lunes, 25 de enero de 2016

NARRACIONES MÍNIMAS: Cuando se llega demasiado lejos...

Había una vez una comarca donde todo se decía de otro modo. Claro que las cosas raramente se pueden llamar de una manera rotunda. Si uno es enano y dice este árbol es altísimo, cuando en realidad es un arbusto, puede ser una cuestión de perspectiva. Pero no se trataba de eso. Sino del circunloquio. Y un circunloquio es un rodeo verbal. Como tal rodeo significa una traslación –en este caso lingüística-. El paseo por los signos, como cualquier paseo puede implicar: distracción, desajuste del paso, cambio de punto de vista o cualquier otra  ocurrencia que permita desembocar en un callejón… en este caso el de  la ambigüedad. Todos decían las cosas pero de  tal forma que lo mismo  era decirlas  que no decirlas. La escala iba entre: decirlas a medias, decirlas al revés, como en una jerigonza, decirlas a los gritos, decirlas soto voce, decirlas fuera de contexto, decirlas entre dientes, no decirlas pero insinuarlas, no decirlas en orden, no decirlas para decirlas y decirlas para no decirlas. E incluso decir una cosa por otra y decir  la construcción de lo real y fáctico como si perteneciera a un plano intelectivo paralelo. Los habitantes de esa comarca se jactaban de su habilidad y juzgaban severamente a quien incurría  o pretendiera incurrir en una sintaxis de comprensión  completa.
Pero, como el silencio habla, y suele hacerlo con extremo rigor, los comarcanos finalmente debieron bajar los ojos y  conformarse con el asentimiento. Y llegó un  día en que perdieron sus propias palabras y con ello la capacidad de conformar una  "comarcaneidad" (perdón por el neologismo). Y fueron un montón de voces entreveradas y exangües.
Si bien el paisaje era borroso hay cosas que a la larga no pueden dejar de verse, u olerse.
Cadáveres-balas-basura-inundaciones-pantanos-madrigueras-vampiros-ácidos-despojos…
Sin duda, habían llegado lejos con su porfiada  idolatría de la  impostura.


de Narraciones mínimas,2015.

viernes, 15 de enero de 2016

RICARDO MOLINARI: una voz cristalina

ODA A LOS VIEJOS Y GRANDES RÍOS

De pie, alejado y sin beber, miro los grandes ríos de mi país,
salir con sus enormes lenguas oscuras hacia el mar.

Los ríos abiertos, angustiadores, abrasados por el sol y la
soledad sombría,
llegan al sur con sus dulces bocas melancólicas,
con sus continentes de flores;
con sus generosas venas apoyadas en el cieno.

Yo los he visto en las altas madrugadas acercarse como
pájaros solitarios,
y tocar la llanura, espantados, bebiendo sus lágrimas y
enterrando sus laúdes.

La planicie aplaca la voz y enceniza la piel de los labios,
y arde al corazón alegre con su fuerza y sus vientos infinitos
-perdidos-
debajo de sus incansables cielos que llegan hasta el llanto.

Los ríos vienen con sus bañadas espadas, con sus rotos
albornoces amarillos,
con sus innumerables pueblos para arrojarse en el mar.

Yo permanecí todo un día, alguna vez, mirándolos y sentí
cómo el sol se ponía detrás de mi espalda
y anochecía por una parte de mi cara, y no pude detener
las lágrimas.

Los ríos grandes bajan hacia el sur cargados
de lluvias, enloquecidos de verano,
de los insectos, de sus enormes flores pesadas que crecen
en la noche
y lucen sobre la corriente fragante: sobre el harpa suave.
Llegan apretados a unir sus antiguas cabezas –los guardados
cabellos-
y a mover sus cuerpos desnudos –la deleitosa frente- en
el agua salada.
¡El mar desierto recoge nuestras soledades continuadas!

¡Oh, dulce Paraná!, flor río, padre de islas y largas costas,
enaltecido por los ancianos de mi país;
ciego en tu eternidad, acaricias tus ciudades
como a una inmensa piel abandonada. Ellas te miran pasar
por debajo de hermosos árboles,
sobrio , con tu canasta de raíces y flores azules.
Tras de ti el aire, la luna, las tierras altas,
los ligeros caballos, el viento caluroso,
los pájaros, el manguruyú y los pequeños ríos
donde moja la furiosa lengua
el ocelote.

Te vuelves hacia el mar, sin huida, con los amarillos ojos
cerrados, corpulento,
y sin sumisión golpeas con los abiertos brazos
las islas, las rabiosas ramas: los muros últimos de la tierra.
¡Solo!
El Uruguay arrastra sus piedras, sus caracoles, y sus
hinchadas nubes por el naciente;
los fortunados cuerpos y las rotas amapolas.
¡Oh ríos, fuentes de la memoria!

Fuente: Molinari, Ricardo, Las sombras del pájaro tostado- obra poética (1923-1973), Buenos Aires, Ed. El Mangrullo, 1974. El poema pertenece al libro: El alejado, 1943.