martes, 15 de enero de 2013

ALDOUS HUXLEY: Un mundo feliz


 Muchas veces se está en deuda respecto  de las buenas lecturas. Siempre hay algo que nos falta. Y este es el caso de la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley. Haberla leído después de tantos años de su publicación (1932) fue una experiencia por demás interesante. Las creaciones futuristas tienen a  menudo la efectividad de señalarnos que los parámetros temporales son meras convenciones y que la historia nos brinda,  con más frecuencia de la esperada, motivos para pensar que las vueltas sobre lo mismo son inherentes a la condición humana. Algo del presente se reencarna en lo que imaginariamente se gestó en el pasado.
La novela se divide en dos partes: una donde se muestra ese mundo feliz determinado desde  laboratorios donde se crea gente en serie, que luego será condicionada por la educación hipnopédica, una forma de lavado de cerebro con fines adaptativos al modelo, y una segunda parte que   describe las formas de vida  en una reserva salvaje de Nuevo México (Malpaís) y refiere algunas vivencias de Lenina  y Bernard  (protagonistas) en contacto con los pobladores y, finalmente,  el traslado de dos de ellos al mundo feliz.
Antes de adentrarnos en su contenido y en las posibles conjeturas que de él se extraigan,  Huxley nos da algunas pistas en el prólogo: “Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”. Los  habitantes de ese nuevo mundo no nacen por procreación natural –el sexo solo se admite como entretenimiento-  son clones que   están divididos en castas: los Alfa, superiores tanto física como intelectualmente, y los Beta, Gamma, Delta y Epsilon, estratos inferiores al servicio de una Comunidad que responde a un proyecto de estabilidad social basado en las identidades predeterminadas,   el condicionamiento sistemático, la sumisión y  la anulación de todo tipo de vínculo emocional o pasional.
Los nombres de algunos personajes aportan su cuota de sarcasmo   en referencia a momentos históricos y experiencias definidas: Lenina y Bernad Marx son un ejemplo. También   hay otras menciones: Engels, Trostky, por un lado;  Ford ,  Rotschild,  Darwin Bonaparte, por el otro. Es más: Ford parece ser el creador omnipotente de ese proyecto, a tal punto que el tiempo se divide  en: a. Ford y d. Ford.  Las premisas que sustentan el nuevo mundo  se denominan fordianas y cuando la gente  se ve perturbada se hace la señal de la T (marcas del dogma). “Nuestro Ford –o nuestro Freud, como, por alguna razón inescrutable, decidió llamarse él mismo cuando hablaba de cuestiones psicológicas-, fue el primero en revelar los terribles peligros inherentes a la vida  familiar. El mundo estaba lleno de padres y, por consiguiente, lleno de miseria; lleno de madres y, por consiguiente, de todas las formas de perversión, desde el sadismo hasta la castidad; lleno de hermanos, hermanas, tíos y tías y por ende, lleno de locura y suicidios.”, esta cita y la anterior son elocuentes respecto de los  objetivos a que apunta su visión crítica.
Es evidente que Huxley arremete contra la noción de utopía. Ese  lugar ideal, que es en realidad un no-lugar. El título original: Brave new word, cuya traducción literal sería: Bizarro nuevo mundo  corresponde, sin lugar a dudas, a un nivel de ironía corrosiva. Pensar en una sociedad igualitaria, basada en el respeto y el trabajo por el bien común no es más que una ensoñación porque el ser humano está marcado por sus ansias de poder y a la larga ejercerá su fatídico dominio quebrando toda norma de convivencia. El único atenuante para tan infausta predestinación sería la búsqueda  denodada,   aunque utópica del límite que significa la conciencia moral.
Lo más interesante de la novela surge del cotejo, que al promediar libro, se establece entre el mundo nuevo, donde  no existe la fe, ni el arte, ni la ciencia, ni la filosofía y el antiguo mundo  “incivilizado”.  
El nuevo mundo es estable y artificialmente feliz. Ante cualquier perspectiva de inquietud recurren al soma, especie de narcótico, que reemplazando al antiguo esfuerzo moral, les permite tomarse “ unas vacaciones de la realidad” . “El cristianismo sin lágrimas: esto es el soma” , aclara  Mustafá Mond, uno de los directivos del  nuevo sistema.
La insatisfacción de ese alfa llamado  sugestivamente Marx, que decide visitar la reserva,  su gestión para que dos habitantes de Malpaís  se trasladen al nuevo mundo y las consecuencias aciagas que este traslado provoca revelan las fallas de un experimento antinatural, desapasionado,   falsificado, donde la libertad ha sido reemplazada por una felicidad que, por ser  inmutable carece de toda grandeza.
La segunda parte aporta dramatismo a la narración. Una mujer que viajó a Malpaís con uno de los jefes sufre un accidente y su  amigo la pierde de vista. Ocurre algo inconcebible en el nuevo mundo: Linda ha quedado encinta de su compañero de aventuras. Y en la reserva nace su hijo: John. Ellos son los que regresan con Bernard Marx, quien desea lucirse ante sus jefes que ya han pensado en confinarlo en un lugar lejano debido a su inadaptación  al nuevo sistema.
Huxley no se queda en el simple cuestionamiento de esa tenebrosa  proyección del futuro. Va más allá: a las profundidades del alma humana y a las creaciones que de ella surgen. El mundo salvaje tampoco es un ámbito ideal. Existe la violencia, el desprecio, la discriminación, el sufrimiento, la suciedad y la precariedad extrema. El cotejo entre uno y otro mundo, entre la tecnificación puesta al servicio de la dominación y el primitivismo idolátrico, cautivo de tabúes y expuesto a la furia tribal es la materia de reflexión. La pervivencia de un estado intermedio está  representada por el libro de Shakespeare que John lee a hurtadillas. Tanto en un mundo como en el otro no caben esas palabras, que son las que han inspirado al autor de la novela, y que simbolizan  la creación, el pensamiento, la cultura en su grado más elevado, como forma de superación espiritual y esfuerzo ético.
Leído en momentos en que algunas “utopías” se han degradado, demostrando  que muchas falencias acechan  los  propósitos humanos, y en momentos en que el mundo  evidencia globalmente una crisis de los sistemas sociales, políticos y económicos, el texto de Huxley deviene en videncia desgarradora. Muchas de las condiciones de ese nuevo mundo han entrado a formar parte de la escena actual. La gestación in vitro, la congelación de embriones, el erotismo convertido en simple  desfogue sexual, el escape de la realidad   logrado a través de alucinógenos o estupefacientes, la búsqueda de la eterna juventud, la felicidad fácil, la manipulación ideológica, la hipnosis mediática son algunas de las estribaciones de una tecnología y concepto del progreso sin sustentos emocionales ni morales. A ello se suman regímenes desembozadamente dictatoriales o subrepticiamente   dictatoriales que bajo la apariencia de una estabilidad inquebrantable someten conciencias, anulan libertades y prometen una felicidad de cartón pintado. El emergente de tales artificios es la violencia tribal, la anomia, la autoflagelación y el terror larvado.
Las dos puntas  del cotejo que Huxley propone llegan a unirse inevitablemente. Como un espejo de lo peor de nuestra condición humana.

Fuente: Huxley, Aldous, Un mundo feliz, Barcelona, Editorial Plaza y Janes, 1998.

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