viernes, 7 de octubre de 2016

LEONARDO FRÓES: Koisas da polítika



KOSAS DE LA POLÍTIKA

Marcar la hora de las visiones equilibristas que desfiguran castillos                                      
 de introducirse para comprobar por sí mismo la oscuridad que un  mechero rasga olvidado distraidamente mientras las piedras se ruborizan como si en el interior de aquel horrendo castillo con puente levadizo y almenas góticas realmente habitaran los fantasmas más temerosos que a esa hora caminaban pegados al pasamanos de la escalinata central por donde su majestad subía llevando el cetro y el cáliz de veneno, digo, la copa de vermut que en determinado momento  debía ser sorbida en la alcoba por otro personaje circunspecto que allí penetraría en la bóveda de la noche encendida por la luminosidad lunar que recordaba  un cuadro francés de Watteau tal vez con niñas con volados balanceando en el parque y allá adentro del castillo  el exterminio tal vez y el sacerdote  tieso embriagado (por el vino) encima del baúl  del tesoro empeñado con el sello imperial y todo lo demás que el conde desvió para la amada
 y los conspiradores querían tomar de cualquier manera también pues constaba que había algunos barriles del bueno ocultos para el invasor en algunos puntos y un almohadón a la luz de las antorchas mostraba las piernas de un piano y el trasero de una cortesana pues su alteza continuaba dando sus festines y no  contaba con la ira desmedida de la plebe mal retribuida que entraba por las grietas del cuadro mientras la termita de aquel tiempo iba comiendo la moldura colocada sobre el mueble tipo bufete en el cual había un pequeño espejo para  el triunfante fluir y   disfrutar a su vez las delicias del castillo 
del   descuartizado poder simbolizado por el espacio solemne y el río divisorio que los piratas transponían  como auténticos muñecos de la dinastía siguiente.

Fuente: Fróes, Leonardo, Vertigens- obra reunida 1968-1998, Río de Janeiro, Rocco Editora, 1998. El texto pertenece al libro: Sibilitz- 1981.
Traducción para esta página: María Cristina Arostegui.

Nota: El escritor, traductor, periodista y naturalista, Leonardo Fróes nació en Itaperuna- Brasil, en 1941. Ejerció el periodismo en los diarios: Journal do Brasil y O Globo. 






miércoles, 21 de septiembre de 2016

PRIMAVERA-JARDÍN-KARTUN


Hace cerca de tres años que me mudé a donde vivo. Una casa con jardín. Nunca en mi  vida -que ya ha pasado el medio siglo- había gozado de una proximidad  con la naturaleza como la que me brinda mi actual hogar.
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Con solo abrir una ventana veo el cielo, el verdor del follaje, el vuelo de los pájaros, el colorido de las flores. Y si camino unos pocos metros con los pies descalzos me interno en la crujiente y mullida grama. Y si giro para un lado y otro, observo los brotes que asoman, los nidos que se arman sobre la horqueta de una rama, las hormigas en fila india, los  brillos estelares. Y si hurgo en la tierra, descubro su oscuridad, la húmeda entraña donde se enroscan fervorosas lombrices. Y si apresto mis oídos, escucho la musical disonancia del murmullo de esa urdimbre de seres surgidos por obra y gracia de la fecundidad.
En mi caso, tener un jardín no solo representa un amable entretenimiento. No contamos con jardinero (somos de una modesta clase media  y no esquivamos –a pesar de la edad- el trabajo-), así que para que ese vergel no se transforme en una intrincada selva, en un lodazal o un baldío, debemos disponer de  nuestras fuerzas físicas y anímicas para cuidarlo. El trabajo con la tierra es duro y requiere de  constante atención. Una labor, en apariencia áspera, que demanda de un tiempo y una mano propensa al cultivo. Pero la energía puesta en ella retorna hacia nuestra interioridad transformada en asombro y armonía. Los momentos que le dedicamos no restan, sino suman. Aún en el plano  de los afectos, de la reflexión o la creatividad.
Desde que alterno escritura y jardinería he comprobado que mis palabras no son las mismas. Y es lógico que así sea, porque la mente se acostumbra a otros ritmos. La naturaleza marca un tiempo distinto: el del sol a pleno que convoca al  ensueño y la molicie, el del estremecedor  sacudón que provoca la furia de las tormentas, el de  la opacidad  visual  con que nos anega el  aguacero. El lento compás  con que se suceden destrucción y renacimiento, el trasiego de la incidencia de los rayos solares, la mudanza de las estaciones con sus peculiares  variantes y sus provocadores   cambios de tonos y de formas.
Un día encontré  en la página de un diario un texto que me gustó mucho[*]. Y como suelo hacer con los textos que me agradan, lo recorté y guardé. En él, Mauricio Kartun, con la sencillez y  simpatía que amerita la temática, expresa: “Para ser feliz un rato, emborracharse. Para ser feliz una semana, hacer un viaje. Para ser feliz un año, casarse. Para serlo toda la vida, cuidar un jardín. Así dicen los chinos, tan proverbiales siempre los tipos.
Grandes los chinos. Una verdad grande como un ombú: de nada disfruto tanto como de la jardinería. Y nada le va mejor, estoy convencido, al trabajo del escritor. Le siguen, cerquita, los gatos, pero quedan segundos ahí: jardín y escritura son el par maestro. Y analógico: crear una pequeña utopía y habitarla. Recorrerla día a día metiendo mano aquí y allá. Sembrar. Componer. Podar. Sacar hojarasca. No hay nada de lo que hago con las manos en tierra que no encuentre su semejante con las manos en tinta. Y encima se alternan en secuencia deliciosa. Dejar el papel para ir a la tierra y volver al papel”. Sin lugar a dudas,  las palabras del dramaturgo aúnan  la   ternura y  el gozo.
Flores y frutos...
La primavera asoma y ha quedado atrás el invierno. Luego vendrán los días en que el fogoso verano nos abrase y seguidamente, las hojas se transformarán en láminas de oro pálido y cubrirán como una alfombra amarillenta, primero y después ocre, el suelo sobre el cual se tiendan nuestras pisadas. Y mientras tanto, la poesía estará allí en lo hondo del subsuelo o enredada entre los rayos de luz que  agiten nuestros sentidos.
Poiesis es el nombre de la Creación. Y crear no es un modo cualquiera de “plantarse” – valga la  homofonía- ante  la vida. Crear es recrear lo que la energía del cosmos nos entrega  en forma gratuita pero con la implícita condición de cultivarlo respetando sus leyes y/o caprichos.
Como acertadamente nos sugiere Kartun: un trabajo a la par –a la par de lo que nace y muere-, un modo de  expresar al unísono –sonoridad y silencio-, un ensamble de  grafismos y significaciones que, como  fluyente savia, dé entidad a lo que vibra en el territorio de las pasiones y en la raíz de nuestra sensibilidad.
Siempre he pensado que escritura y vida van de la mano. El lugar de la escritura no puede ser, al menos para mí, un reducto, un sitio alejado del plural latido de todo lo que existe: mis semejantes, de una u otra  condición, de una u otra edad, de una u otra raza, de uno u otro sector social. Del mismo modo tampoco puede estar ajena al medio ambiente que rodea y contiene a esas diversas versiones de la  humanidad. Desde mi jardín salgo al mundo y hacia mi jardín regreso  después de  “viajar” por las páginas de los libros  que leo y, también, cuando  me reencuentro en las que escribo.
Al fin de cuentas, en la vida y en el texto, ¡todo es  ramas y hojas!!!



[*] Fragmento del texto: Mauricio Kartum, en el jardín. Diario:  La Nación.















sábado, 10 de septiembre de 2016

La figura del maestro en "El primer hombre" de Albert Camus

Hace unos meses leí El primer hombre[*]. La novela que estaba escribiendo Albert Camus por los días en que un accidente automovilístico segó su vida (el 4 de enero de 1960, en las cercanías de Le Petit-Villevin). El texto inconcluso tiene características autobiográficas. En líneas generales, la narración se ajusta a su biografía, y algunas menciones (el nombre de la madre, su firma como Vda. Camus, el nombre del profesor Germain, etc…) coinciden  también con  los datos de su entorno familiar y escolar.
Camus, nacido en Mondovi-Argelia en 1913, había recibido el premio Nobel de Literatura tres años antes de su deceso.
En el capítulo 6 bis del mencionado libro nos brinda un acabado retrato de su maestro del último año de la escuela primaria, a quien llama por momentos Bernard y por momentos Germain. Un maestro que “vigilaba  [a sus alumnos] con buen humor y con severidad”. Louis Germain era, según la  semblanza que nos brinda Camus, un modelo de docente. Abrazaba con pasión su trabajo. Jacques Cormery- nombre detrás del cual se adivina a Albert-niño- se sentía atraído  por su forma vívida y divertida de enseñar. De su armario sacaba, como de un cofre fantástico, lleno de riquezas, mapas, colecciones de minerales, herbarios e insectarios y libros…  a través cuyas páginas, el escritor-niño toma su primer contacto con el imaginario de ficción.   Germain era el único de la escuela que contaba con una linterna mágica (aparato precursor del proyector de diapositivas), con la cual hacía proyecciones de historia natural y geografía. Estimulaba con juegos y competencias el cálculo. Empleaba manuales procedentes de la Metrópolis, que presentaban, ante el asombro de esos niños, nuevos horizontes, y situaciones  muy diferentes de las de la   reducida y áspera circunstancia que los rodeaba. Con ello, despertaba el “hambre de descubrimiento”, tan importante para el desarrollo intelectual y emocional de los escolares. No solo se atenía a enseñar lo estipulado en el programa sino que “los acogía con simplicidad en su vida personal, la vivía con ellos, contándoles su infancia y la de otros niños que había conocido, les exponía sus propios puntos de vista, no sus ideas…” Por considerar a esto último una intromisión en la libertad de pensamiento y creencias de sus discípulos. Y sin embargo, no era un maestro propenso a la laxitud ni la falta de límites. Es más, empleaba el castigo corporal (en ese momento ya prohibido) para enmendar cualquier mal hábito que asomara en su alumnado. Para él el robo, la delación, la falta de delicadeza y la suciedad eran inadmisibles. Respecto del  correctivo sin embargo, nadie se quejaba. Casi todos los niños estaban acostumbrados a las  penurias ya que  provenían de hogares humildes, en los cuales a la ignorancia y precariedad,   que ya de por sí constituían  un castigo, se sumaban las enérgicas  reprimendas de sus mayores.
Finalmente,  el narrador relata una serie de  hechos que resumo en presente, por ser ése el tiempo del ser en acción, y porque este ser en accción determinó de un  modo contundente el futuro del pequeño Camus. Al concluir el año escolar el maestro elige a cuatro de sus más destacados alumnos,  huérfanos de guerra, con el fin de gestionarles una beca para que concurran al Liceo. Entre esos cuatro se encontraba Albert. El pequeño había perdido a su padre al año de nacer, en la guerra del 14. Vivía con su madre, que era sorda, y trabajaba como empleada doméstica en casas de la vecindad, su hermano, algunos tíos y una abuela que gobernaba con mano férrea el hogar. Prácticamente todos sus parientes eran analfabetos. Cuando Albert comunica la buena nueva a su familia, la abuela se opone con firmeza al proyecto del maestro. Son extremadamente pobres y el niño de nueve años debe trabajar para ayudar con los gastos del hogar. El pequeño regresa abatido a la escuela y le transmite al maestro la decisión impuesta por la abuela. Entonces, el señor Germain, quien  vislumbra no solo  la inteligencia   de ese niño (al que llamaba cariñosamente “mosquito”) sino también las  potencialidades que podrían  iluminar su existencia, lo  acompaña a su casa, habla con la abuela y la convence de que debe ingresar al liceo. Dedica horas extras de trabajo, sin paga, para preparar a los postulantes. Y los acompaña en el momento de rendir su examen de admisión. Este es el   punto clave que define a un verdadero maestro.
Albert Camus fue un notable pensador, un luchador por los derechos humanos y un escritor política y moralmente comprometido con su circunstancia,  dotado, por otra parte, de esa honradez intelectual que insta a la autocrítica y a la crítica de posiciones ideológicas a las que se ha adscripto.   Como escritor se destacó por la hondura de las temáticas abordadas y la intensidad con que las expresó. Sin embargo, pudo no haber sido lo que fue en su vida adulta. Pudo ser parte de ese silencio atroz y desgarrador en el que quedaron  entrampados tantos “primeros hombres”, como su padre. Pero gracias a la intervención de ese maestro que signó su existencia, tuvo la oportunidad de  abrir las compuertas de su espíritu y enfocar su mirada hacia un porvenir en el cual su voz individual se transformó en esa voz multitudinaria   que distingue al mundo de las Letras.
Sus logros no lo envanecieron ni le permitieron dejar de lado  la circunstancia de donde provenía. Tampoco pudo olvidar a aquel maestro que tan apasionadamente le  señaló las llaves  apropiadas para destrabar el cerrojo de la revelación.
Al recibir el premio Nobel, Albert envió una carta al señor Germain. He aquí su texto:



Como docente y como lectora me he sentido profundamente conmovida por este  fragmento de vida  que, además de resaltar  la importancia  de la Educación en sí misma, destaca el valor personal de  todos aquellos que ejercen la  voluntad de enseñar como   medio de transformación. O sea, de todos aquellos que de manera armónica promueven la cultura y la esperanza.
Por otra parte, sé que  aprecio el hecho de este  modo porque no lo descontextualizo. Práctica muy común en los últimos tiempos, al menos en Argentina. Si lo descontextualizara, transportándolo imaginariamente a la sociedad actual, escucharía muchas voces enjuiciando duramente al maestro. Dirían que era represor, ya que echaba mano de castigos. Dirían que no les  brindaba a todos los niños la misma posibilidad. Dirían que era autoritario pues decidía  de acuerdo a un criterio propio el destino de otros. Pero, como en  la historia cada hecho es irrepetible y depende de un contexto también irrepetible, extrapolar datos que corresponden a una circunstancia precisa solo sirve para sembrar la duda y la confusión.
Por otro lado me pregunto con respecto a una actualidad que presume de ser inclusiva y ecuánime: ¿la falta de límites y  correctivos  conviene a la formación personal  de los educandos? ¿La equiparación es sinónimo de igualdad? ¿El vaciamiento de contenidos o la simplificación de los mismos  resultan estimulantes? ¿La falta de rigor a la hora de las evaluaciones prepara psicológicamente al alumno para enfrentar una sociedad altamente competitiva?¿El maestro debe ser un cómplice del deterioro del sistema o dentro de sus responsabilidades cabe una actitud crítica frente al mismo? Y por último: ¿tiene un padre escasamente educado, e inclusive confundido por los parámetros de una trama social carente de valores y ejemplaridades, más derecho sobre su hijo que la institución educativa?
 Son preguntas que creo corresponde formularse no solo el Día del Maestro sino todos y cada uno de los días.





[*] Camus, Albert, El primer hombre, Buenos Aires, Tusquets Editores, 2013. Traducción: Aurora Bernárdez.

jueves, 25 de agosto de 2016

WILLIAM BUTLER YEATS: Voz poética de Irlanda

LAS VOCES ETERNAS

¡Oh, dulces voces eternas, quédense calladas;
acudan a los guardias del redil celestial
y ordénenles vagar para obedecer su voluntad,
llama bajo llama, hasta que el tiempo ya no exista!
¿No han oído que nuestros corazones están viejos,
y por eso los pájaros llaman en el viento, sobre la montaña,
en las ramas sacudidas, o en la marea, sobre la orilla?
¡Oh, dulces voces eternas, quédense calladas!

                               El viento entre los juncos, 1899

EL ALBA

Querría ser tan ignorante como el alba
que ha despreciado
a esa vieja reina que una ciudad delimitaba
con el alfiler de un prendedor,
o los arrugados hombres que miraban
desde su pedante Babilonia
los negligentes planetas en su curso,
desvanecerse las estrellas cuando sube la luna,
y sus tablillas tomaban para hacer sus sumas.
Querría ser ignorante como el alba
que solo allí estaba, meciendo la carroza relumbrante
sobre el lomo nebuloso de las cabalgaduras.
Así querría ser –pues ningún saber vale nada-:
ignorante e insensible como el alba.

                              Los cisnes salvajes de Coole, 1919.

IGLESIA Y ESTADO

Aquí hay un tema nuevo, poeta,
un tema para encontrar en la vejez;
el poder de la Iglesia y el Estado,
la plebe pone bajo sus pies.
Pero el corazón del vino correrá puro,
el pan del espíritu dulce crecerá.

Si ése fuera un cobarde canto
no vagues por los sueños ya más;
¿qué si la Iglesia y el Estado
fuese la plebe  que ante la puerta clama?
El vino espeso correrá hasta el final,
el pan amargo nos sabrá.

                     Luna llena en marzo. 1933.


Fuente: Yeats, William Butler, Antología poética, Buenos Aires, Editorial Losada, 2010. Selección y traducción: Delia Pasini.

sábado, 13 de agosto de 2016

Un poema de HANNAH ARENDT

La tristeza es como una luz en el corazón encendida,
la oscuridad es como un resplandor que sondea la noche.
Solo tenemos que encender la pequeña luz del duelo
para, atravesando la larga y vasta noche, como sombras
/volver a encontrarnos en casa.
El bosque está iluminado, la ciudad, la ruta y el árbol.
Afortunado el que no tiene patria: la ve todavía en sueños.

1946, inédito, papeles personales, NY.


Fuente: Revista La pecera, Nº 15-2016. Traducción: Susana Murguía. 

lunes, 1 de agosto de 2016

ANTÓNIO LOBO ANTUNES: Ayer no te vi en Babilonia

En su crónica Receta para leerme[*], Lobo Antunes nos advierte: “las personas tienen que renunciar a su propia llave, la que todos tenemos para abrir la vida, la nuestra y la ajena, y utilizar la llave que el texto les ofrece.” Tratando de  atenerme a su recomendación, en primer lugar porque forma parte del ideario del autor, pero también porque no he encontrado otro  modo de entrar en   este texto complejamente  atractivo, comienzo por la llave que me ofrecen  el principio y el final. El título proviene de un fragmento  que  se remonta a los     vestigios más antiguos de escritura: los pictogramas  grabados en tablillas de arcilla húmeda, 3.000 años a. C.,  mediante un tallo vegetal con forma de cuña (de allí el nombre cuneiforme). La frase ayer no te vi en Babilonia resulta, sin duda,  sugerente. Dirigida a la segunda persona –tú- podría   estar destinada a un  receptor implícito en el circuito comunicacional del libro, tal vez el lector o  tal vez otro destinatario del enunciado, cuya identificación quede pendiente. La referencia a Babilonia, centro político, religioso y cultural de un vasto imperio, también da pie a ciertas asociaciones: un pretérito muy lejano, grafismos de una lengua aglutinante poco propicia para la transmisión de abstracciones y sujeta al “armado” de los signos gráficos con el fin de expresar un concepto. Por otra parte, en esa antigua capital hubo una torre, la de Babel , cuyo simbolismo en relación al lenguaje es bien conocido. La palabra ayer también   propicia cierta  imprecisión respecto del tiempo: puede ser el día anterior al que estamos y también puede  referirse a “el ayer”, un pasado cercano o remoto. Asimismo, la negación del verbo  connota: ceguera, distracción o incapacidad de fijar la mirada en un plano u objetivo determinado. Bien podría vincularse este “no ver” con la  dificultad perceptiva que supone el no alcanzar el otro lado de la trama. Y en tal sentido la expresión del principio quedaría explicitada, después de la ardua tarea de abordar las más de cuatrocientas páginas, en la frase que cierra el libro:  “porque lo que escribo puede leerse en la oscuridad”. Y aquí vuelvo a atenerme a las  sugerencias de la  mencionada crónica: “La verdadera aventura que propongo es aquella que el narrador y el lector emprenden juntos hacia la negrura del inconsciente, hacia la raíz de la naturaleza humana”.
El libro se divide en seis partes: medianoche y otros cinco capítulos que se corresponden con las cinco primeras horas de la madrugada. Cada uno de esos capítulos se subdivide, a su vez, en cuatro monólogos interiores. Estos  exteriorizan el estado entre la vigilia y el sueño, entre la lucidez y el aletargamiento  de tres personajes asediados por el insomnio y por los recuerdos que regresan desde “un lugar tan movedizo en el pasado” (expresión varias veces repetida por uno de  esos seres que padecen el  desvelo): un policía, casado, que vive en Évora, y que mantiene un vínculo extramatrimonial con una mujer de Lisboa;   otra mujer llamada Alice, que vive también en Évora y es enfermera y   una  segunda mujer llamada Ana Emilia, cuya hija adolescente se suicidó.  El cuarto monólogo comprendido en cada uno de los capítulos es alternativo, ya que a él se integran otros personajes –digamos secundarios- que componen la trama: el viejo hacendado autoritario que está muriendo de un cáncer de próstata, la hermana del policía, que vive en Estremoz, Lurdes, otra enfermera o algunas otras  voces, cuya identificación, ya  hacia final del libro, se diluye o  se torna cada vez más enigmática.
 Cabría pensar que el policía, a la caza de “fantasmales” enemigos del gobierno (obrero, cargador del puerto o mendigo, da lo mismo), la mujer de Évora y la que ha perdido una hija forman un triángulo. Pero nada en el texto lo asegura. La narración  genera una ambigüedad que aporta su cuota de intriga. Y  esa intriga sustenta los diferentes planos de lectura.
Otra  referencia que  se arquea como un signo de pregunta sobre la maleabilidad significativa es la mención del travestismo: un hombre se disfraza de mujer;  podría ser el policía, algún otro personaje y aun el narrador. Travestir significa vestir a alguien con  el ropaje del sexo contrario. Y, por extensión: cualquier forma que bajo una determinada apariencia implique ambivalencia.    Otro indicio de ambigüedad que se desliza en el terreno  resbaladizo del lenguaje. En definitiva nada es lo que parece. Nada se ve en forma objetiva porque  el insomnio  actúa como intermediario de la elusión.
El modo expresivo es fragmentario y en apariencia desarticulado, como corresponde al monólogo interior. Sin embargo, a medida que se avanza en la  intrincada lectura, se advierte que el autor ha ido sembrando pistas para atar cabos: los nombres, los indicios circunstanciales (surtidor de gasolina- menciones geográficas-hospital- cómoda con patos-perros-gitanos…), las vueltas sobre una misma acción, los retazos de diálogo, las referencias temporales.
Un elemento altamente significativo en esta prosa es la participación activa de los personajes en la escritura. Cito algunos ejemplos: “…qué es esto una novela” -se pregunta uno de ellos. “No sé hablar como hablan los demás en el libro”-dice otro.  Y más: “… de dónde vienes, por qué me inquietas en el libro?” “…llegó el momento de decir la hora, pero no voy a decirla, dígala usted si quiere, es su libro…” “…y ahora me pregunto qué será de mí cuando acabado este capítulo dejen de oírme.” “sabiendo que os pierdo a medida que las páginas avanzan me pregunto si lo he inventado todo o estarán inventándome escribiendo a duras penas…” “…tal vez una persona más inteligente, más capaz, debería terminar este relato por mí…”. Indudablemente la relación escritura-vida signa a este relato plural y polisémico. Al libro lo escriben los personajes, el autor, que aparece cuando comienza a asomar la claridad del día (capítulo 6: Cinco de la mañana-pg. 420): “(me llamo António Lobo Antunes, nací en São Sebastião da Pedreira y estoy escribiendo un libro)”, y también los lectores, previo   trabajo de deconstrucción.
La fluencia discursiva impregnada de imágenes poéticas recrea ese modo asociativo con que la conciencia, en este caso  sitiada por el insomnio, busca en lo onírico una suerte de traducción. Cito algunos fragmentos: “…las tórtolas que le manchaban el toldo con el alicate de los sonidos…”, “… un halcón peregrino al que despertó la luna y los dientes en la almohada mordiéndose a sí mismos…”, “… y al abrir los cajones el otoño entre el lugar del silencio  y el amarillo tiñéndonos…”, “… a ella en medio de las inquietudes de octubre cuando la luna y las mareas…”, “…y los pozos y los escalones de vuelta, pensaba que excepto en el caso de los ciegos aparecían solo para engullirnos…”.
La obra se niega como totalidad,   como si el conjunto significativo hubiera estallado en miles de astillas que reflejan el ir y venir de los recuerdos hacia adentro, hacia el sentido de cada vida y también hacia afuera, hacia el encuentro con esas otras  murmuraciones en que la noche se abisma. La plasticidad del lenguaje disemina esas historias íntimas en la historia mayor que las contiene. Pues debajo de tanto desvelo late la angustia, el desasosiego, la oscuridad en sordina de un país doblegado, durante 48 años, por la opresión de un régimen autoritario, conservador y corporativista. Salazar, quien asumió el mando de ese Estado Novo y lo gobernó con mano férrea entre 1932-1974, en que fue derrocado por la Revolución de los Claveles,   está en el trasfondo de esa trama deshilvanada. Subrepticiamente aflora en esas voces de trasnoche: “… obrero de la barba mal cortada conspirando consigo mismo contra la Iglesia y el Estado…”, “…los enemigos de la Iglesia y el Estado… periódicos impresos al revés…”, “…la fotografía de Salazar más grande que un crucifijo…” , “negros que habían de mezclarse con nosotros y robarles el trabajo a quienes lo necesitan…”. Y la historia narrada entre dientes se expande hacia el resto de la península, donde otro caudillo de raíz política similar a la de  Salazar, aunque no muy confiable a la hora de  reconocer fronteras, provocaba similares agonías en nombre de un poder que él  asimilaba a lo divino: “… después de tantos años de miedo a que fuera España, trabajé en una ocasión o dos con la policía de ellos, nos entregaban el preso ya esposado y amansado, firmábamos los papelitos con el papel de calco en medio…”
Ayer no te vi en Babilonia es como una pieza de relojería,  un libro complejo y minucioso, que revela un pulso delicado y agudeza para atravesar la   neblinosa comarca que  condiciona la mecánica del  pensamiento. Casi podría decirse un viaje desde  el anacronismo a la sincronía, desde el no-tiempo a la hora exacta.

Fuente: Lobo Antunes, António, Ayer no te vi en Babilonia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana-Mondadori, 2007. Traducción: Mario Merlino.








[*] Lobo Antunes, António, Segundo libro de crónicas, Barcelona, Grupo Editorial Random House Mondadori, 2004. Traducción. Mario Merlino.

martes, 19 de julio de 2016

JOSÉ MARTÍ: La rosa blanca

Casa de José Martí- La Habana.


Cultivo una rosa blanca

en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo una rosa blanca.


Fuente: Martí, José, Versos sencillos, poema XXXIX, 1871.