viernes, 28 de diciembre de 2012

SALUDO DE FIN DE AÑO


Los fines de año propician brindis, salutaciones y renovación de buenos deseos dirigidos al prójimo y también a nuestra propia existencia.
Hace ya casi dos años que vengo publicando el blog y muchas veces me pregunto: ¿por qué lo hago? ¿tiene sentido hacerlo?
Es innegable que  la inquietud y el malestar social existen. Ningún intelectual honesto,  trabajador de la cultura o ciudadano pensante puede dejar de advertirlo. Y el malestar tiene muchas causas, y de peso. Quizás algunas de esas causas vengan de lejos y comprometan a  diferentes sectores de la población. El individualismo, que parece ser una de las marcas de fábrica de los argentinos, se ha agravado con el correr del tiempo. Todos hablamos a la vez y nos cuesta trabajo escuchar al otro. Todos, o al menos una gran mayoría, somos un inmenso y petulante yo-sin tú (o vos – si nos adecuamos a la variante lingüística regional-). Lo más triste es que esto afecta  cualquier posibilidad de diálogo y, muy especialmente,  de diálogo cultural. Ante esta perspectiva ¿cómo no  dudar ante un emprendimiento que tiene como  meta la comunicación? Sin embargo, persisto en mi empeño y recibo visitas. Y me alegra que así sea.
 El centro  vital del blog es la palabra. Y es de ella de la que quiero hablar en este fin de año.
El diccionario de la RAE la define así: Sonido o conjunto de sonidos articulados que expresan una idea. Representación gráfica de esos sonidos. La concisión   característica del diccionario impide ver, o  al menos vislumbrar, tantos otros matices. Los que dependen de en qué contexto se dice, quién la dice, quiénes serán sus receptores, cómo se dice, por qué se dice, o se calla, en qué momento se dice,   en relación a qué otras palabras…
La ficción asociada a ella puede ser altamente conmovedora, en el  empleo que  le dé un novelista, o puede ser  falaz en boca de un canalla. La carga  sentimental que contiene puede elevarnos al éxtasis o a la más intensa emoción en el verso de un poeta, o puede ser una pegajosa tela de araña en boca de quien pretenda embaucarnos. Empeñar la  palabra es comprometerse a algo, y dar la palabra es permitir al interlocutor que nos devuelva  dialécticamente su parecer. La verborragia es un vicio de conducta que pretende acorralar al receptor. Quien monologa solo se escucha a sí mismo, y seguramente, tampoco le interese demasiado la respuesta del prójimo. Está encerrado en  la burbuja de su propio lenguaje, en la órbita fantasmal de su relato.
En su polisemia radica, quizás, su luminosidad. Toda palabra es luz. Atraviesa el hondón del pensamiento, se desliza subrepticiamente por los pasadizos del inconsciente, se arremansa o estalla; designa, asigna y consigna. Pero también es tinieblas: puede encubrir, postergar, tergiversar, amenazar…
Las palabras, aun en su forma gráfica, apuntan a un sonido, y ese sonido es el que otorga ritmo al texto o discurso. El ritmo de cada persona es intransferible y dice mucho acerca de su  movimiento íntimo, de ese sutil vaivén entre  fantasía y realidad que mece y estremece  su interioridad. Su contrapartida, el silencio, también contiene rasgos  de signo. Como en la partitura musical: los silencios hablan. Y a veces más intensamente que las palabras. La gestualidad y los visajes aportan también  datos que resultan significativos  en el momento de la interpretación de un mensaje.
Gracias al lenguaje somos seres sociales. Y también gracias a él podemos acceder al cosmos, a ese permanente enigma energético que nos sobrecoge y  maravilla a cada instante. Con las palabras nombramos los destellos del universo que atisban nuestras percepciones, expresamos nuestros estados de ánimo, y, por su intermedio,  nos tornamos proclives al cambio y al intercambio.
Hay derivaciones desventuradas: palabrería, por ejemplo,  palabreja, es otra; palabrón/ona, palabrota, palabreo. Casi todas apuntan a un uso improcedente del don de emitir palabras, pero tienen un nombre porque no todo en el ámbito de lo humano es perfecto, ni muchísimo menos, y por suerte. Sus variaciones muestran toda la riqueza que puede extraerse de un código, que siempre estará sujeto a transformaciones.
La palabra no es patrimonio de nadie en particular pero es patrimonio  de la humanidad en su conjunto. La innúmera cantidad de lenguajes que pueblan la Tierra  dan cuenta de las diversas  culturas, de formas de pensamiento a veces antagónicas, de la apertura a la   pluralidad de las ideas. Babel es una torre de voces que se entrecruzan y es una inmensa biblioteca (como la imaginó Borges) que encierra los múltiples sentidos del universo.
El analfabetismo y el déficit educativo privan a las personas del dominio de las palabras. La voz de los sectores que sufren estas carencias se apaga y generalmente quedan tapados por ese oscuro  telón de  boca de la invisibilidad. El derecho a expresarse va a parar al mismo  lodazal en que sucumben tantos otros derechos: el derecho al trabajo, a la alimentación, a la vivienda digna, a la salud, al mínimo bienestar. No hay castigo más cruel que la ignorancia y la desesperanza.
Ningún cerrojo o forma de aislamiento  nos puede  despojar del don de la palabra y con ella de la capacidad de pensamiento. Nada hay más personal y propio que la forma en que interpretamos la realidad, y aún la irrealidad. La libertad de expresión debe ser un pilar dentro de una sociedad que se precie de ser igualitaria. Esta  proposición que parece muy simple, no lo es, ya que muchas veces nuestro pensamiento está sujeto a las influencias del medio, a las imposiciones subliminales, a la seducción que provocan discursos que suenan como la flauta de un  encantador… Es preciso tener claros los objetivos para que no nos subyuguen con melodías enajenantes.
No basta con pregonar la libertad sino  que hay que estar dispuesto a ejercerla, con toda la responsabilidad que esto supone. La repetida  frase: “Nuestra libertad termina donde comienza la del prójimo” suena muy bien, pero, por lo visto, es una música difícil de ejecutar. La palabra es libre en tanto y en cuanto lo sea quien la pronuncia.
A menudo se habla de la mediocridad  que ha ganado terreno en la época actual y, es innegable que el mundo de la palabra también está inmerso en ese estado de cosas. El lenguaje se ha empobrecido, a veces reducido a su mínima expresión, cumpliendo solo una función fática, a veces adoptando formas confusas, impropias, engañosas, y hasta lisa y llanamente  chabacanas. Y esto puede advertirse en el    vocabulario empleado por emisores con  escasa formación, pero también en quienes son transmisores de la cultura, en los medios de  comunicación y aún en los funcionarios que nos representan. Lo viejo y desgastado alterna con la terminología más ramplona en pos de una popularización mal entendida.
A poco de haber nacido, la palabra nos dio una forma de reconocimiento. Las primeras palabras que pronunciamos seguramente sirvieron para nombrar a quienes nos dieron vida y también para diferenciarnos de ellos. Para decir: aquí estoy yo. Y si bien con el tiempo y los desafortunados aprendizajes fuimos perdiendo esa soltura con que la voluntad pretende imponerse ante lo que le es ajeno, recordar ese momento de independencia íntima es provechoso en los momentos en que nos sentimos próximos a los abismos del sinsentido.
Por todas estas razones, y muchas más, que por una cuestión de síntesis he dejado afuera de este mensaje, considero que la palabra es un valioso legado que recibimos con la implícita condición de traspasarlo al futuro, a sabiendas de todo lo bueno y lo malo, lo prodigioso y lo peligroso que él encierra.
Y  ahora vuelvo a mis preguntas del principio: ¿por qué el blog? ¿tiene sentido publicarlo? Si algún sentido tiene deberé buscarlo en  el intenso  placer que  me provoca el trabajo con el lenguaje,  en esa tentadora necesidad de retomar el juego que alegró mi infancia,  en  la maravilla que significa el hallazgo de los significados, o en cualquier puerta, ventana o mirilla  a través de la cual  pueda acceder al conocimiento y a la comunicación.
¡Brindemos en este fin de año por la proteica palabra, por el verbo que estalla en pedazos,  y luego se renueva, que repta y alza vuelo, que es nuestro espejo y también los múltiples reflejos de otras voces lejanas que irrumpen en nuestras vidas  con su modulación!


domingo, 23 de diciembre de 2012

POEMAS NAVIDEÑOS


VÍSPERAS

Toque de vísperas de fiestas.
Presentimientos.
Mi corazón es blanco de ternura.
¡Solemnidad!

Hablamos en voz baja.

Un árbol canta como un niño
piadoso
todo blanco de estrellas.

Mi corazón es blanco de ternura.

Fuente: Fijman, Jacobo. Obra poética I: Molino rojo. Hecho de estampas, Buenos Aires, Editorial Leviatan, 1998.

NAVIDAD

Navidad… En la provincia nieva.
En los lares apartados,
un sentimiento conserva
los sentimientos pasados.

Corazón opuesto al mundo.
¡qué verdad es la familia!
Mi pensamiento es profundo,
estoy solo y sueño saudade.

¡Y cómo es blanco de gracia
el paisaje que no sé,
visto desde detrás de la vidriera
el hogar que nunca tendré!

Fuente: Pessoa, Fernando, Poesía completa, Barcelona, Ed. Libros de Río Nuevo, 1983. Traducción: Miguel Angel Viqueiras.

POEMA XIII

arbolito
silencioso arbolito de Navidad
eres tan pequeño
te pareces más a una flor

¿quién te encontró en el bosque verde
y te lamentaste mucho al dejarlo?
mira voy a consolarte
porque tienes un aroma tan dulce

voy a besar tu fresca corteza
y a abrazarte contra mí protegiéndote
tal como haría tu mamá
solamente no tengas miedo

mira las lentejuelas
que duermen todo el año en una caja oscura
soñando con que las saquen y las dejen brillar
los globos las cadenas doradas y rojas las hebras mullidas

alza tus bracitos
y te los daré todos para que los tengas
cada dedo tendrá su anillo
y no habrá ni un solo lugar oscuro o infeliz

luego cuando termines de estar vestido
te quedarás junto a la ventana para que todos te vean
y ¡cómo te observarán!
oh, pero estarás muy orgulloso

y mi hermanita y yo nos tomaremos de la mano
y levantando la vista hacia nuestro hermoso árbol
bailaremos y cantaremos
“Navidad Navidad”


POEMA XLVI

Jehová enterrado, Satanás muerto,
son adorados por Mucho y Presto;
la maldad piensa que no está mal,
tan solo es bueno lo que apetece;
tic dice humíllate; tac, obedece;
lo Eterno es solo Plan Quinquenal:
si Dicha y Pena marchan del brazo
¿hay quien se pueda llamar humano?

pillos sin dueño las Sombras cuecen,
su Enrique es Tom, su Tom es Dick;
si Trastos matan graznan y crecen,
el Culto a Mismo es lo más chic;
con instrumentos de nuevo cuño,
Denuevocuño es bien valorado:
Si un micro torna copto al Judío
¿hay quien se pueda llamar humano?

los falsos claman por la Verdad,
esclavos piden su libertad;
el Burdo es santo, el poeta es lerdo,
a ilustres tunos duele el Progreso;
Almas proscriptas, Ánimo enfermo,
qué hará la Mente si enferma el Ánimo:
si amor es χοιτο y el Odio un juego
¿hay quién se pueda llamar humano?

Cristo Rey, éste es mundo acabado;
y no tenemos ni un salvavidas:
si por las olas solo Él camina
Hay quien Se pueda llamar humano.

Fuente: Cummings, Edward Estin, XLIX POEMAS, Buenos Aires, CEAL, 1988. Traducción de cada poema: Jorge Santiago Perednik y  Alfonso Canales.







miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mis cuentos: HISTORIA DE VALENTINA


Cuando me vine a vivir a mi actual domicilio,  con la mudanza dejé atrás  mi vida de soltera. El cambio me enfrentó a la responsabilidad de ser amante, compañera, esposa, equilibrista entre los derechos y las obligaciones, a comprender y exigir comprensión, a compartir espacios y sentimientos. Un hito importante en la vida de cualquier persona.
Como era lógico, corté amarras y al igual que sucede cuando una  emprende un viaje, tuve que elegir qué traer y qué dejar. Muchas cosas quedaron relegadas: libros, revistas literarias, ropas pasadas de moda o desgastadas, adornitos y hasta algún que otro aparato, que, o porque podía venirle bien a mi madre o porque ya no necesitaba dejé en la casa donde había vivido.
Entre tantos objetos quedó algo que,  sin embargo, constituía un bien preciado. La movilización emocional y los trajines   nublan, a veces, un poco la visión  y la memoria. Pero nunca es tarde para reparar el pasajero  descuido y siempre hay alguien que por azar o necesidad nos hace recordar lo que olvidamos. Y fue así de simple: un día, una señora vecina y amiga que ya tiene sus años y con ellos la desventaja o ventaja, nunca se sabe, de no estar muy actualizada, requirió  nuestra ayuda y entonces me acordé de Valentina.
A estas alturas se estarán preguntando qué tiene que ver todo esto con esa suerte de personaje cuyo   nombre nos remite a las nociones de valer y valor, nombre propio y por lo tanto con mayúscula, para más datos femenino, con un sufijo ina  que rima con mi nombre de pila, qué sé yo, las asociaciones podrían ser múltiples. Valentina fue, es y será parte esencial de mi historia, pero, desde luego, no voy a describirla.  Eso sería como matarla, reducirla a la nada de la materia,  y además para quien tenga la infinita paciencia de leer estas páginas, un estorbo infernal. Lo que importa realmente es cómo llegó hasta mí, cuál fue la ayuda que me brindó y por qué la quiero tanto que hasta querría llevármela conmigo a la tumba, si es que a nadie le interesa, o en el caso contrario, dejársela a quien sepa valorarla y amarla como yo.
Desde  chiquita me gustó escribir. La escritura era mi espacio propio, mi mundo aparte, mi solaz. Ya en la primaria echaba a rodar mi imaginación pergeñando cuentos que no me atrevía a mostrar a nadie. A los catorce o quince me dio por el diccionario. Mi lenguaje era precario, al menos yo lo sentía así. Deseaba escribir con el lenguaje de los grandes, ¡vaya pretensión! La juventud nos pone en la cabeza desvaríos que en realidad son parte de ella y está bien que los tengamos porque nos estimulan en el crecimiento, no de tamaño, ya que ése es natural, sino de miras, de ganas de hacer, de curiosidad y reflexión. Buscaba palabras difíciles o raras y apuntaba el significado en un cuadernito. De alguna manera las  archivaba en  el inconsciente para que vinieran a mí en el momento menos esperado. También leía, aunque no tanto como ahora. Claro,  lo hacía despacito y trabajosamente.
En plena adolescencia sentí el deseo de fijar tipográficamente lo que me venía a la cabeza y que  anotaba en papeles sueltos, en libretas o en hojas en blanco de las carpetas de estudio. Como mi familia era muy humilde y no tenía acceso a grandes posibilidades, empecé a pedir ayuda o más bien a insinuar un pedido de ayuda, que fue escuchado por mi tía Cristina, hermana de mi padre, de quien heredé el nombre. El hijo menor de ella se había recibido de abogado y tenía una vieja máquina de escribir que usaba para los escritos que realizaba fuera de la oficina. Permanecía horas en su casa pasando a máquina mis textos, en  una habitación aislada. Mi tía, dando muestras de un  elogiable criterio de respeto por la  privacidad, jamás se acercaba.
Ese trabajo de escribiente solitaria duró varios años. Cuando ya era más grande, me surgió la idea alocada de mandar mis poemas, que era lo que escribía por ese entonces, a concursos literarios organizados por sociedades de fomento u otras instituciones por el estilo y como ya no podía contar con la máquina de mi primo, le pedía prestada una a mi vecina de al lado, una loca linda a la  que, aunque  tenía máquina, no le interesaba escribir. Solía tener fieros ataques de histeria que canalizaba, como corresponde a tales casos, teatralmente,  hasta que, tal vez persuadida de  la imposible atención del reducido auditorio familiar, comenzó a concurrir a un taller de arte escénico. Algo positivo, dentro de todo. Bueno, pero dejando de lado los chismes barriales, que sólo sirven para demostrar que, quien más quien menos, todos  padecemos algún tipo de locura, obsesión o disloque, evidencia innegable de nuestra imperfecta humanidad,  la cosa es que con su maquinita pasé textos en limpio y me seguí exponiendo a la lid de los certámenes, que no ganaba pero me daban cuerda para seguir adelante.
Cuando ya había ingresado en la facultad, la pasión escritural se hizo más fuerte y un día decidí que no podía seguir así, pidiendo prestado a este y al otro un elemento tan indispensable.
Mi mamá se había hecho socia del Hogar Obrero, benemérita institución, que tuvo un mal desenlace, pero que en su momento brindó ayuda a la gente de escasos recursos. Dado mi reducido “peculio” saqué un crédito a pagar en no sé cuántos meses, y me traje a casa a Valentina, una Olivetti  portátil, color naranja, que fue mi compañera de aventuras durante mucho  tiempo.
Cuando viajé a España, en el ochenta, tenía muchas ganas de llevarla  conmigo. Hubiera sido lindo sacarla a pasear, que conociera el Viejo Mundo y de paso me ayudara en los trabajos que me proponía hacer. Pero, no fue posible. No se puede viajar con sobrepeso. Ingrata mezquindad del destino porque Valentina no se merecía que se la midiera con tanta liviandad. Lejos de ser un sobrepeso, hubiera sido una gran compañía para mí. En España me las rebusqué para encontrar gente solidaria y que  con afán de dar un empujoncito a la creatividad ajena suplió la falta.
Gracias a la ayuda de Valentina pude seguir insistiendo con una tarea que me  causaba mucho placer. Gané algunas distinciones en certámenes. Pero la sorpresa y el desconcierto que me provocaban esos pequeños éxitos menguaban siempre todo  posible envanecimiento y en el fondo nunca pude dejar de entrever que el resultado era un poco como el de una tómbola.  También hice trabajos con los que me gané unos pesos, paliando con ello la escasez de mis entradas como docente.
Pero, llegó un día – tarde o temprano hay un día irremediable - en que el modo de ayuda de Valentina me quedó corto. En realidad no sólo resultaba ineficaz  para mí sino que la demanda socio-cultural imponía otras reglas.  Siempre sentí recelo de los  avances tecnológicos,  no porque tuviera resistencia al cambio. Más bien desconfiaba y desconfío, aun hoy, de   ciertas mutaciones adversas que el progreso conlleva. Pero al fin, como en tantas otras cosas tuve que aflojar y convencerme de que necesitaba otro tipo de máquina. Pensé en una electrónica pero la revolución  industrial iba demasiado rápido y cuando terminé de resolverme por la electrónica, ya estaban en el mercado las computadoras con más funciones y mejor rendimiento. Compré una que me costó buena parte de mis ahorros. Dos o tres años antes había asistido a unos cursos de computación, pero a la hora de la ejecución caí en la cuenta de que  esos conocimientos ya estaban perimidos. Así que  me encontraba en punto cero. Seis meses o más estuvo la máquina apagada. Temía que al encenderla me tirara un tarascón o explotara como una bomba, chamuscándome,  con el agravante de que en la quemazón se hicieran cenizas los 1.500 dólares que con esfuerzo había desembolsado. ¡Qué horror! Al fin se apiadó mi sobrina mayor, que ya se había recibido de Diseñadora Gráfica y vino a mi casa varias veces a enseñarme a usarla. Eso sí - me acuerdo que le dije -  con un método más o menos de maestra de jardín de infantes. Lo que son las cosas de la vida. Yo le había aclarado algunas dudas de Lengua y Literatura cuando estaba por entrar en la secundaria y ahora ella me devolvía la atención enseñándome a manejar el aparato siniestro. Esto me demostró que una siempre tiene cosas para aprender y que no sólo los  mayores sabemos dar lecciones.
Con los rudimentos que aprendí me fue suficiente para perderle el miedo. Después fui recabando información por otras partes y logré un cierto dominio (domiñito) del Word y seguí  manoteando el teclado. Dale que dale. Con buenos frutos, con medianos frutos, con pobres frutos, pero frutos al fin.
Pasó el tiempo – ese desgraciado nunca deja de pasar – y la nueva máquina me resultó vieja porque la revolución industrial seguía dando saltos desenfrenados. Compré una nueva computadora. Como no hay desgracia sin suerte me costó un tercio de la anterior. El gobierno de turno había devaluado abruptamente el peso.  ¡Sean eternos los laureles que supimos conseguir! ¡Coronados de gloria vivamos! Canté envido, ya que el tercio no era tal, pero bueno, como en el truco, hay que amañarse para seguir jugando. Al principio también a ésta le tenía miedo aunque ya no tanto como le había tenido a la primera.
Ahora puedo entrar a Internet (¡¡¡gran valor!!!), chatear  (cuando encuentro a alguien con un ratito de tiempo, en este mundo de permanentes apuros), enviar y recibir mails (con esas historias de libros de autoyuda que ayudan a superar desde una desventura amorosa hasta un traspié electoral). Y también escribir.
Actualmente he abandonado la poesía, que siempre cultivé. Quiero decir la escritura de poemas, la lectura no, porque cómo podría abandonar esos versos memorables como los del poema Liberdade de Fernando Pessoa:
     Ai que prazer
     Não cumprir um dever,
     Ter um livro para ler
     E não o fazer!
     Ler é maçada,
     Estudar é nada.
     O sol doira
     sem literatura.
     O rio corre, bem ou mal,
     Sem edição original
     E a brisa, essa
     De tão naturalmente matinal,
     Como tem tempo não tem pressa…
    (...)  (fragmento de broma futurista del enigmático portugués)
O tantos otros poemas maravillosos que he leído. La poesía siempre está, aunque no se la vea, auque parezca una  miserable pordiosera, o, por el contrario, una especie de nube aúrea. La poesía es ese gesto de libertad y rebeldía que nos retorna a la juventud y a los más tibios sueños.
Pero bueno, ahora se me dio por querer ser “cuentera” o “cuentista”, trabajo que también tiene lo suyo. Nada fácil. Eso sí, muy constructivo. Con algo de la síntesis del poema, un poco de la racionalidad del ensayo y con el requisito de una agudeza de observación cercana a la de la novela.
Ya me disparé por las ramas, porque al fin de cuentas esta es la historia de Valentina, la pobre Valentina, ahí calladita en un rincón del armario del escritorio. Estas locas maquinarias modernas dan para mucho, son muy serviciales, pero nunca tendrán el encanto de Valentina, la primera, la que compartió tantos de mis desvelos, la que compré con mis primeros sueldos y con tantas ilusiones. Ella será siempre única. Con ese carácter de único que tiene lo que una quiere de veras, lo que ha querido tan fuertemente como una vocación, un destino, una esperanza. Aunque es sabido que todas esas metas no siempre son alcanzables, ni satisfactorias. Pero, igual están allí, diciéndonos: “Dale, vieja, tirá para adelante, no te dejes vencer, no te amilanes.”
Alguien puede estar en un rincón, en la oscuridad más absoluta, silenciosa, aparentemente olvidada, pero está y tiene una historia. Igualito que Valentina.

Aclaro que ésta no es mi máquina, sino una réplica de la de Horacio  Quiroga,  quien desde el medio de la selva  nos conmovió con sus extraordinarios cuentos.


                                                                            

viernes, 23 de noviembre de 2012

ALDO PALAZZESCHI: LIBERTÀ


LIBERTAD

Condenada en teoría
durante el ventenio de la era fascista
hacía lo que podía para existir
en la práctica de la vida cotidiana
y lo lograba perfectamente viviendo clandestina,
puesto que en un país habituado a la tiranía
la restricción provoca solidaridad entre los ciudadanos,
un arte finísima para superarla.
Concluida la era fascista
y proclamada a los cuatro vientos la libertad,
exaltada como la única regla de vida,
poco a poco la vemos desaparecer
en la práctica de la vida cotidiana
creando una zona oscura
de la que cada cual teme y desconfía,
enancada
por una insignia luminosa:
Libertad.
El hombre vivido largamente en la tiranía
lleva la tiranía en la sangre
y en la médula de los huesos,
y una vez devuelto a un clima de libertad
la primera libertad que se arroga
es la de quitar la libertad a los otros.
¿Somos entonces un cañón que dispara por la culata?


Aldo Palazzeschi es el seudónimo empleado por el poeta, narrador y ensayista Aldo Giurlani, nacido en Florencia, 1885 y fallecido en Roma, 1974. Formó parte del grupo futurista liderado por Filippo Marinetti. A esta época, bastante prolífica,  pertenecen sus libros: Il cavalli bianchi (1905), Lanterna (1907), Poemi (1909) L’Incendiario (1910) y su novela Il códice de Perelá (1911). Sin embargo nunca se sintió suficientemente identificado con el grupo y al comenzar la Primera Guerra Mundial, de la cual fue opositor,  se separó de él.
El poema Libertà es una sincera composición, que lejos de todo lirismo alambicado, nos propone una honda y realista  reflexión sobre el alcance del valor de la libertad y las terribles marcas que la tiranía imprime sobre las personalidades de los ciudadanos. También nos advierte  sobre prácticas  que, desde las penumbras, resurgen, de tanto en tanto,  para menoscabarla.

Fuente: Poesía italiana en el tiempo, selección y traducción de Antonio Aliberti, Buenos Aires, Atuel Poesía,1999.

lunes, 19 de noviembre de 2012

POESÍA ARGENTINA: SILVINA OCAMPO


CANTO

¡Ah, nada, nada es mío!
Ni el tono de mi voz, ni mis ausentes manos,
ni mis brazos lejanos.
Todo lo he recibido. Ah, nada, nada es mío.
Soy como los reflejos de un lago tenebroso
o el eco de las voces en el fondo de un pozo
azul cuando ha llovido.
Todo lo he recibido:
como el agua o el cristal
que se transforma en cualquier cosa,
en humo, en espiral,
en edificio, en pez, en piedra, en rosa.
Soy diferente a mí, tan diferente,
como algunas personas cuando están entre gente.
Soy todos los lugares que en mi vida he amado.
Soy la mujer que más he detestado
y ese perfume que me hirió una noche
con los decretos de un destino incierto.
Soy las sombras que entraban en un coche,
la luminosidad de un puerto,
los secretos abrazos ocultos en los ojos.
Soy de los celos, el cuchillo,
Y los dolores con heridas, rojos.
De las miradas ávidas y largas soy el brillo.
Soy la voz que escuché detrás de las persianas,
la luz, el aire sobre las lambercianas.
Soy todas las palabras que adoré,
en los labios y libros que admiré.
Soy el lebrel que huyó en la lejanía,
La rama solitaria entre las ramas.
Soy la felicidad de un día,
el rumor de las llamas.
Soy la pobreza de los pies desnudos,
con niños que se alejan, mudos.
Soy lo que no me han dicho y he sabido.
¡Ah, quise yo que todo fuera mío!
Soy todo lo que ya he perdido.
Mas todo es inasible como el viento y el río,
como las flores de oro en los veranos
que mueren en las manos.
Soy todo, pero nada, nada es mío,
ni el dolor, ni la dicha, ni el espanto
ni las palabras de mi canto.

Fuente: Ocampo, Silvina, Poemas de amor desesperado, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949.



sábado, 3 de noviembre de 2012

OLGA OROZCO: La abuela


Ella mira pasar desde su lejanía de vanas estaciones,
el ademán ligero con que idénticos días se despiden
dejando solo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marea de su corazón.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un
      sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.

Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las posibles ruinas,
a  su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde solo resuenan las pisadas de los
antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra entre-
abierta.

Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.


Fuente: Orozco, Olga, Veintinueve poemas,  Caracas, Monte Ávila Editores C. A., 1975. El poema pertenece al libro Desde lejos.


jueves, 18 de octubre de 2012

ITINERARIO CORTAZAR

Foto de Horacio Villalobos

LUCAS, SUS COMPRAS

En vista de que la Tota le ha pedido que baje a comprar una caja de fósforos, Lucas sale en piyama porque la canícula impera en la metrópoli, y se constituye en el café del gordo Muzzio donde antes de comprar los fósforos decide mandarse un aperital con soda. Va por la mitad de ese noble digestivo cuando su amigo Juarez entra también en piyama y al verlo prorrumpe que tiene a su hermana con la otitis aguda y el boticario no quiere venderle las gotas calmantes porque la receta no aparece y las gotas son una especie de alucinógeno que ya ha electrocutado a más de cuatro hippies del barrio. A vos te conoce bien y te las venderá, vení enseguida, la Rosita se retuerce que no la puedo ni mirar.
Lucas paga, se olvida de comprar los fósforos y va con Juárez a la farmacia donde el viejo Olivetti dice que no es cosa, que nada, que se vayan a otro lado, y en ese momento su señora sale de la trastienda con una kódak en la mano y usted, señor Lucas, seguro que sabe cómo se la carga, estamos de cumpleaños de la nena y dése cuenta justo se nos acaba el rollo, se nos acaba. Es que tengo que llevarle fósforos a la Tota, dice Lucas antes de que Juárez le pise un pie y Lucas se comida a cargar la kódak al comprender que el viejo Olivetti le va a retribuir con las gotas ominosas, Juárez se deshace en gratitud y sale echando putas mientras la señora agarra a Lucas y lo mete toda contenta en el cumpleaños, no se va a ir sin probar la torta de manteca que hizo doña Luisa, que los cumplas muy felices dice Lucas a la nena que le contesta con un borborigmo a través de la quinta tajada de torta. Todos cantan el apio verde tuyú y otro brindis con naranjada, pero la señora tiene una cervecita bien helada para el señor Lucas que además va a sacar las fotos porque ahí no tienen mucha cancha, y Lucas atenti el pajarito, ésta con flash, ésta en el patio porque la nena quiere que también salga el jilguero, quiere.
-Bueno- dice Lucas- yo voy a tener que irme porque resulta que la Tota.
Frase eternamente inconclusa puesto que en la farmacia cunden alaridos y toda clase de instrucciones y contraórdenes, Lucas corre a ver y de paso a rajar, y se encuentra con el sector masculino de la familia Salinsky y en el medio el viejo Salinsky que se ha caído de la silla y lo traen porque viven al lado y no es cosa de molestar al doctor si no tiene fractura de coxis o algo peor, razón por la cual no sería de excluir una fractura fatal máxime cuando el viejo se ha puesto verde y ni siquiera atina a frotarse el culo como es su costumbre habitual. Este detalle contradictorio no se le ha escapado al viejo Olivetti que pone a su señora al teléfono y en menos de cuatro minutos hay una ambulancia y dos camilleros, Lucas ayuda a subir al viejo que vaya a saber por qué le ha pasado los brazos por el pescuezo ignorando por completo a sus hijos, y cuando Lucas va a bajarse de la ambulancia, los camilleros se la cierran en la cara porque están discutiendo lo de Boca versus River el domingo y no es cosa de distraerse con parentescos, total que Lucas va a parar al suelo con el arranque supersónico y el viejo Salisnky desde la camilla jodéte, pibe, ahora vas a saber cómo duele.
En el hospital que queda en la otra punta del ovillo Lucas tiene que explicar el fato, pero eso es algo que lleva su tiempo en un nosocomio y usted es de la familia, no, en realidad yo, pero entonces qué, espere que le voy a explicar lo que pasó, está bien pero muestre sus documentos, es que estoy en piyama, doctor, su piyama tiene dos bolsillos, de acuerdo pero resulta que  la Tota, no me va a decir que este viejo se llama Tota, quiero decir que yo tenía que comprarle una caja de fósforos a la Tota y en eso viene Juárez y. Está bien, suspira el médico, bajále los calzoncillos al viejo, Morgada, usted se puede ir. Me quedo hasta que llegue la familia y me den plata para un taxi, dice Lucas, así no voy a tomar el colectivo. Depende, dice el médico, ahora se usan indumentos de alta fantasía, la moda es tan versátil, hacéle una radio de cúbito, Morgada.
Cuando los Salinsky desembocan de un taxi, Lucas les da las noticias y el petiso le larga la guita justa pero eso sí le agradece cinco minutos la solidaridad y el compañerismo, de golpe no hay taxis por ninguna parte y Lucas que ya no puede más se larga calle abajo pero es raro andar en piyama fuera del barrio, nunca se le había ocurrido que es propio como estar en pelotas, para peor ni siquiera un colectivo rasposo hasta que al final el 128 y Lucas parado entre dos chicas que lo miran estupefactas, después una vieja que desde su asiento le va subiendo los ojos por las rayas del piyama como para apreciar el grado de decencia de esa vestimenta que poco disimula las protuberancias, Santa Fe y Canning no llegan nunca y con razón porque Lucas ha tomado el colectivo que va a Saavedra, entonces bajarse y esperar en una especie de potrero con dos arbolitos y un peine roto, la Tota debe estar como una pantera en un lavarropas, una hora y media madre querida y cuándo carajo va a venir el colectivo.
A lo mejor ya no viene nunca se dice Lucas con una especie de siniestra iluminación. A lo mejor esto es algo así como el alejamiento de Almotásim, piensa Lucas culto.  Casi no ve llegar a la viejita desdentada que se le arrima de a poco para preguntarle si por casualidad no tiene un fósforo.

Fuente: Cortázar, Julio, Un tal Lucas, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1979.

El itinerario es la descripción de un camino, con detalle de las paradas que en él se hacen. Como en alguna parte debe comenzar, he decidido, tal vez arbitrariamente o tal vez no tanto, que mi itinerario cortazariano comience con este cuento. ¿Por qué? Porque en él se sintetizan muchas de las características que en mi viaje de lectora (hembra) he encontrado en  la narrativa de este autor. Desde el manejo  tan fluido del lenguaje coloquial a la trastienda de lecturas previas a   su escritura. Desde el concepto de figura y analogía al trasfondo imaginario. Desde  la hendija fantástica a la percepción de lo  real y viceversa. Desde  una simple aventura de  barrio a la más compleja reflexión filosófica.
De la mano de Lucas viene a mí el recuerdo de una tarde en la escuela secundaria donde daba clases. Los alumnos leían en voz alta este  cuento. En medio de la lectura   irrumpían risitas y entrecortados murmullos. Intimidados por esta o aquella palabra subida de tono, levantaban la vista hacia mí como pidiendo permiso para pronunciarla. Seguramente les resultaba inaudito que en el sagrado templo del saber la profe de Literatura les permitiera acceder a las   audacias expresivas en las  que incurría  un renombrado escritor. Pero más allá de la sorpresa, la lectura despertaba en los adolescentes un innegable contento. Cortázar siempre tuvo “mucho gancho”  con los jóvenes.
Cada lector puede verse retratado en este texto. Cuántas veces, envueltos en hechos fortuitos, nos vemos expuestos a perder nuestro propio tiempo, y  aun a perder  el dominio de nuestra existencia.
En la aproximación introductoria, el cuento resulta risueño. Pero no tan risueño en el desenlace, cuando Cortázar echa mano de una cita de Borges, aunque no   idéntica sino inversamente proporcional en su significado. El cuento  al que alude se titula: El acercamiento de Almotásim y  está basado en uno de esos juegos especulares tan caros a Borges.  Con  el formato de reseña de una novela que cabalga entre la alegoría  y el género  policial, Borges nos cuenta la historia de un joven estudiante (anónimo y librepensador) que en medio de  una  lucha civil entre musulmanes e hindúes mata a un hindú y se ve forzado a huir. Durante su peregrinaje se encuentra con almas viles entre las cuales vislumbra sin embargo una luminosidad (“ una ternura, una exaltación, un silencio”). Esto lo lleva a buscar  el origen de esa luz: Almotásim. Emprende su búsqueda, que se inicia en Bombay y acaba, circularmente, en esa ciudad, y  que es “la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras”. El acercamiento de Almotásim  surge a partir del especular cotejo de fuentes y situaciones. Un espejo nos  reflecta y también  reflecta al mundo que nos rodea. Cada alma se refleja en otras y el encuentro con la identidad es el encuentro con todas las otras identidades. Un cuento que es ejemplo de razonamiento y cuyo objetivo es mostrar que nuestras percepciones son una especie de  reverberación pero, a diferencia de las sombras platónicas,  delinean objetos que nuestra mente nombra con símbolos, poniendo un orden o varios al caos ilimitado. “Cualquier cosa es todas las cosas” “ El sol es todas las estrellas y cada estrella es todas las estrellas y el sol” , señala la nota al pie referida a otra posible fuente: El coloquio de los pájaros.  Todos somos el Todo y el Todo es cada uno de nosotros.
Al encontrar a Almotásim culmina la novela.  Y no podía ser de otro modo ya que éste simboliza el primer reflejo que conduce a la reflexión. Al encontrar la claridad, el personaje se ha encontrado a sí mismo.
Irónicamente Cortázar le hace pensar a Lucas (culto) en el “alejamiento de Almotásim”, o sea  en el desencuentro  íntimo al que  lo ha llevado su falta de clarividencia  a la hora de discernir  entre sus propios objetivos y los ajenos. La viejita desdentada que le pide un fósforo ¿ quién es? Tal vez la muy añosa “siniestra iluminación” que  nos induce a pensar que es difícil volver de  las zonas a las que la inadvertencia  nos ha llevado.


 En 1994 viajé a París gracias   al apoyo económico que significó una distinción obtenida por mi breve ensayo La noche boca arriba: una búsqueda de otro cielo.[1]

 Signa la literatura de Cortázar una evidente noción de viaje, de traslación. La decisión de abandonar el país en 1951 e instalarse en París quizás haya pesado en esa tendencia, que por lo visto resulta gratamente contagiosa. Estar en el lugar donde Cortázar había gestado gran parte de su obra era además de una experiencia altamente estimulante, un buen motivo para tratar de entender el tránsito permanente que conllevaba su aventura imaginaria. Yo misma pude  experimentar esa notable irrupción  de lo fantástico  en  lo real con que él  trató de dar cuenta de que la vida es un permanente estado de sorpresa.
Las fotos muestran las huellas que él fue dejando y que yo intento  rememorar a través de este itinerario.
Biblioteca del Arsenal, donde Cortázar leía e investigaba.
Café donde solía escribir.

Galerías Vivienne, mencionadas en el cuento  El otro cielo.
Departamento donde vivió, en la Place du Gral Beuret.


La experiencia de poder viajar a París y recorrer las calles por las que anduvo Cortázar me asombró en un principio y aun hoy me sigue asombrando. Por muchas razones que no viene al caso mencionar. De ese asombro surgió el siguiente poema que integra  mi poemario Jardín de invierno:

A Julio Cortázar

Escribo una carta. ¿A quién?
A alguien que está detrás de acaso.
El destinatario me deja su respuesta
a cada momento y en cualquier buzón.
Su mensaje sin firma  se ilumina de pronto
con una claridad de amanecer.
El texto no parece divino ni anónimo.
Contiene letras que trascienden el poder
de la razón.
El tiempo me responde casi siempre
con su caligrafía inesperada.


Un día brumoso y gris recorrimos con una amiga poeta el cementerio de Montmatre. Yo creía que allí estaba  la sepultura de Cortázar. Pero después del fantasmagórico recorrido salteando montículos de tierra y contemplando con un humor medio  negro las bóvedas y criptas empolvadas y cubiertas por una filigrana de telas de araña, nos informaron que no se encontraba allí sino en Montparnasse. La ignorancia nos juega a menudo bromas macabras. ¿Cómo podría encontrar a alguien tan vivo, aún después de muerto, en un sitio tan lúgubre? A los pocos días llegamos al lugar donde el incansable cronopio descansaba. Entre las flores que adornaban su tumba resplandecían bajo el sol bollitos de papel. No pude reprimir la curiosidad y abrí algunos. La aventura me reservaba en cada escala una  nueva maravilla. Eran cartas de sus visitantes-lectores. Cartitas de gratitud, de aprecio y complicidad. Y otra vez supe, como en aquella clase de la escuela, que Cortázar  había estado siempre dispuesto para una de las amistades más incondicionales: la de   quienes encuentran en el placer de un texto una especie de bendición.















Varios años después me mudé a un barrio cercano a Agronomía. Durante una de mis caminatas mañaneras encontré la casa donde había vivido antes de irse a París. Una calle de ese barrio lleva su nombre. El lugar es de lo más pintoresco. Lindante con el predio de la facultad de Ciencias Agrarias, está rodeado de un paisaje agreste en plena ciudad, con muchos árboles, plantaciones irregulares, y un poco más allá, caballos pastando alegremente. Una multitud de gatos corretean y se enredan entre las briznas. El parque que circunda el monoblock, dentro del cual está la que fue vivienda de Cortázar, es como un retazo de campo enclavado en la urbe. Cada vez que lo visito, tengo la impresión de escuchar su voz entre el follaje.
















Cortázar fue un gran cuentista. No se destacó, según mi modo de ver, ni como novelista ni como poeta. Aunque sería injusto no valorar en su dimensión innovadora, en la potencia de sus hallazgos expresivos y en los planteos artísticos y existenciales que propone,   su novela-poema: Rayuela.   En muchos de   sus cuentos demostró maestría.  Dueño de una luminosa perspicacia, inventó una variedad de técnicas que pudieran expresar aquello que está del otro lado de la trama, otorgó a la palabra un poder revelador y descorrió el límite, meramente formal,  entre fantasía y realidad.
A pesar de que no creo que fuera un buen poeta,  he decidido que la última escala de este itinerario sea un poema  suyo que lo pinta tal como él era: un niño grande, propenso a la irreverencia, juguetón y  absolutamente agudo.

Fuente: Cortazar, Julio, Veredas de Buenos Aires y otros poemas. Bs. As. Editora Espasa Calpe, 1995.



[1] En el marco de un homenaje a Cortázar, la Fundación Banco Mercantil otorgó el primer premio –ex ae quo- al ensayo mencionado.
























lunes, 8 de octubre de 2012

UNA ROSA...




Una rosa sobre mi mesa distrae al tiempo. Giro mi cabeza una y otra vez y
allí la encuentro. Entorno los párpados y entonces el tallo se estira y los
pétalos me acarician por dentro. Asoma entre penumbras e ilumina lo que el verbo
oscurece.
Ella es todo un modelo de escritura: delicadeza, colores tenues, equilibrio y
mesura. Pero también espinas, hojas dentadas. Áspera y negligente.
Así es la flor que habla con su tonalidad.
¿Y cómo es su interior? Oscuro laberinto en el que se pierde mi mano mientras
escribo, al tiempo que su apariencia emigra con la luz. Prisionera de ese
gesto, atravieso su condición de ser en fuga y la leo, me lee, en la página
donde ambas hemos sido escritas.
Es así como la rosa, mutable y trémula, restituye al misterio, la invención
mientras  se aleja   - me aleja-   de los hábitos de la muerte.

René Magritte pintó una rosa enclaustrada. Ésta, mi rosa, ha quedado atrapada entre papeles por años y años y ahora asoma en  esta  imagen que jamás será ella misma. Su vestigio es el  trazo escrito entre el tiempo y su sombra. Este color de cielo intenta explicar lo que escapa a toda explicación...




lunes, 1 de octubre de 2012

GIUSEPPE UNGARETTI: Selección de poemas


El misterio existe y está en nosotros. No hay que olvidarlo. El misterio existe y con el misterio, bajo el mismo aspecto, la medida: no la medida del misterio, lo que es humanamente insensato, sino la medida de alguna cosa que en cierto sentido se opone al misterio, siendo al mismo tiempo para nosotros su más alta manifestación: el mundo terrestre considerado como una invención continua del hombre. [1]


[1] Fragmento del prólogo a la traducción francesa de su obra, 1922.

VELA

Toda una noche
echado junto
a un compañero
masacrado
con su boca
rechinante
vuelta al plenilunio
con la congestión
de sus manos
penetrada
en mi silencio
he escrito
cartas llenas de amor

No he estado
nunca
tan unido a la vida


PEREGRINAJE

Al acecho
en este vientre
de escombros
horas y horas
he arrastrado
mi osamenta
gastada por el fango
como una suela
o como una semilla
de espino

Ungaretti
hombre de pena
te basta una ilusión
para darte coraje

Un reflector
del otro lado
pone un mar
en la niebla


YA SIN PESO

Para un Dios que ría como un niño,
tantos gritos de pájaros,
tanta danza en las ramas,

un alma perdió ya todo su peso,
los prados tienen una ternura tal,
tal pudor en los ojos revive,

las manos como hojas
se encantan en el aire…

¿Quién teme ya, quién juzga?


POESÍA

Los días y las noches
suenan
en estos nervios míos
de arpa

vivo de esta alegría
enferma de universo
y sufro
por no saberla
encender
en mis
palabras

Fuente: Ungaretti, Giuseppe, Cien poemas escogidos, Buenos Aires, Editorial Argonauta, 2009. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.

viernes, 21 de septiembre de 2012

VILARIÑO Y MACHADO: LLEGA LA PRIMAVERA EN LA VOZ DE LOS POETAS


La página se ha convertido en un lugar de reunión, y en ella  aflora la primavera, la estación más esperanzada del año, la que nos anuncia el renacer de la vida y, con ello, la renovación de nuestros más fértiles anhelos. Dos poetas han llegado hasta aquí  para celebrarla: Idea Vilariño y Antonio Machado. Mis imágenes de fotógrafa aficionada no pretenden ser más que un abrazo imaginario.


LA PRIMAVERA ENTERA

La primavera entera
con palomas y tallos y huracanes
con baldes de agua tibia
con una mariposa corpulenta
aleteando afelpada
con un jardín un bosque una floresta
poblada de humedad y hojas podridas
y fragancias y vahos y vaharadas
y raíces feroces y qué no
toda la primavera se volcaba
respirando durmiéndose
alentando en mi pecho.

Idea Vilariño (Montevideo-Uruguay, 1920-Montevideo, 2009).




El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro…
                                       Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí,  te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan…
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.

Antonio Machado (Sevilla-España, 1875-Colliure-Francia,1939).

Fuentes:
Vilariño, Idea, Poemas de amor, Buenos Aires, Ediciones Schapire, 1972.
Machado, Antonio, Poesías Completas, Madrid, Ed. Espasa-Calpe,1980. El poema pertenece a Soledades (1899-1907).





domingo, 16 de septiembre de 2012

MIS CUENTOS: Ramificaciones inesperadas


    El sol resplandece detrás del vidrio. Es enero. Saco el plantín de la bolsa. Está envuelto en papel de diario. Se lo quito y empleo un cortante para  romper el plástico que envuelve la tierra y la raíz. Con sumo cuidado, coloco el plantín en una maceta. Una hermosa maceta de cerámica esmaltada. Le agrego más tierra, la apisono, y luego un poco de agua. Allí queda, junto a la ventana, adonde la traspasa un tenue resplandor.


Llega jadeante al borde del acantilado. Sus ojos se hunden en el mar. La noche se ha hecho una con el oleaje. El viento ruge. Siente la punzante acción de su aguja en el tímpano. La piel trémula a causa del golpe rabiosamente frío. Se inclina sobre las piedras. El silbido de una bala  persigue sus espaldas. Se acerca más a la orilla. Un ruido de corridas y gritería le llega de lejos. El olor de la sangre lo marea. Debajo de su camisa se agolpa y palpita tan fuerte como si fuera un segundo corazón.


     Anduve muy ocupada durante toda la semana. Sólo pude regar tres veces la plantita y sin embargo un pequeño pimpollo ha empezado asomar. Diminuto. Apenas curvado en dirección a la claridad. Las hojas primeras están un poco secas, pero otras comienzan a insinuarse como pequeñas espirales verdes.


Se agazapa entre las piedras, al borde del acantilado. La noche, de un azul intenso, mortecino, juguetea con la marea. Los otros han quedado atrás. Puede escuchar el rumor quebrado de sus voces, las  palabras superpuestas por efecto  del viento. El vacío lo atrae como un imán. Siente el desliz de su cuerpo, mientras con todas sus fuerzas reacomoda  la debilidad de su carne sobre los peñascos. Se palpa el pecho y luego frota  los dedos unos contra otros como queriendo sopesar la viscosidad de la sangre, ya medio coagulada. Y la sangre es el acecho, el rojo estallido de un péndulo sobre su cabeza. Pero  el péndulo no estalla sino que se  agita al compás de la espera.


     El pimpollo se abrió. Ya es una flor con un relieve esperanzado. Y a su lado otro botón se inclina e insinúa un color levemente diferente. Con el matiz de lo que está por abrirse al mundo. He quitado las hojas viejas y las nuevas se han desenroscado y muestran su forma de un modo rotundo. Ovaladas, con tímidas nervaduras. Dentro de la maceta y debido seguramente a que ésta tiene un volumen más amplio que el recipiente plástico del principio, se revela casi otra. Más armónica, más  decidida para el crecimiento. Se ve que el lugar le ha gustado. Recibe el sol  del  mediodía y la luz   declinante de la tarde.


Una ráfaga lo derriba. ¿Lo derriba?
Entonces ya es de mañana y un grupo de niños juega en la playa. Arrojan piedras al mar. Corretean. Van y vienen sacudiéndose la arena que se acumula en sus zapatillas y les resulta molesta para andar. En una de esas, uno de ellos recuerda la película de guerra que vio la noche anterior. Juguemos a…
Los otros no le hacen caso y ya están enfilando hacia la escollera. Trepan a ella. Saltando y entre risas llegan a la punta. Sobre el horizonte se divisa un barco pesquero. El que ha quedado rezagado los alcanza. La algarabía  entibia sus cuerpitos, como si fuera un desprendimiento del calor solar.


     Ya han surgido otros botones y el tallo se diversifica en un colorido ramillete. Cada día un chorrito de agua. Cada día el tallo más erguido, las hojas más arrepolladas y festivas, las corolas exultantes. Casi en el mismo momento de trasplantar el plantín, comencé una historia. Y a medida que se desarrollaba iba tomando distintos rumbos. Las palabras del primer día empezaron a ramificar. Mientras unos significados se marchitaban, surgían otros. Pero la historia no deja de ser la que era. Hay un cambio de tonos, de formato, de volumen, tal vez. Cada detalle la hace diferente, y aunque los párrafos y aún las frases se deshilvanen y el ayer parezca haber quedado apresado en un presente que está siempre al borde de un barranco, su movimiento es de un perpetuo avance y retroceso. Como las agujas de un gran reloj estampadas en la piel del universo.


La joven se tiende sobre la arena. Contempla distraídamente a  esos niños que corretean sobre la escollera. Su pensamiento asciende por el escarpado montículo de piedras. Ha comenzado a escribir y el poema la desborda. Entonces saca su cuaderno y empiezan a saltar las imágenes tal como ella saltaba a la cuerda cuando niña, temerosa de pisarla y darse un mal golpe. Con el estómago apretado por la inquietud, y a la vez decidida. Entregada a su juego. Los veleros se alinean sobre el horizonte.


     En otoño la planta ya no  se muestra tan lozana. Ha cambiado la posición del sol. La falta de calor parece haberle quitado esa vivacidad que mostraba en el verano. Las flores entristecidas se inclinan sobre las hojas que las sostienen  gracias a la energía de  la savia, que aunque más perezosamente, no ha dejado de circular por el tallo.


Él ha llegado con la novedad:
-         Se largó la regata.
Ella cierra su cuaderno y lo recibe con  un abrazo. El poema inconcluso está en el fondo de las páginas y está también en ese abrazo.
Las velas flamean sobre la línea de unión entre el cielo y el mar. Un parapente gira, va y viene sobre sus cabezas. Y más allá están los que practican aladeltismo. Y más lejos aún, pero dentro de la cabeza de ella se perfila  un globo aerostático. El viento del mar comienza a abanicar las hojas del cuaderno y las frases en él escritas se sueltan y entrecruzan,  plegándose y replegándose.


     El invierno es cruel. La planta parece haber sufrido una  especie de envenenamiento. Se la ve deslucida. Perdió el color que   tenía en el verano. Ahora sus hojas se han teñido de un verde grisáceo, macilento. Las flores desaparecieron. El tallo está encorvado. Y yo he perdido el timón narrativo. Me fui, como quien dice, por las ramas. Y el texto salta de gajo en gajo. Asume lo incierto como parte de sí.


La sangre resbala hacia el mar. El color morado de las aguas resuena como un estertor. La calma del sueño atraviesa sus párpados. De pronto es un niño jugando en la punta rocosa del espigón. Piedra entre la marea, en el golpe desacompasado de sus latidos. Vela  que se alza en medio de una caricia fresca y  estimulante. El beso de la mujer lo devuelve a la vigilia. Su última carta olía a jazmines.


     Septiembre vibra sobre las cuerdas de un violín invisible. Y la planta despierta. Dos o tres pimpollos se yerguen con esa especie de inocente altivez que muestran las flores ante la proximidad de la primavera. Se han desprendido las hojas secas y en su lugar apuntan los tirabuzones de las nuevas.


Ella le había escrito un poema. Dobló el papel con sumo cuidado y se lo entregó. El lo  prendió en el interior de su casaca. Y el papel crujiente ha repetido durante largo tiempo el tono de voz  de la mujer, llegando desde el otro lado del mar. Y ahora él está allí, al borde del acantilado. Los otros han quedado atrás. Sus gritos,   resbalando en el lodazal de la noche.


     Con la proximidad del verano, la planta resplandece como una joya. Un ramillete de rubíes engarzados en el verdor vibrante de ramas y hojas. Ha crecido varios centímetros y, en   relación con la maceta, supera las expectativas. Sobre la terracota esmaltada reverberan los rayos del sol. Mi historia se ha ensimismado, ha dado un giro sobre sí misma. Empezó a crecer con la planta, pero a diferencia de ésta, ramificó de una manera sombría, sin más trabazón que los personajes en estado puro, prisioneros de la objetividad, con el desconcierto de una ficción que se desboca y expande a través de hendijas.


No va a morir. Lo sabe. Aún, no. Antes de que  brotara la sangre, él extrajo el poema para que no se manchase y ahora lo ha extendido sobre la arena. Y desde esa página arrugada han reflotado los veleros que se balancean  sobre las olas. Es el tiempo que vuelve, que se remonta como una vela sobre el horizonte. Porque no va a morir. La plantita del principio está fuera de su historia – ya se sabe -  y sin embargo él puede verla y va a su encuentro. Tal como iba, en la infancia, a sentarse bajo la higuera, después de haber “cazado” algas entre las rocas que cerraban la playa,  y la transformaban en un espejo de agua. Un personaje no muere porque sí. Alguien o algo pueden sostenerlo. Y así suspendido golpear los bordes  de la escenografía que lo contiene y detiene. Es más, continúa en el filo del acantilado como la  estatuilla de un  fantástico ajedrez. Al menos, por ahora no morirá. Si el relato continuara, podría ser. O, no. Si el relato no fuera este espejismo sellado por el ojo en el vacío. Si otros ojos bien distintos lo desplegaran como una figurita de origami…



Ya la planta está muy grande. Diciembre anuncia calores sofocantes y, tal vez, granizo. He decidido llevarla a un jardín para darle más espacio. La maceta le está quedando chica. El tronco ha engrosado. Una multitud de pétalos aflora entre el follaje. Las ramas forman intrincados dibujos. Y pensar que un día fue una semilla.




(…)



Ramificaciones en el jardín o la anulación del punto final.[1]












El último fragmento aparece tachado,  apenas legible. Y, sin embargo el formato se asemeja al velamen de una embarcación.
Bajo las tachaduras   emergen    niños  con rostros de peces.  Un sol sangriento  inflama el roquedal. Tras   la bruma, un combatiente, sin frontera.  La mujer reclinada sobre el médano,  sostiene entre sus  manos un  cuaderno en el  que persiste la fibrosa materia arbórea.  
 Sobre la línea imaginaria del horizonte, el relato, como un buque fantasma, navega a barlovento.

El cuento pertenece a  la selección Cuentos con niebla.

Ramificaciones con fondo de agua