viernes, 15 de abril de 2016

NARRACIONES MÍNIMAS: El agravio

Como una flecha salió de su boca. Y como una flecha tenía un objetivo preciso. Pero además de la afrenta verbal teledirigida hubo otras señas. Gestuales, de puesta en escena, de enfoque, de planos visuales, de movimiento de piezas. Un fenómeno complejo. Cabían dos o más  posibilidades: reenviar la flecha, esquivarla candorosamente, desentenderse, sonreír como si tal cosa, responder abruptamente, desequilibrase, desorientarse…
Otra posibilidad, imprevisible tal vez: correrse y dejar que la flecha pasara de largo. Vaya a saber a dónde iría a parar. Podría  herir a un tercero o a más de uno, podría resquebrajar la escenografía, podría quedar detenida en el aire, flotando como un absurdo banderín, podría regresar como un boomerang. El personaje de este breve relato eligió esta opción. Y se sentó a esperar. Y mientras  aguardaba se sintió cansado, abatido y hasta receloso. Pero igual mantuvo su decisión. Y los años pasaron y se volvió viejo. Entretanto la flecha andaba dando vueltas enloquecida. Aguijoneando a unos y otros, a los tumbos, inmisericorde.    Desviada de su objetivo primero, fue sufriendo también ella un proceso de desintegración. El que  se suponía agravio se transformó en patético artefacto o  simple herrumbre.
El personaje se sentó bajo un árbol ¿el de la vida? Ya poco podía esperar porque era viejo. Y sin embargo pudo asistir al amanecer y al ocaso. Así, con la rapidez de una saeta. El sol en lo alto y su resplandor sobre la oscuridad de la tierra.  Y entonces contempló sus manos, que estaban limpias, y con ellas trenzó una luz silenciosa.