Una propuesta tentadora, pero
difícil de concretar, sobre todo en este
oscuro momento. Porque la culminación de
una etapa, aunque responda a límites
convencionales, ya que el tiempo es un continuum, incita a la melancolía y al balance de todo lo
que dejamos en el camino, o nos dejó, de cuánto querríamos llegar a hacer y con
qué posibilidades contamos. Por otro lado, y como también formamos parte de una
circunstancia, de un momento histórico, político y social, es imposible evitar
los interrogantes, las incógnitas que nos provocan tanto la marcha de nuestro país como los
sucesos de carácter global. Enigmas que, indudablemente, nos preocupan y,
a menudo, ensombrecen nuestro ánimo.
El video, que precede a esta
nota, nos trae imágenes del pasado, al
que, a veces, tendemos a idealizar. ¿Fue mejor que la actualidad? ¿Hubo en ese
pretérito mayor serenidad que en el presente? Si indagamos con sinceridad, si
cotejamos hechos y conductas del ayer y del hoy, si buceamos en nuestro
interior y en el interior de las almas que han quedado pendiendo del hilo de
los más diversos acontecimientos, esa idealización comenzará a resquebrajarse.
Hubo tanto de bueno como de malo en el tiempo que dejamos atrás, así como hay
tanto de bueno como de malo en el que nos toca vivir.
Mientras escribo esto, recuerdo
ese feliz ejemplo de imaginación e inteligencia que es
la película Medianoche en París, de Woody Allen. Muchas veces presumimos que en otra época podríamos haber vivido más plenamente o encontrarnos más
cómodos que en la que transitamos. Y así es como nos creamos un “paraíso perdido”, una
instancia en la que depositamos nuestros sueños y nuestros anhelos, y ésa
instancia no es más que una madeja de
suposiciones armada a contramano del transcurso temporal. Y sin embargo, en ella
está el motor que propulsa nuestro deseo y nos empuja con su fresca brisa hacia las acciones futuras.
En Argentina nos encuentra el fin
de año enfrentados a encrucijadas, a climas poco propicios, a desencuentros de ideas e
ideales. Nada nuevo. Estamos acostumbrados a vivir al límite, a arrastrar
pesadumbres y a pisar en falso. Y sin embargo, seguimos “haciendo”, cada uno a su manera y medida, con aciertos y errores, con pesimismo
o fanatismo, con solidaridad y con miedo, con intenciones descabelladas o
sensatas, y hasta admirables.
Existe en la lengua española el
sustantivo malhumor y también un
verbo malhumorar y un adjetivo malhumorado. Sin embargo el buen humor es una
construcción nominal. Un sustantivo que es calificado por un adjetivo que podría
ser bueno, pero también fino, punzante, ácido, negro, de perros, etc. Cuando hablamos de buen
humor, así como gramaticalmente
construimos una expresión definitoria de un estado de ánimo que implica
propensión a la alegría, en la que el adjetivo es un acompañante y determinante
del sustantivo en cuestión, al mismo
tiempo construimos una predisposición, una tendencia mental y orgánica,
una forma de “dar el paso”. El término malhumor conforma una entidad inseparable, en la que
el sustantivo y el adjetivo están atados, sin posibilidad de destrabar
el nudo íntimo que los estrecha. Muchos
han definido al hombre como “un animal que ríe”. Pero la risa está a un paso
del llanto. A tal punto que se puede
llorar de risa. El júbilo es inseparable
de la pena. Tristeza y alegría se dan la mano. Porque las emociones no son
casilleros de un archivo. Son la urdimbre que nos sostiene como personas.
Comenzar el año de buen humor no significa
volvernos insensibles o gélidos. Tampoco consiste en pintarnos una sonrisa engañosa como la del payaso Garrik, o una
sonrisa banal como la de tantos que confunden las apariencias con la realidad. Es colocarnos en una frecuencia de onda que
contrariamente al malhumor, indivisible e inamovible, nos expande en el
diálogo, en el intercambio afectivo, en la comprensión, en la
multiplicidad perceptiva.
Los que hacen del malhumor su
bandera, su arma de dominación o el escudo con que encubren la bajeza de sus
pasiones, en realidad son como la silla (puede ser sillón, trono o banqueta) a
la que le falta una pata. Nadie puede sentarse en ella sin estar expuesto a una
caída y al golpe físico y moral consecuente.
Con buen humor Charles Chaplin denunció
graves conflictos sociales (El gran
dictador, Tiempos modernos, La quimera del oro…) y Roberto Benigni nos mostró la crueldad de la
guerra (La vita é bela).
El arte ha sabido expresar con
buen humor esa trama sensible que, en los mejores y los peores momentos, nos
pone a todos los mortales a la par.
HAPPY NEW YEAR
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano,
tenerla
como un sapito que
duerme así contento.
Necesito esa puerta
que me dabas
para entrar en tu
mundo, ese trocito
de azúcar verde, de
redondo alegre.
¿No me prestas tu
mano en esta noche
de fin de año de
lechuzas roncas?
No puedes, por
razones técnicas. Entonces
la tramo en aire,
urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de
la palma
y el dorso, ese país
de azules árboles.
Así la tomo y la
sostengo, como
si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las
cuatro estaciones,
el canto de los
gallos, el amor de los hombres.
31/12/1951- Julio Cortázar
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