martes, 10 de septiembre de 2013

DOS MAESTROS: SARMIENTO Y BORGES

SARMIENTO

No lo abruman el mármol y la gloria.
Nuestra asidua retórica no lima
su áspera realidad. Las aclamadas
fechas de centenarios y de fastos
no hacen que este hombre solitario sea
menos que un hombre. No es un eco antiguo
que la cóncava fama multiplica
o, como éste o aquél, un blanco símbolo
que pueden manejar las dictaduras.
Es él. Es el testigo de la patria,
el que ve nuestra infamia y nuestra gloria,
la luz de Mayo y el horror de Rosas
y el otro horror y los secretos días
del minucioso porvenir. Es alguien
que sigue odiando, amando y combatiendo.
Sé que en aquellas albas de septiembre
que nadie olvidará y que nadie puede
contar, lo hemos sentido. Su obstinado
amor quiere salvarnos. Noche y día
camina entre los hombres, que le pagan
(porque no ha muerto) su jornal de injurias
o de veneraciones. Abstraído
en su larga visión como en un mágico
cristal que a un tiempo encierra las tres caras
del tiempo que es después, antes, ahora,
Sarmiento, el soñador, sigue soñándonos.

Jorge Luis Borges

Fuente: Borges, Jorge Luis, Obra poética, Buenos Aires, Emecé Editores, 1986. El poema pertenece al libro: El otro, el mismo (1964).

v      

Esta nota no pretende ser un comentario crítico ni mucho menos. La autoridad de Borges en materia de escritura no admite agregados irrelevantes. Su texto es elocuente. Sin embargo, y como siempre hay quien tiene sus reparos y también quien  tiene su tendencia a ideologizar, he tratado de  interpretarlo bajo la luz que a mí, como docente con larga experiencia en el aula, me aportó la lectura de la obra sarmientina y la aproximación al estudio de  su circunstancia histórica.
“Nuestra asidua retórica no lima/ su áspera realidad” dice Borges. Y  me hace pensar en el uso abusivo de la palabra, muchas veces sacada de contexto, y  rearmada argumentativamente al servicio de maneras cristalizadas y reiterativas de ver la realidad. En nuestro país   el mito parece querer reemplazar en forma constante a la compleja y rica   entidad que conforma cada sujeto. La mitología es una forma de relato que sacraliza, en algunos casos, lo que de hecho está sujeto a diversas  lecturas por pertenecer al ámbito de lo histórico. Es así, como a través del doblez discursivo se recrean causas y consecuencias con el fin de ver la trama de un solo lado.
“Las aclamadas fechas de fastos/ no hacen que este hombre solitario sea/menos que un hombre”: Borges  subraya la humanidad de Sarmiento, con todo lo alentador o lo  cuestionable que ello supone. Los fastos y las celebraciones tienden a privar a la persona de sus condiciones intrínsecas y de las alternativas en las que se vio envuelto  a la hora de interactuar con su entorno. La hora de Sarmiento no es la nuestra, aunque la nuestra guarde de aquélla algunos signos perturbadores.  
“…el que ve nuestra infamia y nuestra gloria”, Sarmiento vio con claridad -ya en 1845, en Facundo, lo expone- la estructura feudal de nuestro país, que lamentablemente aún sigue en pie. Estructura que atenta contra su desarrollo armónico y dota al caudillo de una fuerza avasalladora que opera sobre un pueblo inerme. El subtítulo del mencionado libro: civilización y barbarie, dio pie a una hipótesis suya  que ha sido muchas veces cuestionada. Un poco, por ser sacada de contexto y otro poco por no prestarse a la  prédica demagógica. Bárbaro es para Sarmiento quien por carecer de los estímulos que profundizan el discernimiento y  la reflexión autónoma, no puede admitir la contención del límite moral y, en consecuencia, actúa con la prepotencia de la manada. Sabido es que a esta altura mucho tendríamos para debatir respecto de la civilización. En aras del “progreso” se han consumado los mayores desatinos y crueldades. Y, sin embargo, no podemos negar el progreso, así como no podemos negar nuestra edad. La civilización, acompañada de los  sustentos antes mencionados: discernimiento, reflexión autónoma, valores éticos,   es  mejoradora.
“camina entre los hombres que le pagan (…)/ su jornal de injurias/o de veneraciones”, Borges lo muestra en marcha. Porque él sentó las bases del fundamental motor del desarrollo justo de una nación: la educación, que nos iguala en posibilidades de acceso al saber, y en consecuencia,  al trabajo  y a la dignidad. Ese principio de equidad, doloroso es decirlo, no resulta conveniente para quienes pretenden, con retóricas desgastadas, mantener en vilo y en zozobra  a la población  en su conjunto y muy especialmente a los que carecen de voz y, por qué no decirlo, hasta de voto. Los que lo veneran lo deshumanizan. Venerar es un término casi diría terrible: no es estima ni admiración. Es el mármol o el bronce contrarios a la agitación de la vida.  Los que lo injurian son los  que  desearían acallar en su nombre cualquier tipo de lucha en pos de una ciudadanía consciente y dueña de su destino.
“Abstraído en su larga visión (…) Sarmiento, el soñador, sigue soñándonos”, concluye. La visión de Sarmiento fue indudablemente abarcadora. Tendía hacia un futuro promisorio y soñaba con un país pujante (bien conectado a través de vías férreas y redes fluviales, y soberano en el manejo de su potencial energético),    insertado  dentro de la región y del mundo, un país  dotado de un sistema educativo  que promoviera el acceso al trabajo y a los bienes culturales y territoriales, un país que no estimulara la fuga de cerebros , ni el exilio físico o emocional de los que piensan y actúan con independencia del statu quo.  En síntesis: un país que cuide el porvenir de sus descendientes.
Sarmiento sigue y seguirá soñándonos mientras los habitantes de la República seamos conscientes de que lo que nos engrandece  no es   dejarnos hipnotizar por espejismos, sino la  intensa fuerza  con que nos abracemos al  conocimiento liberador y a los principios  que rigen una sana convivencia.


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