miércoles, 30 de marzo de 2011

La dramaturgia de David Viñas: aproximación a Lisandro

En el prólogo de la edición citada, Eduardo Rinesi afirma: “Lisandro de la Torre corre los límites de la conciencia de su clase hasta donde muy pocos miembros de su clase  estaban dispuestos a acompañarlo, y –por supuesto- fracasa. Su suicidio es al mismo tiempo la constatación de ese fracaso y la verificación de su integridad y su estatura moral.”
(…)
“…lo que hace el trágico final de los personajes históricos que Viñas elige como héroes de sus piezas es ilustrar una idea que el autor de Literatura argentina y realidad política suele repetir bajo la forma de una consigna tan sintética como eficaz: la que dice que cuanto mayor es la fuerza crítica de una vida y de una obra, mayor es el riesgo que se corre de sufrir las sanciones que el poder reserva a quienes osan desafiarlo. En ese sentido es posible afirmar que Lisandro, como todo el teatro de Viñas, es una obra “de tesis”, que esa tesis es una tesis al mismo tiempo teórica y política, y que esa tesis teórica y política conserva intacta, tres décadas y media después del primer estreno de la pieza, su actualidad y su interés.”

LISANDRO
Acto III. Escena sexta (frag.)

Lisandro
Parecería que las circunstancias desfavorables no han sido superadas del todo…Pero espero que mis colegas tengan un patriótico interés en ser informados detalladamente sobre algo que incluso a mí me ha confundido…De acuerdo a las pruebas de que dispongo, he llegado prima facie a algunas conclusiones que voy a poner a consideración de la Honorable Cámara…En primer lugar, los términos en que se ha redactado el tratado Roca-Runciman resultan vejatorios y humillantes para nuestra soberanía…En segundo lugar, los contratos emergentes de ese tratado atentan contra los intereses de la nacionalidad, del país y de sus habitantes…En tercer lugar…

Barra oficialista
¡Que se calle!...No lo dejen hablar a ese traidor!...¡Averigüen quiénes le pagan!...¡Vendido! (Grave desorden).

Senador
(Hace un gesto que silencia a la barra.) ¿Me permite el Señor Senador?

Lisandro
Con el mayor gusto, Señor Senador, pero cuando considere que he concluido con mi exposición…Trataré de ser breve y, sobre todo, muy, muy claro. En tercer lugar…

Ministro
¿Me permite el Señor Senador?

Lisandro
¡No le permito, Señor Ministro!

Ministro
¡Pero usted se está excediendo! Usted se pone fuera de toda regla!
Lisandro
Usted quiebra las reglas volviendo a interrumpirme. En tercer lugar, he tenido acceso a la contabilidad secreta de las empresas involucradas. Esa contabilidad doble muestra un nivel de ganancias que no coincide en absoluto con el que surge de los asientos contables exhibidos a las autoridades económicas.

Ministro
¡Usted no respeta nada, Señor Senador! ¡Su conducta no revela otra cosa que un violento y sistemático espíritu de oposición!

Lisandro
Violencia, espíritu sistemático de oposición. Bienvenidos cuando sirven para descubrir la infamia y…

(Escándalo en el recinto)

Barra oficialista
¡No le permitan eso!...¡Que dé nombres ya que habla!...¿Cuáles son las pruebas que puede exhibir?¡Que las muestre!

Lisandro
Se me reclaman nombres…Se me reclama precisión en mi denuncia…Señores, es para lograr eso que he citado en mi despacho de la Cámara a varias personas responsables que me han ofrecido datos, pruebas y sus propios testimonios.

Barra oficialista
¡Son falsos!...¡Los inventó!...¡Que los muestre!

Lisandro
Ya les voy a mostrar. Datos y pruebas que comprometen a personas a las que me resulta penoso, muy penoso tener que denunciar.

Barra oficialista
¡No te hagás el sentimental!¡Viejo loco!¡Mostrá las manos, canalla! ¡A ver cómo tenés vos las manos!

Ministro
¡Yo le exijo perentoriamente que no demore más la prueba, Señor Senador!

Lisandro
Y yo le advierto al Señor Ministro que a mí nadie, ni como senador ni como persona, me exige nada…Es mi deber lo que hago…y es a mi conciencia a la única entidad a la que le tolero exigencias…

Ministro
¡Hable menos de su conciencia, Señor Senador!


Lisandro
¡Y usted acuérdese más de la suya!
(Gente cercana al ministro empuja a Lisandro. La luz se cierra sobre ellos, en tanto el griterío se transforma en un estribillo que repiten los senadores: “Cuidáte Lisandro, resguardáte el cuero. Lisandro traidor, no jodas tan fiero. Cuidáte, Lisandro, si no ya verás. Lisandro, traidor, no provoques más.”)

Enzo
¡Cuídese! Se lo pido por favor, cuídese. ¡Le pueden hacer daño! ¡Lo van a lastimar!

Lisandro
¡El país me cuida!¡Con mis palabras acallaré a los culpables y obligaré al diálogo a los equivocados!

Enzo
¡Qué diálogo!¡El diálogo para ellos significa debilidad!¡El silencio o los gritos son su único poder!¡No saben otra cosa!¡Ya no pueden hacer otra cosa!

Lisandro
Cada palabra mía tendrá la solidez de un cascote y no van a encontrar la manera de escabullirse (Vuelve la luz y el sonido. Lisandro impone su voz). ¡Señores, señores! Los nombres que figuran en las planillas de las empresas como favorecidos con comisiones que prefiguran el delito de cohecho son los de algunos Señores Senadores…Dispongo de esos nombres, así como el de un Ministro de la Nación

(Los senadores, como sabiendo lo que va a suceder, se tapan los oídos. Los de la barra oficialista se ponen a cubierto. Por el costado, desde atrás de Lisandro, un hombre se le acerca con un revólver en la mano. Enzo se interpone entre ambos.)

Asesino
¡Moríte, traidor!

Enzo
¡Cuidado!

(Lisandro se da vuelta apenas. El hombre dispara. Enzo cae muerto. Un silencio plomizo  y brusco se desploma sobre toda la cámara. Lisandro mira atónito el cuerpo de Enzo. Los senadores comprueban el error y bajan de sus escaños. Los de la barra oficialista tratan histéricamente de sacar u ocultar el cadáver. Los senadores, para disimular su embarazo, entonan un himno fúnebre.)

Coro de senadores
“Era tan joven…/ no lo merecía./ Fue un accidente / que nadie esperaba. / Pobre, pobre hombre…/ Muerto equivocado. / Hombre inoportuno, / lo mató una bala, / lo atravesó / y era para el otro /   Para eso es viejo, / para que lo maten. / Viejo inútil. /Viejo loco. /Viejo idiota. / Que se calle, / que se vaya, / que no vuelva más.

(Los senadores y la barra oficialista abandonan el recinto. Lisandro queda junto al cuerpo de Enzo.)

Escena séptima (frag.)

Lisandro
Mi querido Enzo. Hijo. Usted está muerto y yo sigo vivo. Yo, que ya no doy más. Yo, que llegué al borde. Usted tenía que seguir. Tantas cosas para seguir. Para mejorar. Usted que ya veía más que yo, terminó dando su vida por la mía. Dio lo más importante que tenía, para salvar lo menos importante que tengo yo. Porque, ¿sabe?, yo me había acostumbrado a la muerte. Hace rato que la tenía al lado. Me había familiarizado con ella. Créame, hijo, para un viejo como yo la muerte se agazapa junto a los pies como una perra mansa. Familiar…Hasta me había acostumbrado a acariciarle la cabeza: quieta, vieja. Quieta. Quédese ahí, no se mueva. Como una perra, Enzo. A veces se me metía en la cama y yo me hacía el distraído. Llegamos a conocernos de memoria. Muchas veces dormimos juntos, nos vimos el color de los ojos y nos respiramos el aliento. Teníamos un especie de pacto (Se ríe ácidamente). Habíamos quedado en que no me iba a atropellar de atrás…

Fuente: Viñas, David, Lisandro (adaptación de Villanueva Cosse). Complejo Teatral de Buenos Aires y Editorial Losada, Buenos Aires, 2006.
·         

La obra de Viñas nos presenta a un Lisandro de la Torre profundamente humano, despojado de las connotaciones míticas a que puede verse expuesto un personaje histórico. Defraudado por sus antiguos camaradas, esquivando la tentación de Uriburu, preso de una rétorica que lo aleja de los sectores populares, encarna, por un lado, sus propias contradicciones y, por otro la extrema tensión que implica el juego del poder. La desigualdad en este último aspecto se torna evidente en la escena de la reconstrucción cuando su discurso es tergiversado de manera grotesca.
La sincronización de dos hechos separados históricamente por siete años: el asesinato de Bordavere y el suicidio de Lisandro, pone de relieve, en el final, la  altura ética del protagonista. El valor de la amistad y la fidelidad a los principios e ideales alcanzan una dimensión simbólica. Sin embargo, en ese paralelo también puede advertirse la debilidad de Lisandro, enfrentado, tal vez al injusto remordimiento de que un amigo pagara por él y la asunción de un fracaso que trascendió sus límites personales y alcanzó a la historia.

martes, 22 de marzo de 2011

MIS POEMAS: de Juanele a Juanele

Todo no es de pájaros, no.
Es apenas una tímida
cristalería
que abre la mañana.
            Juan L. Ortiz

Sin una presencia desgarrada de objetos inútiles
danzan tus letras como diablitos o ángeles anhelantes
que es casi lo mismo.
Y tu río es una paz que penetra los puños
hasta volverlos agua.
Ante tanto temblor deshumanizado se alza
esa solicitud con que te entregas, siendo aún
más fugitivo de ti mismo que las hilachas de las estaciones
desvaídas, sobre los dedos atávicos.
Fragante hermandad de una voz distendida o pronunciada
en desvaríos de verdor.
La de la amable provincianía de dar, aun a destiempo
contra las horas, en el interrogante infinito.
Amigo de alas tan tenues. Sin puertas para la poca cosa
de la desgarradura temblona o convulsiva.
Amable amigo de los hombres y los paisajes.
Todo en uno. Porque, ¿qué es nuestra sola humanidad
sino un paisaje que se vuelve hacia adentro y nos da
la mirada para intentar el trazo soberano
de tanto resplandor imaginable?

María Cristina Arostegui- Finalista “Concurso Internacional Letras de Oro 2001”.
Publicado en la revista: La autopista del sur Nº 3, mayo del 2003.

lunes, 14 de marzo de 2011

MIS CUENTOS: Momentos

I.- De un momento a otro

Había bajado al río. ¿O el río había bajado hacia ella? Un poco más adelante, su hermano  caminaba en compañía de un amigo. De tanto en tanto, se colgaban de las ramas imitando a Tarzán o hurgaban la tierra en busca de insectos o piedritas. Ella había quedado rezagada. En realidad, los chicos no le daban demasiada cabida.  Además, ese día  tenía menos ganas que nunca de compartir  sus juegos. Le pesaba un poco el estómago y de vez en cuando la acometían puntadas en el bajo vientre. Más “dormida” que de costumbre. Sentada sobre una elevación del terreno observaba el movimiento lento de las aguas. Con una ramita escribió su nombre sobre un sector que previamente había alisado. Eliana.  Al revés que el hermano, era poco propensa a la actividad, un poco apática.   Como se dice vulgarmente, metida para adentro,  y en ese preciso momento, más melancólica que nunca. Tal vez porque no se sentía del todo bien. Con esas molestias en la panza.  Si hasta le parecía que tenía ganas de vomitar. Tal vez era  la rompiente lo que rugía en su interior. Y sin embargo casi no había ondulaciones allá abajo, en el río.  La luz chillona del sol mantenía el paisaje en vilo. Como si todo estuviera entre la quietud y el movimiento. Hasta los pájaros. No había brisa. Más  adelante los juncos y camalotes configuraban una mancha parda, extendida como por efecto de  un pincel invisible sobre la superficie vidriosa. Allí donde  se  había tendido, árboles de espesa fronda la cubrían de sombra, una sombra que la aletargaba. Cuando casi estaba por quedarse dormida, un ruidito adentro, en las tripas la despertó. Los dos chicos se habían perdido entre   las matas y sólo se escuchaban sus gritos. El río se filtraba entre las piedras provocando un sonido muy leve,  una especie de susurro líquido. ¿Me habré hecho pis?, pensó mientras se removía un poco en el lugar pero sin levantarse. Como si estuviera pegada al piso. Algo húmedo había debajo de su  cuerpo. Seguro me  acosté sobre un charco, siempre la misma pavota, se reprochó, y fue  como si estuviera escuchando las palabras de  su  madre cuando la retaba. Es la edad, decía la abuela que como era más viejita entendía todo de otra manera. A decir verdad, ella era distraída, siempre estaba un poco como en la luna, pero desde hacía un tiempo, peor que nunca. Claro, se sentía medio desubicada. Las muñecas la aburrían, los juegos con el hermano tampoco le agradaban. Los varones se vuelven tan estúpidamente violentos, siempre  midiendo su destreza física, colgándose de los árboles o anudados como yudocas. A la misma edad los   chicos son más inmaduros que las chicas, le había oído decir a la maestra y si bien no entendía demasiado qué significaba eso, se daba cuenta de que había una especie de barrera entre el mundo interno del hermano y el suyo. No estaba tampoco como para novios. Le gustaba cuando alguno de los  chicos le sonreía con cierta intención, pero, niña aún en el corazón y las entrañas, se amilanaba ante cualquier  acercamiento. De repente un hilo  líquido se deslizó entre sus piernas. Como si el río hubiera subido y un poco de su caudal se estuviera arrastrado por sus muslos. Saltó de golpe. Parecía como que la hubiera picado un bicho. En el lugar donde había estado  echada, brillaba una mancha rojiza. Pasó el dedo y luego, instintivamente se bajó la bombacha. ¡Ay, que susto! No se había lastimado con nada.  Si había estado todo el tiempo allí, bastante quieta. Pero esos retorcijones. Ahora le parecía que se iba a desmayar, aunque sólo llegó a tambalearse un poco. ¿Me habrá venido? La madre no le había dicho nada. Era tan seca, la pobre. Pero algo había escuchado por ahí. Siempre se escuchan esas cosas. ¿Me habrá venido? Repitió, tal vez tratando de convencerse. Quiso gritar, llamar al hermano, contárselo. No, eso no se les dice a los varones. Además ellos qué saben. Y ahora sentía que la sangre bajaba como un río silencioso entre sus piernas. Te hiciste señorita, seguro que le iba a decir la abuela cuando se enterara. La abuela decía así. Parada contra un  tronco miró hacia la barranca. Soy mujer, se dijo. Y las palabras comenzaron a descender por su cuerpo hasta llegar al pubis.

II.- En el  momento menos esperado

Iba para lo de Vanina, mi amiga del colegio. Mi mamá me había pedido que le comprara fideos. A la vuelta, mejor, porque si no se va a hacer tarde. Teníamos que completar una tarea. Una cosa de matemáticas medio difícil. Iba caminando nomás. Y después, cuando llegué me dije. Alguien había dejado el cuchillo. Arriba del tacho de la basura. Me acuerdo que me caí o me empujaron. Tengo un lío en la cabeza. Me faltaban unas cuadras para llegar. Un miedo. Sí. Pero también tenía rabia. Envuelto en trapos. Cada vez que me miraba,  volvía ese  fuego en la boca del estómago. Me daba asco. De noche, cuando se apagan las luces, lo veo. Siempre con su ojitos mojados. A los dos los veo. Y escucho que llora y también escucho lo que me dice en  la oreja mientras me muerde y me lame. Claro, porque yo no me podía mover. Y encima me pinchaban las basuras del terreno baldío. Y fue  en esa madrugada en  que no me podía dormir. Salí al patio. Y  arriba del tacho. No, en realidad ya lo tenía preparado. Debajo de la almohada. Me tapó la boca. Para que no gritara. Ya sé, ya sé  que era un  chico. Un inocente dicen. Nunca fue inocente. Me lastimó. Perdí tanta sangre y unos dolores mucho peores  que cuando me viene. Yo tenía. Tenía las manos en la espalda. Y él con todo su cuerpo. En cambio yo nada. O golpes al aire que es lo mismo que nada. Con todo el peso. Como un elefante, un hipopótamo. Una tonelada de carne podrida. Después vomité. Le vomité la ropa. Ya estaba harta de ese olor a leche cortada. En  cuatro días de vida había largado todo. Yo no podía más. Me revolvía por dentro. Ya estaba medio oscurito cuando volvía y encima me demoré más al pasar por el almacén. Sí porque en realidad, nos quedamos charlando con Vani después de la tarea. En la calle no había gente. Son medio solitarias esas cuadras. Nadie lo quiere. Se creen que no me doy cuenta. Mamá me deja la ropita. En una pila, sobre la cómoda. Mi hermano ni lo mira. Yo creo que es un renacuajo. Un sapo, feo y arrugado. La cara tan parecida. Tenía una cicatriz debajo del ojo que se le fruncía. Sudaba el asqueroso y las gotas de transpiración me caían en la cara,  cerca de la boca. Se mezclaban con mi saliva. No quiero que me succione. No quiero darle nada de mí. Eran unas palabras, palabrotas inmundas las que decía. Yo era virgen. Como la virgencita de la gruta donde va mi abuela a rezar. Nunca  había tenido novio. Me gustaba un chico de la vuelta. Pero sólo hablamos dos o tres veces. Me apuntó a la altura del cogote. Después me arrastró de los pelos. El miedo me  había enredado la lengua y tenía como un pedazo de  piedra en la garganta. Cada vez que me miraba en el espejo, él estaba ahí. Como escondido entre el vidrio y la pared. Lo peor: no pude hablar. A pesar de bañarme me sentía sucia y las manos me habían dejado marcas en la piel. O a mí me parecía. Mamá dijo mejor no le digas a tu padre, ni a nadie. En cambio la enfermera ésa del hospital me insistía cada vez. Tenés que poner la denuncia. Cada día estaba más flaca. Y dejé de ir a la escuela. Había desaparecido. Yo sólo me acordaba de la cara roja,  sudorosa y los golpes que me  daba para que me callara. Y no lo quise. Cuando me fui poniendo redonda y sentía arcadas era como que ya adivinaba su cara de sapo. Porque no era otra cosa. Si los sapos te mean en los ojos te dejan ciega, decía muchas veces mi hermano. El los pinchaba con agujas para hacerlos explotar. Una diversión que tenía. Al principio no lo sentí. Y me daba ánimos pensando que cuando se me pasara el susto, no habría nada más. Pero, no. Clavé el cuchillo. Y el otro volvió. Era como que volvía para repetir lo de aquella noche en el baldío. Y pensar que estaba a mitad de camino entre lo de Vani y mi casa. La sangre me salpicó y lo dejé caer. Como si fuera un pedazo de bofe. Blandito y pegajoso. Yo no fui. Fue él con su sevillana. Primero en el cuello, después rozándome las tetas. Pero los dos me habían lastimado allá abajo. ¿Cómo iba a quererlo? Si había llegado a mí con tantos golpes e insultos. Quién dice que no son lo mismo. Que no eran una misma tenaza hurgando, sacándome de adentro las ganas de todo. Cuando lo levantaron del suelo, yo me había ido a mi pieza a pensar y me vino como  una catarata de lágrimas. Y encima mamá fue y me agarró de las mechas. ¡Qué hiciste! ¡Qué hiciste! Nunca había llorado hasta ese momento. Estaba seca. Desde  aquel día, como si me hubiera muerto. Y después, con ese cuchillo que guardé entre las sábanas me mató. Cuando se lo clavé. Sí, aunque ahora me parece mentira. Un mal sueño, qué digo, el mismo infierno. Nunca. Ni a una mosca. Zumbido en los oídos, cabeza como llena de ruidos, de portazos, gritos y hasta aullidos de perro. De perro, sí. Miles de perros llenando la noche, borrando la luz del amanecer. Un vómito violeta. El coágulo abierto como una boca. Tragándome. Caí, una y otra vez. Hasta que dejó de llorar. De llorar aquí adentro.  Y no me animé a levantarlo. Mejor dicho,  no quise. Ya no me iba a joder más. No.  La sangre se había pegoteado por todos lados. Los demás no supieron qué hacer…

III.- El momento del presente imperfecto

OTRO CASO DE FILICIDIO
Fue declarada culpable la joven Eliana  Aballini.  Se  la condenó bajo el cargo de homicidio agravado por el vínculo. La defensora, designada de oficio, apeló la sentencia por tratarse de una menor. Dadas   las circunstancias que desencadenaron el fatal desenlace, podría  ser  sometida a pericias psiquiátricas.  Hasta el momento se encuentra  detenida en la unidad…

Este cuento pertenece a mi libro Ramificaciones inesperadas y otros relatos  ( inédito.) 

El pensamiento de Simone de Beauvoir

“La división de los sexos es un hecho biológico, no un momento de la historia humana.  [...]La pareja es una unidad fundamental, cuyas dos mitades están remachadas una con otra:   no es posible ninguna escisión en la sociedad por sexos.    Eso es lo que caracteriza fundamentalmente a la mujer: ella es lo Otro en el corazón de una totalidad cuyos dos términos son necesarios el uno para el otro”.


“En casi ningún país es idéntico su estatuto legal al del hombre;   y, con frecuencia, su desventaja con respecto a aquél es muy considerable.    Incluso cuando se le reconocen en abstracto algunos derechos, una larga costumbre impide que encuentre en los usos corrientes su expresión concreta.   Económicamente, hombres y mujeres casi constituyen dos castas distintas, en igualdad de condiciones, los primeros disfrutan situaciones más ventajosas, salarios más elevados, tienen más oportunidades de éxito que sus competidoras de fecha reciente:   en la industria, la política, etc., ocupan un número mucho mayor de puestos y son ellos quienes ocupan los más importantes.   Además de los poderes concretos que poseen, están revestidos de un prestigio cuya tradición mantiene toda la educación del niño: el presente envuelve al pasado, y en el pasado toda la Historia la han hecho los varones.    En el momento en que las mujeres empiezan a participar en la elaboración del mundo, ese mundo es todavía un mundo que pertenece a los hombres:   ellos no dudan, ellas lo dudan apenas.   Negarse a ser lo Otro, rehusar la complicidad con el hombre, sería para ellas renunciar a todas las ventajas que puede procurarles la alianza con la casta superior.   El hombre-soberano protegerá materialmente a la mujer-ligia y se encargará de justificar su existencia: junto con el riesgo económico evita ella el riesgo metafísico de una libertad que debe inventar sus fines sin ayuda.   En efecto, al lado de la pretensión ética, también hay en él la tentación de huir de su libertad para constituirse en cosa;   es ése un camino nefasto, en cuanto que pasivo, alienado y perdido; resulta entonces presa de voluntades extrañas, cercenado de su trascendencia, frustrado de todo valor.   Pero es un camino fácil:   así se evitan la angustia y la tensión de una existencia auténticamente asumida.   El hombre que constituye a la mujer en Otro, hallará siempre en ella profundas complicidades.   Así, pues, la mujer no se reivindica como sujeto, porque carece de los medios concretos para ello, porque experimenta el lazo necesario que la une al hombre sin plantearse reciprocidad alguna, y porque a menudo se complace en su papel de Otro.”


Fuente: de Beauvoir, Simone: El segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones de Bolsillo, 1999.


Gracias, Ofelia,  por el aporte de estos fragmentos.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Alfonsina Storni: Bien pudiera ser...

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

Fuente: Storni,  Alfonsina, Antología poética, Buenos Aires, Editado por CEDAL, 1980.
El poema pertenece al libro: La inquietud del rosal (1916).

martes, 1 de marzo de 2011

MIS POEMAS: ¿Por qué?

El arte a imagen de la creación. Es un símbolo, tanto como el mundo terrestre es un símbolo del cosmos.
Paul Klee

¿Por qué?
¿Por qué se detiene el río al borde de mi página?
¿Por qué han dejado de fluir los mordiscos
de Cancerbero?
¿Por qué el piano suena como un lápiz / el pincel co-
mo un músculo / el mármol como un tele-
objetivo?
¿Por qué la melodía va a parar al océano
y el coro del oleaje funde la voz-el grito-el susurro
un fino transcurrir de las vocales
hasta dar en el verso
y volverse otra imagen luminosa
tendida boca arriba sobre algún caballete
a la espera del mundo
del redondo universo que canta entre sirenas?

Fuente: Arostegui, María Cristina, Linea desnuda, Buenos Aires, Edidiones Filofalsía, 1989.
La edición de este libro tuvo lugar gracias al   apoyo de una beca otorgada por el Fondo Nacional de las Artes en 1988.