jueves, 18 de octubre de 2012

ITINERARIO CORTAZAR

Foto de Horacio Villalobos

LUCAS, SUS COMPRAS

En vista de que la Tota le ha pedido que baje a comprar una caja de fósforos, Lucas sale en piyama porque la canícula impera en la metrópoli, y se constituye en el café del gordo Muzzio donde antes de comprar los fósforos decide mandarse un aperital con soda. Va por la mitad de ese noble digestivo cuando su amigo Juarez entra también en piyama y al verlo prorrumpe que tiene a su hermana con la otitis aguda y el boticario no quiere venderle las gotas calmantes porque la receta no aparece y las gotas son una especie de alucinógeno que ya ha electrocutado a más de cuatro hippies del barrio. A vos te conoce bien y te las venderá, vení enseguida, la Rosita se retuerce que no la puedo ni mirar.
Lucas paga, se olvida de comprar los fósforos y va con Juárez a la farmacia donde el viejo Olivetti dice que no es cosa, que nada, que se vayan a otro lado, y en ese momento su señora sale de la trastienda con una kódak en la mano y usted, señor Lucas, seguro que sabe cómo se la carga, estamos de cumpleaños de la nena y dése cuenta justo se nos acaba el rollo, se nos acaba. Es que tengo que llevarle fósforos a la Tota, dice Lucas antes de que Juárez le pise un pie y Lucas se comida a cargar la kódak al comprender que el viejo Olivetti le va a retribuir con las gotas ominosas, Juárez se deshace en gratitud y sale echando putas mientras la señora agarra a Lucas y lo mete toda contenta en el cumpleaños, no se va a ir sin probar la torta de manteca que hizo doña Luisa, que los cumplas muy felices dice Lucas a la nena que le contesta con un borborigmo a través de la quinta tajada de torta. Todos cantan el apio verde tuyú y otro brindis con naranjada, pero la señora tiene una cervecita bien helada para el señor Lucas que además va a sacar las fotos porque ahí no tienen mucha cancha, y Lucas atenti el pajarito, ésta con flash, ésta en el patio porque la nena quiere que también salga el jilguero, quiere.
-Bueno- dice Lucas- yo voy a tener que irme porque resulta que la Tota.
Frase eternamente inconclusa puesto que en la farmacia cunden alaridos y toda clase de instrucciones y contraórdenes, Lucas corre a ver y de paso a rajar, y se encuentra con el sector masculino de la familia Salinsky y en el medio el viejo Salinsky que se ha caído de la silla y lo traen porque viven al lado y no es cosa de molestar al doctor si no tiene fractura de coxis o algo peor, razón por la cual no sería de excluir una fractura fatal máxime cuando el viejo se ha puesto verde y ni siquiera atina a frotarse el culo como es su costumbre habitual. Este detalle contradictorio no se le ha escapado al viejo Olivetti que pone a su señora al teléfono y en menos de cuatro minutos hay una ambulancia y dos camilleros, Lucas ayuda a subir al viejo que vaya a saber por qué le ha pasado los brazos por el pescuezo ignorando por completo a sus hijos, y cuando Lucas va a bajarse de la ambulancia, los camilleros se la cierran en la cara porque están discutiendo lo de Boca versus River el domingo y no es cosa de distraerse con parentescos, total que Lucas va a parar al suelo con el arranque supersónico y el viejo Salisnky desde la camilla jodéte, pibe, ahora vas a saber cómo duele.
En el hospital que queda en la otra punta del ovillo Lucas tiene que explicar el fato, pero eso es algo que lleva su tiempo en un nosocomio y usted es de la familia, no, en realidad yo, pero entonces qué, espere que le voy a explicar lo que pasó, está bien pero muestre sus documentos, es que estoy en piyama, doctor, su piyama tiene dos bolsillos, de acuerdo pero resulta que  la Tota, no me va a decir que este viejo se llama Tota, quiero decir que yo tenía que comprarle una caja de fósforos a la Tota y en eso viene Juárez y. Está bien, suspira el médico, bajále los calzoncillos al viejo, Morgada, usted se puede ir. Me quedo hasta que llegue la familia y me den plata para un taxi, dice Lucas, así no voy a tomar el colectivo. Depende, dice el médico, ahora se usan indumentos de alta fantasía, la moda es tan versátil, hacéle una radio de cúbito, Morgada.
Cuando los Salinsky desembocan de un taxi, Lucas les da las noticias y el petiso le larga la guita justa pero eso sí le agradece cinco minutos la solidaridad y el compañerismo, de golpe no hay taxis por ninguna parte y Lucas que ya no puede más se larga calle abajo pero es raro andar en piyama fuera del barrio, nunca se le había ocurrido que es propio como estar en pelotas, para peor ni siquiera un colectivo rasposo hasta que al final el 128 y Lucas parado entre dos chicas que lo miran estupefactas, después una vieja que desde su asiento le va subiendo los ojos por las rayas del piyama como para apreciar el grado de decencia de esa vestimenta que poco disimula las protuberancias, Santa Fe y Canning no llegan nunca y con razón porque Lucas ha tomado el colectivo que va a Saavedra, entonces bajarse y esperar en una especie de potrero con dos arbolitos y un peine roto, la Tota debe estar como una pantera en un lavarropas, una hora y media madre querida y cuándo carajo va a venir el colectivo.
A lo mejor ya no viene nunca se dice Lucas con una especie de siniestra iluminación. A lo mejor esto es algo así como el alejamiento de Almotásim, piensa Lucas culto.  Casi no ve llegar a la viejita desdentada que se le arrima de a poco para preguntarle si por casualidad no tiene un fósforo.

Fuente: Cortázar, Julio, Un tal Lucas, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1979.

El itinerario es la descripción de un camino, con detalle de las paradas que en él se hacen. Como en alguna parte debe comenzar, he decidido, tal vez arbitrariamente o tal vez no tanto, que mi itinerario cortazariano comience con este cuento. ¿Por qué? Porque en él se sintetizan muchas de las características que en mi viaje de lectora (hembra) he encontrado en  la narrativa de este autor. Desde el manejo  tan fluido del lenguaje coloquial a la trastienda de lecturas previas a   su escritura. Desde el concepto de figura y analogía al trasfondo imaginario. Desde  la hendija fantástica a la percepción de lo  real y viceversa. Desde  una simple aventura de  barrio a la más compleja reflexión filosófica.
De la mano de Lucas viene a mí el recuerdo de una tarde en la escuela secundaria donde daba clases. Los alumnos leían en voz alta este  cuento. En medio de la lectura   irrumpían risitas y entrecortados murmullos. Intimidados por esta o aquella palabra subida de tono, levantaban la vista hacia mí como pidiendo permiso para pronunciarla. Seguramente les resultaba inaudito que en el sagrado templo del saber la profe de Literatura les permitiera acceder a las   audacias expresivas en las  que incurría  un renombrado escritor. Pero más allá de la sorpresa, la lectura despertaba en los adolescentes un innegable contento. Cortázar siempre tuvo “mucho gancho”  con los jóvenes.
Cada lector puede verse retratado en este texto. Cuántas veces, envueltos en hechos fortuitos, nos vemos expuestos a perder nuestro propio tiempo, y  aun a perder  el dominio de nuestra existencia.
En la aproximación introductoria, el cuento resulta risueño. Pero no tan risueño en el desenlace, cuando Cortázar echa mano de una cita de Borges, aunque no   idéntica sino inversamente proporcional en su significado. El cuento  al que alude se titula: El acercamiento de Almotásim y  está basado en uno de esos juegos especulares tan caros a Borges.  Con  el formato de reseña de una novela que cabalga entre la alegoría  y el género  policial, Borges nos cuenta la historia de un joven estudiante (anónimo y librepensador) que en medio de  una  lucha civil entre musulmanes e hindúes mata a un hindú y se ve forzado a huir. Durante su peregrinaje se encuentra con almas viles entre las cuales vislumbra sin embargo una luminosidad (“ una ternura, una exaltación, un silencio”). Esto lo lleva a buscar  el origen de esa luz: Almotásim. Emprende su búsqueda, que se inicia en Bombay y acaba, circularmente, en esa ciudad, y  que es “la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras”. El acercamiento de Almotásim  surge a partir del especular cotejo de fuentes y situaciones. Un espejo nos  reflecta y también  reflecta al mundo que nos rodea. Cada alma se refleja en otras y el encuentro con la identidad es el encuentro con todas las otras identidades. Un cuento que es ejemplo de razonamiento y cuyo objetivo es mostrar que nuestras percepciones son una especie de  reverberación pero, a diferencia de las sombras platónicas,  delinean objetos que nuestra mente nombra con símbolos, poniendo un orden o varios al caos ilimitado. “Cualquier cosa es todas las cosas” “ El sol es todas las estrellas y cada estrella es todas las estrellas y el sol” , señala la nota al pie referida a otra posible fuente: El coloquio de los pájaros.  Todos somos el Todo y el Todo es cada uno de nosotros.
Al encontrar a Almotásim culmina la novela.  Y no podía ser de otro modo ya que éste simboliza el primer reflejo que conduce a la reflexión. Al encontrar la claridad, el personaje se ha encontrado a sí mismo.
Irónicamente Cortázar le hace pensar a Lucas (culto) en el “alejamiento de Almotásim”, o sea  en el desencuentro  íntimo al que  lo ha llevado su falta de clarividencia  a la hora de discernir  entre sus propios objetivos y los ajenos. La viejita desdentada que le pide un fósforo ¿ quién es? Tal vez la muy añosa “siniestra iluminación” que  nos induce a pensar que es difícil volver de  las zonas a las que la inadvertencia  nos ha llevado.


 En 1994 viajé a París gracias   al apoyo económico que significó una distinción obtenida por mi breve ensayo La noche boca arriba: una búsqueda de otro cielo.[1]

 Signa la literatura de Cortázar una evidente noción de viaje, de traslación. La decisión de abandonar el país en 1951 e instalarse en París quizás haya pesado en esa tendencia, que por lo visto resulta gratamente contagiosa. Estar en el lugar donde Cortázar había gestado gran parte de su obra era además de una experiencia altamente estimulante, un buen motivo para tratar de entender el tránsito permanente que conllevaba su aventura imaginaria. Yo misma pude  experimentar esa notable irrupción  de lo fantástico  en  lo real con que él  trató de dar cuenta de que la vida es un permanente estado de sorpresa.
Las fotos muestran las huellas que él fue dejando y que yo intento  rememorar a través de este itinerario.
Biblioteca del Arsenal, donde Cortázar leía e investigaba.
Café donde solía escribir.

Galerías Vivienne, mencionadas en el cuento  El otro cielo.
Departamento donde vivió, en la Place du Gral Beuret.


La experiencia de poder viajar a París y recorrer las calles por las que anduvo Cortázar me asombró en un principio y aun hoy me sigue asombrando. Por muchas razones que no viene al caso mencionar. De ese asombro surgió el siguiente poema que integra  mi poemario Jardín de invierno:

A Julio Cortázar

Escribo una carta. ¿A quién?
A alguien que está detrás de acaso.
El destinatario me deja su respuesta
a cada momento y en cualquier buzón.
Su mensaje sin firma  se ilumina de pronto
con una claridad de amanecer.
El texto no parece divino ni anónimo.
Contiene letras que trascienden el poder
de la razón.
El tiempo me responde casi siempre
con su caligrafía inesperada.


Un día brumoso y gris recorrimos con una amiga poeta el cementerio de Montmatre. Yo creía que allí estaba  la sepultura de Cortázar. Pero después del fantasmagórico recorrido salteando montículos de tierra y contemplando con un humor medio  negro las bóvedas y criptas empolvadas y cubiertas por una filigrana de telas de araña, nos informaron que no se encontraba allí sino en Montparnasse. La ignorancia nos juega a menudo bromas macabras. ¿Cómo podría encontrar a alguien tan vivo, aún después de muerto, en un sitio tan lúgubre? A los pocos días llegamos al lugar donde el incansable cronopio descansaba. Entre las flores que adornaban su tumba resplandecían bajo el sol bollitos de papel. No pude reprimir la curiosidad y abrí algunos. La aventura me reservaba en cada escala una  nueva maravilla. Eran cartas de sus visitantes-lectores. Cartitas de gratitud, de aprecio y complicidad. Y otra vez supe, como en aquella clase de la escuela, que Cortázar  había estado siempre dispuesto para una de las amistades más incondicionales: la de   quienes encuentran en el placer de un texto una especie de bendición.















Varios años después me mudé a un barrio cercano a Agronomía. Durante una de mis caminatas mañaneras encontré la casa donde había vivido antes de irse a París. Una calle de ese barrio lleva su nombre. El lugar es de lo más pintoresco. Lindante con el predio de la facultad de Ciencias Agrarias, está rodeado de un paisaje agreste en plena ciudad, con muchos árboles, plantaciones irregulares, y un poco más allá, caballos pastando alegremente. Una multitud de gatos corretean y se enredan entre las briznas. El parque que circunda el monoblock, dentro del cual está la que fue vivienda de Cortázar, es como un retazo de campo enclavado en la urbe. Cada vez que lo visito, tengo la impresión de escuchar su voz entre el follaje.
















Cortázar fue un gran cuentista. No se destacó, según mi modo de ver, ni como novelista ni como poeta. Aunque sería injusto no valorar en su dimensión innovadora, en la potencia de sus hallazgos expresivos y en los planteos artísticos y existenciales que propone,   su novela-poema: Rayuela.   En muchos de   sus cuentos demostró maestría.  Dueño de una luminosa perspicacia, inventó una variedad de técnicas que pudieran expresar aquello que está del otro lado de la trama, otorgó a la palabra un poder revelador y descorrió el límite, meramente formal,  entre fantasía y realidad.
A pesar de que no creo que fuera un buen poeta,  he decidido que la última escala de este itinerario sea un poema  suyo que lo pinta tal como él era: un niño grande, propenso a la irreverencia, juguetón y  absolutamente agudo.

Fuente: Cortazar, Julio, Veredas de Buenos Aires y otros poemas. Bs. As. Editora Espasa Calpe, 1995.



[1] En el marco de un homenaje a Cortázar, la Fundación Banco Mercantil otorgó el primer premio –ex ae quo- al ensayo mencionado.
























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