jueves, 11 de septiembre de 2014

DÍA DEL MAESTRO. Ernesto Sábato y la Educación

EDUCACIÓN Y CRISIS DEL HOMBRE

El mundo está gravemente enfermo de incredulidad y, correlativamente de feroces dogmatismos. Y la educación no puede ser ajena a esos padecimientos, pues, en desdichada dialéctica es su raíz y su consecuencia; porque no solo se manifiesta en las escuelas, en las universidades, sino también en la calle, en las fábricas, en los estadios deportivos y dentro de cada hogar, a través de esas pantallas cuasirradiactivas que en la oscuridad fascinan y trastornan el alma de los niños. Así, la educación no puede ser extraña al drama total de la civilización, no puede no participar  de las fallas esenciales que agitan el universo espiritual de nuestro tiempo y amenazan con su derrumbe.
Hasta en los países más civilizados, el secuestro y el crimen político se han convertido en instrumentos que reemplazan al diálogo y a la justicia. Fanáticos y demagogos que han detentado o detentan el poder obligan a maestros y profesores a sustituir la búsqueda de la verdad por la inyección de sus ideologías, entronizando el dogma en el lugar donde en tiempos más felices llegó a reinar la tolerancia. Y como si todo ello fuera poco, el advenimiento de la televisión –el más siniestro medio inventado para formar y deformar conciencias- ofrece y perfecciona medios para el asalto, el secuestro y la tortura. También en nuestro país, como aciagas modulaciones  de esta crisis general de la especie humana.
Se comete, por lo tanto, un grave error cuando se pretende reformar la educación como si se tratase de un problema meramente técnico, y no el resultado de la concepción del hombre que sirve de fundamento, de esos presupuestos que la sociedad mantiene acerca de su realidad y su destino y que, de una manera u otra, definen una manera de vivir y de morir, una actitud ante la felicidad y el infortunio. Presupuestos elaborados por teólogos, filósofos, y por esos intuitivos que a través del arte exploran la condición del hombre, conmoviendo y transformando sus estratos más misteriosos.
De este modo, la educación no se lleva a cabo en abstracto, ni es válida para cualquier época o civilización, sino que vale en concreto, se hace con vistas a un proyecto de ser humano y de comunidad: Esparta no puede imponer la misma educación que Atenas, ni los estados totalitarios la misma que las democracias. Ante todo esos presupuestos señalan qué es lo que se quiere de un pueblo y con qué fines hay que educarlo: si para lograr guerreros o humanistas, si para producir verdugos o seres respetuosos de sus semejantes.
También nuestra nación formuló sus postulados: pensadores como Alberdi y Sarmiento los establecieron de modo explícito, con fundamentos espirituales y políticos. Pero no son ellos culpables del sectarismo  que, en ocasiones, devastó nuestra enseñanza. Mucha sangre ha corrido en el mundo desde entonces y las doctrinas que convirtieron en infiernos a Rusia y Alemania también llegaron hasta nosotros, llevando por delante,  como una violenta marejada, todo lo que de bueno habíamos logrado. No, los presupuestos que en estos últimos decenios presidieron nuestra vida –con pequeños lapsos de tolerancia- no son los que aquellos fundadores ofrecieron, sino otros, tristemente otros.
No soy pedagogo, no soy especialista en educación; pero, a esta altura de mi vida, me considero especialista en esperanzas y desesperanzas, pues algo he aprendido a través de los golpes que he sufrido, de los errores cometidos, de las ilusiones perdidas; ignoro infinitas cosas, vastos territorios de la historia y de la geografía me son desconocidos, pero conozco y siento mi tierra, me angustia el destino de mis hijos y de mis nietos, la suerte de mis compatriotas y, sobre todo, la suerte de los chiquitos, que de nada son nunca culpables, y a los que no tenemos derecho de legarles un lúgubre universo. He meditado mucho en todo esto, y a través de algunas imperfectas ficciones traté de averiguar algo sobre mí mismo, o sea: sobre cualquier hombre, ya que el corazón de uno es el corazón de todos. ¿Por qué, entonces, no he de tener derecho a decir algunas palabras acerca de ese proceso que moldea el alma de los hombres, desde que son balbuceantes niños hasta que son balbuceantes ancianos? Ojalá otros más doctos me ayuden a despejar dudas que me atormentan, vacilaciones de mi pensamiento y de mi imaginación. Aquí, por el momento, ofrezco borradores de esas incertidumbres.


Fuente: Sábato, Ernesto, Educación y crisis del hombre. En: Cultura y Educación- Cuadernos del Congreso Pedagógico, Buenos Aires, EUDEBA, 1986.   

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