domingo, 15 de junio de 2014

LA SEDUCCIÓN ENTRE SIGNOS DE PREGUNTA...

La seducción es aquello que no tiene representación posible, porque la distancia entre lo real y su doble, la distorsión entre el Mismo y el Otro está abolida.
                                                                                            Jean Baudrillard

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Alguien opina con ligereza sobre un tema que tiene muchas puntas. Pone parte de sí en sus palabras, parte de su sistema de valores. No coincido con esa forma burda y   hasta brutal  con que opina sobre un tema tan arduo. Pero me deja pensando...
Para muchos el dinero  significa un  motivo de atracción. A veces, o casi siempre,  fatal. Otros, en cambio,  se pueden sentir seducidos por motivaciones más sutiles, sofisticadas o, al menos en apariencia más elevadas:  la ambición, las dotes intelectuales, la simpatía, el aspecto físico, la capacidad de ejecutar un arte o dominar una ciencia, la sabiduría, la profesionalidad, en fin, el factor desencadenante de tal  "encantamiento" puede ser tan polifacético como es polifacética la especie humana y el engranaje social. A tal punto que hasta el desvalimiento, la enfermedad  o los trastornos de diversa índole podrían resultar tentadores. Según de quién se trate o de qué circunstancia. 
Quien se deja seducir por la literatura sabe que los motivos de atracción son variados y cambiantes, pero en la base de todos ellos debe haber una especie de incertidumbre,  de enigma, de retaceo,  si cabe la palabra. Un cuerpo totalmente desnudo, con toda su belleza, y también con toda  la  flacidez y falta de gracia que podría llegar a tener - ya que nada es eterno - seduce menos que una parte de ese mismo cuerpo apenas  vislumbrada tras un vidrio opaco o la semipenumbra. Lo que está excesivamente expuesto fatiga y causa un inevitable rechazo. 
En el mundo actual (¿postmoderno?), todo está demasiado dicho, mostrado con desenfado e impudicia y eso atenta contra la seducción. Pero las personas necesitamos de ella. ¿Dónde encontrar la seducción en este mundo hiperreal, excesivo, flácido? Una buena pregunta para enfocar el pensamiento y las ganas de crear. Algo habrá, sin embargo, que no se deja ver del todo...


martes, 3 de junio de 2014

CHARLES BAUDELAIRE: Las muchedumbres

No es dado a todos tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y solo puede darse, a expensas del género humano, un atracón de vitalidad aquel a quien un hada haya otorgado desde la cuna  el gusto por el disfraz y la máscara, el odio por el domicilio y la pasión por el viaje.
Multitud, soledad: términos iguales y convertibles por el poeta activo y fértil. Quien no sabe poblar su soledad tampoco sabrá estar solo en una muchedumbre atareada.
El poeta disfruta de ese incomparable privilegio: el de poder, a su antojo, ser él mismo y los demás. Como esas almas errantes que buscan un cuerpo, él entra cuando quiere en el personaje de cada uno. Solo para él todo está vacante; y si ciertos lugares parecen estar cerrados, es porque a sus ojos no valen la pena que se los visite.
El paseante solitario y pensativo obtiene una singular ebriedad de esa universal comunión. Aquel que se entrega fácilmente a la muchedumbre, conoce goces febricientes de que están eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, enclaustrado como un molusco. Adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que la ocasión le ofrece.
Aquello que los hombres llaman amor es muy pequeño, muy exiguo y muy débil comparado con esa orgía inefable, con esa santa prostitución del alma que se da toda entera, poesía y caridad, a lo imprevisto que se muestra, a lo desconocido que pasa.
Es bueno enseñar a veces a los felices de este mundo, aunque solo fuere para humillar, por un instante, su orgullo, que existen felicidades superiores a las suyas, más vastas y más delicadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los padres misioneros  exiliados en los confines del mundo, saben, sin duda, algo de estas ebriedades misteriosas; y, en el interior de la extensa familia que su genio ha formado, deben de reírse a veces de aquellos que los compadecen por su destino tan agitado y por su vida tan casta.

Fuente: Poesía francesa del siglo XIX (selección de Jorge Lafforgue), Buenos Aires, CEAL, 1989. El texto pertenece al volumen: L’Spleen de París de Charles Baudelaire.

Traducción: Raúl Gustavo Aguirre.