domingo, 14 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO-NUEVOS OJOS

Otra vez estamos a fin de año. La frase se repite una y mil veces. Como si el cambio en el calendario  nos tomara por sorpresa. Como si el tiempo nos embistiera o acorralara. Pero  el fin de  ciclo no es distinto del resto. Sus días, eso sí, están sujetos al ajetreo de las despedidas, las compras de regalitos, los brindis, las promesas. En síntesis al ritual. Pero la vida sigue, y en esencia no es  ni más ni menos prometedora que la que dejamos atrás. Cada día del año ha sido diferente. Nos puso por delante alegrías y penas, pérdidas y ganancias, sorpresas gratas e ingratas. Y no nos dimos cuenta porque estábamos concentrados en nuestra propia lucha por la subsistencia, en las preocupaciones cotidianas o los desafíos que la circunstancia de estar vivos nos imponía.
Al clima generalizado de disimulada  angustia y de inquietud que provoca la fecha se suma el malestar que,  dentro del ámbito nacional, se ha ido acumulando durante los trescientos sesenta y cuatro días previos. Los argentinos tenemos, no sé si en nuestro ADN o en lo que se denomina inconsciente colectivo, una especial predisposición por el  autoengaño. Nos atrae la mitología, los paternalismos, las formas de salvación mágica. Y tendemos a sorprendernos con todo aquello que si hubiéramos tenido el tino de leer francamente la realidad, de haber asumido con responsabilidad y rigor o de haber observado con criterio, no nos encontraría desprevenidos. El fin de ciclo nos abruma con novedades que no   habrían sido tales, si hubiéramos prestado atención al  proceso histórico.  No obstante, nos juntaremos nuevamente, como cada diciembre para levantar la copa y desear que todo sea un poco mejor en el futuro. En un futuro intangible, lejano y brumoso, del que ,  tantas veces, nos negamos a hacernos cargo.
Pero  tampoco es cuestión de llenar esta página de quejas o resentimientos. Sobre todo porque en ella la creación pretende tener un rol protagónico. Y para crear hay que estar dispuesto a mirar con nuevos ojos. Tomar cierta distancia, cambiar la perspectiva, mirar hacia adentro y hacia fuera, escuchar los mensajes de nuestro corazón y de tantos otros que laten con un compás diverso, de atravesar el tiempo y las cronologías, las luces y las sombras,  tratando de renovar en cada intento la esperanza que creemos  marchita. No es fácil. Pero peor sería entregarnos al desánimo.
Durante muchos años me desempeñé como docente y  con frecuencia pude ver transformaciones  casi diría extraordinarias y también  otras, desgraciadas. Fue maravilloso observar el cambio producido en un pequeño que lograba armar, por primera vez, las frases y leer su sentido. También escuchar y alentar a un adolescente que intentaba iniciarse en la aventura poética. En los últimos años de ejercicio de la docencia en pocas ocasiones sentí que mi misión de guía intelectual se cumplía. Los tiempos habían  arrebatado a ese prodigioso acto de ida y vuelta, que es la educación, el placer que implica la adquisición del conocimiento a través de un vínculo  de afecto recíproco.

Roberto Benigni nos devuelve a esa  suerte de comunión espiritual que puede darse en un aula. Especialmente durante una clase de literatura. Especialmente cuando se trata de poetizar…



Ah... Feliz Año Nuevo!!!

miércoles, 3 de diciembre de 2014

MIS POEMAS: Navidad en el jardín


La primavera enloqueció. No en el plano metafórico
sino en el más estricto sentido. Pasó del calor al frío sin previo aviso.
Sin escalas  intermedias. La locura climática se presentó, en forma larvada,
en el invierno. Y hacia el final del mismo irrumpió un frío desolador.
De un día para otro. Y la naturaleza, no pudiendo soportar tamaña  extravagancia
se rebeló. La única flor blanca del ciruelo cayó derrotada.
Y las otras flores que estaban escondidas en la planta
a la espera de la tibieza y la claridad propicia, no se animaron a nacer.
En diciembre no hubo frutos y el follaje, de un verde rabioso,
proliferó con ansias de que algún prodigio le diera algún sentido  a su sombra.
Y entonces vino el casal de zorzales y construyó su nido.
Y en el nido, el huevito se convirtió en pichón. Y fue por la época de Navidad.
Un niño pájaro asomó su rostro hinchado, de ojos amorfos y mirada vacía.
Los padres iban y venían desgranando su canto celestial.
Un gorjeo bien modulado, con notas agudas, una síncopa, y otra pequeña frase musical.
Desde los árboles cercanos custodiaban al hijo, mientras
iban y venían en busca de alimento.
El niño-pájaro esperaba con su pico bien abierto.
Con ese silencio inocente
capaz de enmudecer el ruido y el trajín 
de   las  calles del miedo...
El refulgente sol que se cuela por entre las hojas
alumbra el mínimo pesebre
que los Magos adoran.
Aunque nadie los vea, ellos están sentados
sobre el arco melódico
con que la vida estalla
como un fruto pendiente de la estación más promisoria del calendario.
La más variable y, tal vez, la más loca.
Suena el din-don del llamador de ángeles mientras el pichón
empluma e hincha su gola.
Un día de estos iniciará su vuelo en procura de la luz prometida.
Y ese día será un pequeño dios
atravesando el puente que   une la tierra con el cielo.

De: Rincón de poesía.

















domingo, 16 de noviembre de 2014

POESIA DE DULCE MARIA LOYNAZ

LECCIÓN DECIMOQUINTA

Camelus bactrianus
Camello

La arena del desierto le ha limado
la cándida mirada.
Tiende el humilde hocico sonreído
hacia un verde que brilla en la distancia
-         en la punta de aquel su sueño mínimo…-

Camina hace mil años
hacia una orilla de agua prometida
hacia la yerbecita tierna
de un espejismo…


Facsímil del original.


Nota: Dulce María Loynaz es el seudónimo de María de las Mercedes Loynaz Muñoz. Nació en La Habana-Cuba, en 1902 y falleció en esa misma ciudad, en 1997. En 1992 obtuvo el Premio Miguel de Cervantes.

Fuente: Loynaz, Dulce María, Bestiarium- Edición facsimilar, La Habana, Editorial José Martí, 1993.



domingo, 2 de noviembre de 2014

MIS POEMAS: Cada palabra...




Cada palabra nos pone en un lugar diferente. La persona
que convocamos con esa palabra guarda la memoria del suceso
entre pliegues imaginarios.
Es la palabra, ahora, la que late y se agita
como oleaje violento.
Los actos quedan detenidos en las fotografías del pasado.
Las palabras vuelan. Se dicen y desdicen, rutilantes.

Son la iconografía de lo que no se ve.

El poema pertenece al libro inédito: Jardín de invierno.

domingo, 26 de octubre de 2014

GALERÍA DE FOTOS: MADRES

En la actualidad la imagen ha cobrado una importancia desmesurada. Pero, como todo lo que pertenece a la  creación social, su omnipresencia tiene un por qué, un cómo y un para que. La gente cuida su imagen, va al gimnasio, hace dieta, se esmera en el vestir (siguiendo la moda al pie de la letra, y sobre todo, eligiendo lo que es de marca, y si es posible tiene un logo que acredite  los sellos que están en el top de la novedad). Consumir se ha convertido en sinónimo de devorar y , al mismo tiempo, de  ser devorado. Algunos/as no satisfechos con  esos superficiales cuidados, echan mano de cirugías y otros artilugios promovidos por  la medicina estética (que se ha  transformado en un pingüe negocio). Este es un aspecto de la imagen, pero hay otros a considerar: las imágenes que impactan en la visión del desprevenido transeúnte son, en su mayoría, imágenes en movimiento. En cualquier parte: estaciones de subte, bares, sala de espera de centros médicos, peluquerías, salones de eventos,  hay televisores que disparan, a toda hora del día, imágenes cargadas de aceleración y, consecuentemente, de sinsentido. Fluyen como una catarata, sin la trabazón e ilación que es necesaria para el discernimiento o el estímulo intelectivo. Por otra parte, y eso se ve claramente en el  ámbito de la política, la imagen,  armada y retocada de mil maneras, sirve para captar adeptos, acicatear litigios, forjar nubes de humo, manipular conciencias, monopolizar o dividir, acercar o alejar. Y la última extravagancia que  ha visto la luz en materia  fotográfica es la selfie. Claro que no es una rareza o un prodigio de originalidad. En un mundo donde todo pasa rápido y sin ser realmente visto a pesar de la superabundancia de imágenes, en   el cual la comunicación se reduce a una bizarra chorrera de voces que no se escuchan y donde a cada quien no le importa demasiado del otro, la autofoto no es más que una nueva muestra del gran disparate orquestado en el teatro del mundo.  De esta nueva civilización de seres-islas emerge la punta de un  iceberg    que señala el colmo del narcisismo. Alguien mira a una cámara, como si mirara un espejo, y se imagina que ve lo mejor de sí, o lo que lo aureola de gracia o lo muestra divertido y sonriente, a pesar de…
Todas estas son formas que adquiere la representación, o sea la producción imaginaria  de un sentido que es el que la mecánica de la época impone. Imágenes que desdicen el acierto que  en su calidad signos pueden contener  gracias  a su poder visual,  a su capacidad de sugerencia, de connotación y de asociación. Y viene a mi memoria ese  notable cuento de Julio Cortázar titulado Las babas del diablo,  en el cual puede advertirse cómo a través del revelado puede revelarse -valga la redundancia- todo aquello que a simple vista no se ve. O todo lo que podría instar a  rebelarse en el caso de  haber sido percibido a tiempo. “Entre las muchas maneras de combatir la nada, -dice el narrador- una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros.”
La fotografía artística es, además de una muestra elocuente de pasión creadora, un excelente medio de enaltecer la imagen, de otorgarle fuerza expresiva, de iluminar aquello que  las veladuras opacan o ensombrecen, de darle voz a lo silenciado. Quien practica la fotografía como un arte sabe a cuánta distancia debe estar el foco, cuáles son las conveniencias de tal o cual  encuadre, cómo incide la luz, de qué modo destacar el plano, cómo entran en juego fondo y forma, qué aspecto del objeto o ser representado responde a su predisposición estética y ética. El fotógrafo, que aparentemente está afuera de la imagen, de hecho está presente con el ojo que ve y con el ojo que siente y presiente.
 A continuación, una muestra pequeña pero ejemplar de lo que  una disciplina artística basada en la quietud y la instantaneidad, puede llegar a decir. Aun desde el silencio más rotundo. Porque dice lo que las palabras callan y el ruido exterior se  afana en   confinar.


Madre emigrante, EEUU.
Dorothea Lange, 1936.


Refugiados en un tren, Alemania.
Henri Cartier Bresson, 1945.


Madre pidiendo limosna, Bombay-India.
Steve MacCurry,1993.


jueves, 16 de octubre de 2014

POESÍA ARGENTINA. Voces interiores: LEONARDO MARTÍNEZ

DE LA MADRE

Quizás siga dormida
en la niebla del huerto,
y de su mano oscura
se desprendan las cáscaras
de la crueldad y el sueño.
 Juan José Hernández

A la oración
y siempre a la misma hora,
una calandria canta
en el árbol de los juegos.
Es mi madre que retorna
entre las ramas y el aire
con una música muy sencilla.
Luego, un silencio oscuro se desploma
y el pájaro enmudece,
invisible.
Vendrá el invierno
y el recuerdo
aguardará a la estación propicia
para anunciar nuevos días de canto.
Entonces mi madre
tornará calandria o rey del bosque
o ave rapaz
de aquellas hábiles para desgarrar
con el pico ganchudo
la memoria.


Fuente: Martínez, Leonardo, El señor de Autigasta, Buenos Aires, Ediciones Último Reino, 1994.

domingo, 5 de octubre de 2014

SURREALISMO: poesía de Paul Éluard

EL ESPEJO DE UN MOMENTO

Disipa el día,
muestra a los hombres las imágenes desligadas
de la apariencia,
quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
es duro como la piedra,
la piedra informe,
la piedra del movimiento y de la vista,
y tiene tal resplandor que todas las armaduras y
todas las máscaras quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna
tomar la forma de la mano,
lo que ha sido comprendido ya no existe,
el pájaro se ha confundido con el viento,
el cielo con su verdad,
el  hombre con su realidad.

Fuente: Antología surrealista, Buenos Aires, CEAL, 1970. El poema pertenece al libro  de Paul Éluard: Capitale de la doleur. Traducción: Aldo Pellegrini.


Nota: Paul Éluard es el seudónimo de Eugene Grindel- Francia, 1895-1952.

domingo, 21 de septiembre de 2014

PRIMAVERA EN LA POESÍA DE EMILY DICKINSON



El Invierno cuando se cultiva
Es tan arable como la Primavera.

        Winter under cultivation
         Is arable as Spring.




Es la Licenciatura de Septiembre
Una combinación
De Grillos-Grajos- y Retrospectivas
Y una Brisa embozada

Que insinúa y no asume-
Agudeza marchita por la que el Corazón se inclina por la Broma
Y se vuelve Filósofo.


September's Baccalaureate
A combination is
Of Crickets-Crows-and Retrospects
And a dissembling Breeze.

That hints without assuming-
An Innuendo sear
That makes the Heart put up its Fun
And turn Philosopher.

Fuente: Dickinson, Emily, Poemas- Edición bilingüe de Margarita Ardanaz, Madrid, Ed. Cátedra, 1992.

jueves, 11 de septiembre de 2014

DÍA DEL MAESTRO. Ernesto Sábato y la Educación

EDUCACIÓN Y CRISIS DEL HOMBRE

El mundo está gravemente enfermo de incredulidad y, correlativamente de feroces dogmatismos. Y la educación no puede ser ajena a esos padecimientos, pues, en desdichada dialéctica es su raíz y su consecuencia; porque no solo se manifiesta en las escuelas, en las universidades, sino también en la calle, en las fábricas, en los estadios deportivos y dentro de cada hogar, a través de esas pantallas cuasirradiactivas que en la oscuridad fascinan y trastornan el alma de los niños. Así, la educación no puede ser extraña al drama total de la civilización, no puede no participar  de las fallas esenciales que agitan el universo espiritual de nuestro tiempo y amenazan con su derrumbe.
Hasta en los países más civilizados, el secuestro y el crimen político se han convertido en instrumentos que reemplazan al diálogo y a la justicia. Fanáticos y demagogos que han detentado o detentan el poder obligan a maestros y profesores a sustituir la búsqueda de la verdad por la inyección de sus ideologías, entronizando el dogma en el lugar donde en tiempos más felices llegó a reinar la tolerancia. Y como si todo ello fuera poco, el advenimiento de la televisión –el más siniestro medio inventado para formar y deformar conciencias- ofrece y perfecciona medios para el asalto, el secuestro y la tortura. También en nuestro país, como aciagas modulaciones  de esta crisis general de la especie humana.
Se comete, por lo tanto, un grave error cuando se pretende reformar la educación como si se tratase de un problema meramente técnico, y no el resultado de la concepción del hombre que sirve de fundamento, de esos presupuestos que la sociedad mantiene acerca de su realidad y su destino y que, de una manera u otra, definen una manera de vivir y de morir, una actitud ante la felicidad y el infortunio. Presupuestos elaborados por teólogos, filósofos, y por esos intuitivos que a través del arte exploran la condición del hombre, conmoviendo y transformando sus estratos más misteriosos.
De este modo, la educación no se lleva a cabo en abstracto, ni es válida para cualquier época o civilización, sino que vale en concreto, se hace con vistas a un proyecto de ser humano y de comunidad: Esparta no puede imponer la misma educación que Atenas, ni los estados totalitarios la misma que las democracias. Ante todo esos presupuestos señalan qué es lo que se quiere de un pueblo y con qué fines hay que educarlo: si para lograr guerreros o humanistas, si para producir verdugos o seres respetuosos de sus semejantes.
También nuestra nación formuló sus postulados: pensadores como Alberdi y Sarmiento los establecieron de modo explícito, con fundamentos espirituales y políticos. Pero no son ellos culpables del sectarismo  que, en ocasiones, devastó nuestra enseñanza. Mucha sangre ha corrido en el mundo desde entonces y las doctrinas que convirtieron en infiernos a Rusia y Alemania también llegaron hasta nosotros, llevando por delante,  como una violenta marejada, todo lo que de bueno habíamos logrado. No, los presupuestos que en estos últimos decenios presidieron nuestra vida –con pequeños lapsos de tolerancia- no son los que aquellos fundadores ofrecieron, sino otros, tristemente otros.
No soy pedagogo, no soy especialista en educación; pero, a esta altura de mi vida, me considero especialista en esperanzas y desesperanzas, pues algo he aprendido a través de los golpes que he sufrido, de los errores cometidos, de las ilusiones perdidas; ignoro infinitas cosas, vastos territorios de la historia y de la geografía me son desconocidos, pero conozco y siento mi tierra, me angustia el destino de mis hijos y de mis nietos, la suerte de mis compatriotas y, sobre todo, la suerte de los chiquitos, que de nada son nunca culpables, y a los que no tenemos derecho de legarles un lúgubre universo. He meditado mucho en todo esto, y a través de algunas imperfectas ficciones traté de averiguar algo sobre mí mismo, o sea: sobre cualquier hombre, ya que el corazón de uno es el corazón de todos. ¿Por qué, entonces, no he de tener derecho a decir algunas palabras acerca de ese proceso que moldea el alma de los hombres, desde que son balbuceantes niños hasta que son balbuceantes ancianos? Ojalá otros más doctos me ayuden a despejar dudas que me atormentan, vacilaciones de mi pensamiento y de mi imaginación. Aquí, por el momento, ofrezco borradores de esas incertidumbres.


Fuente: Sábato, Ernesto, Educación y crisis del hombre. En: Cultura y Educación- Cuadernos del Congreso Pedagógico, Buenos Aires, EUDEBA, 1986.   

domingo, 31 de agosto de 2014

POESÍA ARGENTINA: poema de Ricardo Herrera

MIENTRAS ESCRIBO

a Basilio Uribe


Es de noche. He dejado unas palabras
solas, sobre la página,
y me aletargo en el rumor que ellas levantan:
la colmena de ríspido silencio,
el desierto que avanza
y comienza a rielar.

Nada hay, mas cuánto ardor turba el decir,
lo neutro de lo que apago
como un hierro en el agua.
Vuelvo al papel:

                            Hay una lumbre
mojada, murmurante como fuego
en un mortero. Y, más allá de las llamas
de la sangre, por el aire unos ramos
de cimbreante claridad:
la desesperación del tacto y los olores,
la aspereza tonal de lo terrestre…

Sigo. Traigo a mi mente un pino, desvanecido,
y el sepia de unas hojas
parecidas a las plumas
que encontré bajo el agua;
el sol como una piedra amarillenta,
tibia, opaca, sumergida.

El color de lo muerto,
esa córnea de mármol,
se pronuncia.

(Lo que yo escucho se parece a un hueso,
al corral de piedra y palo
donde muge una vaquilla.)

Su silencio, por una grieta, cae y desaparece;
va posándose en la sombra de mi mano
como la plata de la luna en la oquedad.

Fuente: Herrera, Ricardo, Sobre un día terrestre, Buenos Aires, El Imaginero Ediciones, 1986.



miércoles, 20 de agosto de 2014

BLAS DE OTERO: Con la inmensa mayoría

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

JUNTOS

Esta tierra, este tiempo, esta espantosa podredumbre
que me acompañan desde que nací
(porque hoy hijo de una patria triste
y hermosa como un sueño de piedra y sol; de un tiempo
amargo como el poso
de la historia):
                                                                      esta tierra, este tiempo que tiran de mis pies
hasta arrancar los huesos a mi esperanza última,
¡ah, no podrán, jamás podrán vencerme,
porque mi mano se me va y se agarra
a otra mano de hombre y a otra mano
que me encadenan, madre inmensa, a ti!

Blas de Otero: Bilbao,1916-Madrid,1979.


Fuente: Otero, Blas, Con la inmensa mayoría, Buenos Aires, Editorial Losada, 1976.


miércoles, 6 de agosto de 2014

MIS CUENTOS: Esplendor de lo ausente

Un hilito de luz  que se desprendía de sus ojos,   bajaba desde el borde de los párpados, en forma de espiral. Era una línea acuosa titilando entre las pestañas, sobre la opalina del globo ocular. Luego se enroscaba en la pupila y penetraba en el nervio óptico hasta dar de lleno en el torrente de agujas silenciosas. Algo adormecido pesaba allá en el fondo, algo que se parecía a una bolsa cargada de piedras. Y los huesos callaban, envueltos en la telaraña del sopor. La mirada se había dado vuelta y esperaba muy adentro,  entre los humores fatigados. Como un madero a la deriva. El corazón a oscuras doblegaba su resistencia.
Aquel día tuvo la sensación de que  todos los espejos se habían astillado y que la gente andaba buscando en los reflejos parpadeantes un escondrijo desde donde llamar sin ser vistos. Tan preocupada como estaba por jugar a las escondidas. Pluto les ofrecía papelitos impresos que ninguno leía, una mujer salió volando impulsada por una canasta de globos que se había atado alrededor del cuello, el oso  más grande del mundo arrojaba manotazos al aire, un hombre se cepillaba los dientes en la alcantarilla, otro se había puesto un antifaz de vampireza, alguien dormitaba dentro de la caja de un electrodoméstico, acurrucado entre aspiraciones de polvo, tal vez soñando  con ser un aparato de utilidad etérea.
Pero los chicos desconfiaban.  Debajo de ese oso hay personas, en la caja alguien respira, Pluto no existe sino en esas películas viejas que hasta las polillas de los videos desprecian, si los globos se pinchan buen porrazo se va a dar esa tonta de la canasta. ¿Por qué ya nadie se disfraza en carnaval?, preguntaban y por toda respuesta encontraban astillas de vidrio, aquí y allá. El sol reverberaba sobre las superficies brillantes y en lugar de iluminar daba un calor de horno. En los fragmentos  dispersos se miraban los árboles, desgajados y turbios, prisioneros de un verdor letal.
Mientras tanto el hilito trepaba por los filamentos nerviosos hacia unas pupilas que tenían el color del desierto. Y allí estaba el payaso, en la puerta del local de fast food, quieto como una estatua pero invitando a entrar. De edad indefinida. Joven tal vez o más viejo que la Tierra. Tenía una nariz redonda y roja. Una cascada de rizos le cubría la cara y el bonete apenas ladeado tapaba una de sus orejas.
 El circo estaba fundido y los carros, abandonados en un parque lejano, solo esperaban la visita de la carcoma y el óxido.
De pronto, luces,  bocinazos. Alguien había caído desde un balcón.
 ¿Suicidio o accidente? ¿Muerte súbita u homicidio inducido? Nadie lo había visto, nadie sabía cómo ni por qué.
El payaso recogió el cuerpo  y lo sostuvo entre sus brazos. En sus ojos se habían paralizado las imágenes. Titubeó un instante y luego empezó a caminar. El cuerpo muerto se empequeñecía a cada paso. Cuando llegó a la casa lo depositó sobre la mesa. Sus hermanos  más chicos lo miraron primero con curiosidad, intentaron tocarlo pero se deshacía. Muy pronto fue polvo. Y lo olvidaron.
Al día siguiente el payaso volvió a la puerta del local de comidas rápidas. Esperaba que cayera otro cuerpo. Todo el día esperó con los brazos abiertos mientras mucha gente pasaba a su lado como sin verlo. El resplandor le nublaba los ojos. Otra vez había bajado el hilito,  y la mirada, opaca, buscaba en el suelo. De un momento a otro caería algún cuerpo y él se agacharía para levantarlo como quien levanta una moneda con la esperanza de que sea verdadera y sirva para algo. Hay cosas lindas en las vidrieras, cosas que se compran con poco  y alegran la vida.
De tanto esperar se olvidó de la función que se le había encomendado: tentar a la gente,. con su sonrisa pintada y su mueca impasible, a entrar en el negocio. Solo esperaba que algo se deslizara desde el cielo, aunque  sea una estrella distraída que hubiera quedado vagando desde la noche anterior. Y finalmente después de unos minutos de expectativa, cayó otro cuerpo convulso, que a pesar de todo, aún latía. El payaso lo recogió con ternura, lo contuvo contra su pecho, luego lo dejó al cuidado de unos niños de la calle, quienes lo acunaron con música de acordeones.
Al terminar su turno lo alzó con cuidado y lo llevó a su casa tal como había hecho con el otro cuerpo. Lo depositó sobre la cama esperando que en cualquier momento despertara del sueño. Miró  hondamente en sus ojos que parecían dos cuencas vacías.
-¡Todavía late su corazón!- irrumpieron los hermanos. Pero la boca parecía sellada; ni una palabra. Le silbaron en los oídos, soplaron sobre sus pómulos. Pero nada. El cuerpo empezó a empequeñecerse hasta desaparecer entre los pliegues de las sábanas.
-¡Otro más!- clamaron los hermanos, sorprendidos de que aún latiendo dejara de existir.
Será cuestión de seguir esperando, se dijo el payaso, pensando en la rutina del día siguiente. En la sonrisa falsa, en los ademanes estudiados, en el gesto de complacencia con que debía inducir a los transeúntes para que  pasaran al local. Para eso le pagaban. Poca plata, claro, pero era tranquilizante llegar a la casa con algo en el bolsillo.
-No nos traigas más cuerpos que desaparecen. Traenos aunque sea un pedazo de pan, una hamburguesa a medio comer, algo que sirva - exigieron los hermanos. Pero, el payaso tenía la presunción de que sus brazos extendidos solo servían para atajar esos oscuros restos de humanidad que parecían caer del cielo. Y entonces decidió no ir a su trabajo, si es que eso podía llamarse un trabajo. Estaba harto de la nariz postiza, del bonete, del rubor con que daba brillo a su rostro.
El hilo acuoso pugnaba por asomar. Brillo irritante en el borde del párpado. Una gota surcó su rostro. Aunque él, ese día, decidió quedarse en casa sentado al borde de la mesa vacía, su sombra forzadamente risueña, se estiró a lo largo  sobre  la vereda. Y más allá. Cubría la calle y se prolongaba en la bocacalle, descendía por las escaleras del subte y se perdía en el hueco oscuro donde la tierra va a dar a cualquier parte, y el resoplido de una maquinaria que se acerca a toda velocidad es un grito  escondido debajo de la superficie...


domingo, 20 de julio de 2014

JUAN L. ORTIZ: Sí, mis amigos, allí en esos rostros...

Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía fue, la poesía también es, un llamado en la noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la belleza está allí.
En ese resplandor que vuelve casi imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un puro mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y sangraron, las manos,
son aquellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
Veis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos y de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las “páginas que defienden su blancura”,
y sobre los silencios, tantos silencios que luego han de cantar?
Veis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una novia o como una hija?
Veis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas respuestas
en la escala toda, relativa, del vértigo?
Pero veis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede mirarse de veras y ver el infinito?

Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.


Fuente: Ortiz, Juan L., Obra completa, Santa Fe-Argentina, Centro de Publicaciones- Universidad Nacional del Litoral, 1996. El poema pertenece al libro: El álamo y el viento, 1947.



martes, 15 de julio de 2014

NADINE GORDIMER: La oscura trama de las diferencias

GREGOR

Cualquier lector sabe que las lecturas han influido en su vida. Entiendo por “lector” a una persona en la época en que uno empezaba a seleccionar la letra impresa por sí mismo. (Otra presunción: uno se aficionó a la literatura en algún momento anterior a aquel en que la narración leída al acostarse fue sustituida por la media hora delante de la Caja). La adolescencia es el período decisivo en el que el poeta y el escritor de ficción intervienen en la formación del yo en relación sexual con los otros, al sugerir –de una forma excitante, a veces atemorizadora- que lo que la autoridad de los adultos ha dicho o sugerido respeto de la ordenación de esas relaciones, no lo es todo. En los años cuarenta me inculcaron la idea de que primero conoces a un hombre, luego ambos os enamoráis y después os casáis; hay un orden de emociones sucesivas que engloba todo ese proceso como un paquete. Así es el amor.
Para mí, el primero en aparecer fue Marcel Proust. El extraño pero ineluctable desorden del doloroso amor de Charles Swann por una mujer que no era su tipo (lo cual no era en realidad culpa suya, él se enamoró de ella tal como era, ¿eh?) y los celos del narrador, que sigue alimentando la pista de las evasiones de Albertine.
Adiós al confeti. Aquello me brindó nuevas expectativas sobre lo que podía significar la experiencia. Mi aprendizaje del amor sexual cambió; de por vida. Te guste o no, así es el amor. Terrible. Glorioso.
Pero ¿qué ocurre cuando un elemento de una ficción no se interioriza, sino que se materializa, cuando adquiere una existencia independiente?
Eso es exactamente lo que me ha ocurrido a mí. Cada año releo algunos libros que no quiero morir sin volver a leer. Este año, entre ellos estaban los Diarios de Kafka, que llevo ya mediados. Es una lectura nocturna espléndidamente horrible.
Hace pocos días, cuando me senté por la mañana delante de mi máquina de escribir como hago ahora, sin esperar la aparición del duende de Lorca sino poniéndome sin más al trabajo, vi, debajo de la delgada ventana en la que aparecen electrónicamente las palabras a medida que las transmito a las teclas, una cucaracha. Una cucaracha pequeña del tamaño de mi dedo corazón, la uña de una mano de tamaño medio. Si digo que no lo podía creer me quedo corta. Pero mi primer pensamiento fue del orden práctico: sin duda estaba allí adentro, ¿cómo pudo meterse? Di golpecitos en el cristal, en el lugar bajo el que aparecía. Confirmó su existencia, no desplazando su cuerpo, sino agitando a un lado y otro dos pelillos o antenas tan delgadas y pálidas que hasta entonces no las había visto.
Me dediqué a desmontar todas las partes de la máquina susceptibles de ser movidas, pero la estrecha ventanilla de cristal no lo era. Consulté el manual del usuario; no se recogía en él la posibilidad de que una cucaracha penetrara en el refugio sellado concebido únicamente para las palabras. No fui capaz de encontrar el camino por el que podía haber entrado, pero me dije que, si lo había hecho con su cuerpo de color marrón brillante y sus finas antenas, podría también salir de allí cuando lo deseara. Era ella o yo. Volvía a dar golpecitos al cristal y esta vez se movió –lo que quería decir, ay, que estaba atrapada ahí dentro- hasta el límite extremo del espacio accesible. También mostró unas patas torcidas como signos de interrogación. Llamé a una amiga y reaccionó con sencillez: Es imposible. No puede ser.
Bueno, pues era. Tengo un vecino, un arquitecto joven, al que suelo ver con la cabeza debajo del capó, mientras arregla su coche los fines de semana; lo mejor que podía hacer era esperar hasta la hora en que se suponía que iba a volver a su casa aquella noche. Es un manitas capaz de abrir cualquier cosa, lo que sea. ¿Qué hacer mientras tanto? Continuar mi trabajo donde lo había dejado. Transmitir palabras que rayarían de sombras su cuerpo. Es más, la incomodidad resultante podía provocar que el intruso se las ingeniara para encontrar el camino de salida.
Me he acostumbrado a estar sola mientras trabajo. No pude evitar darme cuenta de que no lo estaba; había algo que con toda deliberación no me miraba –de todas formas, yo no podía distinguir sus ojos-, sino que estaba implicado íntimamente en el proceso por el cual la imaginación rebusca en la memoria y extrae de ella algo vivo.
En esos momentos sentí mi sensibilidad aguzada, de un modo, como nunca antes lo había estado; imposible.
Noche tras noche había estado leyendo los diarios de Franz Kafka, el subconsciente de sus ficciones, que Max Brod no quiso destruir. Y allí está toda la génesis secreta de la creación. El subconsciente de Kafka me guiaba todas las noches desde la conciencia hasta el subconsciente de los sueños.
¿Había yo provocado aquella criatura?
¿Existe otra clase de metamorfosis, en la que no te despiertas para encontrarte transformado en otra especie, pataleando acostado sobre tu espalda de color castaño brillante y explorando el espacio exterior por medio de delgados sensores, sino que al imaginar un ser así puedes crearlo, con independencia de su génesis física? ¿O puede la imaginación convocar un ser vivo de modo que emerja del papel y se manifieste a sí mismo…?

Fuente: Gordimer, Nadine, Beethoven tenía algo de negro, Barcelona, Editorial Bruguera, 2008.Traducción: Francisco Rodríguez de Lecea. El fragmento pertenece al cuento Gregor.


Nadine Gordimer nació en Springs, Sudáfrica, en 1923 y falleció el 13 de julio del 2014. Obtuvo el premio Nobel en 1991. Manifestó en su obra una posición crítica frente al régimen segregacionista de su país y abordó la temática social.

Nota: 
La conocí en alguna de mis tantas recorridas por las librerías de la calle Corrientes. En las mesas de saldos. Hecho que merece un párrafo aparte. Es increíble cómo funciona el mercado literario. Se pueden encontrar grandes escritores por unos pocos pesos, arrinconados en las mencionadas  mesas, mientras que en los anaqueles graves y lustrosos,  o en un primer plano de exposición de librerías más “serias”, se promocionan autores que figuran en el ranking de los más leídos, que constituyen “novedades” o que han sido consagrados por una crítica cuya honradez o solvencia, en ciertos casos,  podría ser puesta en entredicho.  Libros altamente cotizados que no valen gran cosa. Pero, bueno… así funciona la libresca feria de vanidades.
Entre los amontonados sin orden ni concierto encontré dos libros de cuentos de Nadine Gordimer, que me parecieron estupendos y una novela: The house gun (Un arma en casa), que es un maravilloso ejemplo de análisis psicológico y moral, al mismo tiempo. Una novela inquietante, que muestra cuán poco sabemos de nosotros mismos y de aquellos seres que consideramos cercanos. Cómo actúa en nosotros el prejuicio y cuánto debemos de modificar en nuestra conducta para comprender el dolor impensado que la vida, de un momento a otro, nos presenta.  
Estos hallazgos, y otros parecidos, me llevan a  concluir que la curiosidad y la falta presupuestos - en el doble sentido de la palabra, y, al menos, en esta materia-  nos lleva muchas veces al encuentro de  valiosas sorpresas.

sábado, 5 de julio de 2014

LA POESÍA DE MARÍA LUISA SPAZIANI (versión bilingüe)

El loco de la aldea

Estampa su letra el poeta
con la saliva de su ironía.
No puede echar mano a cielo y tierra,
los lectores carecen de códigos.

Intenta hacerlo algún desprevenido,
el loco de la aldea, un suicida,
el último de los profetas. Un viento previsor
revuelve en el aire sus hojas secas.

Il matto del villaggio

Suggella la sua lettera il poeta
con la saliva de la sua ironia.
Non può mettere mano a cielo e terra,
ai lettori difettano i codici.

Tenta di farlo qualche sprovveduto,
il matto del villaggio, un suicida,
l’último dei profeti. Un vento provvido
mulina sull’aria le sue foglie secche.

El escándalo

La Historia enhebra sus perlas de privilegio,
descarta los bocetos, abortos, hebras, intenciones.
Se apronta para la era futura el espléndido collar
y cada vislumbre suya representa un destino.

Gran escándalo en la corte. La reina nocturna
altiva avanza ostentando un collar de desechos.
Recomenzar de la nada. Crear diversas dimensiones.
(Por eso alguien quemó la Biblioteca de Alejandría).

Lo scandalo

La Storia infila le sue perle de privilegio,
scarta gli abbozzi, gli aborti, le scaglie, le intenzioni.
Si appresta per l’era futura la splendida collana
E ogni suo barlume rappresenta un destino.

Grande scandalo a corte. La regina notturna
altera avanza sfoggliando una collana di scarti.
Ricomenciari dal nulla. Creare diverse dimensioni.
(Per questo qualcuno bruciò la Biblioteca d’Alessandria).

María Luisa Spaziani

Nacida en Turín, Italia, en 1924, falleció en Roma el 30 de junio de 2014. Dirigió las revistas de poesía Girasole y Dado, en las que publicaron sus textos autores italianos –Pratolini, Saba, entre otros- y también hubo colaboraciones de Virginia Woolf.

Fuente: La poesía italiana en el tiempo (selección, traducción e introducción de Antonio Aliberti), Buenos Aires, Editorial Atuel, 1999.



domingo, 15 de junio de 2014

LA SEDUCCIÓN ENTRE SIGNOS DE PREGUNTA...

La seducción es aquello que no tiene representación posible, porque la distancia entre lo real y su doble, la distorsión entre el Mismo y el Otro está abolida.
                                                                                            Jean Baudrillard

¿.......................................?

Alguien opina con ligereza sobre un tema que tiene muchas puntas. Pone parte de sí en sus palabras, parte de su sistema de valores. No coincido con esa forma burda y   hasta brutal  con que opina sobre un tema tan arduo. Pero me deja pensando...
Para muchos el dinero  significa un  motivo de atracción. A veces, o casi siempre,  fatal. Otros, en cambio,  se pueden sentir seducidos por motivaciones más sutiles, sofisticadas o, al menos en apariencia más elevadas:  la ambición, las dotes intelectuales, la simpatía, el aspecto físico, la capacidad de ejecutar un arte o dominar una ciencia, la sabiduría, la profesionalidad, en fin, el factor desencadenante de tal  "encantamiento" puede ser tan polifacético como es polifacética la especie humana y el engranaje social. A tal punto que hasta el desvalimiento, la enfermedad  o los trastornos de diversa índole podrían resultar tentadores. Según de quién se trate o de qué circunstancia. 
Quien se deja seducir por la literatura sabe que los motivos de atracción son variados y cambiantes, pero en la base de todos ellos debe haber una especie de incertidumbre,  de enigma, de retaceo,  si cabe la palabra. Un cuerpo totalmente desnudo, con toda su belleza, y también con toda  la  flacidez y falta de gracia que podría llegar a tener - ya que nada es eterno - seduce menos que una parte de ese mismo cuerpo apenas  vislumbrada tras un vidrio opaco o la semipenumbra. Lo que está excesivamente expuesto fatiga y causa un inevitable rechazo. 
En el mundo actual (¿postmoderno?), todo está demasiado dicho, mostrado con desenfado e impudicia y eso atenta contra la seducción. Pero las personas necesitamos de ella. ¿Dónde encontrar la seducción en este mundo hiperreal, excesivo, flácido? Una buena pregunta para enfocar el pensamiento y las ganas de crear. Algo habrá, sin embargo, que no se deja ver del todo...


martes, 3 de junio de 2014

CHARLES BAUDELAIRE: Las muchedumbres

No es dado a todos tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y solo puede darse, a expensas del género humano, un atracón de vitalidad aquel a quien un hada haya otorgado desde la cuna  el gusto por el disfraz y la máscara, el odio por el domicilio y la pasión por el viaje.
Multitud, soledad: términos iguales y convertibles por el poeta activo y fértil. Quien no sabe poblar su soledad tampoco sabrá estar solo en una muchedumbre atareada.
El poeta disfruta de ese incomparable privilegio: el de poder, a su antojo, ser él mismo y los demás. Como esas almas errantes que buscan un cuerpo, él entra cuando quiere en el personaje de cada uno. Solo para él todo está vacante; y si ciertos lugares parecen estar cerrados, es porque a sus ojos no valen la pena que se los visite.
El paseante solitario y pensativo obtiene una singular ebriedad de esa universal comunión. Aquel que se entrega fácilmente a la muchedumbre, conoce goces febricientes de que están eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, enclaustrado como un molusco. Adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que la ocasión le ofrece.
Aquello que los hombres llaman amor es muy pequeño, muy exiguo y muy débil comparado con esa orgía inefable, con esa santa prostitución del alma que se da toda entera, poesía y caridad, a lo imprevisto que se muestra, a lo desconocido que pasa.
Es bueno enseñar a veces a los felices de este mundo, aunque solo fuere para humillar, por un instante, su orgullo, que existen felicidades superiores a las suyas, más vastas y más delicadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los padres misioneros  exiliados en los confines del mundo, saben, sin duda, algo de estas ebriedades misteriosas; y, en el interior de la extensa familia que su genio ha formado, deben de reírse a veces de aquellos que los compadecen por su destino tan agitado y por su vida tan casta.

Fuente: Poesía francesa del siglo XIX (selección de Jorge Lafforgue), Buenos Aires, CEAL, 1989. El texto pertenece al volumen: L’Spleen de París de Charles Baudelaire.

Traducción: Raúl Gustavo Aguirre.

domingo, 18 de mayo de 2014

POESÍA ARGENTINA. Voces interiores: poemas de Teresa del Valle Salinas

A imagen y semejanza

En la sima donde la palabra no alcanza
Deambulamos como pequeñas bestias. Escarnecidos.

(Con un poco más de celo         hubiéramos sido más felices)

Entonces se asoma Dios. Mostrándose a sí mismo.
A nuestra imagen y semejanza.
                                        Más solo que antes del comienzo del mundo.[*]



Una casi metáfora?

“Aves de lirio”, se lee o debería leerse aves delirio?
Delirio de alguien que une las palabras?
O imagina alas con forma de lirios?
o lirios como aves? lirios de papel que vuelan?
una exótica comida oriental?
el vestido de la actriz china en Con ánimo de amar?
lirios tan etéreos que acusan la levedad de un ave?
lirios en los bordes de una acequia?
lirios de los bordados de la abuela?
Pajarilirios en la torta de cumpleaños?

Aves y flores de lirio que no crecerán en Hiroshima ni Chernobil.
Son los niños de Argentina, Kosovo, Palestina, Irak, Etiopía, Afganistán?
Aves y lirios que faltan en todos los hospicios y geriátricos.
Aves de lirios en la mirada de los que esperan un órgano.
Aves y lirios los que morirán vencidos por un cáncer.
Floresdelirio en una manta afiebrada en la intemperie.
Lirios que crecieron en el paisaje de un avión derribado.
Ni flores ni lirios en las manos de los niños cartoneros.

Aves delirio. Camino. Repito. Semáforo en rojo.
Se me voló la frase. Volví sobre mis pasos.
Si el poema se me escapa me suicido en la mudez.

Aves de lirio, dice el graffiti.
(Una pequeña caja de metal en la vereda
acusa impertinente
                                la cuasi metáfora).


Fuente: Salinas, Teresa del Valle, La tierra paralela, Buenos Aires, Ed. Ultimo Reino, 2006.




[*] E. M. Cioran.

lunes, 28 de abril de 2014

LA CULTURA EN BROMA

Nueva página en Collage de artistas. En ella encontrarán textos y chistes para divertirse un rato. O al menos para sonreír.

viernes, 18 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: Toda muerte remite al principio

Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas, sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía con mis abuelos. Es un sueño recurrente que todavía persiste. Más aún: todos los días de mi vida despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa. No que he vuelto a ella, sino que estoy allí,  sin edad y sin ningún motivo especial, como si nunca hubiera salido de esa casa vieja y enorme. Sin embargo, aun en el sueño, persiste el que fue mi sentimiento predominante durante toda aquella época: la zozobra nocturna. Era una sensación irremediable que empezaba siempre al atardecer, y que me inquietaba aun durante el sueño hasta que volvía a ver por las hendijas de las puertas la luz del nuevo día. No logro definirlo muy bien, pero me parece que aquella zozobra tenía un origen concreto, y es que en la noche se materializaban todas las fantasías, presagios y evocaciones de mi abuela. Esa era mi relación con ella: una especie de cordón invisible mediante el cual nos comunicábamos ambos con un universo sobrenatural. De día, el mundo mágico de la abuela me resultaba fascinante, vivía dentro de él, era mi mundo propio. Pero en la noche me causaba terror. Todavía hoy, a veces, cuando estoy durmiendo solo en un hotel de cualquier lugar del mundo, despierto de pronto agitado por ese miedo horrible de estar solo en las tinieblas, y necesito siempre unos minutos para racionalizarlo y volverme a dormir.
(…)
- Quizás, como te lo dije ya, la pista (de Cien años de soledad) me la dieron los relatos de mi abuela. Para ella los mitos, las leyendas, las creencias de la gente, formaban parte, y de una manera muy natural, de su vida cotidiana. Pensando en ella, me di cuenta de pronto que no estaba inventando nada, sino simplemente captando y refiriendo un mundo de presagios, de terapias, de premoniciones, de supersticiones, si tú quieres, que era muy nuestro, muy latinoamericano. Recuerda, por ejemplo, aquellos hombres que en nuestro país consiguen sacarle de la oreja los gusanos a una vaca rezándole oraciones. Toda nuestra vida diaria en América Latina, está llena de casos como éste.

(…)

- (La inspiración) Es una palabra desprestigiada por los románticos. Yo no la concibo como un estado de gracia, ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de tenacidad y dominio. Cuando se quiere escribir algo, se establece una especie de tensión recíproca entre uno y el tema, de modo que uno atiza el tema y el tema lo atiza a uno. Hay un momento en que los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado y entonces no hay en la vida nada mejor que escribir. Eso es lo que yo llamaría inspiración.

Fuente: García Márquez, Gabriel, El olor de la Guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994.

Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, en 1927 y falleció en la ciudad de México el 17 de abril de 2014. En 1982 obtuvo el Premio Nobel.


Nota: Plinio Apuleyo Mendoza es un escritor y periodista colombiano, nacido en 1932. En Francia tuvo a su cargo la revista Libre que agrupó a los escritores del llamado "boom latinoamericano".

miércoles, 16 de abril de 2014

MIS CUENTOS: MASCOTAS

Ernesto y yo no tenemos hijos. Lo intentamos, pero bueno, no se dio. Al principio estaba triste, y a veces hasta me daba por llorar. Después, como todo, pensás en otra cosa y la mufa se pasa. Mi mamá y mi hermana siempre insistiendo: “¿por qué no adoptás?” Y no me disgustaba la idea, pero nunca me decidí. Me dejaba estar. Algunos dicen “¿y si te sale enfermo o medio loco?” Un riesgo que se corre. Vaya a saber quiénes son los padres biológicos, si no trae alguna tara genética. Y una al final piensa. Aunque,  en realidad, lo mismo podría pasar si fuera tuyo. Miedo o egoísmo, o la mezcla de ambos.  Y de tanto pensar, la vida se va pasando y llegás a la edad en que ya no estás para críos, ni pañales, ni toda esa milonga. Y para espantar lo que a la larga o a la corta podría espantarte, te entusiasmas con algo. Algo, claro está, que además de sacarte de la rutina - como comúnmente  se dice - te llene. Yo aprendí a  hacer tapices y eso ya me absorbe bastante porque pasa como siempre, o casi siempre. Lo que  arranca como un simple entretenimiento al final te gana de mano.  Empezás con diseños sencillos, fáciles, pero después, entre que  la profesora te impulsa a superarte y a vos van surgiéndote otras ideas, te enganchás con trabajos más complejos y cuando te querés acordar, acabás medio entreverada en la urdimbre. Es que lo difícil divierte más que lo fácil y además una  va dando rienda suelta a todo lo que tiene adentro. Hace poco instalé un pequeño taller de telares y hasta he vendido alguno. Ernesto, también. Descubrió que le gustaba cantar y se metió en un coro. Realmente tiene buena voz. Era una pena que desperdiciara esas condiciones. Y vivimos bastante bien. No te digo que ¡oh! Tampoco hay que exagerar. Digamos sin apremios y en lo que respecta a la relación conyugal, dentro de los límites de la aceptable convivencia. Ni nos tiramos los platos por la cabeza, ni tampoco la pavada de estar todo el día como adolescentes. Nada es ideal y quien dice lo contrario, miente. Pero, aunque todo esté controlado, a veces se siente como un hueco, algo medio indefinible, una especie de soledad compartida, como unas ganas de llegar a tu casa y que no esté todo en silencio, cada silla en su lugar y las carpetitas impecables y ese olor a limpio, a lavandina o desodorante de ambientes, a  velitas aromáticas o sahumerios de lavanda. Bueno, será que aunque uno quiera  sustraerse a las modas y critique las manías que se le meten a la gente de hacer lo que otros hacen, al fin el bichito te pica y la picadura justo va a dar en el hueco ése que ya te está empezando a jorobar. A nosotros nos pasó. No al mismo tiempo porque somos  muy independientes y, nos acostumbramos a vivir solos y hacer lo que se nos antoja. Pero un día, que lo veo a Ernesto como un chico, meta jugar con la perrita que tiene el Bocha en la quinta. Y otro día, yo que me quedo extasiada frente al caniche ése de la vecina que, como es de circo, tiene  la manía de caminar en dos patas.  Otro día me entero de  que la chica del negocio donde compro los bastidores le regaló un gato al abuelo que está con demencia senil y hay que ver cómo se entretiene el pobre viejo con el animalito. El canario de Alcira que canta mejor que Pavarotti. Los conejos en miniatura que vi en la veterinaria. Los loros del mecánico de la vuelta que, aunque parezca cuento,  han aprendido a entonar La cucaracha. De no creer. Lo que es el mundo animal. De tanto ver se te despiertan las ganas. ¿Y si compráramos una mascota? A tal punto llegamos que una tarde  nos trenzamos con Ernesto en una discusión de esas en que uno se mete cuando no tiene nada qué hacer y que no te llevan a ninguna parte. El opinaba que son mejores los perros grandes y guardianes. Yo estaría chocha con uno de esos que parecen de juguete, más un adorno que un ser viviente. Pero no puede ser. Ni chico ni grande. Las dimensiones del departamento no dan y un perro estaría incómodo. Un gato podría ser. La cosa es con quien dejarlo cuando te vas de veraneo. Pájaros, no. Jamás he admitido pájaros en jaulas. Pensé: una tortuga. ¿Qué mal le hace a nadie una tortuga?  Y ahí fue cuando Ernesto se empezó a reír a carcajadas y hasta insinuó si con la menopausia no me estaría trastornando un poco. El asunto de las mascotas pasó al olvido y seguimos viviendo igual. Los tapices me mantenían ocupada y Ernesto estaba feliz con su música y con las presentaciones del coro que  había ido adquiriendo cierta  fama.
Una mañana de otoño, al salir al balcón, descubrí sobre una de las plantas una mariposa bastante grande, con un cuerpo y unas patas impresionantes y alas en proporción. Había pasado una semana de lluvias intermitentes y tormentas   de esas que parece que el mundo se viene abajo y, seguramente arrastrada por los fuertes vientos, la mariposa con las alas maltrechas se  refugió entre las ramitas de una de las macetas. De movida, me impresionó un poco el bicharraco de un tamaño y color poco convencional. Yo pensaba en esas maripositas primaverales de tonos vivos y más bien pequeñas. Pero esta era parda, entre marrón y negra y bastante grandota. Intenté ayudarla a volar, pero fue en vano porque como ya dije tenía un ala  rota y la otra medio estropeada. Pensé: mucho no le queda a la pobre. Pero, no. Siguió viva y  agarrada con ímpetu a las ramas. Hasta descubrí encima de algunas hojas unas bolitas diminutas, justo donde ella había estado. Depositó huevitos, seguro que van a nacer otras mariposas, le dije a Ernesto. La fantasía ociosa tiene cada ocurrencias.  Los dos estuvimos de acuerdo en dejarla porque en medio de todo si tenía que morirse que lo hiciera dentro de un habitat natural, en este caso las plantas. Dejé de limpiar el balcón para no molestarla y la vigilaba a cada rato. Y, aparentemente, sin que mediara en principio otro  sentimiento que la compasión que nos provocaba su incapacidad volátil, nos fuimos encariñando. Como le hablaba sin obtener más respuesta que alguna leve inquietud de sus patitas o algún aleteo casi imperceptible de tan débil, movida por la inusitada idea de provocar algún otro tipo de reacción, se me ocurrió hacerle escuchar Lazy butterfly, esa pieza de jazz de la cual guardaba un lejano recuerdo. Cada vez que tenía un rato libre, la pasaba. En una de esas, me acuerdo que era la noche de un sábado, Ernesto vino hacia mí y me propuso bailar. Hacía tanto que no bailábamos. La verdad, me sorprendió. Pero no me hice desear y, dejándonos llevar por el  compás de Lazy butterfly,  llegamos al balcón y  vimos cómo la mariposa nos sonreía complacida. Se ve que en medio de la desgracia sabía apreciar nuestra hospitalidad ¡Al fin teníamos una mascota! ¡Y qué mascota! No cualquiera.

Mariposa de otoño. Un poco triste, la perezosa. Con sus colores también otoñales. A nadie se le ocurriría adoptar a una mariposa y menos una mariposa a la que las rachas de la tormenta han dejado medio desalada. Sin embargo  la imprevista adquisición  constituye algo más que una compañía. Sí, porque aunque la comunicación con ella sea mínima y elemental, se siente su presencia y sus ansias de vuelo, que, al fin de cuentas, son una forma de poner al mal tiempo buena cara. Imposible saber si intuye lo que se avecina, pero arrastra su cuerpo entre el verde como oponiendo sus flacas energías a la inclemencia. Y con eso te da a entender tantas cosas que una llega a pensar má que filosofía ni ocho cuartos. Esta te enseña más que el Heráclito ése, famoso por lo de las aguas del río y toda esa historieta. Porque, más que todo eso, ella, con sus mínimos actos, es casi casi  como la quintaesencia – qué palabrita, ¿no? - del “carpe diem” horaciano. Quién lo iba a decir. Una simple mariposa. Pero tan dulcemente persistente como esos versos que de jóvenes nos aprendíamos de memoria y que vuelven cuando todo lo demás queda en suspenso. O en el momento menos esperado, mezclándose entre las palabras y las acciones cotidianas, tan poco poéticas.  No sé si será por eso  o vaya a saber por qué, pero desde que ella está entre nosotros, el disco de Hawkins no deja de vibrar en el     tocadiscos y aunque  hacemos más o menos lo de siempre, porque tampoco vamos a experimentar grandes cambios a estas alturas, ya no es lo mismo.   Si el azar o la Providencia - vaya uno a saber - nos puso en el camino a  la Butterfly, por algo será. 

lunes, 24 de marzo de 2014

ESPLENDOR SOLAR EN UN POEMA DE EUGENIO MONTALE

LOS LIMONES

Óyeme, los poetas laureados
se mueven solamente entre plantas
de nombres poco usados: boj, ligustros o acantos.
Yo, para mí, amo las sendas que conducen
a las herbosas zanjas donde en charcos
casi secos acechan los muchachos
alguna enjuta anguila:
los senderos que siguen los ribazos,
bajan entre el penacho de las cañas
y llevan a los huertos, entre los limoneros.

Mejor si la algazara de los pájaros
se apaga devorada por el cielo:
más nítido se escucha el susurrar
de las ramas amigas al aire casi inmóvil,
y las sensaciones de este olor
que no sabe separarse del suelo
rociando el corazón de una dulzura inquieta.

Aquí de las pasiones desviadas,
calla la guerra, por milagro,
aquí también a los pobres nos toca nuestra parte
de riqueza
y es el olor de los limones.

Mira, en estos silencios en que las cosas
se abandonan y parecen muy próximas
a traicionar su último secreto,
a veces esperamos
descubrir un error de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el eslabón perdido,
el hilo que al desenredarlo finalmente nos ponga
en el centro de una verdad.
La mirada sondea a su alrededor,
la mente indaga, concuerda, desune
en el perfume que se propaga
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna perturbada Divinidad.

Mas desfallece la ilusión y el tiempo nos devuelve
a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
solamente a retazos, en lo alto, entre molduras.
Después, la lluvia cansa el suelo; se espesa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se torna avara, amarga el alma.
Hasta que un día, a través de un portón mal
cerrado,
entre los árboles de un patio
se nos aparece el amarillo de los limones,
y se deshiela el corazón,
y retumban en nuestro pecho
sus canciones
las trompas de oro del esplendor solar.

                                                                  (1921)



Fuente: Eugenio Montale, Antología. Selección y traducción de Horacio Armani. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1971. El poema pertenece al libro: Ossi di seppia, 1925.