viernes, 13 de abril de 2012

MIS POEMAS: Ruedo


El rojo río dialoga con los últimos fuegos de la tarde.
Cada vez que retorna a su cuerpo,
los gritos me despiertan. Vuelven las desmayadas fuerzas
al ojo que, desde fuera de mí, sostiene en vilo
el pendular asombro de la vida que escapa y
vuelve, y se recrea a sí misma para volver a huir.
El toro es una noche en vigilia.
El torero un enjambre de manos sublevadas.
Arden las voces,
las sonajas del aire en el feroz acecho.
El torero envuelve con su capa esta tarde de
premoniciones.
Y las flores de agua se dispersan en busca de un rumbo
que las proteja de ese río que fluye, sin cesar,
hacia los labios de arena esparcidos sobre el ruedo.
Todo gira
y en un sonar continuo: una, dos, tres…
Son seis los doblegados escudos
que golpean las piedras de Sevilla.
Hoy estaban abiertos todos los portales para que entrara
la sangre, despacio, remando hacia los patios.
Picadores…El duelo por los olivares…
¡Qué bandadas negras disipan la piel de agosto!
Es un oro frecuente el de este río
Que visita las carnes de las bestias; una a una.
Tropieza el hombre y la alegría adentra flores vanas
en la marginal humanidad.
Banderillas que echan un denso licor
sobre las mariposas de azabache.
Las nubes, en rebaño, deambulan por los ojos del
animal herido
y el dolor se suelta desde el cielo como indómito rayo.
Una cinta de aceites rutilantes enciende las llamas
de las candelas que no se ven
porque solo existen en el llanto que se quedó adentro.
El perfil de un cuchillo despide esta llegada con olor a
derrumbe,
mientras el animal recoge con sus garras ardientes
la vestidura azul que lo arrojará fuera del límite
del tiempo
para que un hombre crezca como una luna nueva.

Fuente: Arostegui, María Cristina, Río ascendente,  Buenos Aires, Colección Guiomar, Vol.II, 1983. Primer premio del Aula Antonio Machado.

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