sábado, 4 de junio de 2016

LITERATURA VASCA: "La herbolera" de Toti Martínez de Lezea

Para quienes gusten de la novela histórica, La herbolera es un buen ejemplo de  esa  variante narrativa que se caracteriza por    construir   una anécdota  y a la par describir un lugar y su gente, en un momento  preciso. En este caso la zona de Vizcaya que se extiende entre Durango y Arrazola, incluida la sierra de Anboto, hacia el siglo XVI.
La historia de Catalina de Goiena, una joven partera y  herbolera,   atrapada entre en un amor no bien correspondido y  el despecho de un viejo funcionario, que al  no  poder desfogar su apetencia sensual hacia ella, la  expone a los tormentos de los tribunales inquisitoriales. La novela recrea las  costumbres, el  trasfondo político-social y las  creencias vascuences en esos años. Respecto de esto último resalta la tradición ancestral del matriarcado, representado en la figura de Mari (Madre Tierra), y reencarnado en   estampas femeninas fuertes y aguerridas.
A continuación, algunas  consideraciones de la autora en relación con la temática de la obra.

LA “CAZA DE BRUJAS” EN EL SIGLO XVI

La brujería vasca ha dejado una huella tan profunda en nuestra tierra que nuestra toponimia designa claramente la presencia de brujas en incontables lugares: sorginerreka, río de brujas; sorginiturri, fuente de la bruja; sorginleze, sima de la bruja; sorginetxe, casa de la bruja.
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…conocemos lugares de reuniones de los brujos y brujas como Akelarre, en Zugarramundi
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Algunos de estos lugares son cuevas cuya habitabilidad en tiempos prehistóricos ha quedado demostrada y otros son dólmenes o crónlechs erigidos por motivos religiosos, funerarios u otros que desconocemos y que testimonian la antigüedad de las creencias del pueblo vasco.
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Podrían escribirse libros enteros sobre la brujería, pero nunca llegaríamos a saber exactamente qué fue lo que provocó la histeria colectiva que en Europa occidental desembocó en la “caza de brujas” que entre 1500 y 1700 llevó a la hoguera a más de cien mil personas inocentes, en su mayoría mujeres.
A partir de la publicación de la Encíclica Sumis Desiderantes de Inocencio VIII, en 1484 y de la aparición en 1486 del libro Malles Maleficarum (Martillo de brujas), escrito por dos frailes dominicos alemanes, Institoris y Sprenger, la caza de brujas se extendió como un reguero de pólvora.
La caza de brujas siguió a la caza de herejes, especialmente cátaros y valdenses en el Mediodía francés, cuyas doctrinas habían hecho tambalearse el monopolio de la Iglesia católica de Europa. Una vez eliminados los herejes, las instituciones creadas para perseguirlos tuvieron que buscar nuevas funciones para justificar su existencia. Curiosamente el famoso Canon Epicospi, redactado en el siglo X, documento respetado y guía de actuación de la Iglesia católica, aseguraba que la creencia en las brujas era  una herejía propia de paganos y no de buenos cristianos. Para justificar el cambio de mentalidad, teólogos e inquisidores adujeron que los brujos y brujas que ellos perseguían eran otros  que no existían en la época de redacción del famoso documento. […]
Está claro que acabar con las antiguas prácticas paganas que aún se mantenían vivas y con las sectas religiosas que ponían en solfa la actuación de la Iglesia católica fue una de las razones de la caza de brujas. Posteriormente los países protestantes también mostraron un celo parecido. Igualmente sirvió como medio para eliminar movimientos subversivos contra los poderes establecidos y opositores políticamente incorrectos.
Recientes estudios han demostrado que la clase médica tuvo, asimismo, algo que ver en la psicosis brujeril, puesto que comadronas y curanderas fueron el blanco de los ataques en la mayoría de los casos. El hecho de que la mitad de la población, es decir, las mujeres, prefirieran acudir a ellas menguaba de manera importante los ingresos económicos de los galenos provistos de sendos diplomas universitarios. Finalmente, la sociedad en su conjunto, tampoco veía con buenos ojos que estas mujeres fueran capaces de bastarse a sí mismas  -hubo un gran número de viudas y solteras entre ellas- sin necesidad de contar con el apoyo del hombre (léase un marido, un padre o un hermano).
En el País Vasco los hombres y las mujeres acusados y ejecutados por prácticas de brujería pertenecían a las clases más humildes, artesanos y labradores. Eran herederos de costumbres ancestrales relacionadas con la devoción de Mari, reminiscencia de la era matriarcal y personificación de la tierra, en palabras de don José Miguel de Barandiaran.
Hoy, cuando cualquier aniversario es excusa para conmemorar las grandes gestas de la humanidad, cuando se habla de reconciliaciones ecuménicas y se rehabilita a personajes importantes injustamente condenados, aún no se ha reivindicado la inocencia de miles de personas quemadas vivas legalmente gracias a las mentiras, prejuicios y obsesiones de las clases políticas y religiosas. La palabra “bruja” sigue siendo sinónimo de maldad, de mujer vieja y fea y hemos olvidado que muchas de aquellas víctimas eran niñas que aún no habían cumplido los diez años, que otras eran jóvenes en la flor de la vida y que la mayoría eran mujeres que únicamente intentaban ganarse el sustento.


Fuente: Martínez de Lezea, Toti, La herbolera, Madrid, Ediciones Embolsillo, 2000. Los fragmentos citados pertenecen al Apéndice de la novela.

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