martes, 14 de agosto de 2012

CLARICE LISPECTOR: La pasión según G.H.


La materia narrativa consiste, en la novelística tradicional y aún en la no tradicional, en la sucesión y encadenamiento de sucesos o  episodios que dan sustento a la trama y que conforman el punto de partida de la intriga novelesca. Esa materia de la fabulación está ausente en La pasión según G.H. (1964). Si nos atenemos al único   hecho anecdótico de la novela lo podríamos sintetizar de  la siguiente forma: la protagonista y narradora entra al cuarto de la mucama  que ha sido despedida y, al revisarlo, encuentra una cucaracha, a la que terminará devorando. Pero, evidentemente, esas acciones por sí mismas no podrían ser el centro de interés de ningún relato, ni el punto de partida de ninguna intriga, dentro del multifacético muestrario de narraciones convencionales.
¿Cómo surge una novela a partir de tan desconcertante propuesta? Surge del sorprendente poder imaginario de una escritora que además de renovar la perspectiva de un género, tiene mucho para decir, y una extraña y prodigiosa intensidad para decirlo. He aquí el modo tan singular con que describe a esa simbólica cucaracha: “Era una cucaracha tan vieja como salamandras y quimeras y grifos y leviatanes. Era antigua como una leyenda. Miré su boca: allí estaba la boca real.” Comerla es incorporarla, ser parte de la sustancia inmunda y repulsiva con que se manifiesta en cierta medida la realidad. Descender hacia lo inhumano, hacia el asco que provoca lo inconcebible: “frente a la cucaracha viva, el peor descubrimiento fue que el mundo no es humano y que no somos humanos.”
La pasión según G.H. es un viaje hacia la interioridad, un viaje que ahonda en lo físico y en lo metafísico y un viaje que atraviesa el lenguaje y encuentra en él, en sus contrastes, en su riqueza imaginaria, en su fulgor y en  su estremecimiento, la razón de ser de lo que cobra sentido a medida que es contado, de lo que se revela y  se torna revelación  a los ojos de los lectores. “…sabía que mi alegría era el sufrimiento, me preguntaba si estaba huyendo hacia Dios por no soportar mi humanidad”, afirma mientras asume su apasionada caída en procura de un más hondo sentido de la existencia.
Poco se conoce acerca de la vida práctica de la protagonista. Pero, hay dos datos significativos: en primer lugar, que es escultora, y en segundo, que importan más las iniciales del nombre grabadas en una valija que el nombre mismo. La actividad de esculpir tiene una relación directa con la forma en que a lo largo de su contar va moldeando la palabra, como si fuera un material maleable, de gran ductilidad, que se va transformando y adquiriendo tonos de una profusión inquietante y vislumbres inesperadas: “De la escultura , supongo, recibí mi manera de pensar solo a la hora de pensar, pues aprendí a pensar solo con las manos y solo cuando las usaba.” Las iniciales en la valija revelan que lo importante de su identidad está puesto en la travesía: “¿Qué quería esa mujer que soy? ¿qué le pasaba a G.H. del cuero de la valija?”
A lo largo del monólogo narrativo se distinguen puntos clave: lo neutro, lo inexpresivo, la “cosidad”, el reflejo divino. Puntos   de entrada y salida, hendijas quizás,   en esa suerte de ascesis que implica la narración: “…en los intersticios de la materia primordial está la línea de misterio y fuego que es la respiración del mundo, y la respiración continua del mundo es aquello que escuchamos y llamamos silencio.”
El objetivo de  su itinerario es el conocimiento, de sí misma y del mundo que la rodea. Conocimiento al que sólo es posible acceder a través del lenguaje. La poeticidad alcanza una potencia inusitada ya que, despojada de todo ropaje retórico, de toda posible filigrana verbal  se manifiesta  como estallido, como lucha, como socavón provocativo. Cito un ejemplo: “Mi mundo hoy está crudo. Es un mundo de una gran dificultad vital. Pues más que un astro, hoy quiero la gruesa raíz de los astros, quiero la fuente que siempre parece sucia, y es sucia, y que siempre es incomprensible.”
Con frecuencia la narradora-protagonista se dirige a una segunda persona: “Dame tu mano.
Te voy a contar cómo entré en lo inexpresivo que siempre fue mi búsqueda ciega y secreta.” Ese Otro desconocido e innombrado  podría interpretarse como invocación  que religa ese estado subyacente al yo, desde el que narra, con  la exterioridad donde su indagación verbal se transforma en texto.
 La búsqueda de despojamiento, la desnudez de las sensaciones, el método –si correspondiera llamarlo así- con que esta larga reflexión va alcanzando lo primigenio, lo ilimitado por denominaciones o determinaciones, el germen del existir, se va dando como en oleadas. Tal vez por eso cada capítulo termina con la misma frase que empieza el siguiente y  en ese in crescendo  la palabra  alcanza   su mayor violencia y luminosidad. De allí la pasión a que alude el título. La pasión que es pérdida y es hallazgo, la pasión que desciende para ascender, la pasión que es desolada, que es intemperie tendida para el nacimiento de lo que  no está signado. Un Vía Crucis (este término da título a otro de los libros de Clarice) con diferentes estaciones de lo inacabado: “Falta solo el golpe de gracia  -que se llama pasión.”, dirá casi al final de este  viaje de “despersonalización”, “de desheroización de mí misma”, según atisba -   porque lo suyo es atisbar, no afirmar-  para, finalmente, arribar al punto máximo de tensión: “la condición humana es la pasión de Cristo.”
Llegar al silencio  le devuelve la confianza. Nunca está todo dicho, ni lo que se dice está acabado en sí mismo y hasta el centro voluntario de la personalidad  es una suerte de convulsión acechante: “el yo es solo uno de los espasmos instantáneos del mundo.”
La pasión según G.H. no es una novela  destinada a cualquier lector. La misma autora lo aclara en su dedicatoria:
Este es un libro como cualquier otro. Pero me sentiría contenta  si fuese leído por personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente –atravesando incluso  lo contrario de aquello hacia lo cual nos aproximamos.
Una advertencia necesaria, ya que muchas veces, se confunde la peripecia, que es repentina y accidental, con la potencia del acto, complejo  y, en   gran   medida, indescifrable.
Un bello y enigmático texto. Celebración perturbadora  de los secretos del verbo.

Fuente: Lispector, Clarice, La pasión según G.H., Buenos Aires, Editorial El cuenco de plata, 2010. Traducción: Mario Cámara.

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