidad, mientras se vive se va escribiendo una historia: la propia. Esa escritura podría decirse que es, en cierta forma, colectiva porque siempre hay alguien que nos lee y que agrega su cuota de intriga, de aventura, de  dramatismo o divertimento. Algunas palabras se borran con el tiempo, con el olvido, con la indiferencia o con la simple voluntad de sacarlas de circulación para poder seguir  adelante sin tanta carga. Hay otras que quedan resonando como el timbre de un despertador automático de esos que no paran ni aunque una los estrelle contra la pared. Muchas de esas palabras son luminosas,  algunas, un poco opacas o descoloridas, otras se parecen al alquitrán por lo negras, lo  pringosas e impermeabilizantes. Todas entran en la coctelera y de vez en cuando sale un trago largo. Si se apuran varios de esos tragos se puede agarrar una borrachera fenomenal. Y una vez que uno adquiere el hábito no es fácil  librarse de él. Con hielo se diluye un poco el efecto pero no la causa.
La etílica comparación me lleva al  caso concreto, no metafórico de adicción que suele acompañar a algunos escritores y no escritores. Y todo me incita a pensar que la cosa no empieza con el primer trago. Tampoco la escritura comienza  con  el primer trazo. Y entonces me pregunto:  ¿cuál es la medida para no adquirir   la costumbre de embriagarse y terminar en un delirium tremens o una cirrosis fatal? Imposible determinarlo. Así también es imposible determinar el principio y el fin de cada historia personal y las múltiples causas que   promueven las formas de expresión de un sujeto.  
Hace años conocí en el café Gijón a un poeta que, por estar alcoholizado, me causó cierto rechazo. Ya se sabe, los borrachos suelen ponerse un tanto pegajosos. En otra oportunidad lo vi por la calle tambaleándose y sentí pena. Su poesía hace referencia a ese  hábito que lo denigraba como persona y, sin embargo, es bella y potente. Quizás la belleza de su obra no haya sido ajena a la oscuridad que lo arrojó a ese  precipicio de autodestrucción.
Así se escribe: con todo lo terrible y lo brutal que uno lleva adentro. Con ira, con espanto, con sufrimiento. Pero lo que se escribe logra ser, en algunos  casos, una potente luz, un faro encendido en medio de las tormentas  que agitan a tantos otros que van por la vida  cargando con sobriedad la pesada condena de estar de paso.
De: Intantáneas.



viernes, 7 de agosto de 2015

MIS POEMAS: Fotopoema

Llega la noche y
con ella el papel estrujado.
El bollo que ha  quedado sobre  la mesa y
comienza a desperezarse.
Lentamente inicia su desenvoltura y
las letras asoman entre pliegues.
La cadena se  quiebra y
oscurece, a un  mismo tiempo.
No se sabe… el fuego de los signos deslumbra y
a la vez, desampara.
Entre  dobleces, la palabra  se vuelve silencio y
el misterio tiende  su red.
Es el final del día y
una araña entreteje portales y cerrojos.
Tiempo de vigilia opaca en que el papel se  rebela y
entre una y otra rugosidad libera sombras.
Las letras se alinean y
las sílabas crujen.
Se abre, flor nocturna. Y
enardecida brama la tinta.
Pero no es ella sino… el acaso y
¿cómo?...
Lo que antes fuera un envoltorio informe y
después plegamiento.
Ahora es una línea borrosa que pende de un hilo y
entrechoca significaciones.
Juega a ahuyentar y
sin embargo convoca.
¿A quién? A la voz y
a  ese   atisbo de sinfonía que  deambula por   callejones de pesadilla.
Cuando el papel estira sus puntas y
solo  permanece  ese algo próximo al decir.
Porque todo está en ciernes y
la letra suspensa gira en sentido contrario de sí misma.
En tropel, las frases que resbalan y
ruedan por el suelo.
Casi marchitas, con una especie de fragor exánime y
entonces toda concatenación apedrea.
Y  junto a tanto guijarro llega el sueño.
Entre las sábanas, adheridas al ventarrón del olvido y
al  anzuelo de la  memoria
irán entrando las palabras, en el   inconmensurable desierto
de los resplandores.